Una llamada de 3 minutos a su madre. Varias llamadas entrantes en la siguiente hora. No descolgadas. Entretanto una llamada a una clínica especializada en abortos. Numerosas llamadas salientes a un número que rechaza la llamada. Hasta que en el tercer intento aparece apagado o fuera de cobertura. La computadora almacena la información, pero nadie escucha las conversaciones. ¿Hace falta que sean atendidas para saber qué ocurre? Es un ejemplo, apuntado por el periodista Glen Greenwald, de lo que podría haber ocurrido en una de las múltiples escuchas que durante los últimos años ha ejecutado la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos. Y que plantea la legalidad del procedimiento.
Adrián Blanco Ramos*/Centro de Colaboraciones Solidarias
Unos registros, los anteriores, denominados por la agencia de seguridad como “metadatos”, que no plantean ningún riesgo para las personas. Pero atentan contra su intimidad. La cuestión es si “la persecución y prevención del terrorismo” valida estas prácticas secretas y a espaldas de los afectados. No parece que tenga nada que ver un tema tan delicado con los problemas del día a día de la gente.
La indignación que recorre los principales gobiernos de Europa y de medio mundo por las escuchas de la NSA puede quedarse en sólo una pataleta. Angela Merkel, François Hollande, Mariano Rajoy, Dilma Rousseff han anunciado investigaciones y han condenado la práctica entre Estados socios.
“Sólo almacenamos metadatos”. Ha sido la defensa de la administración estadunidense. Una explicación que parece haber evitado una crisis diplomática.
Seguir al lado de la primera potencia mundial prima más que una ruptura por “unos metadatos”. Pero ¿a qué se refieren con este término? La práctica de la NSA consiste en organizar, recopilar los registros de las llamadas, mensajes de los dispositivos controlados. Pero justifican que en ningún caso entran en su contenido. Es decir, el ordenador trabaja con unos números de teléfonos móviles, con la duración de la llamada, pero en ningún caso con los intercambios en las comunicaciones.
Glen Greenwald ha sido el periodista encargado de destapar el escándalo gracias a la filtración de datos que recibió de Edward Snowden, exagente de la NSA. Greenwald, en una entrevista, afirmó que Estados Unidos quiere “recoger todas las comunicaciones del mundo ya que eso les proporciona un gran poder”. Considera que hay muchas formas por las que estas prácticas pueden ser “peligrosas”. Bajo su punto de vista, les permite acercarse a los poderes políticos de otros países. Hecho por el que pueden conocer sus intenciones en materia de economía y políticas comerciales y partir con ventaja en posibles negociaciones.
Pero Estados Unidos no es el único que realiza este procedimiento. Junto a ellos, espían de forma intensa y comparten todo tipo de información sus principales aliados, que conforman el mundo anglosajón: Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. La Unión Europea coopera en casos puntuales, razón por la que quizá en muchos casos no se haya ido más allá de la mencionada pataleta. Pues si nos fijamos en el caso de España, dichas prácticas violan la ley 25/2007 de conservación de datos y que pretende proteger, entre otras cosas, “los datos que permiten determinar el momento y duración de una comunicación”.
También está la cuestión de si Snowden es un delincuente o un paladín de los derechos humanos. De si Snowden actuó contra la ley o en favor de la ética y de todos los ciudadanos cuyas conversaciones pueden ser registradas. Equilibrar ambos polos es una cuestión difícil. De momento, el exagente de la NSA, parapetado en Rusia, no cree que en su país pueda ser sometido a “un juicio justo”, como solicitan desde la administración estadunidense. Y aunque en Europa ha puesto el grito en el cielo, parece que impera el más que recurrido en economía liberal “laisez farie, laisez passer” (dejar hacer, dejar pasar).
*Periodista
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Fuente: Contralínea 361 / 17 de noviembre de 2013