Si por sus lamentaciones los reconocereís, como hubiera escrito un evangelio apócrifo de la Biblia, entonces el histórico acuerdo de Teherán del 17 de mayo pasado celebrado por el BIT (Brasil, India, Turquía) ha provocado profundo dolor en Israel, más que en ninguna otra parte del mundo y que han tenido que compartir sin mucha convicción los multimedia “occidentales” que teledirige el omnipotente sionismo financiero global, primordialmente en Estados Unidos y Gran Bretaña. Las lamentaciones en Israel y en sus adictos multimedia occidentales (que incluye obscenamente a Televisa) se han vuelto verdaderas jeremiadas en el caso específico de Debka, el presunto portal del Instituto Central de Operaciones y Estrategias Especiales (Mossad, por su acrónimo en hebreo), la tan vilipendiada agencia de espionaje israelí.
Más allá de las esperadas hiperreacciones emocionales de parte de los afectados en el tablero de ajedrez medio oriental, lo real es que el histórico acuerdo del BIT, presunta e implícitamente bajo el paraguas comprensivo (en el doble sentido sicológico y estratégico) del BRIC (Brasil, Rusia, India y China), cambió la geografía política del Medio Oriente con la creación de un nuevo eje Irán-Turquía-Siria, extensivo a las guerrillas islámicas (la sunnita palestina Hamas de Gaza y la chiíta Hezbolá del Líbano).
En forma impactante, la geografía política del Medio Oriente se ensancha hasta el corazón latinoamericano al incrustar bidireccionalmente a Brasil, su máxima potencia geoeconómica que irrumpe creativamente en las entrañas de los países fundacionales de la civilización en Asia menor.
Se trata de un reacomodo geoestratégico de países pivote –el BIT–, potencias regionales por derecho propio que han provocado un choque telúrico cuyas consecuencias serán percibidas más en el mediano plazo que en el corto plazo y que definirán el resultado final de la contienda geoestratégica que libran las tres potencias mayores del planeta: Estados Unidos, Rusia y China, cuando, al parecer, la Unión Europea ha desfallecido en el camino debido a la deliberada balcanización y vulcanización del euro de parte tanto del sionismo financiero global (encabezado por la criminal banca de inversiones Goldman Sachs) como de la oligopólica tripleta anglosajona de las descalificadas “calificadoras”: las hilarantes Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch.
A nuestro juicio, en la etapa de desglobalización y regionalización que vive el planeta –que dicho sea con humildad de rigor, adelantamos en nuestro libro Hacia la desglobalización, editorial Jorale, 2007)–, el desprendimiento del BIT –sobre todo de Turquía, único miembro islámico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, y Brasil, el gigante suramericano: ambos todavía aliados de Estados Unidos y miembros del supuesto incipiente nuevo orden multipolar de corte economicista que emana del G20? de sus amarres de la post Guerra Fría y de la caduca unipolaridad estadunidense, le imprime una dinámica inusitada a la regionalización, en detrimento de la desregulada globalización financierista, hoy en vías de extinción como consecuencia de la furia ciudadana en las urnas electorales (que deseamos no lleguen a ser funerarias) del G7.
Es más visible la nueva conectividad geopolítica en el Medio Oriente cuando Turquía le abre las puertas del Mar Mediterráneo a Irán, cercada en el Golfo Pérsico: su segunda frontera terrestre más importante después de Siria.
Pasa el nuevo eje de Turquía-Irán-Siria sobre el cadáver de los kurdos sacrificados por enésima vez por el eje perdedor de Estados Unidos-Gran Bretaña-Israel.
Las reverberaciones geopolíticas del histórico acuerdo del BIT impactan notablemente en su periferia concéntrica en el Transcáucaso, Asia Central, el este del mar Mediterráneo y África de Norte.
Pero tampoco se puede soslayar la conectividad energética de la que dependen Turquía, Siria y Líbano, y que de ahora en adelante pueden ser abastecidos por los hidrocarburos provenientes de Irán (prospectivamente también del norte de Irak, cuando salga huyendo humillantemente el derrotado ejército de Estados Unidos).
