La trasnacional Veracel Celulosa, con plantaciones en 10 municipios de Brasil, es acusada de crímenes contra el medio ambiente, evasión fiscal y de corromper servidores públicos. La empresa se defiende. Dice que genera empleos en la zona y cuida más de 105 mil hectáreas libres de deforestación. Un hecho es incontrovertible: toda la celulosa y el 60 por ciento de las utilidades se envían al exterior. El ciento por ciento de la contaminación se queda en Brasil
Fabiana Frayssinet / Tierramérica / IPS-Voces de la Tierra
Río de Janeiro, Brasil. Organizaciones ambientalistas y campesinas brasileñas e internacionales vuelven a la carga contra la industria forestal, esta vez acusando a la corporación Stora Enso de obtener ganancias ilegítimas en la producción de celulosa en el Sur del estado de Bahía.
Las acusaciones están dirigidas a Veracel Celulosa, una empresa de riesgo compartido entre dos “líderes internacionales” en celulosa y papel –la brasileña Fibria y la sueco-finlandesa Stora Enso– que inició en 2005 operaciones industriales en el municipio de Eunápolis, en el Sur del oriental estado de Bahía, según su sitio web.
La empresa posee plantaciones en 10 municipios de esa zona, una fábrica de celulosa y un puerto propio.
Las organizaciones –el Centro de Estudios para el Desarrollo del Extremo Sur de Bahía (Cepedes, por su sigla en portugués), Amigos de la Tierra Internacional y el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), entre otros– argumentan que la empresa tiene deudas con la justicia brasileña por delitos comunes, ambientales y laborales.
“Desde que se estableció en la región, la empresa está cometiendo” desde “delitos ambientales hasta evasión de impuestos, falsificación de documentos y corrupción de servidores públicos, entre otros”, denuncia a Tierramérica el activista Marcelo Durão Fernandes, del MST.
Campesinas del Movimiento de los Sin Tierra realizan frecuentes manifestaciones y ocupaciones de predios de la empresa.
El ministerio público y el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales, autoridad ambiental nacional, impusieron multas a Veracel por la contaminación de nacientes de arroyos y ríos, a raíz del uso de agrotóxicos, principalmente herbicidas, dice Fernandes.
El dirigente del MST atribuye a la “intensa plantación de eucaliptos” la sequía de fuentes de agua, la erosión y la deforestación acelerada de la Mata Atlântica, el gran bioma boscoso que se extendía por todo el litoral atlántico y que hoy ocupa 7 por ciento de su superficie original, tras siglos de explotación agropecuaria y urbanización.
Las denuncias se refieren también a plantaciones en áreas de riesgo ambiental, como cerros y márgenes de ríos y lagunas y en zonas de conservación o indígenas.
Además, la empresa es acusada de no respetar los derechos de los trabajadores. En los últimos años, un tribunal laboral de Eunápolis contó más de 850 demandas contra Veracel y sus subcontratistas, afirma un comunicado de las organizaciones no gubernamentales emitido el 21 de abril, un día después de la asamblea de accionistas de Stora Enso para el reparto de dividendos, celebrada en Helsinki.
Las plantaciones forestales han tomado gran impulso en Bahía y Espírito Santo, en el Este, y en el sureño Rio Grande do Sul. Según datos de 2009, había en el país dos millones de hectáreas plantadas para producir celulosa y papel y las exportaciones sumaban 5 mil millones de dólares.
En 2008, la fiscalía estatal de Bahía pidió a la justicia anular licencias ambientales para plantar eucaliptos, obtenidas por Veracel.
La firma empleó “medios ilícitos, desde corrupción de funcionarios de órganos licenciadores hasta sobornos de alcaldes y concejales”, dijo entonces João da Silva Neto, coordinador de la fiscalía en Eunápolis.
La empresa fue entonces multada y condenada a retirar plantaciones distribuidas en cuatro municipios bahianos y a reforestar con especies nativas de la Mata Atlântica.
Los procedimientos han continuado desde entonces.
Según Ivonete Gonçalves, de Cepedes, grandes extensiones de monocultivos operan sin licencias ambientales, lo que ha llevado a la pérdida de biodiversidad y la expulsión de miles de campesinos de la región.
Estos factores contribuyeron a agravar la inseguridad alimentaria local, según Fernandes. Ya se percibe claramente en Brasil que cada vez que aumentan las plantaciones de monocultivos como soja, caña de azúcar y eucalipto, disminuye la producción y el área plantada de alimentos básicos, como el arroz, el frijol y la mandioca, destaca.
Gonçalves, integrante de Cepedes, cita censos oficiales y del Sindicato de Trabajadores Rurales de Eunápolis, según los cuales en 2002, ocho cultivos regionales generaban cerca de 30 mil empleos.
Hoy, Veracel, “que se apropió de casi todas las tierras cultivables, tiene unos 400 empleos directos y 2 mil 500 indirectos, mercerizados”, explica.
En los 10 municipios en los que actúa, Veracel ocupa 6.1 por ciento del área total de tierras, replica la empresa. En 2007 en esos municipios “apenas 5.3 por ciento de las tierras se empleaban para producir alimentos”. El uso más común del suelo en la zona es la ganadería, que cubre 46.6 por ciento.
“De todas las tierras compradas por Veracel, alrededor de 97 por ciento eran ganaderas”, dice en una respuesta por correo electrónico la coordinadora de comunicación de Veracel, Débora Jorge.
Veracel asegura que “por cada hectárea plantada con eucalipto mantenemos una hectárea protegida, lo que representa casi 105 mil hectáreas en esa condición”.
La empresa “no deforesta, y respeta inclusive el compromiso de no plantar en áreas donde se identificó vegetación nativa en bosques primarios o en estado medio o avanzado de regeneración”, agrega Jorge.
El Programa Mata Atlântica, creado por la firma en 1994, se puso en 2004 la meta de restaurar 400 hectáreas por año. A fines de 2010 ya se habían recuperado 4 mil hectáreas, según Jorge.
La firma asevera que sólo utiliza productos químicos debidamente autorizados, y mediante “un moderno manejo integrado de plagas y enfermedades” logra aplicar productos de baja toxicidad y en “dosis locales y específicas”.
Respecto del efecto del eucalipto en la disponibilidad hídrica, “análisis del Instituto de Investigaciones y Estudios Forestales y de la Sociedad Brasileña de Silvicultura revelan que las plantaciones de eucalipto, manejadas adecuadamente, consumen la misma cantidad de agua que las florestas nativas”, dice Jorge.
Aunque las actividades de Veracel pueden haber causado algún movimiento de personas, las cifras oficiales del censo “no muestran una mudanza real de población del campo a las ciudades”, dice la portavoz de la empresa.
En el capítulo de infracciones laborales, Jorge sostiene que hasta septiembre de 2010 había 175 reclamos laborales de empleados de Veracel, mientras otros 766 correspondían a trabajadores de firmas que prestan servicios a la compañía, que fue citada como corresponsable sólo en los casos en que el empleador condenado a pagar no cumplió su obligación, puntualiza.
Gonçalves se pregunta para quién es importante la presencia de Veracel en Brasil. “¿Para esos pocos trabajadores y los políticos? ¿Quiénes realmente son los beneficiarios? Con seguridad, los suecos y finlandeses”, se responde la representante de Cepedes.
La producción de celulosa y 60 por ciento de las ganancias se envían al exterior, y “nosotros nos quedamos con el pasivo ambiental del monocultivo de plantaciones industriales y con la pobreza en el Sur de Bahía”, reflexiona para Tierramérica el integrante de la coordinación nacional del MST, João Pedro Stédile.