Los saldos son, en primer lugar, humanitarios, padecidos por las familias palestinas; pero también hay graves consecuencias para la potencia agresora israelí en materias como la economía, la vida social y las relaciones internacionales
Connecticut, Estados Unidos. El impacto económico en el pueblo palestino es descomunal y cruel como pocas veces se ha visto. Pero Israel –o mejor dicho, el pueblo israelí– es víctima también de las políticas fascistas de su gobierno.
Más allá de las acciones militares, se acumulan colosales impactos económicos, sociales y de relaciones internacionales, tanto a corto como a mediano plazo.
Deseo hacer una aserción bien clara: Israel está perdiendo la batalla de Gaza en su conjunto. Los efectos de su agresión y derrota van a ser de largo aliento. El primer impacto es de tipo económico:
No puede permitirse el lujo de permanecer movilizado durante tanto tiempo, ni siquiera con el apoyo financiero ilimitado de Estados Unidos. Son cientos de miles de reservistas que llevan más de 60 días fuera de sus empleos; muchos de ellos permanecerán así por tiempo indefinido.
Una parte sustancial –quizás la más alta del mundo– de los israelitas ostenta doble nacionalidad. Se estima que, a pesar de los limitados vuelos comerciales, más de un cuarto de millón ha abandonado el país en los últimos dos meses; es decir, un 3 por ciento de la población.
Ese es también el número de los que se han marchado de sus asentamientos a lugares menos expuestos, tanto en el sur –en un amplio radio alrededor de Gaza– como en una extensa franja a lo largo de las fronteras con el Líbano y Siria, en una alta migración interna.
Israel no está preparado para conflictos prolongados. Pese a su sofisticado equipo militar, depende de concluir sus guerras de manera rápida y abrumadora. El problema es que ahora no puede. Hamas está demasiado arraigado y Hezbolá es demasiado fuerte.
Ambos tienen su propio equipo militar bastante efectivo, a pesar de la ausencia de armas pesadas, marina y fuerza aérea, muy útil para la guerra asimétrica que ejecutan.
Su estrategia es hacer que las fuerzas aéreas y navales enemigas sean en gran medida inútiles contra ellos. Esto mediante una vasta y bien equipada red subterránea de túneles reforzados, sellados y bien defendidos. Su estrategia es el desgaste: prolongar el conflicto más tiempo del que los israelíes estén dispuestos o sean capaces de soportar.
El 6 de noviembre, el londinense Financial Times publicó una investigación extraordinaria que rastreaba el devastador costo económico de la guerra de Israel en Gaza: su impacto repercutió en las finanzas personales, los mercados laborales, las empresas, las industrias y el propio gobierno israelí. Informa que la guerra ha afectado a “miles” de empresas. Muchas de ellas están al borde del colapso y con sectores enteros sumidos en una crisis sin precedentes.
Los datos citados por la Oficina Central de Estadísticas de Israel revelan una realidad sombría: una de cada tres empresas ha cerrado o está operando al 20 por ciento de su capacidad desde que comenzó la Operación Diluvio de Al-Aqsa el 7 de octubre. Esta situación abrió una brecha en la confianza nacional israelí.
Más de la mitad de las empresas enfrentan pérdidas de ingresos que superan el 50 por ciento. Las regiones del sur –más cercanas a Gaza– son las más afectadas, con dos tercios de las empresas cerradas o funcionando “al mínimo”.
Para agravar la crisis, el Ministerio de Trabajo de Israel informa que 764 mil ciudadanos –cerca de una quinta parte de la fuerza laboral de Israel– están desempleados, debido a evacuaciones, cierres de escuelas que exigen responsabilidades de cuidado de niños, o llamados a filas de tropas de la reserva.
El costo en el comercio y el turismo de Israel
El lunes 4 de diciembre, Bloomberg puso cifras del impacto económico de la beligerancia militar de Tel Aviv: la guerra de Gaza le ha costado a la economía israelí casi 14 mil millones de dólares hasta la fecha, con otros 260 millones de dólares en pérdidas adicionales cada día que pasa.
