El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha gobernado absolutamente todo el comercio de Canadá, Estados Unidos y México por más de 23 años. Todas las relaciones y operaciones económicas que se realizan en los tres países son atravesadas por ese acuerdo.
A pesar del actual discurso –en el que hasta la “izquierda” bien portada participa– que canta loas al Tratado, que llora ante la posibilidad de cancelarlo y que asegura que México se benefició de él, los datos duros muestran otra realidad. Habría que recordarles que en esta asimétrica relación México fue el que obtuvo la peor parte.
A 23 años de la entrada en vigor, el campo mexicano se acabó. Hoy no somos capaces ni de producir el 50 por ciento del maíz que consumimos. Antes del tratado, los campesinos mexicanos no sólo tenían la capacidad de cubrir la demanda del mercado interno, sino que exportaban a mercados de América del Norte, América del Sur y Europa. Los únicos que florecieron en estos años fueron algunos terratenientes (hoy llamados “agroempresarios”) que cuentan con un ejército laboral de millones de antiguos campesinos, hoy desposeídos; que pagan una miseria; que han revivido las tiendas de raya y las guardas blancas. Del campo, son los únicos prósperos que exportan y cuyos productos no son para el consumo mexicano. Y las mineras canadienses y estadunidenses pudieron sacar más oro, plata y otros metales preciosos que España en la época de la Colonia.
¿Alguien recuerda que México contó con una fuerte industria electrónica, juguetera, textil, del vestido y del calzado? ¿Y que hubo una industria automotriz (no confundir con las maquilas que hoy se hacen en México de las marcas extranjeras)? ¿Ahora resulta que nadie se acuerda que en este país se producían los vagones del metro, por ejemplo, y no tenían que traerlos de China, Europa o Canadá? Los saldos del Tratado se pueden ver en los talleres zapateros y peleteros abandonados en León, Guanajuato; en los telares apolillados que elaboraban prendas de lana en los pueblos otomís y nahuas del Estado de México, o aún más elocuentemente, en toda una ciudad fantasma: Ciudad Sahagún, Hidalgo. Los almacenes y las máquinas herrumbrosas, los caminos polvorientos, el silencio de la otrora región bulliciosa de miles de obreros, obreras y sus familias es lo que puede observarse en kilómetros cuadrados. Ya ni hablar de los saldos para los derechos de los trabajadores en general, hoy mayoritariamente en el empleo precario.
Los que en su momento se opusieron al Tratado previeron lo que finalmente pasó: Estados Unidos –más que Canadá– desfondó México. Y ahora los mexicanos –totalmente dependientes y con políticos de todo el espectro electoral que no saben qué hacer porque siempre vivieron subordinados a los dictados gringos– ven con angustia el anuncio de la potencia: que nos deja… a menos que le hagamos más concesiones. Ellos necesitan mayores ganancias. Y los negociadores “mexicanos”, dispuestos a todo con tal que los empresarios encumbrados sigan teniendo acceso al mercado gringo.
Un documento del Servicio de Investigación del Congreso estadunidense (Congressional Research Service), titulado International Trade and Finance: Overview and Issues for the 115th Congress, reconoce que los cambios en el TLCAN implicaría generar grandes cambios en la manera en que Estados Unidos comercia no sólo con México y Canadá, sino con el mundo.
Fechado el 21 de diciembre pasado –cuando Trump ya era presidente electo pero aún no asumía el cargo–, el texto se refiere al “papel que [el Tratado] desempeñó en las elecciones presidenciales de 2016”, pues su cancelación fue bandera del candidato ganador. También a la posibilidad “de retirar o renegociar el TLCAN”.
En el documento se observa que el Tratado inició una nueva generación de acuerdos comerciales que influyen en el acceso al mercado, derechos de productos de origen, derechos de propiedad intelectual, inversión extranjera, derechos de los trabajadores y protección del medio ambiente. “Si se cambia […], las reglas que han gobernado el comercio norteamericano desde 1994 cambiarían. Si tales cambios incluyeran disposiciones laborales y ambientales más estrictas y más aplicables, por ejemplo, algunos aspectos de la relación comercial de Estados Unidos con México y Canadá podrían ser alterados”.
Según el reporte, en Estados Unidos se vive un debate acerca del TLCAN más allá de Trump. La sociedad se ha dividido entre partidarios y críticos del acuerdo.
“Tanto los partidarios como los críticos del TLCAN están de acuerdo en que los tres países podrían considerar las fortalezas y las deficiencias del acuerdo en lo que respecta al futuro de las relaciones comerciales y económicas de América del Norte.”
Y enumera, a muy grandes rasgos, lo que los gringos estarían dispuestos a revisar del Tratado: el comercio de servicios, los derechos de propiedad intelectual, los derechos de los trabajadores y las disposiciones ambientales.
Por supuesto, peor para México. Si ya con tantas ventajas anuncian que no les conviene, ¿cómo será para México si sí les conviene a ellos? El mismo día que Videgaray, secretario de Relaciones Exteriores, e Ildefonso Guajardo, de Economía, partieron a Washington a preparar la visita de Peña Nieto, el presidente gringo anunció oficialmente la construcción del muro.
¿Podemos confiar los mexicanos que nuestros representantes tendrán la capacidad de negociar a nuestro favor?
Zósimo Camacho
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ZONA CERO]
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