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El wahabismo, instrumento contra el propio Islam

El wahabismo, instrumento contra el propio Islam

En marcha, la imposición de un tipo de islam en todo el mundo musulmán. El avance de los terroristas ocurre a costa del islam tradicional y de otras manifestaciones de esta religión. El wahabismo es esencialmente una herramienta ideológica y no religiosa, a pesar de toda su fachada de puritanismo. Se trata de un mecanismo de conquista que caricaturiza a una religión milenaria. El experto Jean-Michel Vernochet explica que los terroristas generalmente están asociados a los centros de poder de Occidente y de Oriente Medio que desean imponer en lo ideológico ideas básicas textuales del Corán y en lo económico un capitalismo incuestionable

Red Voltaire

Damasco, Siria. En su libro Les egarés. Le wahhabisme est-il un contre islam? (Los descarriados. ¿El wahhabismo es contrario al islam?), Jean-Michel Vernochet muestra cómo esa corriente se ha erigido en “único islam auténtico” y ha condenado como herético el islam tradicional, existente desde hace 11 siglos. Desde su punto de vista histórico y teológico, Vernochet refuta la idea, divulgada desde el inicio de la expansión del wahabismo –subvencionada por Arabia Saudita–, de que esta corriente es una forma extrema del islam tradicional. El estudio de Vernochet aparece en momentos en que ese punto de vista y otros similares se extienden por el mundo árabe como reacción ante las fechorías de la Hermandad Musulmana, Al Qaeda y el Emirato Islámico. El autor responde aquí a nuestras preguntas:

Red Voltaire: El wahabismo se extiende hoy ampliamente en el seno del islam sunita presente en Europa. Pero usted estima que el wahabismo no es sunita y que ni siquiera es musulmán, en el sentido tradicional de ese término. Explíquenos, por favor, esa paradoja.

Jean-Michel Vernochet: Si nos tomamos el trabajo de consultar a los innumerables doctores del islam cuyos trabajos podemos encontrar en internet, notaremos que el wahabismo, que es la ideología de los “degolladores de Daesh”, constituye una verdadera ruptura epistemológica con la tradición islámica clásica, al igual que con relación a lo que podemos llamar el islam popular. Cuando hablé de eso, personalmente y cara a cara con el erudito militante Sheikh Imran Hosein, éste se mostró totalmente de acuerdo con esa definición de la doctrina wahabita. Estuvimos de acuerdo en que se trata de una herejía cismática que los sabios musulmanes, y también los intelectuales laicos árabes, designan con el término dajjál, ¡cuya traducción más exacta sería el anticristo!

Al dar a conocer en mi trabajo los análisis de ulemas cuyo conocimiento del islam está más que comprobado, mi objetivo es proporcionar elementos indiscutibles que permiten mostrar la naturaleza fundamentalmente divergente del wahabismo con relación al islam tradicional –algo que los occidentales desconocen por completo en la medida en que no saben prácticamente nada del islam, con excepción del resumen extremadamente sucinto que proporcionan algunos teólogos cristianos, desgraciadamente dogmáticos, pero que creen saberlo todo a partir de lo que dicen sobre el tema la prensa escrita y audiovisual, prensa dirigida por personas cuyo primer objetivo es impedir que sepamos, porque es para ellos la mejor manera de conducirnos, nolens volens, hacia el fuego de posibles guerras civiles.

El prejuicio más extendido es que el islam constituye un bloque monolítico, cuando es evidente que el islam es –en realidad– múltiple, empezando por sus diversas interpretaciones de la ley coránica en materia de jurisprudencia. Hay que subrayar que este triste desconocimiento del verdadero islam va incluso más allá de los no musulmanes. En la Unión Europea la mayoría de los jóvenes descendientes de inmigrantes tienen un conocimiento extremadamente limitado de su propia religión, lo cual facilita las posibilidades de influenciarlos predicándoles un islam supuestamente original, puro y “no falsificado”… Como las leyes de la competencia liberal que debe dirigirse por todos los medios, incluyendo los medios coercitivos, a convertirse en “pura y perfecta” en el paraíso terrenal del hipercapitalismo.

Vemos aquí lo peligroso que puede resultar confundir todos los rostros del islam y sobre todo reducirlo a su caricatura, que es el takfirismo.

