De 1973, cuando la crisis inmobiliaria estadunidense e inglesa, a 2015 cuando los trabajadores de Air France se rebelaron, van 14 avisos de que el capitalismo ya no sale como antes de sus crisis. Y que la democracia representativa ha dejado de resolver los problemas nacionales y del mundo, creando más enfrentamientos del capitalismo y esa democracia mediante el sufragio, con los pueblos a través del descontento de la democracia directa. Escapista desde 1776 (el liberalismo económico con Adam Smith), el capitalismo encontró su callejón sin salida al llevar a sus últimas consecuencias al neoliberalismo. Y el calentamiento global está confirmando lo que Carlos Marx, y menos duramente Keynes, le imputaron al capitalismo por sus abusos de los recursos naturales y de la mano de obra, extrayendo oxígeno en las utilidades de las finanzas por donde el flujo del capital se asfixia. Y no hay recetas para revivirlo, a menos que ponga la economía al servicio de la humanidad, y evite que el capitalismo pase “de un ardid a otro… de recargar 10 veces sus baterías según las circunstancias coyunturales y seguir permaneciendo… suficientemente fiel y semejante a sí mismo” (Fernand Braudel, La dinámica del capitalismo).