Ciudad de Guatemala, República de Guatemala. Se ha dicho que Estados Unidos no tiene 50 estados, sino 51; el quincuagésimo primero es Israel, enclavado en Medio Oriente.
En un principio, este país –creado en 1948 como compensación al pueblo judío luego del holocausto causado por el nazismo con 6 millones de muertos en los patéticos campos de concentración– no jugó el papel terrorífico que presenta en la actualidad.
Como producto de negociaciones británico-francesas que buscaban manejar las reservas petroleras de la zona, el nuevo Estado apareció. Entonces, desplazó al pueblo palestino, pero sin presentar el carácter belicista de hoy.
Fue luego de la Guerra del Sinaí –en 1956–, cuando Estados Unidos –ya en ese entonces potencia global, enfrentada con su archirrival, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), durante la Guerra Fría– entró a jugar en Medio Oriente, con un claro deseo de dominar las fuentes de oro negro.
A partir de ese momento, reemplazó a Gran Bretaña como gran poder imperial. Washington comenzó a entronizar en la región. Desde 1963 –con la presidencia de John Kennedy–, la relación de la Casa Blanca con Tel Aviv se vuelve orgánica.
Allí –y en forma creciente–, Israel se convirtió en la avanzada estadunidense en una zona que considera vital para sus intereses: reserva petrolera, punto donde bloquear la presencia soviética en aquel entonces, y hoy, la posibilidad de entorpecer el desarrollo chino, al tiempo que maneja los hidrocarburos.
No es ninguna novedad que Israel recibe una gran ayuda estadunidense en cuestiones militares: 4 mil millones de dólares al año –el 17 por ciento de la ayuda externa mundial entregada por Washington–.
Por complejos anudamientos de intereses, el lobby judío de la superpotencia –con gran poder de influencia– consiguió que la administración federal e importantes sectores de la iniciativa privada destinen ingentes recursos al país medio-oriental.
La inversión no es gratuita. Israel –más allá de sus sectores pacifistas que también tiene– cumple a la perfección su mandato –no muy oculto, por cierto–: defender intereses extrarregionales. Es el gendarme armado hasta los dientes y la geoestrategia estadunidense destina a la región, incluso, armamento nuclear, oficialmente no declarado, pero existente –hasta 400 armas atómicas–.
Desde la década de 1970, Estados Unidos ha impuesto al mundo la necesidad de adquirir dólares para poder comprar petróleo. En otros términos, la mayor parte del planeta –salvo en ese entonces la Unión Soviética– se vio obligada a depender de la divisa estadunidense para acceder a un elemento tan vital en el mundo moderno como es este energético, indispensable para todo. Sin embargo, ahora las circunstancias cambian.
China –con su particular modelo “socialismo de mercado”– comienza a disputarle la supremacía económica a Estados Unidos en un trato de igual a igual. En esta perspectiva, va de la mano de la otra gran potencia euroasiática: Rusia. Con su inconmensurable poder militar, también le habla de tú a tú a Washington en el campo bélico. La alianza Pekín-Moscú ha dado lugar al nacimiento de los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), ahora ampliados.
Es decir: economías emergentes que, sin dejar de ser capitalistas –salvo China–, intentan alejarse de la supremacía estadunidense. Ahora el gas y el petróleo ya no se negocian en “petrodólares”, sino en otras divisas. Esto significa la decadencia final del hasta hoy imperialismo dominante de Estados Unidos. El mundo está dejando de ser unipolar. Busca un equilibrio multipolar.
Las petromonarquías de Medio Oriente –como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, o una poderosa teocracia como Irán, e igualmente Etiopía (importante productor de petróleo en África) o Rusia (otra gran fuente de hidrocarburos)– comienzan a fijar el precio del petróleo en monedas que no son el dólar.
Se va constituyendo una nueva arquitectura global donde el capitalismo occidental –Estados Unidos y su furgón de cola: la Unión Europea, más el brazo armado de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)– se ve confrontado por un nuevo orden internacional. El Medio Oriente petrolero puede desembarazarse de Washington.
En esa lógica, el Estado israelita –hiper militarizado– queda fuera de juego. Para los países de la región, los BRICS ampliados representan una alternativa más prometedora y tranquila que un Estados Unidos belicista y su sucursal Israel, “un perro rabioso, muy peligroso para ser molestado”, como dijera sin vergüenza el general judío, Moshé Dayan.
En medio de esa nueva perspectiva que se va abriendo con los BRICS, aparece la guerra en la zona. El ataque del grupo Hamás –el 7 de octubre– reabre el conflicto regional. Israel comienza una ofensiva militar sin precedentes. Masacra a la población palestina so pretexto de aniquilar a Hamás. El capitalismo occidental –con su silencio cómplice– termina avalando esa monstruosidad. Una vez más, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se muestra ineficiente para detener el genocidio.
Estados Unidos necesita la guerra. Un Medio Oriente en llamas le es funcional, por eso apoya la injustificable e inmoral actual intervención militar israelí en Palestina. Incluso, promete traspasar miles de millones de dólares para apoyar esa aberración –casi 10 mil palestinos muertos en este mes–. Israel vuelve a jugar el papel de “perro rabioso, muy peligroso para ser molestado”, como decía el militar citado.
Es un mensaje a la región: el genocidio del pueblo palestino en Gaza y Cisjordania muestra que Washington no busca la paz en modo alguno, sino que justifica la guerra. El aniquilamiento de grupos guerrilleros –denominados “terroristas”– es la supuesta razón de las actuales acciones de Tel Aviv, con lo que el Medio Oriente completo arde. Se consuma el mensaje de la Casa Blanca: “¡Aléjense de los BRICS!”
El mensaje también incluye a Rusia y China, quienes no podrán quedar impávidos viendo cómo se ataca a sus socios y a sus inversiones en la zona, por lo que estamos en el preámbulo de lo que podría ser una nueva guerra mundial. Un imperio en declive como es hoy Estados Unidos puede apelar a lo que sea para no perder su cetro. ¿Es la guerra total su salida?
Marcelo Colussi/Prensa Latina*
*Politólogo, catedrático universitario e investigador social argentino, residente en Guatemala
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