Mujeres en la lucha por la independencia

Mujeres en la lucha por la independencia

FOTO: 123RF

En este 2021, bicentenario de la Consumación de la Independencia, recordemos a muchas de las mujeres que generosas ayudaron a la lucha. Josefa Ortiz encendió la mecha. Hubo gran participación femenina. Una de estas patriotas  fue Mariana Rodríguez del Toro Lazarín. Organizó tertulias literarias para preparar la rebelión de 1810. Esposa de Don Manuel Lazarín un dueño de la riquísima mina de La Valenciana, ubicada en Guanajuato, ayudó a la preparación del inicio de la Independencia, a la muerte de Hidalgo. Conspiró en abril de 1811 para secuestrar al virrey. Al ser descubiertos fueron encarcelados en las cárceles de la Inquisición ella y su esposo, y se les despojó de todos sus bienes. Fueron liberados ella y su esposo, hasta el triunfo de la Independencia. Mariana murió pocos meses del triunfo a causa del maltrato que sufrió en prisión.

Mencionemos también a la Güera Rodríguez, hermosa, inteligente, que usó su posición, aún enfrentando a la inquisición para separar a México de España.

Inolvidable, doña Petra Teruel, ella desde la Ciudad de México, organizaba tertulias, empeñó sus valiosas joyas para ayudar a los insurgentes Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria. Amiga íntima de Leona Vicario. Casada con un regidor realista, ayudó cuanto podía a los insurgentes dándoles dinero y abogaba por ponerlos en libertad y siempre apoyó a los presos por sedición.

Doña Petra Teruel de Velasco, es llamada “hada protectora” de los insurgentes, por la ayuda material y moral que prestó en todo momento a los patriotas.

Junto con ellas hubo miles de mujeres que aportaron a la lucha y cuyos nombres ni siquiera se han conservado, como las hermanas González, de Pénjamo, quienes sacrificaron su fortuna para irse con los insurgentes. Dentro del núcleo familiar, también sostuvieron la lucha María Josefa Marmolejo de Aldama. Esposa de Ignacio Aldama, apoyó la causa y se enfrentó con valentía a los realistas, diciéndoles sus verdades.

Las mujeres patriotas lanzaban a su familia a la lucha. María Elena Gamboa, de Zacatecas, convocó al pueblo a luchar en medio de grandes sacrificios, y su familia dio el ejemplo. Murieron, luchando, su hijo Timoteo en Zacatecas el 26 de septiembre de 1813 y su esposo, Víctor Rosales, el 20 de mayo de 1817 en Tacámbaro Michoacán. Y aún así nunca pudieron doblegarla.

Conmueve Rafaela López Aguado. Sus cuatro hijos lucharon en la independenciaː Ignacio y Francisco López Rayón son los más mencionados. También lucharon Ramón, José María y Rafael. Con todo el dolor de su corazón se negó a cambiar la vida de su hijo Francisco por la rendición y perdón de sus otros vástagos.

Impresionante, Rita Pérez se unió a la lucha en 1814. Esposa de Pedro Moreno, tuvo opción de irse a esconder con su mamá, o en lugar de eso participar en la campaña por la Libertad. Se fue con sus hijos a la Hacienda La Sauceda. Fortificó y armó el fuerte de “El Sombrero”. Dio alimento y medicinas a la tropa. No aceptó indultarse nunca. Fue encarcelada y perdió a su esposo y cinco hijos. Al triunfo no aceptó la pensión que le asignaron en 1823. Vivió hasta 1861.

