La búsqueda de “protección” de figuras populares veneradas como santos –entre ellos la Santa Muerte, Jesús Malverde, el Angelito Negro y San Nazario– permite entender cómo la narcocultura es un recurso de emancipación social, que legitima las definiciones de justicia y soberanía del crimen organizado, consideran expertos. Por ello, consideran que es un reto para el gobierno de López Obrador en su lucha contra el crimen.
Las devociones a figuras como la Santa Muerte, Jesús Malverde, el Angelito Negro y San Nazario alcanzan no sólo a aquellos que están involucrados en el crimen organizado, en especial en el narcotráfico, sino a sectores sociales más amplios, generalmente expuestos a violencias y que se encuentran vulnerables frente al colapso del Estado, las religiones y la familia, sostienen estudiosos de la llamada narcocultura.
A diferencia de otras formas de “catolicismo popular”, el sincretismo en la religiosidad de los narcotraficantes que tiene lugar en México expone el mundo de la violencia, el crimen y la marginación de los creyentes, donde el culto de supuestos santos y devociones populares es una respuesta a estos conflictos sociales, sostiene José Carlos G Aguiar, doctor en ciencias sociales por la Universidad de Ámsterdam, Holanda.
El académico refiere que el estudio de las devociones populares vinculadas con el crimen permite colocar el debate sobre la narcocultura en el contexto de “la emancipación y la dominación social”.
Anel Gómez San Luis, doctora en psicología y salud por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), apunta en entrevista que las figuras de santos que forman parte de la narcocultura –a quienes se encomiendan los narcotraficantes, sobre todo los más jóvenes, como Jesús Marverde o la Santa Muerte–, les da identidad, porque “sienten que están perteneciendo a un grupo diferente a otros grupos de la sociedad”. Ambas figuras, sin embargo, no son reconocidas por la Iglesia Católica ni alguna otra religión.
“Construyen su identidad al sentir que forman parte de un grupo y justifican sus acciones a través de considerar a sus héroes representados en la Santa Muerte y otros santos, sobre todo en la clase baja, aunque también ha impactado en clases media y alta en el consumo y adicción de drogas porque, aunque estas viven en forma diferente eso no significa que no haya adicciones”, refiere la investigadora.
Gómez San Luis agrega que en la frontera Norte ha realizado trabajo de campo entre jóvenes, a quienes ha cuestionado sobre narcotráfico y sus creencias: “hemos observado que construyen sus ideas, significados y representaciones basándose en lo que ven en la televisión, las narcoseries, canciones o narcomúsica y que constituyen la narcocultura, que se constituye como una cultura en la que los jóvenes se puedan significar”.
Advierte que existe un riesgo muy importante porque la imagen que tienen ellos del narcotraficante está idealizada, dejando de lado las circunstancias de peligro que implican, en la que construyen una idea del narcotraficante de peligro y riesgo, vida fácil, mujeres, lujos.
A través de entrevistas con jóvenes de universidades, explica, algunos de ellos han aceptado que han vendido drogas en contextos que ellos consideran seguros, y afirman que lo hacen porque se inspiran en las narcoseries, reflejo de cómo los medios de comunicación que difunden la narcocultura repercute en ellos.
“La parte más cruda se observa entre jóvenes de las clases bajas de la sociedad, incluso autoridades cuando pactan con los narcotraficantes o se coluden, están participando de alguna forma. Cuando el narcotraficante es de clase baja los demás hacen juicios morales de que no les gusta trabajar. Es ambivalente, por un lado se les admira y por otro se les juzga”, plantea la investigadora.
AMLO frente a la narcocultura
Uno de los objetivos del gobierno de Andrés Manuel López Obrador es acabar con la apología al crimen organizado, en particular la que se hace en televisión y en series de plataformas de streaming. No obstante, Anel Gómez San Luis, especialista en farmacodependencias y situaciones críticas asociadas por la Universidad Salesiana, señala que el planteamiento del presidente de pretender alejar a los jóvenes del crimen organizado mediante becas escolares o de capacitación laboral difícilmente va a resultar, porque se trata de un fenómeno social.
El planteamiento de López Obrador “es reduccionista: trata de revertir procesos sociales, porque si bien la beca puede ayudar a que los jóvenes persistan en el estudio, eso no significa que va a cambiar su representación respecto al narcotráfico y la narcocultura”, indica la investigadora.