A pesar de esta terrible situación, el primer ministro, Benjamín Netanyahu –quien depende en gran medida del apoyo de facciones políticas ultra sionistas de derecha–, persiste en asignar enormes sumas a proyectos no esenciales de la economía.
Ha destinado una cifra récord de 14 mil millones de shekels –3 mil 600 millones de dólares– en gastos para proyectos de los cinco partidos políticos, los cuales componen su gobierno de coalición. La mayor parte está destinada a escuelas religiosas y al desarrollo de asentamientos judíos ilegales en la ocupada Cisjordania.
En una amarga ironía, múltiples proyectos de construcción israelíes se han paralizado temporalmente porque dependían de la explotación de trabajadores palestinos. Los ultra-sionistas “no quieren tener trabajadores palestinos allí”.
El turismo –salvavidas económico– ofrece poco respiro para Tel Aviv. Las cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) muestran que los viajes internacionales contribuyen apenas con el 2.8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Sustentan 230 mil puestos de trabajo; poco más del 6 por ciento de la fuerza laboral total.
A pesar de los persistentes esfuerzos a lo largo de 2023 para reactivar el turismo, en octubre se produjo una enorme caída del 76 por ciento con respecto a octubre de 2022.
Los vuelos diarios del aeropuerto Ben Gurion cayeron de 500 a apenas 100. Sin un final a la vista para la guerra y con los propios colonos sionistas huyendo en masa, parece poco probable que Tel Aviv vuelva a convertirse en un popular destino de vacaciones a corto plazo.
La catástrofe que se está desarrollando no pasa inadvertida para los economistas en Israel, 300 de los cuales –ya desde el 1 de noviembre– instaron a Netanyahu y sus ministros de finanzas a “entrar en razón”, debido al “grave golpe que Israel había recibido”.
Creen que el cataclismo “requiere un cambio fundamental en las prioridades nacionales y una redistribución masiva de fondos, para hacer frente a los daños de la guerra, la ayuda a las víctimas y la rehabilitación de la economía”. En respuesta, el primer ministro se comprometió a crear una “economía armada”:
“Mi orientación es clara: estamos abriendo los grifos, inyectando dinero a todos los que lo necesitan… Cualquiera que sea el precio económico que esta guerra nos imponga, lo pagaremos sin dudarlo… Derrotaremos al enemigo en la guerra militar y ganaremos la guerra económica también”.
A pesar de tal grandilocuencia retórica, hay amplios indicios de que el Estado sionista está engañado tanto en su sostenibilidad económica como de su destreza militar.
Los informes publicados por el “grupo de expertos” del Start-Up Nation Policy Institute (SNPI) de Tel Aviv revelan un panorama sombrío. Apenas dos semanas después de que estallara la inundación de Al-Aqsa, publicó un estudio sobre los daños al sector de alta tecnología de Israel, el cual alguna vez fue una fuente de orgullo y alegría nacional, además de un indicador de la prosperidad en general.
Incluso en esa etapa inicial, el SNPI pronosticó una “crisis económica, cuya fuerza aún se desconoce” inminente, basándose en su encuesta. En total, el 80 por ciento de las empresas tecnológicas israelíes informaron daños resultantes del empeoramiento de la “situación de seguridad” del país, mientras que una cuarta parte registró “daños dobles, tanto en recursos humanos como en la obtención de capital de inversión”.
Más del 40 por ciento de las compañías tecnológicas tuvo acuerdos de inversión retrasados o cancelados y sólo el 10 por ciento “logró tener reuniones con inversores”. El informe concluye diciendo que:
“La incertidumbre y la consiguiente decisión de muchos inversores de esperar debido a la situación actual golpea a un sistema económico que ya estaba en dificultades para recaudar capital, en parte debido a la inestabilidad política en vísperas de la guerra, combinada con la crisis mundial”.
