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Fuerzas Armadas de Estados Unidos, ¿listas para la guerra?

Publicado por
Prensa Latina

Desde los primeros meses de 2023, se comenzó a hacer evidente la situación crítica de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, las cuales han ido perdiendo poder frente a países como China, Rusia o Irán

Caracas, Venezuela. Durante los primeros meses de 2023, comenzaron a circular una serie de noticias que daban cuenta de una situación crítica al interior de las fuerzas armadas de Estados Unidos.

Asimismo, se exponían graves dificultades de la industria militar para suplir las necesidades del aparato bélico más poderoso del planeta. Resultó en extremo sorpresivo que la mayor parte de las informaciones provenían de fuentes militares. Las mismas no han escatimado en dar a conocer un escenario que, en términos estratégicos, se muestra complejo para Washington.

Lo haremos en dos partes. En la primera, se expone un diagnóstico de las fuerzas armadas de Estados Unidos, a partir de las declaraciones de sus propios voceros. La próxima semana presentaremos algunas opiniones de dirigentes e instituciones políticas, así como de tanques de pensamiento y medios de comunicación vinculados al Complejo Militar Industrial.

Cada quien podrá sacar sus propias conclusiones respecto de la distancia entre la realidad –expuesta por los militares– y los deseos –casi siempre expresados por políticos–. Esta dicotomía ha sido visible en el análisis de los hechos de los últimos dos años en Ucrania y en alguna medida, también en Palestina.

En una conferencia en el National Press Club, el 21 de febrero, el secretario de la Marina de Estados Unidos, Carlos del Toro, afirmó que la Armada china tenía ventajas significativas sobre la estadunidense; entre ellas, una flota más grande y astilleros con una mayor capacidad.

Del Toro considera que Estados Unidos debería modernizar y ampliar su flota para hacer frente a China, que “pretende acabar con el dominio estadunidense en los océanos del mundo”. De igual manera, reveló que el país asiático cuenta con unos 340 buques y avanza hacia una flota de 440 para 2030. Mientras tanto, la Armada estadunidense cuenta con menos de 300.

Por ello, imploró el crecimiento de la Armada de su país; es decir, construir una flota más moderna, a fin de poder hacer frente a la “amenaza china”. Sin embargo, el dato clave es que aseguró que los astilleros navales estadunidenses “no pueden competir con los chinos”. Además, agregó que China tenía 13 astilleros y sólo uno de ellos tiene más capacidad que todos los estadunidenses juntos.

Tratando de explicar esta situación, del Toro aludió a una serie de argumentos. Los mismos fueron refutados en su mayoría por analistas del propio Estados Unidos. Uno de ellos, el investigador y experto en política de defensa en el Indo-Pacífico del Instituto Empresarial Estadunidense, Blake Herzinger, aseguró que es costumbre de los funcionarios culpar a China de sus frustraciones.

“Esto parece desgraciadamente habitual, que la dirección de la Marina tire piedras sobre defectos reales o imaginarios de la construcción naval china, en lugar de tener en cuenta los fracasos de Estados Unidos durante dos décadas, en cuanto a conceptualizar, diseñar y construir buques para su propia Armada”.

Sólo unos días más tarde –el 28 de febrero–, un reporte elaborado por varias agencias informaba que las Fuerzas Armadas estadunidenses afrontaban una escasez de personal, lo cual exponía la posibilidad de abandonar el actual sistema de reclutamiento voluntario.

En 2022, tanto el Ejército como la Armada y la Fuerza Aérea mostraban que tuvieron el peor resultado de reclutamiento desde 1973 cuando cambiaron por completo del servicio tradicional al de un Ejército contratado o “voluntario”. Después de obtener un notable descenso –el cual llevó de más de 2 millones de reclutas en 1990 a 1 millón 400 mil en 2001–, se ha intentado mantener el número total en un nivel estable.

