En medio de las luchas internas que ha desatado en su país en torno a la cuestión nacional, el presidente Donald Trump también se enfrenta a una batería de opositores entre sus antiguos aliados en Europa. Recientemente se declaró un nacionalista.
Su afirmación causó una enorme repulsa de los grupos dominantes del establishment norteamericano, partidarios de la globalización. Igualmente, conmemorando el centenario del fin de la Gran Guerra, el presidente francés Emmanuel Macrón aseguró en París que ser nacionalista es la antítesis de patriota.
Hay, incluso, una tercera posición frente a la cuestión nacional: Son las naciones oprimidas que se enfrentan a las naciones dominantes. En las primeras hay movimientos de liberación nacional o guerras populares, reprimidos por gobiernos financiados por las naciones opresoras. Obviamente, hay que encontrarles una explicación a estas divergencias en cuanto a la definición de la nación. ¿Qué es la nación?
No es lo mismo una nación oprimida que una nación opresora. Tampoco es igual la nación para un grupo social dominante que para otro grupo dominado. Incluso hay naciones que compiten entre sí para la dominación de los mercados, territorios y fuerza de trabajo barata de otras naciones. El historiador inglés John Hobson lo llamó imperialismo. El imperialismo condujo a la humanidad a un estado bélico permanente hasta nuestros días.
Para simplificar las cosas, podemos decir que cada grupo social, articulado a una forma de organización de la producción de riquezas (la economía), puede tener un proyecto de nación. Los empresarios quieren consolidar su mercado nacional. Los campesinos quieren una nación que les asegure el acceso a la tierra. Los obreros aspiran a una nación que cumpla con sus aspiraciones de equidad y libertad. ¿Cómo puede una sociedad asimilar tantos proyectos?
También hay una definición territorial de la nación. Es una definición frágil pero puede servir en coyunturas especiales. Los polacos la utilizaron en su lucha para emerger como nación en el siglo XX. Los catalanes la utilizan en el siglo XXI. En América Latina, los grupos sociales se han unido –con mayor o menor éxito en Panamá, Cuba, Puerto Rico, entre otros– para enfrentar a Estados Unidos en defensa de su proyecto de nación.
En la actualidad, el presidente Trump ha levantado en Estados Unidos la bandera del nacionalismo para defender un proyecto que fue legitimado en el siglo XIX. Los “barones” de la gran industria después de la conquista de todo el territorio entre México y Canadá crearon uno de los proyectos de nación más exitosos en la historia.
A fines de ese siglo y principios del siglo XX, Estados Unidos se enfrascó en las guerras imperialistas de las potencias europeas. Su proyecto de nación fue reemplazado por una abierta competencia imperial con los europeos en América Latina, África, Asia y otras regiones.
Después de 1 siglo de imperialismo, las naciones/potencias europeas se han agotado y no tienen la capacidad para seguir explotando la periferia. Hace 40 años Estados Unidos organizó la Comisión Trilateral con el propósito de coordinar sus políticas con las de Europa (el llamado “centro”) en su relación con la periferia.
Se suponía que para ello se fortalecerían las instancias económicas (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial), se ampliarían las instancias militares (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y se crearían instancias políticas nuevas (G-7, G-20). Estados Unidos contraloría todo el engranaje apoyando a los demás socios. Lo que Barack Obama llamó “liderazgo desde la retaguardia”.
El plan concebía el mundo sin fronteras, unidades militares coordinadas y economías cada vez más integradas: la globalización. En otras palabras, era un adiós a las naciones surgidas al calor de la revolución industrial y del capitalismo, así como del imperialismo.
Esta versión del “fin de la historia” fue rechazada por sectores importantes del gran capital estadunidense que encontraron en la figura de Trump, su campeón. La propuesta de este grupo es sencilla: Estados Unidos es y será la primera y única nación con capacidad para liderar al mundo.
¿Qué alternativa tiene América latina? La propuesta de la globalización o de un liderazgo único centrado en Washington no es nueva. Es más de lo mismo. Ambos planes implican que las 35 naciones de América Latina y el Caribe seguirían siendo exportadoras de bienes de bajo valor agregado e importadoras de productos de alto valor agregado. A las naciones de la región sólo les queda la alternativa de romper con la dependencia y buscar un nuevo camino.
Marco A Gandásegui*/Prensa Latina
*Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA
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