Otra razón del fracaso del sector tecnológico israelí es la exposición de las vulnerabilidades reales o percibidas de los sistemas de guerra y vigilancia electrónica de Israel durante el ataque de Hamas del 7 de octubre.
Ese informe concluyó que la operación de la resistencia palestina “probablemente conduciría a una disminución significativa en el prestigio del sector de ciberseguridad de Israel”, dado que representa un golpe grave, quizás terminal, para la marca “Startup Nation”, la cual depende en gran medida de la ciberseguridad. Los acontecimientos posteriores han confirmado esta predicción.
El 2 de noviembre, SNPI publicó un estudio adicional que investiga la resistencia económica histórica de Israel a las crisis de seguridad. Se realizó basándose en datos de “eventos de combate significativos de los últimos 20 años”, en particular la Operación Margen Protector de 2014.
Si bien reconoció que los acontecimientos recientes habían suscitado “naturalmente grandes preocupaciones entre los inversores, socios y clientes extranjeros” de las empresas israelíes, el SNPI dibujó un panorama más optimista que antes. Sugirió que Tel Aviv “ha demostrado su capacidad para superar crisis de este tipo en el pasado y… emerger más fuerte”.
Este juicio alcista se basa en que el ataque a Gaza de 2014 costó sólo el 0.3 por ciento del PIB israelí, o alrededor de 8 mil millones de shekels –unos 2 mil 157 millones de dólares– en dinero real.
Además, ese esfuerzo militar no trastornó de manera duradera los mercados financieros, ni causó “fluctuaciones bruscas” en la bolsa de valores de Tel Aviv a corto o largo plazo. El SNPI concluyó que, por lo tanto, se podría suponer el mismo nivel impacto en la operación actual contra Gaza.
Sin embargo, la escala sin precedentes de las operaciones –la cual obligó a la movilización de 360 mil soldados israelíes, además de la intensificación de las escaramuzas militares en el frente norte con Hezbolá del Líbano y la devastación económica duradera– desafían la aplicabilidad del escenario de 2014, cuando apenas 5 mil soldados fueron movilizados en una acción militar de las Fuerzas de Ocupación Israelí que duró sólo 49 días.
Netanyahu –al menos en la retórica– da la apariencia de querer eliminar a Hamas y poner fin al gobierno del movimiento en Gaza, incluso si estos objetivos no se han logrado en absoluto hasta ahora.
De igual manera, hay indicios inequívocos de que Estados Unidos y Gran Bretaña están buscando un conflicto de poder prolongado y con consecuencias no sólo en Palestina, sino también en Asia Occidental. Esta impía trinidad puede estar a punto de aprender una lección dolorosa sobre los verdaderos límites modernos de su poder.
La Operación Diluvio de Al-Aqsa ha logrado provocar una reacción enorme. Desafió las medidas de seguridad establecidas y señaló el comienzo de un desmoronamiento mayor del proyecto sionista.
Los riesgos para Israel nunca han sido tan grandes. La economía colonial de Tel Aviv –que depende de la subyugación de los palestinos– puede estar enfrentando un futuro precario.
Las fuerzas de resistencia de los palestinos y sus aliados han planeado una confrontación de duración ilimitada, mientras que Israel sólo puede acometer ataques cortos y masivos, diseñados para una victoria rápida que, en este caso, es ilusoria.
Ésta es la razón principal por la que han elegido el genocidio como táctica. Por eso vemos fotos de Gaza que nos recuerdan a Stalingrado. Razonan que las muertes masivas y horribles de palestinos civiles vulnerables, sobre todo de mujeres y niños, obligarán a Hamas, Hezbolá y sus aliados a correr riesgos y exponerse. Sin embargo, el genocidio no está funcionando.
Y la respuesta es utilizar más genocidio. Gaza carece en gran medida de alimentos, medicinas, electricidad, combustible o agua potable. Israel está tratando de obligar a una población en pánico a irse o morir. Si se van, es al Sinaí, para no volver jamás a su propio país. Eso le conviene a Israel, pero no a Egipto, el cual ha ayudado poco a los palestinos, más allá del ámbito verbal.
