Banxico y Hacienda erran de nuevo y cancelan posibilidad de crecimiento

Publicado por
Ariel Noyola Rodríguez*

A la par de la depreciación del peso y la baja del precio del petróleo, la incapacidad gubernamental nubla cualquier perspectiva de crecimiento: el plan de las tres medidas de la SHCP y Banxico detona ola recesiva

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Para muchos capitalistas, la economía global comenzó con el pie izquierdo este 2016: el Fondo Monetario Internacional (FMI) anunció un nuevo recorte de 2 décimas a su estimación de crecimiento del producto interno bruto (PIB) de la economía mundial, que pasó de 3.6 a 3.4 por ciento. De acuerdo con el FMI, los riesgos se han inclinado a la baja como consecuencia de los ajustes globales actualmente en curso: las perspectivas de un aumento progresivo de las tasas de interés en Estados Unidos, el reequilibramiento de la economía china, y la caída de los precios de las materias primas (commodities). “En definitiva, hay mucha incertidumbre en el ambiente, y creo que eso contribuye a la volatilidad”, sentenció Maurice Obstfeld, consejero económico y director de Estudios del FMI.

Lo cierto es que a más de 8 años de distancia de la quiebra de Lehman Brothers, los países industrializados todavía no consiguen que la inversión productiva y el empleo alcancen los niveles anteriores a la crisis. Si bien instituciones como el FMI, el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) insisten en que las perspectivas de recuperación no son totalmente negativas para la economía global, hay quienes sostienen que, por el contrario, la situación se ha vuelto más caótica: la euforia bursátil está agotándose, mientras que el desplome de los precios de las materias primas (commodities) se profundiza, por una parte, la caída de la rentabilidad de las empresas vinculadas con la energía y, por otra parte, incrementa la probabilidad de que la baja inflación de los países industrializados se convierta en deflación (caída de precios).

“La recuperación económica iniciada en 2009, no ha podido sostenerse. El cuadro general de la economía global está caracterizado por el semi-estancamiento productivo, la formación de nuevas burbujas financieras y el fortalecimiento de las tendencias deflacionarias”, explica Arturo Guillén, profesor e investigador del Departamento de Economía de la Universidad Autónoma Metropolitana, campus Iztapalapa (UAM-I).

Las tendencias recesivas no pesan igual sobre cada región del mundo. El ciclo económico a la baja no tiene la misma fuerza en los países industrializados (Estados Unidos, la Zona Euro, el Reino Unido, Japón) que en los emergentes (América Latina y el Caribe, África, el Oriente Medio, Asia-Pacífico). En cuanto a los primeros, es evidente que los gobiernos de las naciones industrializadas están muy temerosos de volver a caer en recesión.

Y es que a pesar de haber lanzado una gran variedad de estímulos fiscales y monetarios en los últimos años, no han logrado que la tasa de crecimiento de su PIB se expanda más allá de 3 por ciento, y tampoco han podido ahuyentar el fantasma de la deflación (caída de precios). Ahora el panorama se ha vuelto incluso más sombrío. Es que durante los últimos días las acciones de los grandes bancos de inversiones (Goldman Sachs, JP Morgan Chase, Deutsche Bank, etcétera) se han desplomado, desatando el pánico de los inversionistas que operan en los mercados bursátiles y, con ello, sembrando el miedo de que estalle una nueva crisis mundial de proporciones colosales.

Por otro lado, tras darse a conocer que la economía estadunidense presenta otra vez signos de debilidad (desaceleración de la actividad manufacturera y caídas sucesivas de la bolsa de valores de Nueva York), el Sistema de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos no únicamente dejó intacta la tasa de interés de los fondos federales (federal funds rate) el pasado enero, sino que su presidenta, Janet Yellen, declaró recién que el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por su sigla en inglés) está explorando incluso la posibilidad de llevar la tasa de interés de referencia a terreno negativo (siguiendo el ejemplo del Banco Central Europeo, el banco central de Suecia y el Banco de Japón), esto es, castigar a los bancos que insistan en mantener el dinero atesorado a través del cobro de una tasa de interés, medida que buscaría obligarlos a destrabar el otorgamiento de crédito a la actividad productiva.

Los países emergentes, por su parte, han sido de los más golpeados a lo largo de los últimos 2 años y medio por las políticas de restricción monetaria del Fed, en especial la región de América Latina y el Caribe. Mientras que el año pasado el PIB de la región latinoamericana se contrajo 0.4 por ciento, para este año se espera que registre una expansión de apenas 0.2 por ciento, de acuerdo con las estimaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Asimismo, las bolsas de valores de la región han perdido todo impulso, mientras que las monedas también han retrocedido con fuerza ante el dólar. Es que a partir de 2009 los bancos centrales de los países industrializados comenzaron a inundar el mundo de crédito barato.

