Cuando no se tiene un mínimo conocimiento de la realidad, es impensable que se puedan tomar decisiones razonables. Esto es válido en todas las circunstancias de la vida; y más debe serlo para un jefe de gobierno, por la trascendencia de sus actos.
En este sentido, es muy preocupante que Felipe Calderón suponga que todo lo ha hecho bien, que incluso podría pasar a la historia como el mandatario al que no le tembló la mano para enfrentar a la delincuencia organizada, el que puso a México a salvo de los graves descalabros de la economía mundial. Así se desprende de sus declaraciones ante los integrantes del oligárquico Consejo Mexicano de la Industria de Productos de Consumo, AC.
En dicha reunión mostró una intolerancia que revela un absoluto alejamiento de los hechos cotidianos. Reclamó a quienes lo critican porque “nada les parece”, y puntualizó: “Mientras le sigamos diciendo al mexicano que aquí no hay futuro, que todo está mal, que todo está como si fuera África Oriental, Estado fallido y otros temas, en esta medida el consumidor no va a comprar”. Según su punto de vista, somos los críticos quienes tenemos la culpa de los grandes problemas que están aniquilando a la sociedad, no sus políticas públicas y su estilo personal de gobernar. De acuerdo con su perspectiva, si nosotros no ejerciéramos nuestro trabajo, las cosas irían bien en el país.
¿Acaso puede una nación tener futuro con la terrible descomposición del tejido social que caracteriza a México en la actualidad? ¿Podría tenerlo, ahondando aún más en un modelo económico en bancarrota, que tiene al mundo en plena ebullición por las justas protestas de los millones de personas que están siendo agraviadas? ¿Es mentira que hay amplias regiones del país, principalmente en el Sureste y en Guerrero, cuyos niveles de vida son semejantes a los de África subsahariana? ¿Beneficia en algo a la población mayoritaria que, según Calderón, haya un déficit público manejable y una política macroeconómica al servicio de la oligarquía?
Sin duda, la realidad nacional es la que da sustento a las críticas que se hacen al presidente. Son plenamente justificadas. Su administración es rehén de una minoría que se beneficia de manera injusta y artera de la estrategia antidemocrática con que lleva a cabo su gestión gubernativa. Esto no se puede ocultar, como lo demuestra la fotografía de la reunión mencionada, donde se le observa cabizbajo junto a Emilio Azcárraga Jean y Lorenzo Servitje, entre otros conspicuos integrantes del exclusivo club de los multimillonarios mexicanos.
Son los mismos que, con otras siglas, pretenden imponer condiciones al líder natural de la izquierda democrática, Andrés Manuel López Obrador, para asegurarse de que seguirá sus instrucciones si acaso fallara contra todos los pronósticos el “triunfo” en las urnas de Enrique Peña Nieto.
Por conducto del dirigente de la Confederación Patronal de la República Mexicana, Gerardo Gutiérrez Candiani, le exigieron al tabasqueño que dé “señales muy claras de que no está en contra de la iniciativa privada”. ¿Cuáles serían éstas, cuando ya ha sido explícito en cuanto al apoyo que los empresarios tendrían en su mandato? No pueden ser otras que verlo de rodillas ante ellos, como han tenido a los “presidentes” del régimen tecnocrático surgido con la “contrarrevolución” neoliberal, iniciada en 1983 y que quisieran que no concluyera nunca.
Según el dirigente empresarial, López Obrador debería saber “que los empresarios mexicanos estamos comprometidos con nuestra sociedad, con generar crecimiento y empleo. Queremos una visión de país donde todos se beneficien”. ¡Qué bueno sería que tales palabras encontraran sustento en la realidad! Entonces México sería muy diferente. Estaría situado entre las primeras 10 potencias mundiales, con una democracia en constante perfeccionamiento, sin riesgos de crisis sociales inmanejables, y un futuro envidiable como lo tienen actualmente Brasil y Argentina.
Sin embargo, la terca realidad muestra que los oligarcas no están comprometidos con la sociedad; generan empleo a regañadientes; demandan siempre más apoyos del gobierno y, si de beneficios se trata, sólo les importan los propios.
El mismo Gutiérrez Candiani se pregunta “¿cómo vamos a erradicar la pobreza, disminuir el nivel de corrupción e impunidad, mejorar el tema de seguridad, lograr que la economía informal pase a ser formal?”. La respuesta es clara y está en sus manos hacerla realidad: al no poner obstáculos a López Obrador, ya que tiene un proyecto de nación en el que el combate a la pobreza es prioridad ineludible, en el que extirpar la corrupción es un objetivo irrenunciable, en el que la informalidad no tendría cabida porque ésta es producto del neoliberalismo.
Apoyar a Peña Nieto sería la demostración de que en realidad lo único que desean es seguirse beneficiando con los vicios del sistema caduco que tenemos hasta hoy.
*Periodista