Sin embargo, acota que en la nueva Estrategia Nacional contra las Drogas hay una parte importante dedicada a la educación como herramienta que sí puede ayudar a revertir estos procesos e impedir a que sigan desarrollándose, para lo cual se requerirá por lo menos una generación o más.
Para la especialista, si bien revertir el fenómeno de la narcocultura es difícil porque ha sido un proceso largo de aprendizaje social, no es imposible: se puede desaprender. “Lamentablemente hay intereses económicos multimillonarios que hacen difícil realizar labores verdaderas de prevención”.
Al respecto, la doctora Gómez San Luis observa que, por esos mismos intereses, “los tratamientos de rehabilitación están más enfocados a que el individuo en forma personal adquiera habilidades para evitar caer en el narcotráfico y consumo de drogas”. Es decir, la responsabilidad está recayendo en la persona cuando el fenómeno es social, y se debe corregir de manera colectiva.
La narcocultura ha sido estudiada como el repertorio simbólico del “pueblo criminal” que retrata la vida cotidiana de los narcotraficantes. Sus expresiones son entendidas como un registro fidedigno de la vida de los traficantes, con una estética transgresora que presenta el exceso y la ostentación como formas de dominación, apunta el catedrático José Carlos G Aguiar en su análisis ¿A quién le piden los narcos? Emancipación y justicia en la narcocultura en México.
Agrega que en el contexto de impunidad, corrupción y violencia expansiva que caracteriza a México se individualizan formas de emancipación social y avance económico, expresado como consumo de bienes materiales, sin importar la forma de acceso.
Destaca que el surgimiento de devociones populares, rituales de limpia y sanación, así como distintas formas de empoderamiento espiritual para traficantes, más que mostrar el poder del mundo del narcotráfico, dejan de manifiesto la vulnerabilidad y el miedo de los actores criminales.
En altares y “catedrales” de “narcocultos”, los traficantes aparecen como seres vulnerables en búsqueda de protección, situación que permite entender los mecanismos culturales que los criminales utilizan para investirse de poder e impunidad. Es un registro fidedigno de la vida de los traficantes. Aunque es una cultura “mediada” que circula en diferentes formatos, incluyendo películas, obras literarias, telenovelas y la industria musical, en donde la narcocultura es valorada como un registro real, veraz, de los riesgos, la violencia y la corrupción que los traficantes enfrentan, considera el análisis.
En el documento, el catedrático indica que las expresiones culturales del narcotráfico tienen un carácter biográfico, ya que se habla desde el punto de vista de los traficantes. Entre los temas predilectos se encuentran el dinero, las drogas, el tráfico, la violencia, las armas, los lujos, la ostentación, el sexo y la corrupción de las autoridades.
Sin embargo, Carlos Aguiar sostiene que aunque la narrativa de la narcocultura puede incluir múltiples voces y situaciones, en general se habla menos o poco de las víctimas, el dolor o el trauma social de la muerte y criminalidad del narcotráfico.
“Como referentes culturales, los cuernos de chivo, las camionetas Hummer, la joyería despampanante, las atractivas mujeres, son indicadores de la “identidad” del narcotráfico. En la exhibición de armas y violencia se encuentra la representación del criminal como un sujeto exitoso, liberado, que ha alcanzado una movilidad social considerable”, añade el estudio.
También considera que la narcocultura es el discurso que permite entender la criminalidad como una forma legítima de vida, donde la ilegalidad es un mecanismo de emancipación social. El crimen organizado se configura en un campo social legítimo para obtener éxito, poder e impunidad, reclamando una especie de soberanía sobre los territorios y las vidas de sus habitantes.
“Puede sonar contradictorio o perverso, pero la criminalidad en México es un mecanismo para generar cambio social: libera al individuo de los mecanismos de control social y el orden de la ley. El mundo del tráfico de drogas y sus referentes simbólicos, están inscritos en contextos más amplios que ordenan y dan sentido a los sistemas de violencia y muerte en México”, agrega.
El narcotráfico como cambio social
Aunque la narcocultura ha ganado un amplio gusto popular, como la música o las series televisadas, también se encuentran registros oscuros, abominables, que no son vistos ni aceptados. Prácticas como la adoración del diablo en la ciudad de Pachuca, el uso ritual de sacrificios humanos y la antropofagia con los Templarios no cuentan con legitimidad social, indica el doctor José Carlos G Aguiar, profesor titular en la Universidad de Leiden, Países Bajos.
