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La simulación del imperio de la ley

Lo cotidiano en la política mexicana es que sus actores principales cometan abusos sin sufrir consecuencia alguna y puedan repetirlos una y otra vez sin que alguien se los reclame, como si no hubiera una memoria colectiva. Aun más, esos abusos van acompañados del cinismo de nuestros políticos, de tal manera que cometen arbitrariedades y al mismo tiempo dictan conferencias o hacen declaraciones para censurar la corrupción de la cual ellos han sido responsables.

De Guatemala a Guatepior, es decir, de Otto Pérez a Peña Nieto

En nuestro país existe la corrupción presidencial. Y es que fueron pillados Enrique Peña Nieto, su esposa y su secretario Luis Videgaray sin destapar toda cloaca que se acumula desde Miguel Alemán (1946-1952), y de cuyo abuso del poder han salido fortunas de “empresarios” y “banqueros” que han creado la actual narcopolítica hasta hacer de su mayor capo al Chapo Guzmán, uno más de la lista de Forbes a partir de los 70 mil millones de dólares de Carlos Slim al millón del narcotraficante que dejaron escapar Vicente Fox y Peña por la corrupción del sistema presidencial, tan podrido como el Judicial y Legislativo, a cuyos tres poderes los de Guatemala acaban de darles una lección democrática cuando el pueblo, sus representantes y sus jueces, funcionaron como vasos comunicantes entre la democracia directa y la indirecta.

El primer informe de Peña Nieto

El próximo 1 de septiembre, el presidente Peña Nieto hará públicos los resultados de su primer año de gobierno: el alza en las tasas de la pobreza y la violencia, el colapso del mercado interno y la nula generación de empleos. Una hipótesis perversa podría explicar la situación: inducir una austeridad fiscal deliberada para que la consecuente recesión doblegue y obligue a la población a aceptar la reprivatización energética, ante el temor de perder su empleo y el agravamiento de sus necesidades sociales

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