El Fed, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón, el Banco de Inglaterra, entre otros, inyectaron unos 15 billones de dólares de liquidez monetaria (según las estimaciones del fondo de inversiones Elliot Management, dirigido por Paul Singer), y con ello produjeron graves distorsiones en los precios de los activos financieros de renta variable (acciones, bienes raíces, commodities, etcétera). Este proceso hizo posible el auge de los precios de las materias primas (commodities), la apreciación de los tipos de cambio, así como la euforia bursátil en el grueso de los países de América Latina y el Caribe.

Sin embargo, la política monetaria “no convencional” (compras simultáneas de bonos del Tesoro de Estados Unidos y activos hipotecarios respaldados en hipotecas) aplicada por el expresidente de el Fed, Ben Bernanke, llegó a su fin. Y entonces el dinero comenzó a regresar a casa, a las manos de sus verdaderos dueños. “Desde que el Fed anunció en mayo de 2014 el fin de su programa de flexibilización cuantitativa y, con ello, la normalización de su política monetaria, se registró una reorientación de los flujos externos de capital: éstos comenzaron a retirarse de los países emergentes para trasladarse hacia mercados más seguros, sobre todo hacia Estados Unidos”, sostiene Arturo Guillén, autor de La crisis global en su laberinto, libro que acaba de ser lanzado en coedición por la UAM-I y Biblioteca Nueva, de Madrid. Sucede que las salidas de capitales de los países emergentes resultaron mucho más graves de lo previsto. Según las estimaciones del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por su sigla en inglés), durante 2015 las fugas netas de capitales de las economías emergentes alcanzaron un récord de 735 mil millones de dólares, muy por encima de la primera estimación de octubre, de 540 mil millones de dólares. Es la salida más dramática desde la crisis asiática de finales de la década de 1990. “Éste es un evento realmente sin precedentes, que estemos observando salidas de los mercados emergentes en esta escala”, señaló Charles Collyns, director gerente y economista jefe del IIF.

La mayor salida de capitales entre los países emergentes tuvo lugar en China, donde alcanzó un monto de casi 60 mil millones de dólares. Lo cierto es que una gran cantidad de operadores se está desprendiendo de sus inversiones denominadas en yuanes. Asimismo, algunos magnates de las finanzas, como George Soros, sospechan que el aterrizaje de la economía de China va a ser violento, luego de publicarse el dato de que el año pasado el PIB se había expandido apenas 6.9 por ciento, la tasa de crecimiento más baja de los últimos 25 años.

La guerra de los inversionistas de Wall Street contra el yuan parece no encontrar límites: solamente durante enero el Banco Popular de China utilizó más de 100 mil millones de dólares de sus reservas internacionales para estabilizar el tipo de cambio de los ataques de los especuladores. El comportamiento de la economía china convertido en el blanco favorito del gobierno de Estados Unidos para evadir su propia responsabilidad en la gestión de la crisis, y también en la causa principal de la turbulencia financiera mundial, según la opinión de varios integrantes del gabinete de Enrique Peña Nieto…

El Banco de México advierte de una nueva guerra de divisas

La postura asumida por el gobierno mexicano frente a la depreciación del tipo de cambio ha resultado por demás contradictoria. En un primer momento, argumentó que la caída de la moneda sería beneficiosa para la economía del país. El 15 de agosto de 2015, luego de participar en la V Carrera Molino del Rey, el presidente Peña Nieto no solamente subestimó los efectos negativos de la depreciación cambiaria, sino que señaló que ésta tenía su lado positivo, puesto que incrementaba la competitividad de las exportaciones (por ejemplo, de automóviles y productos manufacturados) en el mercado mundial, a la vez que permitía atraer a más turistas (ante el aumento del poder adquisitivo del dólar).

Sin embargo, ya en un segundo momento, justo cuando la depreciación del tipo de cambio se acentuó a principios de este año, el tono del discurso gubernamental cambió. Luis Videgaray, el titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), alertó la primera semana de enero que las turbulencias en los mercados financieros y el desplome de la moneda china (renminbi) podrían precipitar una nueva guerra de divisas.

“Hay una preocupación real de que, ante la desaceleración de la economía china, la respuesta de política pública sea iniciar una ronda de devaluaciones competitivas”, sentenció Videgaray tras su participación en la XXVII Reunión de Embajadores y Cónsules realizada en la Secretaría de Relaciones Exteriores.