El gobierno colonial fusilaba mujeres y hombres. Ellas lo sabían. Arriesgaban la vida. Luisa Martínez de García Rojas, esposa de un  jaranero, atendía un tendejón. En 1817 fue pasada por las armas por los realistas en Erongarícuaro, Michoacán, por ayudar durante 5 años a los insurgentes con víveres, pólvora y de todo. Fue encarcelada y multada cuatro veces y ella siguió apoyando. La quinta vez fue ejecutada. La mandó matar Pedro Celestino Negrete, que luchaba bajo las órdenes de Iturbide. Tras el triunfo de la Independencia, este tipo, integró el primer gobierno provisional de México tras la abolición del Primer Imperio Mexicano. Hombres como él se encaramaron en el poder tras un triunfo popular al que combatieron a sangre y fuego.

María Tomasa Estévez ayudó a integrar el primer frente insurgente en Salamanca, hoy Guanajuato, al lado de Andrés Delgado, Albino García y el cura Rafael Garcilita. Persuadía a soldados realistas de desertar. Incluso los seducía con tal fin. Agustín Iturbide la fusiló junto con su hijo, en Salamanca, en 9 de agosto de 1814.

Eran mujeres, sólidas, de una pieza. Cuando Gertrudis Bocanegra fue detenida, se mantuvo firme y con la moral muy alta. Las amenazas de despojarla de todos sus bienes y de los de la familia no dieron ningún resultado. Tampoco mellaron su ánimo los ofrecimientos de dejar libres a sus hijas a cambio de delatar a sus compañeros de lucha. Nada pudo obligarla a traicionar a la causa, ni su inminente condena a la pena máxima. Valiente, Gertrudis nunca dio información a los españoles a pesar de innumerables interrogatorios que resistió heroicamente. Así había firmado su sentencia de muerte. Luego de que fue enjuiciada, la encontraron culpable de traición al Rey.

Se dice que ya que ella llevaba información oculta en el papel donde se liaban los cigarros, los españoles decidieron torturarla quemándole con las brasas de los cigarros encendidos. Relatos de la época señalan que la muerte que le daban a las mujeres independentistas era horrible, les hacían sufrir enormidad de excesos y crueldades, que iban desde desnudarlas en público en una sociedad en la que tenían gran pudor para luego exhibirlas ante todos en la principal plaza del pueblo. El objetivo era escarmentar y dar una lección a quienes aspiraban a la libertad. Su congruencia fue castigada, no querían que cundiera el “mal ejemplo” que daba Gertrudis. Fue fusilada al pie de un fresno de la plaza mayor, la plaza de San Agustín de Pátzcuaro, hoy Vasco de Quiroga, el 11 de octubre de 1817. Hasta el último momento mantuvo una actitud digna y retadora. Trataron de que delatara a sus compañeros, incluso el sacerdote encargado de su confesión final no pudo convencerla de que a cambio de su vida diera la información sobre sus contactos en la insurgencia.

Se mantuvo imperturbable. Ya con vendaje en los ojos y atada de pies y manos, arengó en purépecha a la población, al grito de: “Sigan luchando por la Patria, llegará el día de la libertad. Luchad con fe y constancia, Dios habrá de premiar nuestro esfuerzo concediendo la libertad que ambicionamos”. Las balas acallaron su voz, pero sus palabras resuenan aún ahora en pleno siglo XXI en el que luchamos contra un nuevo Imperio, el estadunidense, y para independizar a México del neocolonialismo.

Muchas más fueron las fusiladas anónimas. Por ejemplo, se habla de dos mujeres fusiladas por los realistas en el camino a Teotitlán, por sospecharse que hacían tortillas envenenadas para los realistas.  Y también sufrieron represión centenares de hermanas, mujeres e hijas de los insurgentes, quienes fueron fusiladas o apresadas por el solo “delito” de tener una relación familiar con los rebeldes.

Esto ocurrió de manera constante, ya que los jefes realistas, Félix María Calleja e Agustín Iturbide, utilizaron la estrategia de apresar y fusilar a las familias completas de los insurgentes: lo primero para obligarlos a entregarse, lo segundo cuando deseaban la venganza. Y era práctica común los ajusticiamientos masivos como el que hizo Iturbide en Guanajuato tras la derrota de los insurgentes.