Por esto, Israel está recurriendo a bombardear hospitales, escuelas, mezquitas e, incluso, las pocas iglesias de la pequeña comunidad cristiana que abrieron sus puertas a sus hermanos y hermanas musulmanes, quienes buscaban refugio.
La estrategia israelí parece ser que cuando las imágenes de demacrados esqueletos vivientes de niños y montones de cadáveres comiencen a estimarse en cientos de miles, o más, los combatientes se desesperarán y/o la comunidad internacional obligará a Egipto a abrir sus puertas.
Podría resultar contraproducente. La comunidad internacional podría horrorizarse tanto que ninguna Hasbará –medios de comunicación amigos del sionismo y, en sentido más general, de Israel– cubrirá crímenes tan sórdidos y mezquinos.
En cambio, sus aliados más acérrimos podrían verse obligados a abandonarlos. Además, otras potencias podrían entrar en la contienda del lado de los palestinos.
En ese momento, las consecuencias se vuelven impredecibles. Millones de personas asisten a manifestaciones que ya están ocurriendo en el mundo. Al menos una voz prominente en Israel ha sugerido la opción nuclear [1].
La crisis de Gaza aún no ha terminado, creo incluso que está lejos de terminar. Las cosas podrían cambiar para bien; pero es mucho más probable que sea para mal. Si en el Congreso de Estados Unidos no se aprueba el “paquete de ayuda” de nada más y nada menos 14 mil 600 millones de dólares, la economía israelí tendrá retos de extraordinarias dimensiones que enfrentar.
La crisis enorme de Gaza, la descomunal mortandad de civiles, mujeres y niños no permitirá la restauración cuando todo termine. Por más que Israel, Estados Unidos y otras potencias capitalistas –e incluso estados árabes reaccionarios– no lo quieran, surgirá un Estado Palestino soberano en Palestina, junto con Israel. El Medio Oriente ya no será igual después que termine la hecatombe; la política exterior de Israel, Arabia Saudita, Jordania, Egipto y otros estados de población musulmana –o no– sufriendo sus peores retos.
Un ejemplo, en el cual quiero extenderme un poco –por ser de los menos mencionados– es Jordania. Está atravesando lo que parece ser la discrepancia diplomática más grave con Israel desde que los dos países establecieron relaciones formales en 1994.
Ammán ha anunciado que planea reforzar su presencia militar a lo largo de su extensa frontera con Israel, con el objetivo de frustrar cualquier plan de expulsar a los palestinos de la Cisjordania ocupada hacia Jordania.
La monarquía recurriría a “todos los medios disponibles para evitar que tal escenario se convierta en realidad”, dijo el primer ministro jordano, Bisher Khasawneh, al canal de televisión saudita Al Arabiya. “Producir las condiciones que conducirían a un desplazamiento forzoso por parte de Israel equivale a declararnos la guerra, ya que constituye una violación material del acuerdo de paz”.
El jefe del gobierno jordano subrayó que el acuerdo de normalización firmado con Israel hace 29 años quedaría reducido a “un documento en un estante polvoriento” si Tel Aviv no respeta su contenido.
Israel y Jordania normalizaron sus relaciones con el acuerdo de Wadi Araba en 1994, a pesar de que no se restablecieron los derechos palestinos ni se puso fin a la ocupación militar israelí de Cisjordania, incluida Jerusalén Oriental y la Franja de Gaza.
La expulsión forzosa de palestinos a la vecina Jordania constituirá otra Nakba. Repetiría la Catástrofe de 1948, cuando las milicias sionistas limpiaron étnicamente a unos 800 mil palestinos de sus tierras. Muchos de ellos huyeron a Jordania.
