Primera de tres partes
La hegemonía de Estados Unidos sobre el sistema internacional interestatal de Estados soberanos, y sobre la economía mundial hace varios años que está en profunda crisis. Ha sido severamente cuestionada por los grandes cambios que se han producido en ambos ámbitos de las relaciones regionales y globales. Estados Unidos ha perdido claramente esta capacidad y ha optado por la militarización de sus esfuerzos de reconstrucción hegemónica ante los trascedentes cambios ocurridos en la economía mundial y en el sistema de poder global; cambios que introdujeron en los hechos las bases de un nuevo sistema multilateral y regional en despliegue.
Una prueba contundente de ello, en nuestra subregión continental, son los países del cambio democrático y de izquierda en América Latina, área geopolítica tradicionalmente de influencia determinante y exclusiva de Estados Unidos, que hoy se desarrolla sobre nuevas bases estructurales y nuevos fundamentos políticos. Lo anterior no significa que Estados Unidos haya aceptado pasivamente dicha situación. Pero el gigantesco aparato militar y de guerra del vecino del Norte atraviesa por una situación de debilidad financiera sin precedentes que hace extremadamente onerosa la carga de “compromisos y necesidades de intervención militar”, directamente o en cualquier variante y en diferentes regiones y subregiones del planeta.
Por ello el presidente estadunidense Barack Obama ha decidido anunciar (en mayo de 2013) “la renuncia” a lo que venía siendo el postulado político y doctrinario esencial de los últimos gobiernos estadunidenses y que le otorgaba cobertura política, ideológica y moral internacional a su intervencionismo militar hegemónico: la “lucha contra el terrorismo internacional”. Ofrece eliminarlo en los términos desarrollados en los últimos 12 años, pero proseguirá su lucha contra los grupos del islamismo radical en algunas partes del mundo y en otras se aliará con ellos como lo hace actualmente en Siria, usando todos los medios que, para Obama, deben privilegiarse en la defensa de sus intereses regionales y globales. En otras palabras, un “estado de guerra regional y global limitado pero permanente”, sin que ello implique una promesa de renuncia total a una intervención militar invasiva directa (como la amenaza de hacerlo contra Siria) si sus estrategas la consideran necesario.
La fase actual de las relaciones económicas y de poder mundiales está caracterizada por tres procesos fundamentales que se desarrollan como tendencias históricas: 1) la sustitución del orden hegemónico precedente; 2) la decadencia multidimensional de la hegemonía de Estados Unidos; y 3) la actual transición de la política estratégica de este último, absolutamente indisociable de la crisis hegemónica que afecta de manera muy importante a dicho Estado, y paralelamente, de la emergencia de los nuevos poderes planetarios.
Uno de los aspectos de mayor trascendencia en esta nueva situación estructural es que dicho proceso histórico ofrece para países como México posibilidades muy grandes de recambio en la ejecución de políticas nacionales e internacionales para el desarrollo incluyente y en los alineamientos políticos, estratégicos, regionales y globales muy grandes e inéditas, impensables en otros momentos históricos, que en forma lamentable no se están aprovechando y se desperdicia así una oportunidad histórica en aras del conservadurismo y de la renuncia al ejercicio pleno y decidido de la soberanía.
La doctrina estratégica actual de Estados Unidos (conformada por los documentos dados a conocer por Barack Obama en mayo de 2010 y a principios de enero de 2012) representa una actualización de la “doctrina Bush” ajustada a la nueva estructura de sí mismo y ante los avances espectaculares de China, el reposicionamiento estratégico de Rusia, la emergencia económica de India, el entrampamiento económico-financiero europeo, así como el cambio a la izquierda política en América Latina. Sus mayores éxitos los ha tenido en Oriente Medio y el Norte de África. Hoy México, junto con Chile y Colombia (Honduras igualmente, aunque con menor peso) son los más sólidos aliados de Estados Unidos en la subregión, condición obstructiva para el necesario trazado de nuevos rumbos que aprovechen los cambios en la estructura económica global y los nuevos equilibrios de poder en la geopolítica regional-mundial.
En la realidad mundial actual observamos con claridad cómo la geoeconomía mutó a una amplitud e intensidad mayor de lo que lo han hecho las relaciones de poder político y militar entre los Estados que son integrantes del sistema interestatal internacional, pero dicha brecha ha generado un desfase estructural global que tendrá que cerrarse históricamente en algún momento, convergiendo con mayor claridad las estructuras geopolíticas y de poder, incluido el militar, con las tendencias y mutaciones económicas dentro de un nuevo orden global. Dicho desfase es un dato de máxima importancia para comprender muchos de los procesos que están presentes e impactan a la sociedad global.
