“Auschwitz fue sólo un interregno, lo peor está por venir”
Han pasado casi 100 días desde que inició la ofensiva contra la Franja de Gaza, un espacio geográfico de apenas 365 kilómetros cuadrados y donde habitan poco más de 2 millones de personas. Es uno de los lugares con mayor densidad de población en la tierra, al cual Noam Chomsky ha denominado como la cárcel a cielo abierto más grande del mundo. Está triunfando la distopía.
De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la distopía es una “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. En lo que quiero hacer hincapié es en la idea de “representación de una sociedad futura”. Ya no es un evento ficticio, aunque rebasa nuestra imaginación.
Hace unos años, el filósofo esloveno Slavoj Zizek explicó que una forma de convencer que la tortura es un mal necesario para lograr la seguridad del pueblo estadunidense es a través de la difusión de ideologías en los contenidos cinematográficos. Específicamente, se refiere a la película La noche más oscura (2012), protagonizada por la actriz Jessica Chastain.
El argumento gira en torno a una agente de la CIA, Maya (Chastain), quien en 2003 es asignada a trabajar con Dan (Jason Clarke), un oficial de la embajada estadunidense en Pakistán.
Durante los primeros meses de su asignación, Maya acompaña a Dan a un “lugar negro” –centro de torturas– para su interrogatorio continuo con Ammar (Reda Kateb), un detenido con enlaces a varios terroristas saudíes.
Dan lo somete a tortura y humillación. Finalmente, Maya y él le hacen truco para que divulgue que un viejo conocido, con el alias de Abu Ahmed al-Kuwaiti, está trabajando como mensajero personal de Bin Laden.
Lo central para Zizek no es el fin, sino los medios, y encubrirse con esa máxima atribuida a Nicolás Maquiavelo: “el fin justifica los medios”. La tortura presentada como un mal necesario, como el mal menor, justifica el fin: la captura de “El terrorista”.
De igual forma, Israel busca justificar un genocidio y el asesinato de miles de niñas, niños y bebés como un mal necesario para destruir a las milicias de la resistencia palestina y a Hamas.
Las imágenes que recibimos a través de las redes sociales –muchas de ellas acompañadas con música de fondo– son propagandísticas. Sin embargo, tienen un doble fin.
Por un lado, sensibilizar y mostrar, de forma desgarradora, lo que los medios corporativos y hegemónicos invisibilizan y silencian: la ocurrencia de un genocidio en tiempo real, donde las y los civiles están siendo las principales víctimas.
Pero, por otro lado, buscan inocular frente a la barbarie y, reitero, presentar el mal mayor como el mal menor, pues en apariencia el fin es lo contrario a lo que está ocurriendo.
El triunfo de la distopía se presenta cuando se nos muestra un escenario que proyecta, posible, pero improbable aún, “una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”.
Las imágenes de la muerte y la destrucción son tan irreales que ya rebasan la imaginación. Con toda certidumbre, se puede afirmar que representan una ficción de esa sociedad futura, distópica, tal y como en muchas ocasiones la hemos visto representada en las películas de Hollywood.
Pero esa distopía no sólo es representación. También preocupa, y debería ocuparnos, que la consecuencia de estas acciones sea la configuración de un Nuevo Orden Mundial, en el cual el derecho internacional y las convenciones –que hasta hoy se conocen para salvaguardar los derechos humanos, fundamentalmente el derecho a la vida, y centralmente el de personas civiles, en el marco de conflictos armados –están siendo convertidos en letra muerta.
Las últimas acciones de Estados Unidos y Reino Unido en el Mar Rojo contra Yemén contravienen cualquier orden internacional. Incluso se pasó por alto al Congreso estadunidense, pues, sin autorización previa, se ordenó llevar a cabo los ataques contra los hutíes.
Algunos líderes mundiales como Justin Trudeau, el propio Joe Biden, Olaf Scholz, entre otros niegan el genocidio, luego de la denuncia interpuesta por Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Esto muestra el ethos cínico propio y característico de la modernidad capitalista, en su máxima expresión. Y tal como lo menciona Slavoj Zizek: son cínicos porque saben lo que hacen, pero lo siguen haciendo.
Asimismo, considero que estos eventos muestran una crisis de las democracias liberales representativas. Por todo el globo terráqueo, hemos visto manifestaciones en favor de Palestina, de su liberación y del fin del genocidio.
Mientras los pueblos enarbolan el grito de libertad, los “representantes populares” niegan el derecho de Palestina a existir como un estado libre y soberano, niegan el genocidio y niegan la barbarie.
Y en tanto, continúa el genocidio y el asedio hacia el pueblo palestino en la Franja de Gaza y en Cisjordania. Nos mantenemos como testigos mudos y distantes de dicho suceso, pero también de lo que posiblemente sea un cambio de paradigma, en el cual el derecho internacional sea sólo cartas de buenas intenciones.
Un poema del poeta español León Felipe dice “que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre… ha inventado todos los cuentos.” Así, cuentos y más cuentos, el tiempo corre y los ríos de sangre en la Franja de Gaza siguen.
El filósofo Walter Benjamin dice que “articular históricamente lo pasado no significa conocerlo ‘tal y como verdaderamente ha sido’. Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en un instante de peligro”.
Y, en este instante de peligro y barbarie, han sido los pueblos que han vivido en carne propia el colonialismo, el racismo y las guerras imperialistas los que hoy defienden la causa Palestina de forma más contundente.
Así, Sudáfrica –que vivió bajo régimen de apartheid durante 44 años– presentó una denuncia por genocidio contra Israel ante la Corte Internacional de Justica de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La CIJ ordenó a Israel algunas medidas que debe acatar. Entre éstas, destaca que “debe tomar todas las medidas necesarias para impedir cualquier acto que pueda considerarse genocida”.
Hay dos problemas con este ordenamiento: uno semántico y otro histórico. La CIJ no termina de reconocer la ocurrencia de una genocidio, sino que orden que se prevenga su posible ocurrencia.
El otro problema: Israel ha violado toda y cada una de las resoluciones de la ONU y ahora acusa de antisemita a la CIJ. Es tiempo de colocarse del lado correcto de la historia, y para Benjamin, el lado correcto es el de los oprimidos.
Ruth A Dávila Figueroa*
*Profesora investigadora del CIDE
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