“¡Pinche indio!” resume el desprecio y la violencia que se ejerce contra los pueblos originarios de México. La frase –a flor de labio de capataces con o sin azote, terratenientes, políticos de todos los partidos, funcionarios, empresarios y encopetadas de salones de belleza– se escucha incluso en los barrios populares urbanos. Generalmente va acompañada de otros adjetivos: “estúpido”, “ignorante”, “cochino”, “güevón”… La violencia verbal sólo es reflejo pálido de la violencia física, directa e inclemente que se ejerce, hasta el exterminio, contra las personas y las culturas que poblaron primero lo que hoy se conoce como República Mexicana. Es una violencia histórica y sistemática.

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La miseria y marginación en que viven hoy es resultado de cientos de años de despojo y muerte. No ha sido una violencia contra una cultura o culturas abstractas. Millones de personas –hombres, mujeres, niñas, abuelos– han regado con su sangre los desiertos de Sonora y de Baja California; la fría sierra de Chihuahua; la árida Montaña de Guerrero; las ruidosas selvas de la Huasteca y de Chiapas; las sabanas perenes de Yucatán; las mojadas cañadas de Puebla y Veracruz; los lagos y los montes templados del antiguo Anáhuac. Millones de existencias segadas entre dolores sin consuelo; a veces, sin siquiera con la oportunidad de levantar la voz ante sus verdugos; otras, con la mirada rebelde en alto y en las manos el arco y la flecha, la sonda o el fusil.

A la llegada del conquistador, en el siglo XVI, poblaban la parte central de lo que hoy se llama México entre 30 y 37 millones de seres humanos, según estimaciones del antropólogo y etnohistoriador estadunidense Henry F Dobyns. La crisis humanitaria comenzó en esa misma época, junto con el saqueo, el sometimiento y la destrucción. Ayer, 13 de agosto, se cumplieron 495 años de la caída de la última resistencia que ofreció Mexico-Tenochtitlan a la Corona Española. Fue la más famosa, pero no la única: purépechas, triquis, mayos, yaquis, mixtecos, mayas, apaches, tepehuanos… resistieron de manera permanente o intermitente por todo el periodo colonial.

Pero el exterminio durante la Colonia (1521-1821) no fue tan cruento como lo es a partir del siglo XX. En 1900 quienes poblaban México eran mayoritariamente indígenas que hablaban más de 100 lenguas a las que habría que sumar sus respectivas variantes dialectales. Hoy, los indígenas representan –según cálculos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía– el 6.5 por ciento del total de la población de México y son apenas 62 lenguas las que subsisten (también, con sus variantes dialectales). Varias de ellas están amenazadas, algunas nos sobrevivirán a la siguiente generación. En contraste, 24 millones de mexicanos se asumen indígenas aunque ya no hablen los idiomas de sus abuelos o antepasados.

Según los datos oficiales del propio Instituto, más de la mitad de las mujeres indígenas no utilizaron método anticonceptivo en su primera relación sexual por desconocimiento. La mayoría de indígenas que necesitan servicio de salud recurren a los consultorios públicos (donde hay): 72.6 por ciento. Al sector privado acude menos del 1 por ciento de indígenas. Y 15 de cada 100 indígenas no tienen manera de atenderse.

También el Inegi reconoce que más del 70 por ciento de los indígenas de este país vive en pobreza. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo señala que varios municipios indígenas de México, como Cochoapa El Grande, Guerrero, y  Batopilas, Chihuahua, se cuentan entre los más pobres del mundo: sus índices de desarrollo humano son similares a los del África Subsahariana. Y lo que ya no señalan las cifras oficiales es el número de conflictos que se enfrentan hoy por megaproyectos que buscan despojar lo que queda de propiedades comunales a los pueblos indígenas. Más de 300 conflictos de este tipo se libran actualmente a lo largo de la república mexicana.

Acompañé una migración interna de toda una comunidad me’phaa, o tlapaneca, de la Montaña de Guerrero. Una familia dio cobijo al equipo de Contralínea que documentó un penoso trayecto de más 2 mil kilómetros hasta llegar a los campos agrícolas de trasnacionales de alimentos en Sinaloa. Fue un trayecto de burlas, desprecio, extorsiones… porque eran “pinches indios” que no hablaban español. Los choferes del destartalado autobús les manifestaban su repugnancia de tener que transportarlos, los empleados de gasolineras cerraban los baños para que nadie de los “indios andrajosos” pudieran usarlos, las patrullas policiacas les pedían dinero para dejarlos pasar –de madrugada– por la Ciudad de México… Al final los esperaba una tienda de raya y surcos interminables de pepino para laborar por 16 horas diarias. Sin salir de “su país”, estos mexicanos padecen penurias más grandes que las de los mexicanos en Estados Unidos, por ejemplo.

Viven en carne propia lo que esta sociedad les dice todo el tiempo: que valen más muertos que vivos. Porque el indio muerto sí es objeto de respeto y admiración. Ahí sí todas las clases sociales y todo el mestizaje se muestra orgulloso de “nuestros antepasados” y sus “grandes civilizaciones” que nos legaron pirámides y monumentos. Para los grandes empresarios, el indígena que no es parte de su servidumbre, les estorba. Las únicas diferencias que le toleran son las de su vestido y su música, si son para alegrar a los señores. Y si con él no se puede hablar de negocios, entonces es un conspirador. Y los conspiradores sólo pueden tener un destino: la muerte.

Pero ya no luchan de manera aislada. Con el impulso del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el Congreso Nacional Indígena ha logrado una articulación realmente nacional y que involucra a comunidades de prácticamente todas las etnias. Sus demandas no se pueden leer, escuchar o ver a través de los grandes consorcios mediáticos. Sin embargo, puede sintetizarse en una: autonomía.

Sirva la conmemoración de estos 495 años de que ocurriera la caída de los tenochcas, para recordar a Cuauhtémoc y a Cuhitláhuac, pero también a Jacinto Uc Canek, al Gerónimo rebelde, Tetabiate y los cientos de miles que exigen y construyen autonomía hoy. Ignorados y menospreciados, preparan la avalancha que habrá de derrumbar palacios y prejuicios de cientos de años.

Zósimo Camacho

[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ZONA CERO]

Contralínea 501 / del 15 al 20 de Agosto 2016

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