Una operación quirúrgica, preparada con meses de antelación, acabó con la vida del máximo líder de las comunidades triquis simpatizantes de la autonomía. La estrategia para asesinar a Timoteo Alejandro Ramírez no tiene precedentes en la región. No fue una emboscada ni una irrupción armada en la comunidad de Yosoyuxi, Oaxaca; se trató de un operativo con sicarios encubiertos que ingresaron hasta el hogar de la familia Alejandro Castro
Yosoyuxi, Copala, Oaxaca. Belén Alejandro Castro, de cuatro años de edad, observa los cuerpos sangrantes de sus padres. Balbucea. El charco de sangre casi se extiende hasta sus pies y decide salir. Nadie en las demás habitaciones de la casa. Nadie en el patio. Nadie en la calle. La niña se recoge el pequeño huipil y se dirige a las canchas del pueblo. Sube una pequeña colina y, titubeante, le dice a su hermano Timoteo que “se murió mamá”. El adolescente, de 14 años, se descuelga de la ladera e irrumpe en su casa.
—Me encontré con que mi madre y mi padre estaban muertos. Les estaba saliendo mucha sangre. Vi que a mi padre le dieron con un machete en su boca.
Hacía 10 minutos que los sicarios se habían marchado. Nadie había escuchado nada ni percibido algo anormal en el pueblo. Los habitantes de Yosoyuxi luego reflexionarían sobre la salida inusualmente rápida de los comerciantes que periódicamente visitaban la comunidad desde seis meses atrás.
El operativo para acabar con el más destacado líder impulsor de la autonomía de la “nación triqui” se puso en marcha en diciembre de 2009, cuando dos hombres mestizos, que dijeron venir del municipio de Santa María Zacatepec, llegaron a vender abarrotes y productos agropecuarios a bajo precio.
Timoteo Alejandro Ramírez, de 44 años de edad, “líder natural” de Yosoyuxi y “líder de líderes” entre las comunidades triquis en lucha por la autonomía, fue asesinado por sicarios que se hicieron pasar por comerciantes. Tleriberta Castro, su esposa, también fue asesinada por los dos hombres a los que el matrimonio comenzaba a considerar “amigos”.
Los “proveedores”
—Mi padre decía que el que venía era su amigo. Ya muchas veces había venido a vender –explica Timoteo Alejandro Castro, rostro bronceado y mirada dura.
Los supuestos comerciantes nunca llegaron en el mismo carro dos veces. Lo mismo traían sacos de maíz, coco, sandía y fresa, que cajas con refresco y cervezas.
Cada siete días, y hasta dos veces por semana, llegaban los supuestos vendedores a la tienda de Timoteo Alejandro. Además de los víveres, ofrecían ganado vacuno para engorda. Aunque se mostraban afables con todos los vecinos de Yosoyuxi, su interés se centró en la tienda del líder de la comunidad. Poco a poco se fueron enterando de las “debilidades” del fundador del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui Independiente y del principal impulsor del Municipio Autónomo de San Juan Copala: no andaba armado y rechazaba el cuidado de guardaespaldas.
—A Timo no le gustaba que aquí hubiera armas y que la gente se matara. Él siempre habló de trabajo, de diálogo y de paz; de no pelearnos –explica Julián González Domínguez, presidente municipal autónomo suplente de San Juan Copala.
A pesar de la violencia que impera en los pueblos de la zona, en Yosoyuxi nadie había sido asesinado y todos podían caminar con tranquilidad las calles de la comunidad. Timoteo Alejandro nunca tuvo miedo de una irrupción violenta en su casa ni de una traición.
—Esas personas ya venían pagadas. Esperaron hasta que el compañero Timoteo les empezó a agarrar confianza. Antes también venían otras personas (a ofrecer productos), pero ellos (los asesinos) siempre traían mejores precios. Vendían barato –dice un habitante de Yosoyuxi que solicita que su nombre no sea revelado.
Infiltrar las comunidades en resistencia
Los supuestos comerciantes no sólo llegaron a Yosoyuxi, sino que también ingresaron, mediante la misma treta, a otras comunidades que participan de la creación y funcionamiento del Municipio Autónomo.