Si el islam se viese limitado a las diferentes expresiones del wahabismo estaríamos cerca de la guerra total entre las civilizaciones. Estamos hablando de una guerra en que la que 1 mil millones de occidentales de cultura cristiana tendrían que enfrentarse a 1 mil 500 millones de musulmanes. Salta a la vista el carácter loco y absurdo de esa perspectiva. Sin embargo, algunos –como los pensadores y simultáneamente agitadores que tenemos en Francia, los Jacques Attali, los Bernard-Henry Levy y tantos otros por el estilo, y sobre todo los tanques pensantes de Washington– presentan ese choque de civilizaciones como algo probable cuando no como inevitable. Y ya sabemos que la influencia de esos gurús puede conducir, como en el caso de Libia, al baño de sangre y el caos duradero.

Para responder a su pregunta con más precisión resaltaré que el wahabismo es un literalismo exacerbado. Y, como tal, se sale de la ley islámica tal y como esta última aparece revelada en el Corán. Como ilustración de ello quiero recordar que la prédica del jurista Abdul Wahab (1703-1792) se desarrolla tomando estrictamente al pie de la letra cada palabra, cada frase de la Recitación. Es decir, en su sentido literal más absoluto, al extremo de llegar a hacerle decir al Corán enormidades fenomenales. Como que Dios estaría concretamente sentado en un trono y que tendría una pierna en el infierno. Cualquier musulmán sabe perfectamente que decir que Alá tiene un cuerpo material es algo particularmente absurdo… Todos saben que ese tipo de representación es puramente metafórica. Es una imagen, no una descripción antropomórfica de Dios.

Pero eso no sería gran cosa si ese literalismo, esa lectura primaria, primitiva del Corán no llevara a los adeptos del wahabismo –con el pretexto de un regreso a los orígenes, es decir, de una salafiya, de una imitación de la vida del profeta– a negar los principios mismos del Corán… O a reducir el Corán a una lectura jurídica restrictiva extremadamente manipulada en función de las necesidades de conquista política y de consolidación de un poder temporal… El de la familia reinante de Arabia o de las múltiples variantes de la Hermandad Musulmana, ¡como en Turquía con el régimen islamo-kemalista de Erdogan I!

Peor aún, los wahabitas han llegado incluso a inventar un cuarto pilar de la fe islámica. Sería una obligación secreta que consistiría en convertir por la fuerza a los descreídos así como a los malos creyentes y los apóstatas… Lo cual apunta contra todos los chiítas y las corrientes sufistas y también contra la mayor parte de los musulmanes sunitas, cuyas prácticas religiosas serían consideradas como corruptas por la influencia de los no creyentes. Para imponer esa idea, los wahabitas inventaron de la nada un deber de hacer la guerra santa. Eso es una interpretación tendenciosa del concepto de yihad que es, ante todo –por mucho que le pese a los malintencionados de todos los bandos–, un esfuerzo por alcanzar la perfección individual, una guerra interior de cada cual, guerra contra nuestras propias debilidades, contra nuestras pasiones y contra la tentación del mal que vive en nosotros mismos y que se mantiene permanentemente al acecho. Al imponer la obligación de la yihad, los wahabitas han cometido lo que los doctores [del islam] designan con el término bid’a, que es una innovación perjudicial. Y la innovación está fundamentalmente prohibida en el islam, conforme al hadith:

 “El libro de Dios transmite el discurso más real. La mejor enseñanza es la de Mahoma. Las invenciones son la peor de las cosas. Toda invención es una innovación. Toda invención es una aberración y toda aberración conduce al infierno” (An Nassi, Sunna, 3/188).

Asimismo, Hassan al-Banna (1906-1949), fundador de la Hermandad Musulmana, presenta la guerra santa como una obligación necesaria e inevitable y afirma que no cumplirla o rehuir el combate constituiría un pecado capital de los que merecen ser castigados con la gehenne, es decir, el fuego del infierno. Al-Banna incluso difundió una “carta” dedicada a ese tema y destinada a sus seguidores, carta en la que hace precisamente una “innovación” al agregar al nombre del profeta el título de “Señor de los muyahidines”. ¡Al-Banna designa además “el combate contra los infieles y la conquista” como la verdadera yihad, en oposición a la yihad “del alma”, como habitualmente creen los musulmanes!

