Argelia impidió su desarticulación como Estado durante la llamada Primavera Árabe y que le afectara la guerra contra la vecina Libia (2011), pero como potencia petrolera aún es objetivo de las ambiciones geopolíticas occidentales.
El país norafricano, escenario de protestas contra el gobierno de Abdelaziz Bouteflika, específicamente por la decisión de que éste se postule para un quinto mandato presidencial, si bien combina una serie de factores propios de un país del tercer mundo y del subdesarrollo, incluye el tema de la doctrina energética en boga.
Muchos análisis sobre esas conversiones inducidas por Estados Unidos y la Unión Europea conceden menos crédito a la promoción de la democracia que a la intención de reforzar sus políticas para la subregión orientadas a la preservación de sus intereses geoestratégicos y económicos, lo cual resulta más reaccionario que otra cosa.
Es evidente la existencia de un plan dirigido a replantearse las estructuras del poder en las regiones productoras petroleras más sensibles a sufrir modificaciones que, en última instancia, posibiliten una especie de cambio de propiedad de esas fuentes en un proceso más amplio, la recolonización.
Tal transformación puede asumir al menos dos formas muy claras de expresión: la violencia, como ocurrió con la guerra desatada por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y sus aliados contra el gobierno de Muammar Gadafi; o las presiones políticas para obligar a ceder.
También es claro que ninguna estructura de poder político es perfecta y que todas son perfectibles, pero lo que ocurre en Libia es un ejemplo del desatino al que conduce la aplicación de un proyecto, cuya esencia neoliberal arruinó al Estado que en la región septentrional africana logró avances sociales significativos.
En diciembre de 2011, la Libia de Gadafi se precipitó hacia el caos con el conflicto armado desatado por la OTAN, el cual se avenía perfectamente con la guerra contra el terrorismo comandada por Estados Unidos. Al magnicidio sucedió el derrumbe del Estado y sus dramáticas consecuencias que hoy se observan.
La otra táctica toma a la guerra como segunda opción, aunque sin desecharla como instrumento político. Ésta da más prioridad a la revuelta ciudadana (inducida o real): su arsenal se remite mayormente a la sociedad civil (manipulada o no) y emplea viejas experiencias para corroer interiormente a Estados sólidos, enfermarlos y someterlos.
Ambas formas de actuar tienen como fin dislocar los sistemas incompatibles con la supeditación y/o el alquiler de su soberanía, la cual ganaron con mucha sangre y sacrificio países como Argelia, que logró su independencia de Francia en 1962 y después debió defenderla de 1992 a 2004 del extremismo de base confesional.
En esos procesos, los argelinos demostraron ser firmes defensores de la integridad nacional y su apego a la tradición árabe, que no se desmarca del Islam, pero tampoco de otras manifestaciones religiosas e ideológicas que interactúan en la construcción de su Estado-nación.
Las referencias a ese órgano –según Louisa Aït-hamadouche, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Argel– precisan que no gobierna “un régimen político predador que no redistribuya, al contrario, a través de los presupuestos del Estado podemos observar que la importancia de las prestaciones sociales es cada vez mayor”.
Conforme con ese criterio, se palpan las concesiones de “subvenciones, ayudas directas a los jóvenes a través de programas de inserción económica y laboral, la cancelación regular de deudas a las empresas…”, lo cual ayuda a distender el ambiente social y sus posibles crisis.
Bordeando trampas
Desde la instauración en 1992 del pluripartidismo en Argelia, la carrera por el poder pasó por varias etapas y gobiernos: los de Chadli Bendjedid, Mohamed Boudiaf (asesinado poco después de asumir la Presidencia), Ali Kafi, Liamine Zéroual y Abdelaziz Bouteflika, todos procedentes de la lucha de liberación nacional.
En 1999, Bouteflika se presentó como candidato independiente en las elecciones presidenciales, pero contó con el respaldo del Frente de Liberación Nacional y del Reagrupamiento Nacional Democrático, y obtuvo cerca del 74 por ciento de los votos, por su larga trayectoria política desde la independencia, cuando fue ministro del gabinete de Ahmed Ben Bella.
Ese año se instrumentó el Plan de Concordia Nacional, aprobado por el Legislativo, que le permitió decretar una amnistía para los presos integristas que no estuvieran implicados en delitos de sangre y se instrumentó un programa de reinserción social, dos acciones consideradas pasos importantes en la conciliación argelina.
Fue un destacado jefe militar durante la lucha por la liberación nacional –era conocido como Abdelkader– y un hombre muy cercano al coronel Houari Bumedienne, cuyo nombre era Mohamed Ben Brahim Boukharouba, líder argelino de la guerra y presidente desde 1965 hasta 1978 cuando falleció.
De ese héroe es la frase: “Argelia es hija de su propia historia”, con la cual le respondió a un pronunciamiento del presidente francés Valéry Giscard d’Estaing durante una visita en 1975 al país norafricano, con la que Bumedienne precisaba una realidad fidedigna imposible de tergiversar o doblegar.
Al lado de Bumedienne se hallaba Bouteflika, a quien el Frente de Liberación Nacional propone actualmente para un quinto mandato presidencial, en el contexto de la institucionalidad otorgada por la Constitución de Argelia, el instrumento judicial que reafirma la legalidad de la vida política del país y regula toda acción institucional.
Las marchas callejeras presentan aristas incisivas perjudiciales para la convivencia y la seguridad nacionales, de lo cual están claras las autoridades, de ahí que en misiva abierta Bouteflika manifestó que si el pueblo argelino “renueva su confianza” asumirá la responsabilidad histórica de realizar su demanda fundamental: el cambio de sistema.
El mandatario fue más lejos al plantear la elaboración y adopción de una nueva Ley Fundamental que se apruebe mediante referendo para el nacimiento de una Nueva República y el nuevo sistema argelino.
En el preámbulo de la actual Carta Magna se puntualiza que “el pueblo argelino es un pueblo libre, decidido a seguir siéndolo”. Y añade que “su historia, de varios miles de años, es una larga cadena de luchas que ha hecho de Argelia una tierra de libertad y dignidad”, lo cual se ha honrado desde 1962.
Julio Morejón/Prensa Latina
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