El reporte indica que lo mismo está ocurriendo con los reservistas. Entre las causas de esta situación, se expone la pérdida de confianza de la población en la capacidad de las fuerzas armadas para cumplir sus misiones. En este sentido, un estudio del Instituto Ronald Reagan realizado en 2021 indica que sólo el 45 por ciento de la población estadunidense confía en las Fuerzas Armadas, lo cual supone un 25 por ciento menos que en 2018.

Sin embargo, hay otros factores. Entre ellos, está que las autoridades estadunidenses no se ocupan de los problemas más importantes. Asimismo, se aduce que el reclutamiento basado en contratos no ha dado solución al problema.

No se observa a corto plazo una posible salida a la crisis, lo cual genera preocupación en los altos mandos militares, toda vez que el Pentágono no está listo para reducir el número de la tropa. Para la institución armada, ha sido muy difícil constatar que los partidarios de su regreso han recibido un argumento de mucho peso, tras 50 años desde el abandono del sistema de conscripción.

En la misma dinámica, Bloomberg –citando un escrito que el teniente general de la Fuerza Aérea, Michael Schmidt, preparó para la audiencia celebrada el 29 de marzo, en el subcomité aéreo de la Comisión de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes– informó que sólo la mitad de la flota estadunidense de cazas polivalentes de quinta generación F-35 Lightning II se considera apta para la realización de misiones de combate. La situación es grave cuando se está hablando del caza más moderno de la fuerza aérea de Estados Unidos introducido en el servicio apenas en 2015.

El reporte da a conocer, que durante el mes de febrero de 2023, “el promedio mensual de la capacidad combativa de los 540 F-35 en servicio fue sólo del 53.1 por ciento, muy por debajo de la meta del 65 por ciento”. Esto es una clara manifestación de que dichos aviones no pueden realizar todas las misiones combativas que se le planteen. Se limitan, en no pocos casos, a vuelos de exhibición, pruebas y entrenamientos.

También, el general Schmidt hizo saber que sólo se contaba con menos del 30 por ciento de esos aviones para cumplir las misiones, sin informar las causas de tal situación.

Sin embargo, se ha sabido que existe una continuada carencia de repuestos para los permanentes fallos en los motores de los F- 35, lo cual obliga a que las aeronaves pasen largas temporadas en los talleres. De esta manera, se afecta la capacidad combativa de las fuerzas armadas.

Reafirmando la situación complicada de la institución militar de Estados Unidos, el general Mark Milley –quien en ese momento era jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas– reveló la negativa de Washington de proporcionar misiles tácticos ATACMS a Ucrania, en una entrevista con el periodista Kevin Barón para Defense One, portal estadunidense que ofrece noticias y análisis sobre temas de defensa y seguridad.

Además de ser una consideración a favor de evitar la escalada del conflicto, también obedecía a que “tenemos relativamente pocos ATACMS y tenemos que asegurarnos también de mantener nuestros propios inventarios de municiones”.

Al respecto, Milley expresó que la industria militar estadunidense se tardará “probablemente varios años” en reponer sus existencias y satisfacer las necesidades del Pentágono. Y esto será “muy caro” y no se realizará “por arte de magia en una noche”.

En otro ámbito del mismo problema, el 12 de noviembre de 2023, el periódico neoyorkino The Wall Street Journal informó que el ejército de Estados Unidos se enfrenta a la escasez de sistemas de defensa aérea y antimisiles Patriot.

Las necesidades de Ucrania, de Israel y del propio Estados Unidos –que está siendo atacado en sus bases en Asia Occidental– han generado un inconveniente sin solución a corto plazo. A comienzos de noviembre, tras el agravamiento de la situación en Gaza, Washington envió seis sistemas antiaéreos Patriot a Tel Aviv.

Esta situación ha impedido que Estados Unidos pueda consolidar una adecuada dislocación de fuerzas y medios acorde a lo establecido en sus planes, al conceptualizar el teatro de operaciones de Asia-Pacífico como el de mayor importancia estratégica.