Red Voltaire: Históricamente los británicos utilizaron el wahabismo para luchar contra el Imperio Otomano, que había caído en manos de los donmeh revolucionarios más conocidos bajo la denominación de Jóvenes Turcos. Hoy en día, la Turquía que usted califica de islamo-kemalista apoya el califato wahabita, en este caso el Emirato Islámico, mientras que este último acaba de designar la monarquía wahabita saudita como su segundo enemigo, después del chiísmo. ¿Cómo se explican esas contradicciones?

Jean-Michel Vernochet: Son muchas preguntas y poco fáciles.

Al principio, el objetivo de los británicos en el siglo XIX no era apoderarse del Imperio Otomano, ya por entonces más o menos moribundo y afectado por el ascenso de fuerzas irresistibles. Esas fuerzas que acabarían con él estaban representadas principalmente por los Jóvenes Turcos del Comité Unión y Progreso. Ese movimiento revolucionario, que se inspiraba en la Revolución Francesa y cuyas raíces se situaban en París, Ginebra, Roma y Londres, sería el actor principal de la debacle. El derrumbe del poder otomano y la toma del poder, en 1913, por el triunvirato de los Jóvenes Turcos dieron lugar al genocidio armenio y a la dictadura kemalista, régimen ateo que se establece a la sombra del patíbulo y que no habría surgido sin el activo respaldo de las logias masónicas inglesas, francesas e italianas, o sin el respaldo de Lenin y de la burocracia bolchevique. Se trata de un hecho poco documentado, poco conocido, pero auténtico.

Pero, volvamos al Imperio Británico. Durante el siglo XIX casi toda su política hacia la Sublime Puerta [Constantinopla] será guiada por una sola preocupación: garantizar la protección de la Ruta de Indias. Seguridad que implica el control geográfico total del Golfo Arábigo-Pérsico. Volvamos atrás por un momento para entender bien el contexto, tanto del derrumbe del Imperio Otomano y del consecutivo surgimiento de un reino wahabita del Hiyaz y del Nejd… Durante la guerra de Crimea (de 1853 a 1856), la Inglaterra aliada de Francia acude en ayuda de los osmanlíes contra Rusia. La interrogante que se plantea en aquella época se presenta bajo la forma de una alternativa: desmembrar el Imperio –pero, ¿cómo ponerse de acuerdo sobre la manera de repartirlo?– o mantenerlo en estado de coma para desestabilizar la región, teniendo siempre como trasfondo el eterno problema de Londres sobre la seguridad de las vías marítimas y terrestres hacia la India.

El destino del “Hombre enfermo de Europa” de hecho se mantiene en suspenso desde principios del siglo XIX por haberse establecido un statu quo explícito entre las potencias cristianas –Inglaterra, Alemania, Rusia, Francia, Grecia e Italia– que de cierta forma congelaba las ambiciones de todos. Nadie quería precipitar un derrumbe, en definitiva inevitable, pero que habría afectado o cuestionado el precario equilibrio de fuerzas en la región. Eso explica el carácter clemente del tratado de Andrinopla, firmado en 1929, al término de la guerra ruso-turca. El zar estimó que un Imperio Otomano decadente, exhausto debido a la deuda contraída con buitres de la finanza internacional era algo preferible al caos. Esta forma de sabiduría política ya no existe en nuestros tiempos…

Este largo recordatorio era necesario para demostrar que en estas cuestiones es el pragmatismo lo que predomina sobre cualquier otro tipo de consideraciones, empezando por las de orden religioso. Posteriormente, manipulando durante la Primera Guerra Mundial a las tribus wahabitas del Nejd contra la Sublime Puerta en momentos en que el Imperio ya estaba virtualmente muerto, Londres ya sólo quería destruir el poderío otomano aliado al Reich alemán, y nada más. El aspecto religioso es aquí secundario, nada fundamental. La guerra mundial está en su apogeo y el triunvirato Jóvenes Turcos que ha tomado el poder en Constantinopla en 1913 ha optado, en efecto, por asociar su destino al de Alemania, país que goza de una inmensa influencia económica en el Imperio… El triunvirato espera aprovechar la confusión de la guerra para aplicar a gran escala una política de limpieza étnica contra todas las comunidades cristianas del Imperio, seguramente con algún tipo de segunda intención mesiánica y un odio escatológico que muy pocos se atreven a mencionar ni siquiera hoy en día. Se abre entonces un abismo en el que la mayoría de la nación armenia va a verse arrastrada entre 1915 y 1916.

