Como si el cumplimiento de sus obligaciones fuera un mérito, Enrique Peña y sus empleados celebraron haber recapturado al delincuente Joaquín Guzmán Loera, a quien algunos de ellos, mediante sobornos, dejaron escapar de manera espectacular para que pareciera real. La noticia, como se dice, dio la vuelta al mundo. El ungido como “enemigo público número uno” en Chicago regresaba a la cárcel tras haber sido materialmente pescado en las aguas negras del alcantarillado del municipio de Los Mochis, Sinaloa, cuando trataba de huir burlando a policías, marinos y soldados que lo tenían cercado. Ya pasó el hecho y el escándalo mediático.
Ahora sigue siendo prioritario que las políticas públicas de la seguridad económica encuentren cómo recapturar la devaluación del peso que encarece más los productos de primera necesidad; recobren la caída del crecimiento económico y, tras la privatización energética, rescaten de la sobreproducción mundial petrolera el desastre del precio del barril, que está ahuyentando más a los que han comprado nuestros yacimientos. Todo apunta a que Petróleos Mexicanos (Pemex) ya está en quiebra por la pésima administración peñista, los abusos de la cúpula sindical de Carlos Romero Deschamps y el botín que de la explotación petrolera han hecho los empresarios pegados a las ubres del oro negro.
La crisis general, que el peñismo se ha negado a reconocer y enfrentar con su gabinete, ya inició su devastación en medio de la corrupción de su élite, de los rateros desgobernadores y presidentes municipales, así como diputados federales, locales, asambleístas, senadores y funcionarios de organismos descentralizados y con autonomía para saquear, que se reparten bolsas millonarias con el descaro de quienes fueron funcionarios y se han convertido en ladrones que, además y por eso, no rinden cuentas y rehúyen a la transparencia, mientras en público se desgarran las vestiduras para mostrar la desnudez de sus riquezas mal habidas. Mientras los empresarios, banqueros, patrones y demás fauna de la iniciativa privada también participan del aquelarre rateril. Ya no hay crecimiento, sino todo lo contrario: decrecimiento. Están despidiendo a más trabajadores. Son contadas las obras públicas y se ha restringido el gasto social. Con todo y la victoria festejada por la baja de los precios, éstos han seguido subiendo no obstante el bajísimo consumo de la población. Mientras los capitalistas nativos reducen su participación en los mercados, para contribuir al desastre económico y sus consecuencias sociales: más pobres, más desempleo y más descontento en 100 millones de mexicanos.
Los peñistas ya demostraron que son marineros de buen tiempo. Y como escribió Keynes (Robert Campbell, “La revolución keynesiana”, ensayo del libro Historia económica de Europa; Ariel editorial), en cuanto estalla la tormenta “abandonan los deberes de la navegación e incluso hunden los barcos” para reventar la crisis que inevitablemente crea un motín a bordo. Así, en sus 3 años el peñismo ha ido hundiendo la nave estatal y con sus salvavidas puestos se preparan para escapar a la Chapo Guzmán. El capitalismo mundial made in Estados Unidos y made in China ha entrado –dicen– en otro de sus periodos de ajuste sobre sus modos de explotación laboral y de los recursos naturales, tecnológicos, industriales y financieros.
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En ese ínterin los países harán sufrir a sus poblaciones, particularmente a quienes, como en México, padecen empobrecimiento y desempleo masivos. Y, además, tienen élites dirigentes mediocres, rateras e incompetentes que se parapetan en la impunidad y complicidad entre ellos. Por lo general se dice que le está yendo mal a Peña, cuando es la nación la que sufre las consecuencias del mal gobierno presidencial, de la alta burocracia federal y de los desgobernadores que roban descaradamente y no hay uno presentado ante el Ministerio Público. Y muy por el contrario los protegen con cargos (Fidel Herrera es cónsul; al amigo de Peña, Moreira, lo dejaron escapar y vivía como rey en la monarquía de España; Heladio Aguirre es intocable; Padrés, el de Sonora, a lo más que ha llegado es a estar en las notas policiacas, etcétera).
Recapturaron, pues, al delincuente, el escapista por túneles y alcantarillas. Lo celebró Peña, fue noticia mundial. ¿Y quién, de los peñistas, ha recapturado el crecimiento económico y evitado la austeridad que ha limitado el gasto social, reducido el gasto en salud (David Stuckler y Sanjay Basu, Por qué la austeridad mata: el costo humano de las políticas de recorte, Taurus ediciones), y no se reparan las escuelas públicas, mientras recortan profesores en nombre de la reforma laboral peñista? Le echan la culpa a China de la devaluación del peso ante la moneda estadunidense; pero los responsables son la caída de la producción interna privada y pública, la reducción de las exportaciones y la importación de la mayor cantidad de los granos que consumimos, porque el peñismo mandó al diablo a campesinos, agricultores y al campo.
Y porque enloquecidos por el auge del precio del petróleo no vislumbraron el actual desastre que se está llevando entre las patas la quiebra de Pemex y no hay los atractivos que, con bombo y platillos, anunciaba la privatización energética. El peñismo es incapaz de recapturar la crisis general, tomando decisiones por encima del neoliberalismo económico, o sea del capitalismo devastador que ha endiosado las libertades absolutas de los mercados. Empeorará la crisis porque dejaron escapar el crecimiento, la fortaleza del peso y creyeron, ante los movimientos petroleros del mundo, que la caída del precio era pasajera. Enloquecieron de alegría Peña y sus élites porque recapturaron al delincuente. Pero el Chapo y Peña Nieto son las dos caras de la misma moneda.
Álvaro Cepeda Neri
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: CONTRAPODER]
Contralínea 476/ del 22 al 27 de Febrero 2016