En 1967, cuando Israel invadió y conquistó Cisjordania, cientos de miles de palestinos más fueron obligados a marcharse al este del río Jordán. Los líderes jordanos temen que Israel quiera hacer realidad los planes sionistas de larga data de convertir a Jordania en una “patria alternativa” para los palestinos. Esto alteraría el actual orden político del país.
Una parte importante de la población de Jordania es de origen palestino. Más de 2 millones de ellos tienen estatus oficial de refugiados y la mayoría posee la ciudadanía jordana.
En los últimos años, el gobierno jordano ha sido criticado por revocar la nacionalidad jordana a miles de ciudadanos de origen palestino, en un intento por mantener las identidades jordanas y palestinas separadas y distintas.
El profesor de la Universidad de Columbia, Joseph Massad, describió esto como “una política intencionada de jordanización y despalestinización” en su libro sobre la formación de la identidad jordana, Colonial Effects.
Un exministro del gobierno –quien también fue el primer embajador de Jordania en Israel– lo expresó en un artículo reciente: “La decisión de no admitir a más palestinos en el país proviene de dos direcciones: el establishment beduino que no desea una mayor dilución de la identidad jordana y una posición oficial y pública que no quiere un Estado palestino fuera del suelo palestino, y ciertamente no en Jordania”.
El ministro de Asuntos Exteriores de Jordania, Ayman Safadi, declaró la semana pasada que el país se estaba retirando de un acuerdo. Éste le habría permitido enviar electricidad generada por energía solar a Israel, a cambio de agua desalinizada.
“No lo firmaremos”, dijo Safadi a Al Jazeera. “¿Se imaginan a un ministro jordano sentado junto a un ministro israelí para firmar un acuerdo sobre agua y electricidad, mientras Israel continúa matando niños en Gaza?”.
Hace dos años, los dos países firmaron un memorando de entendimiento sobre el arreglo junto con Emiratos Árabes Unidos. En Ammán, miles de personas protestaron contra el tratado tras su anuncio y las fuerzas de seguridad jordanas golpearon y arrestaron a los manifestantes.
El arreglo pide la construcción de una granja solar financiada por los Emiratos en suelo jordano para proporcionar electricidad a Israel. A cambio, Israel estudiaría construir una planta desalinizadora en la costa mediterránea para suministrar agua a Jordania.
El convenio –que se suponía sería ratificado el mes pasado– parecía más motivado por un esfuerzo político para alinear a Jordania dentro de los llamados Acuerdos de Abraham que por algún beneficio práctico.
El único ganador –políticamente hablando– habría sido Israel. Si bien Safadi citó el ataque de Israel a Gaza como la razón por la que Ammán no firmó el acuerdo, no dijo si Jordania podría aceptar regresar a él si se logra un alto el fuego duradero entre Israel y Hamas.
Asimismo, señaló que el tratado de paz entre Jordania e Israel de 1994 era “parte de un esfuerzo árabe más amplio para establecer una solución de dos Estados. Eso no se ha logrado e Israel no ha cumplido su parte del acuerdo. Así que el acuerdo de paz tendrá que permanecer en un segundo plano acumulando polvo por ahora”.
El rey Abdullah de Jordania escribió un artículo de opinión en The Washington Post este mes. En éste, enfatizó una vez más la moribunda solución de dos Estados.
En medio de un apoyo cada vez menor entre los palestinos a la monarquía jordana, los llamados a una solución de dos Estados son un ritual que nunca van acompañados de alguna acción internacional seria para lograrlo.
Se cree que la agresiva colonización israelí de la Cisjordania ocupada –incluida Jerusalén Oriental– ha hecho que el plan sea poco practicable y cada vez más injusto. El problema es que no se observan mejores opciones.
Si bien el rey Abdullah critica la continua expansión de los asentamientos coloniales por parte de Israel, ofrece una perspectiva sombría sobre soluciones alternativas:
“Las acciones unilaterales de Israel han socavado el proceso de paz y han desacatado los acuerdos de Oslo, que prometían una solución de paz y seguridad de dos Estados para ambas partes”, escribe. “¿Existen alternativas realistas a una solución de dos Estados? Es difícil imaginar algo”.