Durante años, los militares estadunidenses solicitaron la dotación de mayor cantidad de sistemas antiaéreos; sin embargo, una y otra vez fueron desoídos. Ahora, en medio de la desesperación que los agobia, el presidente del subcomité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, Doug Lamborn, exigió el aumento de la financiación de la producción de los Patriot. Subrayó que le preocupa “la capacidad [de Estados Unidos] de proporcionar defensa aérea en otras áreas”.

Este sistema –que cuesta unos 1 mil millones de dólares cada uno– son fabricados por Raytheon Technologies (RTX), el cual puede producir sólo una docena de sistemas al año. Se ha informado que hay sólo 60 Patriot disponibles alrededor del mundo. Su efectividad ha perdido credibilidad al haber sido una y otra vez burlados por los misiles yemeníes que atacaron objetivos en Arabia Saudita.

Sin embargo, el problema de fondo es que ni éste ni ningún sistema de defensa antiaérea que posea Occidente es efectivo contra la acción de los misiles hipersónicos en manos de Rusia, China y, recientemente, Irán.

Los misiles hipersónicos han venido a cambiar la ecuación estratégica en materia militar. Transformó a los portaviones –el armamento ofensivo por excelencia en las últimas décadas– en lo que el analista brasileño, Pepe Escobar, ha denominado “costosísimas bañeras de hierro”.

Un misil hipersónico vuela al menos a una velocidad de Mach 5 –un Mach es igual 1 mil 235 kilómetros por hora (km/h)–. Además, posee tecnología de autoguiado que hace imposible la intercepción por su alta maniobrabilidad durante el vuelo. Aunque este tipo de armas se remonta a varias décadas atrás, fue a finales de 2017 que comenzó a tener un funcionamiento eficaz.

Pueden alcanzar una velocidad de Mach 25 –un poco más de 30 mil km/hora– y un alcance de 10 mil km. Rusia ya ha exhibido el Kinzhal (Mach 10), Avangard (Mach 25) y Tsirkon (Mach 8); y China, el Dongfeng 17 (Mach 5). Recientemente, Irán ha dado a conocer el Fattah –Mach 5 con un alcance de mil 400 km–, lo cual lo pone a distancia para aniquilar la mayor parte de las bases estadunidenses en Asia Occidental. Esto incluye a la base naval de la Quinta Flota en Bahréin, a menos de un minuto de vuelo del territorio iraní.

Sólo se necesitarían 11 misiles hipersónicos para hundir los 11 portaviones de Estados Unidos. Ello ocurriría en un lapso de entre tres a ocho minutos, de acuerdo al lugar del planeta donde se encuentren. En ese corto espacio de tiempo, habrá desaparecido el poder naval de Estados Unidos para siempre. Igualmente, los misiles sólo tardarían entre dos a cinco minutos en llegar a París, Londres, Berlín o Nueva York.

Por supuesto, eso no lo desea ningún ser humano racional. Esperemos que los líderes estadunidenses se incluyan entre esos “seres humanos racionales” porque las ciudades rusas y chinas no están desguarnecidas como Hiroshima y Nagasaki.

Tal vez sea esta la razón, por la cual la secretaria del Ejército de Estados Unidos, Christine Wormuth, dijo que su país quiere evitar una guerra en Asia, durante una conferencia organizada por el Instituto Empresarial Estadunidense en Washington, el 28 de febrero de 2023.

No obstante, alertó sobre la urgencia de prepararse para luchar contra China. Wormuth afirmó que: “La mejor manera de evitar una guerra es demostrar a China y a los países de la región que realmente podemos ganar esa guerra”. Aseguró que luchar contra China es sólo una forma de “disuasión”.

Como dijimos antes, Wormuth es política: expresa deseos, no realidades. Se necesita talante superior y mirada estratégica para entender “la guerra como continuación de la política”.

Por eso, desde otra perspectiva, sólo unos días después, el propio general Mark Milley, pareció responderle a Wormuth. En la entrevista antes mencionada para el portal Defense One, el 2 de abril de 2023, sugirió “calmarse sobre la guerra con China”. Asimismo, advirtió acerca de la retórica “recalentada” de una guerra inminente entre Estados Unidos y China.