Geopolítica clásica y enfoques actuales
Para Rudolf Kjellén y Friedrich Ratzel, fundadores de la geopolítica, los Estados se asemejan a “organismos vivos”. Éstos también introdujeron la idea similar de que un Estado tenía que crecer, extender o morirse dentro de “fronteras vivientes”, por ello, tales fronteras son dinámicas y sujetas al cambio, una suerte de “darwinismo político” que la escuela anglosajona aplicó con cambios a problemas militares y geoestratégicos, y que condujeron al estadunidense Alfred T Mahan a acuñar la siguiente frase: “quien domine el mar, domina el comercio mundial; quien domine el comercio mundial, domina el mundo”. El mayor pensador geopolítico en el mundo anglosajón ha sido sir Halford John Mackinder, que desarrolló la teoría del heartland (“región cardial” o “áreas pivote”): grandes zonas continentales cuyo control facilitaría el dominio del mundo. Un excelente ejemplo de su aplicación fue la política exterior estadunidense de carácter expansionista a finales del siglo XIX y principios del XX. Ya hacia 1887, Mackinder sentó las bases de la geopolítica expansiva, al afirmar que ella está “condicionada por las realidades físicas de la geografía de los países; las cuestiones políticas dependen de los resultados de las incidencias entre el hombre y su entorno”. Con esto sugería que la supremacía británica estaba en peligro frente a los vastos poderes continentales dotados de condiciones físico-geográficas permanentes (Rusia, Estados Unidos), es decir, los países-continente. Estos dos países-continente fueron durante casi todo el siglo XX grandes rivales en la hegemonía mundial. Siguen siendo grandes rivales, aunque nos queda claro que Mackinder subestimó al otro gran país-continente: al coloso asiático, China; y al gran país-continente de Latinoamérica: Brasil. Hoy una de las grandes ventajas estratégicas del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) es constituir una sumatoria de países-continente en pleno ascenso histórico.
Su obra The geografical pivot of history (1904) pone de relieve la importancia del enfoque estratégico: “en 400 años los contornos del mundo han sido abarcados y cartografiados con aproximada fidelidad […]; el mundo es, por primera vez, un sistema políticamente cerrado”. Y agrega: “las naciones del mundo no pueden ignorar sin temeridad las incidencias que ocurren en cualquier punto del globo”. Al término de la Primera Guerra Mundial, el autor escribió un análisis hasta hoy importante en el que afirmó que existe un gran continente al que llamó “la isla mundo”, dividida en seis regiones: Europa costera (Oeste y centro de Europa), Asia costera (India, China, Sureste Asiático, Corea y Este de Siberia), Arabia (Península Arábiga), el Sahara (Norte de África), el Sur-centro del mundo (Sudáfrica) y el más importante, el llamado “centro del mundo” o heartland (Eurasia) al que denominó el “pivote del mundo”, adicionando: “quien controle Europa del Este, dominará el ‘pivote del mundo’; quien controle el ‘pivote del mundo’, dominará la ‘isla mundo’; quien domine la ‘isla mundo’, dominará el mundo”. Esto vinculaba directamente la teoría del “pivote del mundo” con las estrategias expansionistas e imperiales.
Otros principios de las formulaciones geopolíticas de Mackinder, como los de organizar los rimlands (zonas litorales que bordean la “zona central” o “zona cardial”) para organizar las fuerzas aliadas del heartland, fueron reconsideradas por estrategas estadunidenses generando “anillos de hierro” en América Latina o “coaliciones políticas asociadas” para cercar a Rusia o a China mediante una red de alianzas defensivas-ofensivas y otras “de perfil continental”, como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Integrantes de la escuela alemana con Karl Haushofer modernizaron la geografía política, al utilizarla como instrumento que justificaba la expansión territorial de Alemania durante el Tercer Reich (también entró a disputar el “pivote estratégico” representado entonces por Eurasia), desarrollando la teoría de Ratzel del “espacio vital” (lebensraum) que aún la encontramos en distintas formulaciones contemporáneas. Por ejemplo, en las de seguridad nacional, en donde se llega a hablar de preservar en forma irrestricta el “espacio vital”. Igualmente, países como Rusia, China y Japón dieron también gran importancia a esta ciencia durante las décadas de 1930 y 1940 como camino para alcanzar un poder global.
