El andador y paseo ciclista inician en el estacionamiento de la Escuela Nacional de Trabajo Social. Pirules, alcanfores, cedros y algunos ocotes le dan sombra a toda la ruta que se desdibuja hasta los primeros edificios de la Facultad de Química.

Antes pasa firme por la Facultad de Contaduría y Administración y el Posgrado de la Facultad de Ingeniería, cuyos edificios se observan por el lado derecho. Por el izquierdo se distinguen el estadio de prácticas, el frontón cerrado, el gimnasio olímpico y el área de frontones al aire libre.

Siempre me pareció uno de los lugares más inspiradores de la parte escolar de la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Los árboles, probablemente centenarios, dejan caer sus tupidas y desmayadas ramas a lo largo de un paseo siempre fresco y verde.

Lo que ocurre hoy en esos jardines es grotesco. Los narcomenudistas se han apoderado de esa plaza. El humo y el olor a marihuana no se disipan aunque estemos al aire libre. Los dealers retan, amenazan con la mirada a quien detiene su paso por el lugar y no les compra. Se saben impunes. Muchos de los que venden tienen alrededor de 50 años. Conforme se avanza, se puede observar a muchachos que sobre los tubulares de los botes de basura hacen líneas de polvo blanco para aspirarlo con ansia. Más adelante, una pareja mantiene relaciones sexuales a la vista de todos.

Me detengo justo en la caseta telefónica en la que asesinaron a Lesvy Berlín Martínez Osorio, casi al final del sendero. La ofrenda marchita se confunde ya con las hojas y la basura que arrastran las esporádicas corrientes de aire. Al menos dos cámaras apuntan a la zona.

“Tenga cuidado con la lacra; no les gusta que tomen fotos ni que anden periodistas por aquí”, me dice un integrante de Vigilancia UNAM. Es parte del grupo de ocho personas que exhortan a los vendedores y consumidores de droga que abandonen el lugar. Todos obedecen. En 5 minutos, los últimos se han retirado.

Qué difícil es creerles a las autoridades universitarias cuando tratan de explicar lo que ocurre en la UNAM. Ahí, en el campus, estudiantes y maestros saben quiénes venden drogas, a qué hora llegan, a qué hora se van; por qué salidas, y qué tipo de armas portan.

¿Cómo es que dejaron crecer a los grupos de narcomenudistas que ahora controlan la zona de los frontones, el pasillo de acceso a la Biblioteca Central o los jardines de acceso Ciudad Universitaria por la estación Universidad del Sistema de Transporte Colectivo Metro? ¿En verdad, simplemente las autoridades universitarias no pudieron? ¿O ese era el plan? ¿Hastiar a los incautos para cerrar los accesos a la Universidad a quienes no cuenten con credenciales y contrarrestar la organización estudiantil?

Antes de la huelga de 1999-2000, los grupos porriles buscaron desmovilizar y amedrentar a los estudiantes que se organizaron contra el cobro de cuotas en la Universidad. Previo al estallamiento de la huelga, los porros violentaban en distintos espacios de los campus universitarios. Pero el movimiento desbordó y, sin violencia, acabó con los grupos de choque, simple y sencillamente porque la participación de estudiantes fue masiva.

Después de la huelga, luego de la entrada de cuerpos militares recién integrados a la entonces Policía Federal Preventiva, no había organizaciones porriles. Poco a poco se reorganizaron, rearmaron, fortalecieron. Y han atacado a colectivos estudiantiles (como en el caso de la destrucción de la cabina de Regeneración Radio, por mencionar sólo un ejemplo). En otras ocasiones, han tratado de vincular a los estudiantes politizados con estos grupos. Han buscado hacer creer que en espacios estudiantiles se vende droga.

Cuesta trabajo creer en las autoridades de la UNAM y de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México cuando se ponen de acuerdo para hablar de “suicidio” del estudiante Víctor Manuel Orihuela Rojas.

Habían pasado más de 15 horas de la muerte de Víctor Manuel cuando funcionarios de la Procuraduría comenzaron a filtrar información a algunos medios de comunicación. Dijeron que el alumno, alcoholizado o bajo los efectos de algún tipo de droga ilegal, había discutido a las puertas de la Facultad de Filosofía y Letras con otros estudiantes y personal de vigilancia. Eran alrededor de las 22:00 horas. Y que, necio, no sólo insistió en ingresar a la Facultad sino que eludió a los vigilantes y subió las escaleras. Después de eso, los “testigos” –decían las versiones filtradas de manera interesada– sólo escucharon un fuerte golpe y hallaron el cuerpo, que cayó del segundo o tercer piso de la Facultad.

En los comunicados oficiales, ambas dependencias se cuidaron de no mencionar los “detalles” del supuesto estado de alcoholemia (o bajo el influjo de otro tipo de drogas) de Víctor Manuel, pero que sí ofrecieron de manera extraoficial a algunos medios de comunicación. Sin citar fuentes, las primeras notas difundieron que el alumno estaba drogado y se trataba de una persona “problemática”. Hubo quienes advirtieron que probablemente el estudiante estaba relacionado con la compra o venta drogas en el lugar y cuestionaron su presencia en la Facultad de Filosofía cuando “su lugar” estaba en Odontología… como si Víctor no pudiera visitar a alguna amiga o amigo en esa u otra facultad, escuela, instituto o colegio.

Después se conoció un poco más de Víctor y su familia. Y estas primeras versiones se toparon con un estudiante cabal. Su perfil no encaja, para nada, con el de alguien que busque drogas, escandalice o padezca alcoholismo. Hoy sí sabemos que Víctor Manuel era un estudiante de excelencia y músico. Que protestó, junto con miles de estudiantes, por el asesinato de Lesby Osorio, ocurrido la madrugada del 3 de mayo pasado. Compañeros, amigos y maestros desmintieron que Víctor tuviera problemas de alcohol o drogadicción. Por el contrario, lo describieron como una persona inteligente, culta, entusiasta, responsable.

Entonces la hipótesis que se instaló en los medios, a merced de las filtraciones de la Procuraduría y las fuentes extraoficiales de la UNAM, fue la del “suicidio”.

Cuántas explicaciones nos debe el “precandidato” priísta a la Presidencia de la República José Narro. Durante su paso como rector de la llamada máxima casa de estudios crecieron y se fortalecieron los grupos de choque y los narcomenudistas.

Los estudiantes sabrán pedir cuentas y no se dejarán sorprender. No será pidiendo credenciales ni amurallando la Universidad como se acabará el problema. No dejarán que se utilice el pretexto de los dealers para arrasar con colectivos y okupas de muy variados signos, que pueblan y enriquecen la vida universitaria.

Zósimo Camacho

[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ZONA CERO]

 

 

Contralínea 544 / del 19 al 25 de Junio de 2017

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