Jorge Meléndez Preciado*
Es común decir: más importante que el debate es lo que sigue, la propagación de quien, aparentemente, fue el ganador, o el menos peor. Y es parcialmente cierto. Ya que importa lo mismo la discusión de los suspirantes y sus formas, que la manera en que se organizaron para tratar de persuadir que salieron victoriosos de la contienda.
Si lo anterior es cierto, la lucha no se gana por una frase ingeniosa, un ataque muy bien realizado ni un lance muy efectivo, sino más bien con una preparación correctamente armada, precisa y a todo vapor. Claro, también importan muchas otras variables: el momento, la necesidad de cambio por parte de la gente, el mensaje que se envíe y un etcétera que se estira demasiado.
Todo ello viene a consideración porque así como Vicente Fox inició su viaje a Los Pinos seis años antes, lo mismo trama Enrique Peña Nieto. Ambos en los lomos de quienes ahora son los grandes poderes: la televisión y los financieros. Incluso el guanajuatense, dijeron los albiazules, se impuso a su partido. Algo que ocurrió también en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), según los beltronistas.
Alguien dirá que lo mismo realizó Andrés Manuel López Obrador. La diferencia es que hace mucho las elecciones y la mayoría de votos no se ganan puebleando, yendo de localidad en localidad. Eso lo sabe muy bien Cuauhtémoc Cárdenas desde 1988. Lo de hoy es la tele y la lana.
Si además tenemos un encuentro en el cual no hay un debate en serio, sino una serie de preguntas conocidas de antemano, con tiempo estilo concurso de televisión y cámaras que se acercan o alejan para evitar mostrar los trapos sucios, estamos más ante un certamen de primaria que ante una prueba que deben superar quienes desean llegar a la casa presidencial.
Y si agregamos que entre los árbitros está el exsecretario general del PRI, Sergio García Ramírez, y se contrata a Jesús Tapia –quien trabajó con Vicente Fox, que es productor de TV Azteca y además habla pestes de López Obrador y de Vázquez Mota–, quien aparentemente no tenía resueltos los problemas a tiempo y contrató “descuidadamente” a una modelo de Playboy para lucirse en la pasarela, la cosa va mal.
Frente a este último asunto, el Instituto Federal Electoral es, cuando menos, un árbitro descuidado. Para un asunto relativamente serio, no supervisó nada. ¡Es como si contratara a Brozo para una fiesta infantil! Tan fue omiso que García Ramírez se atrevió a decir que posiblemente volvería a la escena el mencionado Tapia (aunque éste anunció poco después su renuncia). Todo ello frente a la perenne sonrisa de Leonardo Valdés (¿el tipo se reirá de su encomienda y de los miles de millones que dilapida sin freno?).
Para muchos, el ganador fue el que se autoproclamó candidato ciudadano (sic panalero), Gabriel Quadri. Su discurso novedoso –no a los subsidios de las gasolinas, entre otros– dio en el blanco. Asimismo censuró las descalificaciones de los contendientes y la falta de oído de los polacos ante los reclamos de la gente. Aunque su postulación se haya dado por una señora que en la lucha por el poder es un “camaleón” (Elba Esther, la verdadera Jefa): ¿hay más político mañoso que el que cambia de piel siempre?
Luego, según varios sondeos, quedó López Obrador. Su exposición mostró que las tablas cuentan, y los éxitos entre sectores de la población también, pues hasta los que incluso querían lincharlo por populista, ahora insisten en dar la tarjeta para adultos mayores, jóvenes, mujeres, y construir más universidades. Al final todo eso sí importa. Hasta se dieron cuenta de que los segundos pisos son urgentes para una clase media que usa el automóvil por necesidad y/o estatus.
Pero el encuentro del domingo se prolongó. No únicamente en los actos después de la comparecencia en televisión, sino lo más importante: en los análisis de medios (hubo de todo, como en botica) y, sobre todo, en las redes sociales. Tanto que el PRI contrató a un ejército de tuiteros para enviar mensajes a favor de Peña Nieto y en contra de los adversarios. El neoacarreo ahora en cómodas oficinas y con aparatos modernos para hacer demagogia.
El posdebate mostró que el PRI continúa, desgraciadamente para la nación, siendo el operador más eficaz para imponer a quien designe, desde luego con ayuda de las televisoras y los hombres de negocios que han ganado como nunca y que ahora ven en el Partido Acción Nacional a una organización desgastada y más corrupta que las anteriores.
Con todo, algo se modificó. Se notaron las debilidades lingüísticas y mentales de Peña Nieto, quien ahora irá, espantado, a rescatar votos a universidades. Josefina se hundió en su ambivalencia y falta de propuestas, no obstante la bendición eclesiástica que le dieron antes del acto dominical. Quadri va en sus 15 minutos de fama, aunque su “corona” rápidamente fue abollada en la escuela de periodismo Carlos Septién, donde fue descubierto como un simulador que utiliza en apariencia una Combi aunque se traslada en vehículos de la policía; y Elba Esther es su “madrina”. Y Andrés Manuel sigue escuchando poco y queriendo solo hacer las cosas; tarde ya quiere incorporar a su equipo a la campaña.
Casi nada se habló de los jóvenes, el sector más dinámico y grande de los indecisos. Quienes podrán decidir la elección, ya que conforman un 35 por ciento del total, fueron mencionados únicamente en los casos de más universidades e internet “en todas partes”. Es decir, se les considera simplemente como fuerza de trabajo, no en sus aspiraciones culturales, familiares, amorosas. Ellos, los muchachos, deben resolver tres problemas básicos: seguridad, educación y empleo. Trío que es indispensable mantener unido en su forma y contenido para que no ocurra lo que en los países árabes, Europa y Estados Unidos. ¿Alguno de los cuatro candidatos tendrá la mínima propuesta al respecto? Seguramente no.
Claro, otra ausencia fueron las mujeres (¡aguas, Pina!), quienes son las más sufrientes de esta época de cacería de seres humanos, según ha dejado constancia Javier Sicilia.
Revista Contralínea 285 / 20 de mayo de 2012