Milley afirmó creer que había mucha retórica, lo cual podría crear la percepción de una guerra a la vuelta de la esquina, o que estamos al borde de una guerra con China.

El 14 de diciembre de 2023, se dio a conocer que el Senado de Estados Unidos aprobó el proyecto de Ley de Autorización de Defensa Nacional (NDAA por sus siglas en inglés). Este instrumento establece los gastos y políticas del Departamento de Defensa del país, facultando al Pentágono un gasto récord de 886 mil millones de dólares en 2024.

Ahora, la iniciativa será considerada por la Cámara de Representantes. El documento contempla erogaciones, como la compra de buques, municiones y aviones, así como ayuda militar a Ucrania y medidas encaminadas a contrarrestar la influencia de China en el Pacífico. No obstante, esta cifra es falsa; en realidad, es mucho mayor.

Durante décadas, investigadores independientes han afirmado que el gasto militar real de Estados Unidos es aproximadamente el doble del reconocido. En 2022, alcanzó 1 billón 537 mil millones de dólares. Esta cifra duplicó la que se informó públicamente de 877 mil millones de dólares. Estos datos son informados a partir de cifras de la Oficina de Administración y Presupuesto de Estados Unidos (OMB).

Sin embargo, encaran una trampa porque adolecen de dos deficiencias importantes. En primer lugar, las cifras proporcionadas por la OMB con respecto al “gasto de defensa” son más bajas que las proporcionadas en las Cuentas Nacionales de Ingreso y Producto (NIPA) de Estados Unidos, la fuente más completa y definitiva sobre el ingreso y el gasto nacional del país, al punto que es la base total de análisis de la economía estadunidense.

En segundo lugar, como es bien sabido, las áreas clave del gasto militar estadunidense están incluidas en otras partes del gasto federal. No entran en la categoría de “gasto de defensa” de la OMB.

A ese monto habría que agregar los gastos espaciales federales y el total real de las subvenciones a países extranjeros. También, se debe considerar el seguro médico militar –que consiste en pagos para dependientes del personal militar en servicio activo en instalaciones no militares–.

Según un estudio para la revista Monthly Review de Gisela Cernadas –economista de la Universidad Nacional de La Plata en Argentina– y John Bellamy Foster –profesor emérito de sociología en la Universidad de Oregon en Estados Unidos–, estas cifras deberían incluir beneficios, seguro de vida y otros costos para veteranos; seguro médico militar; partes militares del espacio; gastos; subvenciones en ayuda a otros gobiernos, y la proporción de intereses netos atribuidos a los gastos militares federales reales.

En cualquier caso, el gasto militar informado de Estados Unidos es tres veces superior al de China –292 mil millones de dólares–, y 10 veces más que el de Rusia –86 mil 400 millones de dólares–. De hecho, el gasto militar estadunidense es casi igual al de los 10 países que lo siguen en la tabla, los cuales incluyen Rusia, China e India, sus aliados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Reino Unido, Francia, Alemania e Italia, además de Japón, Corea del Sur y Ucrania.

Habida cuenta de los datos, no es el gasto lo que mide la eficiencia de las fuerzas armadas en el planeta. En el caso de Estados Unidos, tal situación tiene otra mirada, si se considera que la fabricación de armamento es el principal componente de su alicaída economía. De esta forma, la elevación de su gasto militar y las presiones para que sus aliados lo imiten están relacionadas con la necesidad de salvaguardar el potencial económico y la estabilidad del país.

De manera tal que hacer la guerra o generar conflictos responde a una necesidad vital estadunidense. La paz es considerada una enemiga de su economía. Así se desprende de las declaraciones del subsecretario de Estado para Asuntos Europeos y Euroasiáticos, James O´Brien, durante una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores del Senado sobre la financiación a Ucrania, quien admitió que el conflicto armado de este país apunta en tal sentido.