“En los procesos de legitimación social de actores violentos o criminales, la cultura se ha estudiado como un recurso clave para ganar legitimidad entre la población. Formas de acción comunicativa, como la producción de mensajes o símbolos que apelan a una identidad social o grupal, pueden ser recursos para ganar simpatía, detentar autoridad y así gobernar sobre poblaciones”, enfatiza.
Explica que las devociones populares vinculadas con el mundo criminal en México tienen la función de legitimar la presencia y función del capo y de su organización. “Una vez reconocidos como actores reguladores de la seguridad y protección física, los actores criminales hacen uso de recursos simbólicos como lo son santos y cultos; con estas imágenes y prácticas se definen y circulan nociones de protección y justicia social”.
En las oraciones y ofrendas a la Santa Muerte y el Angelito Negro se encuentran las biografías de los devotos, las preocupaciones de jóvenes que viven entre el orden de las instituciones y el orden de los criminales. La protección de un santo es útil para dar sentido a sucesos diarios imprevisibles, como la muerte o la desaparición. “Curiosamente, los eventos traumáticos que los narcos viven son muchas veces los mismos de la sociedad en su conjunto”.
Concluye que amplios sectores sociales en México se sienten presos de la violencia cotidiana de grupos criminales y el Estado, atrapados en la incertidumbre que la criminalidad genera y la impotencia ante la falta de justicia, donde “la narcocultura funciona como un recurso para la emancipación social, y además nutre la soberanía de actores criminales”.
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El culto a tres de las figuras emblemáticas de la narcocultura
En la “Catedral de la Santa Muerte 333” (número que se refiere a los tres poderes a los que está dedicada la catedral: los de Dios, la Santa Muerte y Satanás), ubicado en el mercado Sonorita de Pachuca, Hidalgo, funciona como un santuario donde los devotos se reúnen, expresan sus necesidades y piden una respuesta a una situación, un milagro, apunta en su investigación Carlos Aguiar, investigador adscrito al Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt.
Añade que otros devotos acuden para hacerse “trabajos de protección” de las envidias, la violencia, la enfermedad, el miedo o la muerte, rituales de limpieza y curación, o a pedir asistencia para entierros. Pero también la Santa Muerte es muy conocida por sus supuestos milagros en cuestiones de relaciones y amor.
Este tipo de creencias apuntan que la Santa Muerte trae el bien, el amor, la vida, la salud o una novia, pero también el mal, la enfermedad, la desesperación y la destrucción. Su feminidad la faculta para el cuidado de los otros y la atención de los enfermos, de los vulnerables: es la madre amorosa.
Según el análisis, vendedores ambulantes, sicarios, adictos, madres solteras con hijos desahuciados o estrés económico, trabajadores sexuales, transexuales, migrantes, parejas del mismo sexo, narcotraficantes, muchos jóvenes en busca de trabajo o de una salvación, y que son devotos a esta figura, creen en la justicia que emana de la mano de la Santa Muerte, de su poder de acción y protección.
Añade que los devotos piden a la Santa Muerte cosas que no se atreverían a pedirle a los santos reconocidos por la Iglesia Católica, pues creen que es poderosa porque tiene en sus manos la herramienta que corta el hilo de la vida, hace la verdad evidente y ejerce justicia, administra la línea entre la vida y la muerte, puede finalizar de golpe la vida de los enemigos, o justo salvar la de los seres más queridos.
“Ella es el ángel de la muerte que recolecta las almas para conducirlas al más allá. Ella es también una fuente de justicia, porque con su mano da a cada devoto lo que le corresponde y no lo que le pide. La capacidad de justicia de la Santa Muerte está relacionada con la fe del devoto, con su paciencia, disciplina y veneración incondicional, pura, honesta.”
Alrededor de la veneración de esa imagen se aglutinan colectivos sociales con conflictos de visibilidad y legitimidad, donde desempleados, minorías sexuales, criminales, policías y militares, devotos y no creyentes son todos explícitamente bienvenidos a los altares o templos erigidos para su devoción, explica el profesor visitante en la Universidad Libre de Berlín (2012, 2013) y del Colegio de México (2015).
El Angelito Negro
En la misma catedral de la Santa Muerte hay imágenes especializadas en la criminalidad, como un altar a Jesús Malverde, visto como protector de los traficantes de drogas, pero también el poder del mal, y la capilla al “Angelito Negro”, así como San Nazario, que son impensables en contextos religiosos institucionales.