Agustín Martínez Velázquez, representante de la comunidad Paraje Pérez, señala que los mismos autores del crimen intentaron convertirse en proveedores de las tiendas de su pueblo.
—Esa persona llegó a ofrecer cerveza, con precio más barato que los depósitos que hay en las otras comunidades que nos quedan cerca. Y la segunda vez que entró, trajo maíz. Y hasta una señora le compró. Pero los compañeros mejor lo sacaron y le dijeron que ya no viniera, porque vimos que era sospechoso.
Nadie supo los nombres de los asesinos. Y las descripciones son genéricas: un “güero”, alto, acompañado de un mestizo “chaparro”.
—Nosotros desconocemos el nombre de esas personas porque el que hablaba con ellos era Timoteo. Esas personas llegaron y dijeron que iban a surtirle para su tienda. Empezaron a venir hace seis meses. Era un alto, medio güero, blanco y usaba sombrero de palma. El otro era chaparro y era su ayudante –señala una mujer que solicita no ser identificada.
Todos coinciden en que el “comerciante” gustaba de usar botas texanas y sombrero vaquero.
Un operativo largamente planeado
El jueves 20, poco después de las cinco de la tarde, un automóvil blanco, modelo Jetta, de la marca Volks Wagen, procedente del rumbo de La Sabana, comunidad controlada por el grupo paramilitar de la Unidad para el Bienestar Social de la Región Triqui, ingresa a Yosoyuxi.
Baja de la carretera federal y toma los 500 metros de camino asfaltado con la parsimonia de siempre. La mayoría de los hombres y mujeres trabaja en el campo. El maíz ha rebasado las rodillas de los campesinos y ahora éstos deben afanarse en amontonar tierra y abono en cada mata. Los niños y adolescentes se encuentran en las canchas de basquetbol. Los balones rebotan de los tableros pintados con el símbolo de la lucha por la autonomía utilizado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional: una estrella roja sobre un fondo rojinegro.
Los “comerciantes” saludan a Timoteo Alejandro con la camaradería acostumbrada. Este día le ofrecen maíz. Ellos mismos sacan de la cajuela del automóvil dos sacos con el grano y se ofrecen a cargarlos hasta el interior de la casa. El trato ha sido echado y Timoteo va a pagar. Su esposa también se encuentra en la habitación. Los sicarios recargan los sacos en las columnas formadas por cajas de refresco y cerveza. De manera intempestiva, se muestra una pistola calibre .38 súper, con silenciador: un balazo en el lado izquierdo de la cabeza de Tleriberta Castro que sale por el cuello; un balazo en la cabeza de Timoteo y tres más en el cuerpo. Al final, un machetazo al “líder de líderes” que casi le desprende la quijada.
El automóvil se aleja a toda prisa. Sale de la comunidad con rumbo a Putla o Tlaxiaco y, desde las milpas, algunos campesinos lo ven partir. Varios minutos después, Timoteo Alejandro Castro, de 14 años, trata de reincorporar a sus padres. Con el rostro duro, corre a avisar que los han matado. No se permite llorar. Antes, se preocupa del destino de sus cinco hermanos menores, que oscilan entre los cuatro y los 12 años de edad.
—Cuando alguien se muere sí nos ponemos tristes; pero no como ustedes. Sabemos que si hoy muere triqui, mañana nace triqui. Y si el que muere es líder triqui, también mañana nace líder triqui –concluye Gregorio Chávez, profesor encargado de la escuela albergue de San Juan Copala, uno de los cientos de dolientes en el funeral del “líder natural” de Yosoyuxi.
Pero una joven mujer, entre lágrimas y gritos, “regaña” a Timoteo Alejandro, que yace inerte en un ataúd. En lengua triqui le recrimina no haberse cuidado lo suficiente y no haber advertido que los supuestos comerciantes serían sus asesinos.
Junto a los féretros, persisten dos charcos rojos: que la sangre de Timoteo y su esposa riegue la tierra de este pueblo.
—Para nosotros, Timo está vivo. No abandonamos la idea de autonomía. Al contrario, ahora tenemos que luchar más por ella. Su sangre hará que nazcan más Timoteos –concluye Julián González Domínguez.