Se trata de una política genocida que Kemal Pacha (Ataturk) proseguirá y completará por mucho tiempo después de la derrota de los Jóvenes Turcos y de la victoria aliada de 1918, en particular en 1924, en ocasión de los traslados masivos de pobladores cristianos de Anatolia previstos en el Tratado de Lausana, firmado el 24 de julio de 1923. Con ese tratado se cierra definitivamente la Gran Guerra en el frente oriental. Es importante señalar que al proseguir el etnocidio iniciado por sus predecesores, el ateo fanático y compañero de ruta del Comité Unión y Progreso Kemal Pacha es solamente un precursor de la limpieza étnico-confesional que actualmente desarrollan, aunque a una escala mucho más reducida, los yihadistas salafo-wahabitas contra los católicos asirio-caldeos y los yazidíes en el Norte de Irak.

Pero volvamos a los años de la Primera Guerra Mundial. Los aliados estiman que ha llegado el momento de desmembrar un imperio agonizante y cuyos nuevos amos donmeh han escogido una mala opción estratégica al optar por el Reich alemán. Mientras estallan rebeliones armadas en todas partes –en Afganistán, Irak, Siria, Palestina, Egipto–, Londres y París se reparten de antemano los despojos del Imperio, en 1916, con el acuerdo secreto Sykes-Picot. Y lo hacen burlándose de las promesas de independencia hechas a los árabes que habían combatido junto a británicos y franceses. Los ingleses, a partir de 1916, utilizarán el wahabismo por su dinámica, por su fuerza explosiva, como fanatismo e ideología de conquista, para consolidar su control en la Península Arábiga.

En cuanto a la situación actual, indudablemente no se trata más que de rivalidades entre poderes que compiten entre sí. Si miramos la historia regional, en particular en este último medio siglo, vemos una lucha perpetua por alcanzar el liderazgo. Así sucedió con Gamal Abdel Nasser, Hafez al-Assad, Muamar el Gadafi, Sadam Husein, sin entrar a mencionar el Estado hebreo, cuyo papel en la destrucción de sus vecinos y enemigos potenciales es un factor básico. Ahora son Teherán, Ankara y Riad quienes están compitiendo por el mismo objetivo, independientemente de sus identidades confesionales. Es por consiguiente en términos de competencia que yo interpreto las luchas, a menudo sangrientas, que enfrentan entre sí a las diferentes facciones salafo-wahabitas. Y entre ellas se encuentran los diferentes movimientos que luchan en Siria, con el Emirato Islámico en primera fila. Asimismo, la dimensión sectaria de las divergencias entre la Arabia wahabita, la Turquía islamista y Daesh [el Emirato Islámico] es, a fin de cuentas, secundaria con relación a las ambiciones hegemónicas, al menos de carácter regional, que los oponen entre sí… Sobre todo teniendo en cuenta que todos comparten el fondo ideológico wahabita, y eso incluye a la Hermandad Musulmana aunque esta última no lo reconozca abiertamente.

Red Voltaire: Usted dice que la Hermandad Musulmana y el wahabismo tienen mucho en común. ¿Qué más puede decirnos al respecto?

Jean-Michel Vernochet: Aún sin ser “una sociedad secreta wahabita”, la Hermandad Musulmana no deja de ser una prolongación de la secta madre que tiene su sede en Riad. Habría que hacer un trabajo minucioso de comparación entre las doctrinas y programas. Pero insistimos en un punto ya mencionado: el wahabismo y la Hermandad Musulmana son esencialmente ante todo herramientas ideológicas, es decir, no religiosas, a pesar de toda su fachada de puritanismo. Son medios ideocráticos de conquista y nada más. Resulta evidente que el wahabismo no es la pura y simple expresión de una fe viviente sino su caricatura más exagerada. Y los musulmanes no se equivocan cuando lo denuncian como la caricatura que es.

Y no soy yo quien lo dice sino los doctores del islam. Es decir, lo dicen todos aquellos cuya voz el “Occidente” perezoso no quiere oír, porque es más fácil dedicarse a la sociología barata en los barrios populares de las metrópolis europeas con una fuerte tasa de población inmigrante que estudiar, con un poco de humildad, la dimensión teológica del fenómeno yihadista y del apoyo proactivo que le aporta ese otro puritanismo que es el calvinismo anglo-estadunidense cuando sirve de instrumento a un imperialismo carente de alma y de entrañas.

