En las condiciones actuales del país, no tendría un buen resultado un gobierno de coalición. Sería un fracaso que agravaría los de por sí profundos problemas del sistema político, luego de tres décadas de nulo crecimiento económico.
Se equivocan los políticos de “izquierda”, o los que coquetean con dicha corriente, al suponer que una alianza con el Partido Acción Nacional (PAN) o con representantes del Partido Revolucionario Institucional (PRI), sería la solución a la inestabilidad que se generó por la incapacidad del presidente Felipe Calderón para ejercer el mando de las instituciones, e impulsar un proyecto que propiciara confianza en el futuro. Sería equivalente a querer remediar un cáncer generalizado metiéndole al cuerpo unas pocas células en buen estado.
Para que las coaliciones funcionen debe partirse de bases más o menos sanas, que en el caso que nos ocupa, la gobernabilidad en México, no existen en la actualidad, tanto por el rotundo fracaso de los panistas al frente de las instituciones nacionales, como por haberse llevado a extremos inconcebibles la descomposición del sistema político.
Está en lo cierto Andrés Manuel López Obrador al afirmar que “si no hay un cambio de régimen no vamos a encontrar la salida, ni como pueblo ni como nación, así de claro y categórico”. Y lograrlo no sería factible con un gobierno de coalición, pues en unos cuantos días las cosas estarían al borde de un colapso irremediable, porque las fuerzas coaligadas pugnarían por favorecer sus respectivos intereses.
¿Qué vendría entonces? No se necesita mucha imaginación para diagnosticar una crisis política generalizada, que sólo podría frenarse mediante la fuerza, no del Estado, sino de las armas al servicio del grupo con más fortaleza económica y política. Bajo tal perspectiva, la coalición que proponen políticos de “izquierda” es una trampa que sólo favorecería al grupo con más recursos, el que desde luego no está en los sectores democráticos y progresistas, sino en la ultraderecha.
Las coaliciones exitosas sólo se dan en regímenes con un avance democrático real, alcanzado en décadas o siglos de duro bregar en los parlamentos y partidos con amplia experiencia y proyectos muy claros, donde las coincidencias son más evidentes que las divergencias.
La coalición mexicana en la actualidad es absolutamente inviable, no es más que una burda salida al posible triunfo en las urnas de López Obrador, el cual es visto como una realidad a medida que se acerca el periodo electoral. Así lo están viendo quienes en el pasado se dejaron llevar por la propaganda insidiosa de la oligarquía, como los industriales de Monterrey que la semana pasada le brindaron pleno apoyo al político tabasqueño. Y también lo acabarán por ver los sectores más influyentes de los centros de poder político y económico de Estados Unidos, al darse cuenta de la importancia de que México esté gobernado por un estadista, no por negociantes que de política no entienden otra cosa que lo que dicen los documentos de sus respectivos partidos.
Ya quedó demostrado que el verdadero peligro para México son los empleados de la oligarquía disfrazados de “políticos”, quienes ven la actividad política no como un acto de servicio y de responsabilidad, sino de disfrute y aprovechamiento del poder porque creen que se lo merecen, y consideran finalmente que tal es el objetivo de “gobernar”. De hecho, por eso está el mundo como está, sobre todo a partir de que el Consenso de Washington impuso su modelo hace ya cuatro décadas, cuando un actor de Hollywood, Ronald Reagan, interpretó su último papel disfrazado de “político”.
Es sintomático de tal realidad, que mientras López Obrador habla en Washington de la necesidad de una nueva relación con Estados Unidos, basada en la cooperación para el desarrollo y la ayuda mutua, en vez de darle prioridad a la cooperación policiaca y militar, Calderón sigue actuando como “gerente general” de la oligarquía y promotor de negocios de la elite empresarial. Es lo único que en verdad le ha interesado en los cinco años de su mandato, por eso insistió en Tlaxcala en que el Congreso de la Unión “apruebe o rechace, pero decida ya”, la iniciativa de Ley de Asociaciones Público-Privadas.
En tanto que el político tabasqueño muestra una visión de estadista, Calderón mantiene su actitud mezquina, que tiene a México al borde de una profunda crisis económica que amenaza con convertirse en una grave conflicto político.
Sólo está interesado en crear condiciones favorables para que la oligarquía haga buenos negocios, pues no otra cosa es el objetivo que se persigue con dicha iniciativa, que sería muy grave para el país si fuera aprobada por los legisladores, como también lo sería la reforma laboral antidemocrática y antieconómica que pretende dejar como herencia a los mexicanos.
De ahí que sea un absurdo monumental pretender una coalición con el PAN o con algún sector del PRI ajeno a los fascistas que encabeza Enrique Peña Nieto. Primero es impostergable crear las condiciones objetivas que lo permitan, las cuales ahora son inexistentes.
*Periodista