Segunda y última parte / Primera parte
En la etapa inicial del capitalismo, durante el proceso de acumulación originaria del capital, se desarrolló el colonialismo, que condujo a la concentración de riquezas en los mercados europeos. El excedente de oro y plata estimuló el aumento explosivo de la demanda de mercancías, lo que provocó la revolución industrial, que permitió a las potencias europeas dominar los mercados mundiales y seguir adueñándose de las riquezas de América, Asia y África, esclavizando a sus habitantes o sometiéndolos a la servidumbre y apoderándose de su tierra. Han pasado los siglos y, tras largas y sacrificadas luchas, por fin en el siglo XX el colonialismo fue formalmente condenado por la humanidad y hasta la Organización de las Naciones Unidas (ONU) emitió resoluciones en su contra, sin que eso signifique que se haya ganado la batalla; ya que Estados Unidos mantiene colonizado Puerto Rico aun cuando el 15 de agosto de 1991 el Comité de Descolonización de la ONU reafirmó el derecho de Puerto Rico a la libre determinación e independencia. Pero Estados Unidos para disimular le llama “Estado Libre Asociado” a la nación hermana, además mantiene invadido Afganistán, Israel mantiene ocupada Palestina, etcétera…
En la etapa actual del capitalismo, ya en decadencia y putrefacción, en su fase de capitalismo monopolista de Estado, en la que el Estado se coloca al servicio de las grandes corporaciones capitalistas y las grandes corporaciones se ven compelidas a aumentar frenéticamente sus ganancias debido a la caída constante de la tasa de ganancias –por lo que necesitan apoderarse nuevos mercados y fuentes de materia prima, de petróleo, y sectores energéticos, oro, plata, etcétera–, el colonialismo ha reaparecido con nuevos disfraces y, hoy por hoy, las corporaciones y los gobiernos de las potencias que las defienden desarrollan activamente el llamado neocolonialismo. Cambia la forma, el fondo es el mismo. Desgraciadamente la explotación se redobla e intensifica. Tan sólo en los sexenios de Fox y Calderón las corporaciones se llevaron más oro y plata de México que los invasores españoles en toda la época colonial.
El neocolonialismo busca abrir las puertas –por voluntad o por la fuerza– de los países para que las corporaciones tengan prioridad y dominen el desarrollo económico a su favor, exploten las riquezas naturales y a la población trabajadora, estableciendo una moderna esclavitud (véase la reforma laboral en México) y llevándose al bolsillo grandes ganancias. Esto implica el control de los gobiernos, subordinándolos al servicio de intereses extranjeros y de grandes corporaciones nacionales, así como la integración económica, política, militar, cultural de los países, sometiéndolos a los intereses de las potencias dominantes, tal como sucede con la integración de México a Estados Unidos de las corporaciones estadunidenses. Esa integración subordinada incluye el muro de la muerte (muro fronterizo) que no es más que una forma de apartheid de facto que impide el libre tránsito de personas por un lado, y por el otro establece la infraestructura para el saqueo y los “corredores de transporte intermodales”, para usar nuestro territorio como su vía de paso para que circulen rápidamente nuestras riquezas hacia Estados Unidos y las mercancías estadunidenses hacia Europa y Asia.
Por ello, frente a las amenazas a cada una de las naciones, es vital la lucha por la soberanía nacional y popular y desarrollar la idea y la experiencia de que cada país se autodetermine, contando con la capacidad y el derecho de explotar sus propias riquezas del suelo y el subsuelo y disfrute del producto de su trabajo. La lucha por la soberanía implica el rescate de historia, raíz e identidad. La mentalidad colonialista falsifica todo lo concerniente a estos tres aspectos tan importantes. En la mayoría de los países se limitó la independencia a la autonomía política, no a la económica y en muchos casos siguió la subordinación hacia países extranjeros y a sus instituciones, incluyendo las académicas y culturales, con el fin de continuar reproduciendo la visión de la vida eurocentrista, lo que hoy ha ayudado a la penetración neocolonial. Por eso la necesidad de combatir la dependencia en cualquier orden. Los colonialistas y neocolonialistas basan su dominio en la idea de que los pueblos están sometidos por su incapacidad de autogobernarse, desarrollar su economía, integrarse socialmente o lograr la unidad interna; pues, según los dominadores, son violentos, bárbaros, desunidos, terroristas, ingobernables e incapaces de aprovechar sus riquezas y lograr el bienestar. Para que estas ideas logren penetrar y convencer, han falsificado la historia alterando los hechos para demostrar sus dichos. Con el fin de negar que su dominio se impuso con salvajismo, robo, saqueo, y para esconder el abuso, dicen que los pueblos “los invitaron”, “les pidieron su intervención”, “se entregaron voluntariamente”, tachando a quienes no aceptan su hegemonía de “atrasados”, “irracionales”, “antisociales”. En los países que llevan años sufriendo el colonialismo y luego el neocolonialismo se descalifica a los pueblos indígenas originarios, se pretende declararlos “inexistentes” negando las raíces que son cimiento de una nación para enaltecer a los criollos, presentando a los pueblos como “salvajes” y “sanguinarios”, mistificando el crimen del colonialismo para presentar a los europeos como “civilizadores” portadores de la “cultura”. Por eso tergiversan la historia universal y local y usan un lenguaje que encubre la realidad. Así, a la invasión europea se le llama el descubrimiento de América, cuando la realidad es que ésta se efectuó hace más de 35 mil años en que las primeras migraciones poblaron nuestro territorio. Los europeos se encontraron con poblaciones de millones de personas que por generaciones eran dueñas de la tierra, y de un plumazo y con violencia las despojaron. En México, al inicio de la guerra de invasión se le llama la llegada de los españoles; a la invasión estadunidense le llaman la guerra México-Estados Unidos, e incluso la historia milenaria de los pueblos la inician con un breve preámbulo y se centran principalmente en la época de la colonización, como si la invasión europea fuese el inicio de la verdadera historia nacional.