O´Brien manifestó que “la batalla por Ucrania también nos permite revitalizar nuestra propia base industrial. Estamos creando nuevas tecnologías energéticas y poniéndolas en práctica en todo el mundo. Estamos construyendo nuevas tecnologías de defensa”.

Esta declaración coincide con las informaciones que dan cuenta que los pedidos militares para Ucrania han incrementado los ingresos de los principales contratistas de defensa estadunidenses, como Lockheed Martin, General Dynamics, Raytheon Technologies Corporation (RTX), Boeing y Northrop Grumman, entre otros.

Fue el propio presidente Joe Biden, quien vino a corroborar la apreciación de O´Brien. Al instar al Congreso a aprobar un presupuesto de ayuda bélica para Ucrania e Israel, el primer mandatario utilizó el mismo argumento de su funcionario. Develó así lo que hasta el momento era un “secreto” en el país: la dependencia significativa de su economía a partir de las guerras. Al respecto, Biden fue más explícito que O´Brien:

“Enviamos equipo a Ucrania que está en nuestros arsenales. Y cuando usamos el dinero aprobado por el Congreso, lo usamos para reabastecer nuestras propias reservas, nuestros arsenales, con nuevo equipo. Equipo que defiende a Estados Unidos y está hecho en Estados Unidos”.

Y detalló: “…misiles Patriot para baterías antiaéreas hechos en Arizona; municiones de artillería fabricadas en 12 estados a través del país, [incluyendo] Pensilvania, Ohio, Texas”.

Por su parte, el Wall Street Journal recoge las declaraciones del ejecutivo financiero en jefe de General Dynamics, Jason Aiken, quien comentó que la guerra de Ucrania ya había elevado la demanda por los productos de la empresa. Apuntó que creía “que la situación israelí sólo impondrá aún más presión hacia arriba sobre esa demanda”.

De la misma manera, el investigador senior y especialista en el complejo industrial militar en el Instituto Quincy en Washington, William D Hartung, explicó que los mayores contratistas militares del país “no existirían sin un flujo constante de financiamiento desde el Pentágono”.

Y, para que no haya dudas, puso el ejemplo de Lockheed Martin que recibe un 73 por ciento de sus ingresos de ventas, a través de contratos con el gobierno de Estados Unidos. Remató su idea afirmando que éstas no eran empresas capitalistas en el sentido tradicional.

De esa manera, quedó expuesto con expresa autenticidad el vínculo macabro entre guerra y economía que sustenta la existencia de Estados Unidos en su devenir cotidiano. Aunque también necesita demostrar liderazgo para mantener su hegemonía.

En este sentido, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, aseguró que los problemas de la actualidad no harán sino “agravarse” sin un liderazgo estadunidense “fuerte y firme”.

Austin –quien tras retirarse del servicio activo en las fuerzas armadas en 2016 pasó a formar parte de la junta directiva de Raytheon Technologies, Nucor y Tenet Healthcare– emite opiniones orientadas a elevar las ventas del Complejo Militar Industrial con regularidad.

Es así, que el pasado 2 de diciembre durante su intervención en el Foro de Defensa Nacional Reagan en California, afirmó que “sólo un país en la Tierra puede ofrecer el tipo de liderazgo que exige este momento”. Ese país, según él, es Estados Unidos.

Este fue el contexto en el que Austin lanzó lo que denominó “el esfuerzo de modernización [de las fuerzas armadas] más ambicioso en casi 40 años”. Consistente en una inversión de unos 50 mil millones de dólares en la base industrial de defensa. Esto, según él, le dará al país una “última ventaja estratégica que ningún competidor puede igualar”.

Sin embargo, como ya va siendo habitual entre los líderes políticos de Washington, este anuncio no se podía hacer sin la retórica que caracteriza a la nación imperial desde su propio nacimiento: El Ejército estadunidense es la fuerza de combate más letal de la historia de la humanidad. Y vamos a seguir así. No debemos dar a nuestros amigos, rivales o enemigos ninguna razón para dudar de la determinación de Estados Unidos.

