Arbitrariedad

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Humillan y escarnecen a los más vulnerables en Europa

Circulan por las noticias del mundo las burlas contra personas que piden limosna en las zonas donde los aficionados de distintos equipos de futbol se ponían hasta arriba de cerveza y gritaban improperios. Las imágenes muestran a un tipo que quema un billete en la cara de una mujer gitana que pide dinero, o a otros que lanzan monedas desde su silla en la Plaza Mayor de Madrid, o a uno que, con gestos, insinúa que soltará la limosna si otra mujer es capaz de imitar sus contorsiones. La mujer se pone a hacer flexiones y “se gana unas monedas”. También hay imágenes de dos “aficionados” que orinan encima de una señora en Roma.

Veinte años en prisión

Al volver a la ciudad de la cual salí hace 2 décadas no pude reconocerla. Más allá de las obvias transformaciones urbanísticas (casi babilónicas a mis ojos aún no manchados de asfalto) de algún modo me latigueó el contemplar ciertas expresiones de la gente en la calle: resignación, indiferencia, fastidio, “callada desesperación”; una sorprendente cantidad hablando por celular, otros encerrados en sus propias rejas invisibles, ¿acaso esa apatía extrema de las masas que precede a los totalitarismos? Algo ha cambiado en todo caso, pero al mismo tiempo todo sigue igual, sólo más cerca el presagio de una catástrofe largamente anunciada, el monstruo de asfalto al borde del infarto vial con sus 7 millones de automóviles circulando diariamente y que convierten prácticamente todas las horas del día en horas pico, lejos ya la urbe que cantaron vates como Efraín Huerta (con amor-odio), atrapada toda nostalgia libertaria y bucólica, cualquier añoranza frayluisdeleonesca (“Que descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda…”).

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