En la época actual de predominio del neocolonialismo, a quien defiende la historia real de los pueblos originarios y rescata su cultura se le tacha de difundir que “vivían en un paraíso” y se le califica de “ultranacionalista”, “fanatismo”, “trasnochado”, insistiendo en que no hay que “refugiarse en el pasado”. Así intentan descalificar a quienes tienen una visión real de lo que sucedió y sucede en nuestras tierras. Pero no hemos de refugiarnos en el pasado, sino conocer la realidad y la experiencia, para evitar que vuelva a repetirse; y de cara a construir un futuro en el que se vivan relaciones de pleno desarrollo humano y de auténtica libertad y solidaridad entre las personas, los pueblos y naciones. El rescate histórico nos ayuda en la actualidad a romper la falsa idea de que somos incapaces de desarrollar nuestra economía, autodeterminarnos y elevar la cultura, y que sólo la intervención extranjera traerá “civilización, paz y orden”, cuando la experiencia es que ésta no es la solución sino el problema, y que conlleva el saqueo, la opresión y la explotación de los trabajadores y del país. Por eso es necesario poner las cosas en su lugar, dejar de glorificar a los invasores y denostar a los pueblos originarios comenzando por calificar los hechos por su nombre. No da lo mismo hablar de una Noche Triste que de la Noche de la Victoria, cuando los derrotados fueron los invasores extranjeros y sus aliados locales. Sí importa dar a conocer quién asesinó a Moctezuma y que no lo hizo su propio pueblo, como acusan los cronistas militares españoles para ocultar su crimen. Hay que aclarar si es cierto o falso que había “sacrificios humanos masivos” en el siglo XVI en el valle del Anáhuac, como acusa la historia oficial y desmentir las versiones que difundió Europa desde hace siglos para justificar sus actos. Dejar claro que no es verdad que Hidalgo y Morelos se “arrepintieron” de luchar contra el rey y de promover la Independencia para su tierra, como tanto difundió el gobierno virreinal, etcétera. No es posible continuar aceptando una historia falseada y tergiversada que sirve a los dominadores para el control de millones de pobladores de los países sometidos.
Recuperar la historia real significa reivindicar la capacidad de cada pueblo para autodeterminarse y constatar la existencia de mujeres y hombres capaces de luchar consecuentemente –hasta dar la vida– por justicia y derechos. Esta lucha por la historia es parte integrante del desarrollo de la lucha actual por la soberanía popular y nacional, que incluye la soberanía energética y alimentaria; del combate para lograr que las decisiones se tomen democráticamente y en pos de los intereses mayoritarios, ya que la democracia moderna implica que el pueblo decida por sí mismo el rumbo del país y disfrute de sus riquezas fruto de su trabajo. Esto conduce a la lucha frontal contra el neocolonialismo y todos los conceptos falsos y viciados que desde hace años se introducen en la cultura para someter a los pueblos, así como la falsificación histórica.
En el colonialismo, cuando España entró en decadencia en los siglos XVIII y XIX e impuso las reformas borbónicas para financiar sus guerras contra Inglaterra y Francia, aumentó la injerencia y explotación de la metrópoli contra nuestra nación. Eso dio pie y desencadenó la lucha por la Independencia. En el neocolonialismo actual, Estados Unidos (como se palpa crudamente en la actual crisis) ya está en decadencia y necesita cada vez más recursos para financiar sus guerras y construir su dominio mundial, por lo que su injerencia y explotación contra nuestro país se redobla. Pero así como en el colonialismo las reformas borbónicas condujeron a la lucha por la Independencia, en la época actual, del capitalismo en decadencia, las reformas neoliberales crean condiciones materiales que nos conducen a los mexicanos a la lucha por la plena soberanía, como única forma de mejorar nuestra vida. Es hora de la lucha por la segunda independencia (política, económica, cultural, militar) de México, de la lucha por la soberanía. Nuestra lucha triunfará más temprano que tarde, porque va en interés de la sociedad, de las naciones y de las futuras generaciones. Tenemos gran fuerza y por eso se explica el miedo de los círculos oficiales y de sus medios que defienden los grandes intereses de las corporaciones y evitan que se difunda una alternativa a su visión de la vida, de la historia y el acontecer actual, e impiden que se muestre el camino de salida a la terrible situación que vivimos. Pero aunque les pese, sí existe una alternativa y terminará por triunfar. Abriremos así la ruta hacia el futuro.
Pablo Moctezuma Barragán*/Segunda y última parte
*Politólogo y urbanista. Dirigente de Mexteki y vocero del Congreso de la Soberanía
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Contralínea 401 / 31 agosto de 2014