Jacobo Silva, entregado a inteligencia militar

Jacobo Silva, entregado a inteligencia militar

⇒ Parte IX: Jacobo Silva, entregado a inteligencia militar

En la búsqueda de la expansión del movimiento armado, el Comandante Antonio puso su confianza en quien finalmente acabaría entregándolo al Ejército. En el operativo de captura, agentes especiales se disfrazaron de indigentes

Novena parte
 
“Fue una delación –dice Jacobo al referirse a su detención–. Al parecer habían detenido días antes a la persona con la que me iba a reunir; la torturaron, y en la tortura dijo a quién iba a ver. Entonces cundo fui a la cita con ella, ya estaba todo preparado para la captura. Y así sucedió: me capturaron minutos después de que contacté con ella.”
 
—¿La reunión a la que te dirigías tenía como objetivo fortalecer la lucha o hacer que crecieran las fuerzas guerrilleras en otro lugar?
 
—Era una reunión para contactarnos con otra organización. Esta muchacha me iba a presentar a personas para entablar la relación.
 
—¿Era una manera de crecer como guerrilla?
 
—Sí, era parte del trabajo. Se dio dentro del proceso de retirada de áreas de conflicto [con el EPR]: para qué concentrarse tantos en sólo un lugar [Guerrero] estando tan grande el país. Había muchos lados en los que se podía hacer trabajo. Ese intento se hizo como parte de la búsqueda de más lugares.
 
Jacobo Silva Nogales fue presentado a los medios de comunicación el lunes 25 de octubre de 1999 en el entonces Centro Federal de Readaptación Social 1 de Almoloya de Juárez. Era custodiado por militares recién dados de alta en la entonces Policía Federal Preventiva. La versión oficial decía que había sido detenido el viernes anterior. Los reportes de prensa señalan que el Comandante Antonio mostraba evidencias de haber sido golpeado.
 
El entonces subsecretario de Seguridad de la Secretaría de Gobernación y exdirector del Centro de Investigación y Seguridad Nacional, Jorge Tello Peón, declararía a la prensa que la captura del Comandante Antonio era de una importancia similar a la de la muerte de Lucio Cabañas y de Genaro Vázquez. “La importancia en términos logísticos es exactamente de la misma magnitud; estamos hablando del dirigente operativo de la guerrilla de Guerrero”. El funcionario también declararía que el ERPI contaba entonces con seis columnas guerrilleras en ese estado.
 
En el ERPI coincidían en que la detención del Comandante Antonio y la Coronela Aurora (Gloria Arenas) era el golpe más devastador que habían recibido. En el comunicado 19, emitido el 25 de noviembre de 1999, la Dirección Nacional del ERPI, ya a cargo del Comandante Insurgente Santiago, reconocía: “El golpe dado a nuestra organización es el más importante desde nuestra conformación, ahora sabemos, producto de una delación que sufrió nuestro compañero Jacobo y que aún nos encontramos investigando”.
 
Hasta ahí las coincidencias con la información oficial. La versión de las autoridades señala que Jacobo Silva y Gloria Arenas fueron encontrados de manera “fortuita” cuando investigaban un secuestro; que elementos castrenses reubicados en la Policía Federal Preventiva habían encontrado de manera “circunstancial” la casa de seguridad del ERPI el 22 de octubre, y que fueron presentados dentro de las 72 horas que marca la ley ante la autoridad judicial (el día 25). La historia que relata Jacobo Silva Nogales es muy distinta.
 
Era el 19 de octubre. Tres semanas antes Jacobo había acordado con “una compañera” –según versiones de prensa, de nombre Ruth Ortega– verse en la esquina del cine Cosmos, afuera de la estación Normal de la línea 2 del Sistema de Transporte Colectivo Metro, en la Ciudad de México. Jacobo llegó minutos antes de la hora señalada y pudo recorrer despreocupadamente el lugar.
 
Después de aguardar algunos minutos la vio dirigirse hacia él, en compañía de otra persona. Los saludó y los tres caminaron en dirección a la estación San Cosme del Metro. Platicarían en uno de los cafés de la zona. Nada extraño notó Jacobo: como siempre, había niños de la calle y adultos en situación de indigencia.
 
Justo en el umbral del café Pekín se le lanzaron varios individuos para inmovilizarlo. No lo consiguieron de inmediato y se sumaron más.
 
“Pensé que era un asalto”, dice Jacobo. Lo único que pudo observar en ese momento fueron los zapatos y pantalones rotos de quienes intentaban someterlo. Eran seis personas.
 
La gente se arremolinó y demandaba a los supuestos ladrones que dejaran a Jacobo en paz. Intentaban ponerle las manos en la espalda. Cuando pudo levantar la cabeza, observó que personas gritaban: “¡Déjenlo, cabrones!”. “¡Ya déjenlo, ratas!”. Serían alrededor de las 16:30 horas.
 
“No me quitaban mi reloj ni me esculcaban las bolsas; ahí comencé a sospechar que se trataba de otra cosa; pero pensaba que era un secuestro exprés para que sacara dinero del cajero o para que extorsionaran a la familia”, recuerda Jacobo.
 
Inmovilizado y a empellones fue trepado a una combi. Los captores le decían, para confundirlo, “¿ya te acordaste de nosotros, cabrón?”. “¡Vámonos, vámonos!”, gritaban. Pero el chofer respondía: “¡No se puede!”. La gente había alertado a policías del agrupamiento Zorros, de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal y habían ya cerrado el paso al vehículo.
 
“¡Hable por radio con su jefe, hable con su comandante!”, dijeron los captores. “¡Somos federales; no se metan!”. Al dirigirse a Jacobo, le gritaron: “¡Tú no digas nada, hijo de la chingada, porque ya te fregaste!”. Fue lo último que escuchó: además de inmovilizarlo, le introdujeron tapones en los oídos. Los del agrupamiento Zorros terminaron abriéndole paso a la combi.
 
“¡Chin! Caí en la cuenta de que habían tratado de confundirme y habían mantenido mi mente ocupada para que ni siquiera pudiera decir: ‘¡Soy guerrillero; soy el Comandante Antonio; avísenle a los periódicos’!”.
 
—Como guerrillero, ¿te habías preparado para enfrentar el hecho de ser descubierto y detenido?
 
—Al principio pensé: “voy a disfrazarlo y a negarlo todo”, porque de seguro me van a torturar. Pero no estaba agitado; de hecho estaba sereno. Deseché la idea y quise convencerme otra vez de que era un atraco o una extorsión, como muchas que ocurren. Pero seguí serenándome y lo asimilé: era una detención política. Cuando lo comprendí, me dije: “estoy muerto, debo darme ya por muerto”. Y también supe adónde se me conducía: a la tortura.
 
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