Hecho hoy olvidado, la Sociedad de los Hermanos Musulmanes creada por Hassan al-Banna en 1928 rápidamente acoge, después de su nacimiento, a miembros del Ikhwan que huyen del Nejd tratando de escapar a las represalias de Abdelaziz bin Saud. Son esos los hombres que formarán el núcleo duro de la nueva cofradía egipcia. En 1954, cuando Nasser disuelve la cofradía, los cuadros de ésta irán naturalmente al reencuentro de sus orígenes en Riad. Finalmente la cofradía dará lugar al nacimiento –en la década de 1970– de la Yihad Islámica egipcia, antecesora de Daesh [el Emirato Islámico], que se planteaba como objetivo el restablecimiento del califato en Egipto. Y eso es lo que acaba de hacer el Emirato Islámico con la bendición de los “aliados hermanos enemigos” de Ankara, Londres, París, Riad, Doha, Washington, Amman y Tel Aviv.

Red Voltaire: Los británicos apoyaron el desarrollo del wahabismo y después lo hizo Estados Unidos. Actualmente, la Hermandad Musulmana incluso está representada en Washington, en el Consejo Nacional de Seguridad [de Estados Unidos]. ¿Puede decirse de la cofradía lo mismo que usted denuncia al referirse al wahabismo, es decir que esas formaciones serían en el mundo musulmán las vías y medios de lograr la destrucción del islam desde adentro?

Jean-Michel Vernochet: La continua expansión del wahabismo durante el siglo pasado está estrechamente vinculada con la del modelo financiero, económico y social anglo-estadunidense. La suerte de la Península Arábiga ha estado indisolublemente ligada, desde 1945 y hasta el sol de hoy, a la América-Mundo… la cual constituye una especie de hidra de varias cabezas, pero cuyas cabezas fundamentales están en Manhattan, Chicago (donde se halla la bolsa mundial de materias primas), Washington con la Reserva Federal, en la City de Londres, en Bruselas con la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en Fráncfort con la sede del Banco Central Europeo y en Basilea, ciudad que alberga una superempresa anónima en el sentido jurídico que funge como banco de los bancos centrales, es decir, ¡el Banco de Pagos Internacionales!

Así que sería demasiado simple ver la ideología wahabita sólo como un instrumento de influencia o incluso de dominación regional. El mundo musulmán cuenta 1 mil millones y medio de personas. Controlarlo es una empresa gigantesca. Desde esa perspectiva, seguramente hay que ver en la ideología wahabita un claro intento de subvertir el islam. En otras palabras, la versión islámica, incluso “adaptada al islam”, de la nueva religión global que trata de imponerse en todas las naciones y a todos los pueblos, ya sean cristianos o musulmanes. Religión societal, religión de mutación civilizacional que antecede o acompaña la progresión de un mundialismo caníbal. Una religión destinada a reemplazar a todas las demás y que podríamos designar con toda razón como el “monoteísmo del mercado”.

Está comprobado que el wahabismo cohabita perfectamente con el anarco-capitalismo. Por muy sorprendente que pueda parecernos, eso está fuera de dudas. Ese puritanismo está destinado, quizás habría que decir predestinado, a sustituir el islam tradicional con su apego pasado de moda a valores morales tradicionales, esencialmente compasivos. A los puros, el wahabismo les justifica el asesinato de todo aquel que no se someta íntegramente a una misma e inexorable interpretación de la charia… Exactamente igual que la democracia universal y supuestamente humanitaria que Estados Unidos pretende imponer por la fuerza de las armas en los cuatro puntos cardinales del planeta. La Gran América ve su Destino Manifiesto como un derecho ilimitado a matar a todos los que se muestran reticentes a entrar por voluntad propia en la matriz democrática judeo-protestante made in America.

En pocas palabras, si el wahabismo es un instrumento, es el instrumento de una destrucción interna y programada del islam, de la misma manera que el mesianismo marxista y posteriormente el freudomarxismo liberal-libertario realizaron y prosiguen una obra análoga de liquidación en nuestras sociedades postcristianas.

Red Voltaire: Existen actualmente tres estados que tienen el wahabismo como religión oficial. Son Arabia Saudita, Catar y Sharjah, uno de los Emiratos Árabes Unidos. Puede ser que [la región libia de Cirenaica] se una pronto a ellos. Sin embargo, esos estados están en guerra entre sí. ¿Cómo se explica eso y qué es lo que está en juego en ese enfrentamiento?

