Cuando hablamos de política industrial, lo primero que nos viene a la mente es identificar a los “campeones nacionales”: aquellas industrias que deben ser prioritarias para el gobierno y cuyo desarrollo debe incentivarse para estimular el resto de la economía, a través de sus encadenamientos potenciales con proveedores y compradores. En el contexto de México, también se considera la política industrial como un instrumento para atraer nueva inversión extranjera directa, especialmente en el marco del nearshoring o relocalización de empresas. Sin embargo, más allá de las grandes industrias, es crucial reconocer la dualidad existente en México, donde la mayoría de los empleos se crean en micro y pequeñas empresas. Es necesario diseñar estrategias para integrar estas unidades en una dinámica de mayor productividad, permitiéndoles formar encadenamientos con la gran empresa.
De acuerdo con los datos del último censo económico del Inegi (2019), existen poco más de 6 millones de unidades económicas en el país que emplean a poco más de 36 millones de personas. De ese universo, se estima que el 94.9 por ciento son establecimientos micro, 4.9 por ciento son pequeños y medianos, y sólo el 0.2 por ciento son establecimientos grandes. En nuestra economía predominan los micronegocios (de hasta cinco empleados). Sin embargo, la distribución del empleo es distinta: el 37.2 por ciento del personal ocupado trabaja en microempresas, el 30.7 por ciento en Pymes, y el 32 por ciento en grandes empresas. Además, el 43 por ciento de las unidades económicas en México se dedican al comercio minorista, el 13 por ciento a servicios de alojamiento temporal y de preparación de alimentos y bebidas, y sólo el 12.1 por ciento a la industria manufacturera. Esto representa un gran reto para incentivar a la población a insertarse en el ámbito de la producción, que implica mayores riesgos e inversiones.
El sector manufacturero refleja, entre otros factores, el estado de la ciencia de un país a través de las innovaciones. La nueva Secretaría de Ciencias, Humanidades, Tecnología e Innovación tiene el deber de coordinar a las empresas de origen mexicano con los Centros Públicos de Investigación y universidades para emprender desarrollos conjuntos. Además, debe difundir tecnologías accesibles de pequeña escala de producción para las micro, pequeñas y medianas empresas. Sólo así, pequeños productores, como un herrero que enseña de forma tradicional y artesanal a sus trabajadores, podrán incrementar su productividad y calidad, y así tendrán mayores oportunidades de ser parte de los encadenamientos generados por las grandes empresas. Los incrementos en productividad de estos pequeños productores ayudan a reducir la informalidad de la economía a largo plazo, ya que los salarios se incrementan.
Esto demuestra que, en un país como México, es aplicable lo que Muhammad Yunus (Premio Nobel de la Paz 2006) sostenía para India: incluso las personas con menores recursos trabajan para su desarrollo y es necesario incentivar el desarrollo social y económico desde abajo. Por ello, el enfoque de microcréditos, con la correcta coordinación del gobierno y los hacedores de ciencia aplicada, puede guiar a los microempresarios en la adquisición de maquinaria de pequeña escala de producción. Así, las políticas de emprendimiento tendrán un impacto directo en el incremento de la productividad y comenzará un proceso de desarrollo desde abajo. Además del enfoque del gobierno saliente de aplicar las transferencias monetarias como un gran igualador social, se necesita generar mejores condiciones de emprendimiento y de empleo formal.
La política industrial que México necesita para lograr un desarrollo económico sostenido en las próximas décadas debe considerar, por un lado, la generación de procesos de asimilación tecnológica en los estratos más bajos de la producción, en los que están involucradas micro, pequeñas y medianas empresas. Por otro lado, debe enfocarse en incentivar la innovación en las grandes empresas, fomentando la creación de conglomerados nacionales que generen desarrollos en ciencia y tecnología de origen doméstico. Mientras el sector manufacturero mexicano esté supeditado a grandes transnacionales, no habrá un interés genuino en el desarrollo de capacidades tecnológicas nacionales. Solo este cambio permitirá que la pentahélice (interacción entre gobierno, iniciativa privada, instituciones científicas, sostenibilidad y sociedad civil) se coordine y tenga impactos significativos, logrando que tanto las micro como las grandes empresas de origen nacional se encadenen productivamente.
Óscar Arturo García González*
*División de Estudios sobre el Desarrollo, Centro de Investigación y Docencia Económicas
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