Jordania está permitiendo que Estados Unidos estacione fuerzas militares adicionales en su territorio, en lo que parece ser parte del refuerzo militar estadunidense ordenado por el presidente Joe Biden para el Medio Oriente, durante la guerra genocida de Israel en Gaza.
Si bien la cancelación por parte de Jordania del acuerdo de canje de agua por energía con Israel fue bien recibida por su población, es poco probable que esto satisfaga las demandas del pueblo y del parlamento en Ammán de que Jordania muestre más solidaridad con los palestinos.
Otro de los problemas es que los palestinos no favorecen a la monarquía. El rey de Jordania es realmente el rey de los beduinos jordanos, no de la población. Los palestinos son mucho más educados, progresistas y económicamente exitosos que el componente beduino, en el cual se basa la monarquía hachemita.
El impacto en las relaciones entre Israel y países pro-occidentales como Marruecos, Egipto y Arabia Saudita
En marzo de 2023, Arabia Saudita buscaba el apoyo de Estados Unidos como premio por establecer relaciones normalizadas con Israel. Estos “favores” incluían asistencia para desarrollar un programa nuclear civil, obtener más ventas de armas estadunidenses de alta sofisticación y otras garantías de seguridad.
La noticia de la propuesta se conoció horas antes de que se anunciara que una ruptura diplomática de siete años entre Arabia Saudita e Irán terminaría, tras un acuerdo facilitado por China.
En septiembre de 2023, el ministro de Turismo israelí, Haim Katz, asistió a una conferencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Arabia Saudita –la primera visita ministerial israelí a ese país– y sostuvo negociaciones con líderes saudíes.
Sin embargo, en octubre de 2023, tras el estallido de la guerra entre Israel y Hamas –y las subsecuentes masacres de palestinos civiles–, Riad detuvo las negociaciones. El apoyar a Israel en el contexto actual puede tener un impacto desastroso dentro de su propio país para la monarquía saudí.
Es bien conocido el antagonismo entre Arabia Saudita e Irán, ya que el derrocamiento revolucionario del shah es anatema para la familia real saudí, la cual ve lo que le puede suceder en ese ejemplo.
En otras palabras, Arabia Saudita se posiciona del lado de Estados Unidos e Israel en el enfrentamiento de las posiciones de Turkiye y, principalmente, en eliminar la influencia iraní en la región medio oriental, sobre todo, con los sectores chiitas de la población, poderosos en Yemen e Irak. Sin embargo, ponerse del lado de Israel después de la matanza en Gaza es imposible, casi un problema existencial para la familia real de Riad.
Con respecto a Marruecos, las relaciones con Israel se basan en el reconocimiento de la entidad sionista y de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental. Lo que implica que Israel ha abandonado toda esperanza de mejorar sus relaciones con Argelia. A pesar de ello, la matanza de palestinos ha traído como consecuencia que Marruecos no apoye, al menos en público, las acciones israelíes.
Egipto teme mucho un ingreso masivo de palestinos de Gaza en el Sinaí nororiental, el cual es un territorio palestino anexado por El Cairo. Al igual que en Jordania, los líderes reaccionarios y pro-occidentales egipcios temen la influencia revolucionaria de los palestinos en su territorio. Se ven obligados a defender una solución que implique dos estados en Palestina.
Esa es la tónica en la región. Fuera de Siria, los revolucionarios yemeníes apoyan la causa palestina. Los gobiernos reaccionarios, monárquico-medievales de la región temen a los palestinos como vectores de ideologías indeseables para ellos. Sin embargo, no pueden proclamarlo, ya que sus propios pueblos “les pasarían la cuenta”.
