Futbol: adiós a la pasión y al sentido de pertenencia

Futbol: adiós a la pasión y al sentido de pertenencia

En entrevista con Contralínea, el escritor Juan Villoro explica la ausencia de público en los estadios y la mediocridad del futbol mexicano: los dueños de los clubes, quienes exprimen el negocio y corrompen el deporte. La pasión y el sentido tribal de pertenencia que otorgaban los clubes, aniquilado

De forma implícita, la Federación Mexicana de Futbol Asociación reconoció el enfriamiento de la pasión por el balompié nacional, pues ahora las máximas metas establecidas son levantar las audiencias de radio y televisión, así como mejorar las entradas a los estadios.
 
En una encuesta realizada en 2012 por Consulta Mitofsky, casi la mitad de los adultos jóvenes aseguró no ser aficionada al futbol. Muchas son las causas de que hoy sean menos las personas que sudan, tiemblan o rezan frente al televisor o en su butaca en el estadio. El futbol mexicano sufre “una pérdida de identidades”, asegura el maestro Juan Villoro, quien en noviembre de 2012 recibió el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso.
 
Dos son los grandes causantes del eco silencioso en los estadios y en las casas. A los primeros es posible señalarlos con nombre y apellido: los dueños, cuyo único compromiso es con el dinero; el segundo: el nivel de la liga local comparado con las mejores del mundo.
 
Debido a las telecomunicaciones, los aficionados actualmente pueden ver por la tarde a Andrés Iniesta burlar a tres rivales en el área y mandar el balón al ángulo imposible para el arquero, y por la noche, a Omar Bravo patear en el área chica, solo frente al portero, una pelota que acaba en la grada más alta.
 
“La capacidad que tenemos de ver por televisión satelital partidos extraordinarios de la Champions [League], por ejemplo, hace que resulte casi un engaño ver un partido de tu liga, que a veces hasta parece otro deporte”, dice el sociólogo por la Universidad Autónoma Metropolitana.
 
El bajo nivel local provoca una desilusión en el aficionado, que antes veía por puro gusto un partido aunque su equipo no estuviera jugando. “Hay un divorcio que podríamos llamar estético”. Entonces lo que queda es un interés afectivo que lleva al aficionado del equipo Santos a ver los partidos de éste, pero nunca un Jaguares [de Chiapas] contra San Luis [Futbol Club].
 
Los dueños del futbol mexicano no sólo descuidan el nivel deportivo, sino que provocan el disentimiento con sus clubes. No “hay un verdadero compromiso con los jugadores, con las identidades, de mantener un grupo, de jugar con un estilo, de apostar por una cantera” que provoque un sentimiento de pertenencia.
 
Villoro expone el caso de Jorge Vergara quien se enfrenta con los aficionados que le reclaman, amenaza a los jugadores o los castiga económicamente, “cambia de técnico como le da la gana, juegue bien o mal, por arrebatos”.
 
Las porras cada vez tienen menos ídolos a quienes componer canciones, pues un jugador puede ser la estrella en un campeonato y al siguiente vestir la camiseta rival. “¿Cómo vas a sentir identidad con un club que te traiciona, que vende tus jugadores, que no respalda lo que eres? Crear identidad y sentido de pertenencia es un tema cultural y ningún empresario quiere hacer esto”.
 
Hay aficiones que no sólo sufren la escasez de campeonatos, sino que aguantan la hambruna viendo cómo sus colores y hasta nombre colectivo cambia, se muda o incluso se convierte en “hermano menor” de otro club. Tal es el caso del [Club] Necaxa, que ha padecido “una serie de confusiones identitarias muy raras”.
 
—Hoy en día [el Club Necaxa] es un equipo que juega en Aguascalientes –cuenta Villoro–. Yo lo fui a ver allá y me encontré rodeado de japoneses: en Aguascalientes está la principal planta de Nissan en toda América Latina; a los japoneses les gusta el futbol; tienen poder adquisitivo; el [Club] Necaxa tiene los colores de la bandera de Japón; Japón es el país del sol naciente; el [Club] Necaxa es el equipo de los rayos… Hasta la simbología les caía bien y dije: “¡y ése es mi equipo!”.
 
Agrega: “Yo no quiero cambiar [de club] por esta terquedad de respetar mi infancia”.
 

La defensa de la infancia

 
Un joven camina como parte del movimiento estudiantil Yo Soy 132. Grita consignas contra la concentración del espectro radioeléctrico y carga una cartulina que dice “Televisa te idiotiza”. Mira su reloj. Sus amigos antifutboleros le reclaman “congruencia”. Su pulsera azulcrema lo delata.
 
Tenía planeado asistir al estadio Azteca pues el América, su América, jugaría por la noche. Pero dentro de sí, pica la duda: ¿ir o no ir? En su cabeza retumba lo que sabe sobre la manipulación a través del futbol, y cómo Televisa utiliza la pelota para “idiotizar” –como dice su cartulina– a la gente mientras otros consuman sus fechorías. Se cuestiona si es correcto apoyar al equipo insignia de la empresa contra la que se está manifestando, pero también siente que su aprecio por el equipo de toda su vida es sincero.
 
—¿Se puede ser del Yo Soy 132 e irle al América al mismo tiempo?
 
—Cuando un niño se aficiona al América no tiene por qué saber lo que significa Televisa… Y dejar de seguirlo por ser del movimiento sería como decir “yo ya no soy ese niño que se aficionó a un club”.
 
“Cada persona tiene razones íntimas para irle a un club determinado. Y la mayoría de éstas impactaron en la infancia y pueden ser tan caprichosas como la ida a un estadio con un tío o el añoro de la madre nacida en una ciudad determinada… Cualquier detalle puede detonar el amor por un equipo, pero una vez que se establece, aprendes a soñar con unos colores y no con otros. Entonces, cambiar de equipo o dejarlo es como tratar de cambiar de infancia, algo bastante absurdo.”
 
Juan Villoro dice que hay que permitirse el “derecho a ser ingenuos en el futbol” y no “sicoanalizar o sociologizar demasiado los gustos”.
 
En cuestión de futbol hay que apelar a las pasiones humanas. “Debemos dejarnos llevar por esas pasiones intuitivas en el futbol”, recomienda. Pocas catarsis son tan saludables como el festejo de un gol. “El futbol también es una reserva tribal, es una reserva donde podemos establecer contacto con fuerzas primitivas que nos hace bien recobrar”. El abrazar a un desconocido, a alguien que no se volverá a ver, como si fuera un “hermano del alma” son sensaciones primitivas, tribales, que las personas deben permitirse… “más allá de quién sea el capo propietario de su equipo”, concluye.
 
 
 
 
 
 
 
Fuente: Contralínea 323 / febrero 2013 
 
 
 
 
 
  

 

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