En ese mismo sentido, el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, declaró que no se descartaba que hubiera una corrección violenta en los mercados financieros internacionales, situación que golpearía todavía más la moneda nacional, con lo cual, la estabilidad de precios podría verse cuestionada. Para una mejor manera de enfrentar la volatilidad, consideró Carstens, los países emergentes podrían estudiar la viabilidad de poner en marcha un plan de política monetaria “no convencional” que incluyera la compra de bonos de deuda de parte de los bancos centrales. La verdad es que hasta el momento el gobierno mexicano no ha conseguido detener la depreciación del peso.

Como el aparato productivo mexicano está demasiado integrado a la economía de Estados Unidos, el tipo de cambio es dependiente en buena medida de la política monetaria seguida por el Fed. Asimismo, la producción de mercancías en México requiere una proporción significativa de insumos importados. Ante el encarecimiento del dólar, persiste la angustia entre la población de que tarde o temprano los efectos de la depreciación del tipo de cambio se trasladen a los precios de los productos de primera necesidad, principalmente los alimentos. Con todo, a pesar de la caída del peso mexicano en un 14 por ciento frente a la divisa estadunidense durante 2015, uno de los peores desempeños entre las monedas latinoamericanas. Con todo, el gobierno mexicano insiste en que, por lo menos hasta ahora, la situación está bajo control: no hay indicios de un aumento generalizado de precios en el corto plazo.

Las subidas de precios se siguen con lupa

La depreciación del peso implica el encarecimiento de los bienes denominados en dólares. Si la moneda nacional pierde valor frente al dólar, los empresarios mexicanos se ven obligados a subir los precios de sus mercancías. Sin embargo, una de las grandes paradojas es que hasta el momento la drástica depreciación del peso no se ha visto reflejada en incrementos sustantivos en el nivel de precios estimado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

No obstante, tanto en el Programa de Política Monetaria para 2016, como en el Anuncio de política monetaria, publicado el 4 de febrero, el Banco de México salió a defender que por lo menos hasta el momento la caída de la moneda no ha alimentado las expectativas inflacionarias, en parte por la “holgura” de la economía mexicana; si bien reconoció que sí existía el riesgo de que la inflación se disparara en caso de que la depreciación de la moneda nacional llegara a acentuarse.

“La baja inflación que ha experimentado México en los últimos meses no es síntoma de fortaleza financiera, ni de ‘fundamentales sanos’, sino que es, sobre todo, el reflejo de la agudización de las tendencias deflacionarias en la economía mundial. De proseguir la depreciación del peso, tarde o temprano se trasladará el costo de las importaciones a los precios internos, como ya está sucediendo en el caso de varios productos”, sentencia Arturo Guillén.

El dato de inflación del Inegi ha despertado suspicacias entre amplios sectores de la población mexicana, pues semana tras semana se observa cómo los precios aumentan sobremanera en un amplio abanico de productos de la canasta básica. En opinión de Arturo Ortiz Wadgymar, coordinador de la Unidad de Economía Mundial del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (Iiec-UNAM), “a partir de enero empieza el nivel de precios a repuntar especialmente en rubros importados de demanda inelástica, como medicinas, alimentos y electrónicos, lo que quiere decir que la inflación está por venir por mucho que la quieran enmascarar; durante 2016 cabe la posibilidad de tener una inflación superior a 4 por ciento”.

La respuesta del gobierno: restricción crediticia y ajuste presupuestal

Desde mediados de 2014, los precios de referencia internacional del petróleo se han desplomado en más de 50 por ciento. En el caso de la mezcla mexicana, el precio del barril se encuentra muy cerca del piso de los 20 dólares, la cotización más baja desde que se contrajo el crédito en escala internacional, en la primavera en 2009. Es indudable, las exportaciones de petróleo de México seguirán apuntando a la baja los meses siguientes, y es muy poco probable que el volumen de las exportaciones no petroleras aumente si se toma en cuenta la debilidad de la demanda externa.

En la actualidad, a pesar de las “reformas estructurales” que se aprobaron en el ámbito fiscal durante la administración de Peña Nieto, el presupuesto público aún depende en una buena medida de los ingresos derivados de las ventas de hidrocarburos. “Las exportaciones tuvieron porcentajes de variación negativos durante casi todo 2015. En agosto se registró la peor caída del año, -6.73 por ciento, en términos interanuales. Cabe destacar que las exportaciones petroleras muestran caídas más significativas (-47.8 por ciento, agosto 2015), y de éstas la caída de exportación de petróleo tuvo variaciones que superan el -40 por ciento a lo largo de todo el año, en tanto las exportaciones no petroleras aunque también presentaron valores negativos, fueron más pequeños, con una caída de -1.63 por ciento (agosto, 2015)”, apunta Alicia Girón, catedrática e investigadora de la Unidad de Economía Financiera del IIEc-UNAM.

