A través del ejército subordinado de Corea del Sur, Estados Unidos amenaza a Corea del Norte. La potencia mundial cierra la pinza militar sobre el régimen de Pionyang mientras grita al mundo que quien “provoca” es Corea del Norte
Pedro Blas García/Prensa Latina
Para una buena parte de medios de prensa y políticos del mundo occidental, la República Popular Democrática de Corea, o Corea del Norte, es parte del “eje del mal”, frase acuñada y repetida hasta el cansancio, desde 2002, por el entonces presidente estadunidense George W Bush.
Justamente en el presente año, el 27 de julio, se conmemorarán 60 años de la firma de un armisticio que concedió la apariencia del fin de una devastadora guerra, la cual dividió una nación en dos partes con los consecuentes traumas históricos, sociales y culturales.
Desde 1910, la Península de Corea fue escenario de la intromisión del imperialismo japonés y el posterior avasallamiento de Estados Unidos, propugnador de la Guerra Fría y principal causante de una tensión que aumenta con los años.
En el plano militar, Washington ejecutó un sistemático cerco a todo lo largo del Este de la Península, justo frente a Corea del Norte, con sucesivos Tratados de Defensa Mutua firmados desde 1952 con Filipinas, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón.
Esa tarea estuvo y está a cargo del Comando del Pacífico de Estados Unidos (Uspacom, por su acrónimo en inglés), cuya jurisdicción abarca 272 millones de kilómetros cuadrados, 36 países, 20 territorios independientes y 10 pertenecientes a Estados Unidos.
El Pentágono ubica, para la zona en conflicto, Fuerzas de Tareas Conjuntas en Filipinas y con cuarteles generales en Tokio y Seúl, además de cuatro grupos de fuerzas aéreas en Japón, Corea del Sur, Hawái y Alaska.
Las bases del cerco
A partir de septiembre de 2001, cuando la debacle “existencial” en la emblemática ciudad de Nueva York [el atentado contra las Torres Gemelas], Washington reorganizó sus fuerzas en la región de Asia-Pacífico.
Desde entonces reagrupó sus instalaciones militares y les asignó tareas específicas, entre ellas el abastecimiento, la logística y el espionaje satelital y de radares.
Así sucedió en Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y Japón, acercando cada vez más los puntos de operaciones a la Península de Corea, para lo cual dedicó un importante número de los 330 mil efectivos que forman el Uspacom.
Desde las bases militares en Guam y Okinawa comenzaron los vuelos de una llamada “inspección”, ejecutados por las aeronaves B-52 y B-2 Stealth (invisibles) sobre esos territorios y el repostaje y mantenimiento de los F-22 Raptors, considerados los más avanzados cazabombarderos de ataque, en localidades surcoreanas.
A Seúl se le incentivó para gastar, en 2012, más de 30 mil millones de dólares en defensa y las posibilidades inmediatas de renovar los aviones F-4 Phantom y F-5, así como el mejoramiento de los F-15 y F-16 que ya posee.
De igual forma, el Pentágono apoya los planes surcoreanos para desarrollar helicópteros de ataque no tripulados, además de los GPS (sistema de posicionamiento global) y radares para el despliegue rápido de tropas y equipos.
Para expertos militares, tales equipos, con sus innovaciones técnicas, están lejos de ser de carácter defensivo, al igual que los sistemas de cohetes Patriot, entre otros.
Los planes bélicos incluyen construcciones de última tecnología con fines militares en la isla de Jeju, a 60 kilómetros al Sureste de las costas surcoreanas, declarada Patrimonio Natural del Mundo por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
El diario de Seúl Joogn Ang describió la isla como “una punta de lanza de la línea de defensa del país”, imprudentemente ubicada muy cerca de la República Popular Democrática de Corea y a menos de 500 kilómetros de China, según el conocido analista estadunidense Noam Chomsky.
Apretar el asedio
Los sucesivos y continuos ejercicios militares entre fuerzas estadunidenses y surcoreanas son ahora más publicitados que nunca en los medios de prensa, incluida la televisión.
Esta vez anunciaron desde Seúl el cese de los llamados Foal Eagle (ejercicios militares), pero no retiraron hacia sus bases originales los B-52 y B-2, tampoco los tres destructores equipados con sofisticados sistemas de alerta encabezados por el portaaviones USS McCain.
Apretar el cerco sobre Corea del Norte contempla un reforzamiento en equipos y hombres en bases militares como la de Kadena, Japón, y Osan, en Surcorea, así como las ubicadas en el archipiélago de Okinawa, todas bien cercanas a la Península.
Junto a todo este vasto programa puramente militar, Estados Unidos promueve sanciones contra la República Popular Democrática de Corea, presiona hasta el límite para negociaciones condicionales, y niega a Pionyang (ciudad capital) la posibilidad del desarrollo nuclear.
Fuentes de inteligencia, incluso de la propia CIA (Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos), han insinuado y tal vez ejecutado ya, según denuncias, ataques cibernéticos contra sitios oficiales de Corea del Norte.
Mientras tanto, el régimen de Seúl, cuyas fuerzas militares dependen y se subordinan al mando del Uspacom en Corea del Sur, no cesa en las provocaciones y actúa como caja de resonancia de Washington.
Mantener la paz en la región es, para todos los involucrados en la crisis, una solución inmediata y no a largo plazo, sin arrogancias o condiciones humillantes para una de las partes.
Así opinan figuras políticas y de numerosos países del mundo porque una guerra tendría imprevisibles consecuencias para un continente que, como Asia, es escenario de cerca del 30 por ciento del comercio mundial y significa algo más del 35 por ciento del producto interno bruto a nivel mundial.
No obstante, la historia marca sus derroteros, y como afirmara el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, “paso a paso, sin prisa, pero sin tregua, como corresponde a su cultura y a su historia, seguirán tejiéndose los lazos que unirán a las dos Coreas”.
Fuente: Contralínea 336 / mayo 2013