La geopolítica y geoestrategia de reconstrucción hegemónica en un contexto histórico de decadencia, y la propia “doctrina Obama”, serían impensables sin la reformulación parcial de algunos de los planteamientos de Mackinder que han hecho teóricos geopolíticos en el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, cambiando el eje de sus formulaciones estratégicas al Asia-Pacífico como la nueva heartland (“zona cardial”) o nuevo “pivote estratégico” o “pivote del mundo”. Una crítica pertinente a las formulaciones geopolíticas anteriores al respecto sería que fueron pensadas para un sistema mundial de poder cerrado, estático, que hoy se ha revelado abierto y cambiante, emergente, y ese cambio estratégico fue plasmado en la “doctrina Obama”, que reconoce esta transformación.
La transición estratégica iniciada por Estados Unidos (teoría, organización militar, servicios de inteligencia y seguridad, política exterior, geopolítica, geoestrategia y doctrina) dentro de su progresiva militarización de los espacios en disputa y de las confrontaciones políticas, en términos de su enfoque con rumbo a Oriente Cercano, Asia central y Asia-Pacífico, como indica el politólogo italiano Tiberio Graziani, tiene ya un trayecto perfectamente identificable: “entre las etapas más significativas de la marcha de Estados Unidos hacia Oriente podemos recordar: la primera Guerra del Golfo (1990-1991), la agresión a Serbia (1999) en el cuadro de la programada desintegración de la confederación yugoslava, la ocupación de Afganistán (2002), la devastación de Irak (2003)”. Luego agrega: “al exenemigo soviético no se le ahorra tampoco, aun fuere simbólico, pero geoestratégico y relevante golpe: el 29 de marzo de 2004 hacen parte de la OTAN tres exrepúblicas soviéticas: Estonia, Letonia y Lituania. Recién, el 1 de abril de 2009 entraron Croacia y Albania. Por primera vez en su historia, Europa es rehén por completo de una alianza hegemónica extracontinental”. Y como corolario establece: “[…] a partir de 2000, inicia la conquista de lo que se entiende como ‘sociedades civiles’ de los países que lo componen. A tal fin, asistimos a la puesta en escena de la estrategia de las ‘revoluciones coloradas’, cuya finalidad es ubicar un gobierno filo occidental en Serbia (5 de octubre 2000), en Georgia (Revolución de las Rosas, 2003-2004), en Ucrania (Revolución Color Naranja, 2004), en Kirguistán (Revolución de los Tulipanes, 2005). (Ver, Grazziani, Tiberio: (“Rusia en el Siglo XXI”, www.voltairenet.org/).
Nos permitiríamos agregar la directa participación de sus servicios de inteligencia, de su ejército paramilitar de “operaciones tácticas especiales” apoyado por todos los servicios de seguridad e inteligencia y por países aliados, como Gran Bretaña y Francia, el uso de nuevas armas tácticas, como los drones en la mal llamada “Primavera Árabe”, a partir de la formulación de los “Estados canallas” o “Estados parias” ofrecida por George W Bush, que incluía a varios países que tuvieron luego “su primavera democrática” bajo la tutela e injerencia criminal de Occidente-OTAN: Yemen, Libia, Irak, Afganistán, que incluía también a Siria, Sudán, Corea del Norte, Venezuela y Cuba. Pero dicha “primavera” se atascó en Egipto.
Rusia y China: la disputa hegemónica político-militar
En el espacio actual de la Federación de Rusia se han producido, en 2 décadas, dos grandes procesos históricos de sobrada importancia mundial: la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el proceso de resurgimiento de Rusia como gran potencia en ascenso de perfil regional-global. Vladimir Putin ha sido el artífice de este cambio de tendencia histórica, con la orientación fundamental de confirmar a la región Euroasiática como el “gran pivote” o “pivote mundo”, pero sabe también que hoy no puede hacerlo solo y tomó exitosamente la iniciativa de la Organización para la Cooperación de Shanghái (tras la invasión de Estados Unidos en Afganistán e Irak, la cual puede evolucionar hacia una alianza militar) con el objetivo estratégico de consolidar un eje euroasiático con China e India más la recuperación de su influencia en las repúblicas centro-asiáticas, influencia hoy dividida con Estados Unidos y Europa occidental, para oponerla a la alianza Estados Unidos-Japón-Corea del Sur-Taiwán en toda Asia y al peso de la OTAN en Europa central y occidental.
*Economista y maestro en finanzas; especializado en economía internacional e inteligencia para la seguridad nacional; miembro de la Red México-China de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México
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Fuente: Contralínea 363 / 01 diciembre de 2013