Jean-Michel Vernochet: A pregunta compleja, respuesta elemental. En otros tiempos, las tribus se atacaban entre sí. Hoy en día no se trata de bandas de saqueadores sino de Estados. Hemos pasado a una dimensión superior, pero el principio sigue siendo el mismo. Los estados occidentales comparten entre sí la misma idolatría por una democracia de apariencias, lo cual no les impide tratar de destruirse entre sí, aunque sólo sea a través de una cruel guerra económica. “Una guerra que no se declara como tal”, pero que no deja de ser implacable, donde los contendientes no tienen amigos ni aliados. “Una guerra a muerte”, decía el difunto [presidente de Francia] François Mitterrand. Finalmente son guerras ideológicas y societales. Hay que mirar hacia Rusia y el Dombás, es una buena ilustración de lo que estoy diciendo.

Todo se aclara si comprendemos que los diferentes Estados wahabitas y las diversas variantes de la Hermandad Musulmana –entre ellas el Partido para la Justicia y el Desarrollo de Recep Tayyip Erdogan– no están interesados precisamente en que se cumpla la palabra de Dios en la tierra ni por ningún objetivo trascendente, sino más bien en objetivos de poder puramente materiales. Sus ambiciones no son otras que las del poder. A partir de ahí, sus intereses, estrategias y alianzas no son exactamente los mismos. En la práctica, casi siempre están en desacuerdo y casi siempre rivalizan entre sí.

Esto puede parecer algo trivial, pero si queremos comprender el funcionamiento del mundo basta con ver una película de Hollywood sobre las pandillas de mafiosos. ¡Eso explica todo! Todos se destripan entre sí por un territorio, por un mercado, por una posición dominante, por cuestiones de rango o de categoría formal. La única diferencia –si acaso existe alguna– entre esas guerras de clanes y las guerras de la diplomacia armada del hard y del soft power reside en su envergadura, pero no en su naturaleza.

Red Voltaire: Al Qaeda se define como wahabita, pero uno de sus principales fundadores y actual jefe, Aymán al-Zawahirí, es un exmiembro de la Hermandad Musulmana. En realidad, si bien todos los líderes del terrorismo internacional se declaran wahabitas, la mayoría de ellos son exmiembros de la Hermandad Musulmana. ¿Piensa usted que la ideología actual de la yihad es wahabita o es que viene de esa sociedad secreta que es la Hermandad Musulmana?

Jean-Michel Vernochet: No me parece que, a estas alturas, la pregunta pertinente sea saber quién fue primero, si el huevo o la gallina, en la medida en que ¡se trata de dos rostros de una misma ideología! Los dos se han desarrollado y consolidado con el apoyo del imperio británico: apoyo armado para el Tercer Reino Wahabita del Nejd y del Hedjaz y apoyo financiero para la Hermandad Musulmana en Egipto. De esa manera, wahabismo y cofradía son ya consustanciales puesto que ambos tienen en común los mismos padrinos en Londres, en Washington y últimamente en Riad. En cuanto a la yihad, ya hemos visto claramente que en Egipto la nueva Ikhwan [Cofradía] ha engendrado una organización de lucha armada, la Yihad Islámica, en aplicación de la doctrina wahabita que habla de la existencia de un sexto pilar del islam, el de la guerra santa, desconocido en el islam clásico, es decir, la obligación de convertir a los demás, incluso por la fuerza, recurriendo al hierro y el fuego de ser necesario. En eso el wahabismo hace de la violencia una dimensión estructural que no puede suscitar en Occidente otra cosa que el rechazo más categórico. Estamos viviendo, en efecto, en una lógica de choque frontal entre culturas y civilizaciones.

Eso impone en nuestras sociedades oscuras perspectivas, sobre todo si los musulmanes integrados a ellas llegasen a verse, algún día, obligados a escoger un bando por la difusión extensiva de un falso islam.

Los años terribles que vivió Argelia en la década de 1990 no serían seguramente nada en comparación con lo que tendrían que vivir las comunidades musulmanas europeas… Porque, como podemos comprobarlo en todas partes, los primeros blancos y las primeras víctimas del wahabismo no son otros que los musulmanes.

Red Voltaire

 

Contralínea 421 / del 25  al 31 de Enero 2015