La jugada de Brasil, en su etapa luminosa de Lula, es menos perceptible, pero no por ello dista de ser intrépidamente genial. El mismo Lula lo explaya en una entrevista al periódico francés Le Figaro (16 de mayo de 2010), cuyo país desea establecer una alianza estratégica con Brasil, la cual sería sellada con la venta de los aviones de combate galos de ensueño Rafale, en detrimento de los cazabombarderos de Estados Unidos y Suecia. Lula manifestó desear “reequilibrar” sus relaciones geoeconómicas con los países emergentes, donde destaca Irán. A juicio de Lula, el obrero metalúrgico que resultó un genio de la geopolítica multipolar, “la crisis financiera mundial, mostró la necesidad de un nuevo sistema comercial multilateral, que incrementó el interés por Irán”, que es “uno de los tres principales mercados de Brasil entre los países en vías de desarrollo”. Se trata entonces de una opción al más alto nivel geoeconómico y geoestratégico para Brasil, así como para Irán, quienes firmaron 10 protocolos de acuerdos bilaterales en ámbitos tan variados –petróleo, agricultura, medio ambiente, finanzas y deporte– y de cuyo contenido no se desprendió ningún detalle al público. Sólo Lula divulgó que Brasil –la principal potencia mundial de soya, carne y jugo de naranja– exportaría productos alimentarios en los próximos cinco años por un valor de 1 mil millones de dólares, que por el momento son simbólicos y que en el futuro nada lejano tenderían a dispararse.
En forma inteligente, Irán se prepara para la madre de todas las crisis: la alimentaria, que en cualquier momento desata, como penúltima carta pérfida, la dupla anglosajona contra el RIC (Rusia, India y China).
Para el presidente iraní Ahmadinejad, el espectacular acuerdo bilateral se inscribe en el marco de “una relación estratégica de largo plazo” y no está encaminada contra terceros (léase, la unipolaridad de Estados Unidos), cuando Brasil e Irán “se transforman rápidamente en polos económicos de sus regiones”.
Por lo visto, sin decirlo abruptamente, Irán y Brasil se posicionan para la nueva regionalización en ciernes.
Quizá quede menos clara la bidireccionalidad entre Turquía y Brasil, pero como enseñan en la geometría escolar: dos cantidades iguales con una tercera son iguales entre sí. Es decir, la bilateralización de las relaciones geoeconómicas entre Brasil e Irán convergen tácitamente con Turquía, que ostenta un producto interno bruto (PIB) similar al de Irán, pero sin boicot “occidental”.
El PIB de Brasil es alrededor de tres veces más al de Turquía e Irán, respectivamente, y la población del gigante suramericano representa un poco más de 2.5 veces las poblaciones respectivas de Turquía (el puente estratégico entre Europa y Asia) e Irán (una potencia mayúscula en hidrocarburos). La dimensión territorial de Brasil, una de las mayores del mundo, es apabullante: casi 11 veces más que Turquía y 5.6 veces más que Irán.
Después de haberse posicionado como la primera potencia latinoamericana, haberse abierto pasos a codazos en África (donde le privilegian los lazos coloniales con las anteriores posesiones portuguesas), Brasil se arriesga a irrumpir en el Medio Oriente, lejos de su geografía matricial, en búsqueda de gloria y mercados, lo cual naturalmente indispone a la dupla anglosajona que ya no sabe cómo lidiar con las reapariciones del RIC.
La irrupción de Brasil en el Medio Oriente, bajo el resguardo tanto del resucitado Movimiento de los No Alineados de 118 países como quizá del cuatripartita BRIC del que forma parte, es atrevidamente riesgosa.
Vamos a ver cómo intenta castigar el sionismo financiero global a las bolsas de valores brasileñas en el corto plazo para propinarle un escarmiento ejemplar como le sucedió a Argentina con el “corralito”. ¿Habrá tomado Lula sus providencias?
Donde la convergencia tripartita del BIT destaca implícitamente es justamente en el derecho a desarrollar la tecnología nuclear pacífica que han iniciado Brasil e Irán, y al que piensa agregarse muy pronto Turquía (que ya acordó con Rusia la construcción de tres plantas atómicas por alrededor de 20 mil millones de dólares).
A final de cuentas, el común denominador tripartita del BIT versa en derrumbar el apartheid nuclear de los poseedores del oligopolio y el veto nuclear –los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas– en detrimento de los países en vías de desarrollo, lo cual constituye la gran falla primigenia conceptual del Tratado de Proliferación de Armas Nucleares a punto de implosionar debido a las 1 mil pesas y dos medidas que practica unilateralmente Estados Unidos contra Irán –que no posee bombas nucleares, es firmante del TNP y ejerce su investigación atómica bajo los cánones de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) con sede en Viena– y a favor flagrante de Israel, que posee clandestinamente entre 200 y 600 bombas nucleares (dependiendo del cálculo mágico de quien realice las estimaciones), rehúsa firmar el Tratado de Proliferación de Armas Nucleares y no es sujeto a la inspección de la AIEA.
Sea lo que fuere, pero la geografía política mundial sufrió un choque telúrico de implicaciones profundas y de mediano plazo: la revuelta de los países emergentes del BIT –quizá con cobertura del BRIC– en contra primordialmente del oligopolio nuclear del G7 (y de su apéndice israelí).