¿Hasta cuándo será posible evitar una debacle fiscal? El gobierno mexicano ha conseguido salir más o menos avante del temporal deflacionario gracias a las coberturas del petróleo, que son contratos negociados con diversos bancos de inversión que funcionan como un seguro por el que se paga una prima determinada una vez que se adquieren, y en caso de que el precio de la mezcla mexicana observado durante el año se ubique por debajo del precio pactado, se otorga un pago al gobierno de la República que compensa una parte de la disminución de los ingresos presupuestarios.

¿Qué otras medidas podía poner en marcha el gobierno para evitar la debacle? Las opciones a la vista eran tres. Por una parte, se podía recurrir a un mayor endeudamiento. Por otra, cabía optar por el incremento de algunos impuestos. Sin embargo, dados los altos niveles de desaprobación de Enrique Peña Nieto entre la población, su administración apostó por reducir el gasto público. El 8 de febrero, la SHCP comunicó que, producto del trabajo conjunto que realizaba con el Banco de México a fin de utilizar de la mejor manera los instrumentos de política económica, había tomado la decisión de realizar un plan de ajuste preventivo para 2017, dado el entorno de alta volatilidad de los mercados financieros internacionales. De esta manera, quedaba en firme el recorte de 25 mil empleados del sector público (15 mil del gobierno federal y 10 mil más de Petróleos Mexicanos, Pemex).

Asimismo, Luis Videgaray, anunció que la secretaría a su cargo iba a realizar en los siguientes días una evaluación pormenorizada que permitiría determinar en qué otros ramos del gobierno federal se llevarían a cabo disminuciones de gasto. “Estamos evaluando un ajuste preventivo para 2017, que habrá de complementar el uso de coberturas este año”, sentenció Videgaray en una entrevista durante la inauguración de la Casa de la Cultura de la Federación de Sindicatos al Servicio del Estado.

En entrevista con Contralínea, el exsenador del Partido Revolucionario Institucional (PRI), David Penchyna, quien fuera integrante de la Comisión de Hacienda y Crédito Público, apunta que la economía mexicana, si bien no está exenta de peligros ante la volatilidad de los mercados financieros internacionales, el gobierno de Enrique Peña Nieto va por en el camino correcto.

“El PRI ya dijo ‘no’ a más impuestos, dijo ‘no’ a más deuda, el PRI dijo ‘sí’ al ajuste gubernamental, que se apriete el cinturón el gobierno, y no caigamos en recetas del pasado […]; le estamos apostando a lo correcto, hay veces que son más amargas estas medicinas [en referencia al ajuste gubernamental], pero son las medicinas que pueden darle en el mediano y largo plazo a México la estabilidad y el crecimiento que deseamos”, sentencia Penchyna.

A mediados de febrero, el Banco de México y la SHCP anunciaron un plan de tres medidas para enfrentar la turbulencia financiera mundial.

En primer lugar, un recorte al gasto por más de 130 mil millones de pesos, compuesto por una reducción del gasto del gobierno federal para 2016 de 32 mil 300 millones de pesos, y un ajuste de 100 mil millones de pesos al presupuesto de Pemex; el monto es equivalente a 0.70 por ciento del PIB. En segundo lugar, el Banco de México llevó a cabo un aumento de la tasa de interés de referencia, que pasó de 3.25 a 3.75 por ciento, una decisión que, de acuerdo con Agustín Carstens, está orientada a atenuar los riesgos de drásticas subidas de precios que pudieran derivar de la depreciación del peso. Y en tercer lugar, la suspensión del programa de subasta de dólares para defender la moneda nacional de parte de la Comisión de Cambios, aunque no descartó la posibilidad de intervenir de manera discrecional en algún momento.

En conclusión, aunque tanto el Banco de México como la Secretaría de Hacienda consideran que sus medidas son de carácter temporal, esto es, que no pretenden seguir subiendo la tasa de interés de referencia, ni llevar a cabo más recortes de gasto público, es imposible prever el comportamiento de los mercados financieros durante las próximas semanas. Sin embargo, existe una alta probabilidad de que estas medidas echen por la borda el optimismo de Luis Videgaray, pues más que tener un efecto “marginal” sobre el crecimiento económico del país, bien podrían ser el detonante de una nueva ola recesiva.

Ariel Noyola Rodríguez*

*Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México

[BLOQUE: INVESTIGACIÓN][SECCIÓN: CAPITALES]

 

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Contralínea 479 / del 14 al 19 de Marzo, 2016

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