En el inframundo que representa la capilla del Angelito Negro y el poder de las imágenes de Satanás se hace visible la estética del mal, por donde circulan los malos deseos y energías. Pareciera como si el visitante hubiera bajado al infierno, apunta el académico.
Dice que en estos altares, que son más bien unas vitrinas de cristal, se encuentran dos imágenes del Angelito Negro. La más grande representa a un ranchero de tez negra, vestido con traje y botas de texano y soga en mano. Aunque dos enormes cuernos crecen de su frente, signos inequívocos del diablo, el angelito lleva puesto un sombrero de ranchero.
La imagen representa el arquetipo del narcotraficante rural del México de la década de 1970 hasta 1990, cuando los capos del narco eran hombres del campo, que cultivaban ellos mismos las plantas, y estaban en contacto con la naturaleza.
El angelito vestido de ranchero está sentado en un trono; es un “chingón”. La capilla fue construida en 2012 para venerar al Angelito Negro, “el patrón” Satanás. En la capilla la gente reza y hace peticiones, y se realizan “trabajos” espirituales y espiritistas. El Angelito Negro es muy socorrido por narcotraficantes que vienen a pedir protección de sus enemigos, o antes de realizar operaciones de alto riesgo.
San Nazario
José Carlos G Aguiar indica que ningún otro “jefe” en la historia del crimen organizado en México ha hecho uso de recursos culturales de manera tan notoria como Nazario Moreno González, el primer líder del que se tenga registro que haya escrito libros e ideado devociones religiosas, a fin de ganar control y legitimidad sobre territorios y poblaciones en Michoacán.
Nazario desarrolló un sistema cultural original para recolectar recursos, ejercer violencia y obtener apoyo popular e impunidad. Entre su producción cultural se encuentran dos libros de su autoría, el decálogo de los Caballeros Templarios y un culto religioso alrededor de su persona.
Nazario Moreno encontró inspiración en la figura histórica de los caballeros medievales que lucharon durante las Cruzadas en el siglo XII para formular su propia respuesta al desorden y la violencia impuestos por los Zetas.
Desde la aparición de la Familia Michoacna en 2006, el grupo criminal tenía como propósito restablecer “el orden” que el cártel del Golfo, los Zetas y el cártel de Sinaloa habían roto. Pero el proyecto “moral” de justicia “divina” de la Familia fue interrumpido en diciembre de 2010, cuando el Chayo fue reportado muerto en la “guerra contra las drogas” comandada por Felipe Calderón.
Luego del anuncio de la muerte de Nazario, la Familia parecía desvanecerse como organización, pero al mismo tiempo se consolida un mito. Un rumor corría por la Tierra Caliente y los valles de Michoacán de que Nazario estaba todavía vivo. Pero Nazario ya no era el mismo.
La gente decía haber visto el espíritu de Nazario en apariciones, vestido de blanco como un Cristo reluciente y haciendo milagros. Inspirado de nueva cuenta en los Caballeros Templarios, Nazario se hizo representar a sí mismo por medio de figuras religiosas, vistiendo la túnica franciscana y una armadura medieval, realizando milagros y rituales.
Al convertirse en un icono religioso, Nazario es el primer “santo” secular del narcotráfico; es el primer jefe de un cártel u organización criminal que se hace presentar a sí mismo como santo y protector de los miembros de su propio grupo.
En 2010 aparece un segundo libro atribuido a Nazario, titulado Me dicen el más loco, donde el autor muestra su motivación filosófica y espiritual para incorporarse al crimen organizado. El código y el santo protector dan muestra del surgimiento de un nuevo grupo, la Orden de los Caballeros Templarios, que tuvo su auge entre 2010 y 2014.
Nazario esperaba que los miembros de su organización criminal se convirtieran a la religión que él mismo había fundado. Nazario y los Templarios hicieron uso de la violencia de una manera tan estridente como los Zetas. Es decir, Nazario es al mismo tiempo la causa de la violencia y también se presenta como la solución a ella.
Pero en marzo del 2014 la Marina anunció sorpresivamente que había acribillado a Nazario, y el cadáver fue exhibido como prueba forense incuestionable de su muerte, a fin de hacer evidente que en esta ocasión se trataba de la “verdadera” y “última” muerte de Nazario.
José Réyez
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