Por supuesto, Austin habla como funcionario público y empleado de las grandes contratistas militares. El dinero le hizo olvidar sus “cualidades militares”. Y, en cambio, manifiesta deseos que la realidad se encarga de desmentir. Un sólo misil hipersónico ruso puede echar abajo sus sueños de grandeza.

Son las propias fuentes estadunidenses las que se encargan de refutar las quimeras del secretario Austin. De la lectura de un borrador de la primera Estrategia Nacional de la industria de defensa –citado por el servicio de noticias estadunidense Político, el pasado 2 de diciembre–, se desprende que el complejo militar industrial (CMI) tiene problemas para alcanzar el ritmo y la receptividad que le permitan mantenerse por delante de China.

El documento señala la imposibilidad de la base industrial estadunidense para satisfacer las demandas a la velocidad y escala necesarias. Agrega que tampoco podrían responder “ante un conflicto moderno a la velocidad, escala y flexibilidad requeridas para cumplir con las exigencias dinámicas de un conflicto de mayor envergadura”. Ucrania está a la vista.

El informe expone la imposibilidad del CMI de fabricar el armamento que se le solicita con la rapidez deseada, lo cual estaría provocando un desajuste representativo de “un riesgo estratégico” para Estados Unidos. Esto, en la medida que el país se involucra en un cada vez mayor número de conflictos, en particular en el “Indo-Pacífico”.

Según el estudio, la operación militar rusa en Ucrania y el conflicto entre Israel y el movimiento palestino Hamas “pusieron al descubierto un conjunto diferente de demandas industriales con los riesgos correspondientes”. Ha dejado claro que las insuficientes capacidades de producción y provisión son ahora problemas arraigados en todos los niveles de las cadenas de suministro de la producción.

En lo que va de siglo, las fuerzas armadas de Estados Unidos se han involucrado en varias guerras. Las han perdido, a pesar de que no se había puesto a prueba su potencial militar hasta el conflicto en Ucrania.

Avasalladoras intervenciones en Irak, Afganistán, Siria, Somalia y Libia se han sellado con derrotas, destrucción de países e interminables presencias militares injerencistas que desgastaron a Washington, sin que haya podido obtener tangibles resultados que le aporten éxitos estratégicos.

En estos casos, Estados Unidos arrastró a sus aliados a enfrentarse con países del sur, con bajos niveles de desarrollo y economías limitadas. No obstante, una leve mirada de conjunto da cuenta que no han obtenido victorias palpables en Asia Central, Asia Occidental o en África, las cuales hayan podido cambiar a su favor la correlación de las fuerzas mundial.

Pero cuando Washington lanzó a la OTAN contra Rusia –utilizando a Ucrania para ello– se hizo ostensible su incapacidad de obtener victorias estratégicas.

Al contrario, su economía se ha debilitado aún más; su capacidad de maniobra diplomática se ha limitado; el potencial de generar seguridad y confianza en sus aliados ha menguado, y sus instrumentos habituales de presión –el chantaje, la amenaza, la prepotencia y la intimidación– han perdido eficacia ante la decisión cada vez mayor de los pueblos de seguir un camino distinto.

Todo el potencial militar de Estados Unidos –que como se ha demostrado en este trabajo sigue siendo enorme– no basta para emprender una guerra de grandes proporciones y triunfar en ella.

Esta ecuación avanza bajo la sombra que dan los misiles hipersónicos. Se cierne el fantasma de la destrucción total sobre Estados Unidos, en caso de desatar una guerra atómica. Esto podría ser un instrumento poderoso que conduzca a los decisores en Washington a desistir de la suposición de que es posible obtener una victoria estratégica, la cual certifique aquello de que la “historia había terminado” con el dominio absoluto del capitalismo y de Estados Unidos en este planeta.

Eso ya no será posible.

Sergio Rodríguez Gelfenstein*/Prensa Latina

*Doctor en Estudios Políticos; maestro en Relaciones Internacionales y Globales y licenciado en Estudios Internacionales

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