Las “supuestas asperezas” de mentiritas, en las relaciones Estados Unidos-Israel; algo que Israel no puede permitirse
Tras la operación Diluvio de Al-Aqsa el 7 de octubre pasado, Estados Unidos comenzó a enviar buques de guerra y aviones militares al Mediterráneo Oriental. Afirmó que Israel recibiría “todo lo que necesitara” para apoyar una contraofensiva contra la Franja de Gaza gobernada por Hamas.
Asimismo, prometió más ayuda militar a Israel. El 20 de octubre, el presidente Biden anunció que había solicitado al Congreso 14 mil 600 millones de dólares en ayuda adicional.
El 27 de octubre, Estados Unidos se puso del lado de Israel al rechazar la resolución no vinculante aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas. La misma pedía un alto el fuego humanitario en la actual guerra entre Israel y Hamas para permitir que la ayuda llegara a Gaza.
Una semana antes de la resolución de la Asamblea General, ejerció su poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para derogar una resolución similar.
El 8 de diciembre, se vio forzado a vetar –de la forma más escandalosa– otra resolución de alto el fuego del Consejo de Seguridad de la ONU, cuando los demás miembros la habían apoyado y el Reino Unido se había abstenido.
Estados Unidos ha sido criticado por líderes internacionales, organizaciones de derechos humanos y funcionarios de la ONU por vetar la resolución y por no poner fin a los combates que han matado a más de 22 mil palestinos.
Desde su fundación en 1948, Israel ha recibido 158 mil millones de dólares en ayuda militar de Estados Unidos, lo que lo convierte en su mayor receptor en la Historia.
El pasado 20 de octubre, Biden anunció que el fondo adicional pedido al Congreso ascendería a un total de 14 mil 600 millones de dólares. Estados Unidos es por ende cómplice del genocidio cometido por Israel contra los palestinos.
Aunque Washington ha pedido a Israel que proteja a los civiles y permita la ayuda humanitaria, el secretario de Estado, Antony Blinken, reconoció que existe “una brecha” entre estos llamamientos y “los resultados reales que estamos viendo sobre el terreno”.
No ha utilizado toda su influencia –sus transferencias de armas y apoyo diplomático– para garantizar la vida de los civiles palestinos. Esto llevó al Washington Post a describir la retórica estadunidense como un “enfoque de policía bueno y policía malo”.
Va a seguir “exigiendo” a Israel la “protección a las vidas” de los civiles palestinos y quizás en el futuro la creación de un Estado Palestino real, independiente y soberano. Sin embargo, el principal sostén del régimen colonial sionista de judíos europeos blancos enclavado en el Medio Oriente es Estados Unidos, con Israel como su principal aliado y gendarme regional.
Además de ser un desastre humanitario de primera magnitud, la agresión israelí contra la Franja de Gaza ha traído serias secuelas en la economía y vida social de Israel, además de un inmenso perjuicio en sus relaciones internacionales. Estas últimas han retrocedido a los niveles más bajos desde los Acuerdos de Paz de Camp David.
Por todo ello, podemos afirmar que Israel está perdiendo la guerra de Gaza. Además, es inevitable, relativamente a corto plazo, la formación de un Estado palestino independiente y soberano, anatema para los halcones de la ultraderecha sionista.
Algo es seguro, la estructura de relaciones políticas en el Medio Oriente, los progresos que había obtenido Israel en sus relaciones con estados árabes pro-occidentales y sus propias relaciones con la Unión Europea y Estados Unidos ya no serán iguales.
Se ha producido un auge del antisionismo a nivel mundial. Dentro del propio Israel, se ha creado una fractura social entre los ultra reaccionarios del bando de Netanyahu y los grupos aliados con él y el resto del pueblo israelí, el cual quiere paz y progreso.
Nota:
[1] El ministro de Patrimonio, Amihai Eliyahu, dijo durante una entrevista radiofónica que la opción nuclear sería “una forma” de tratar con Gaza. Esto implicó que Israel no sólo está en posesión de armas nucleares –algo que ese país nunca ha admitido oficialmente–, sino que también está dispuesto a utilizarlas. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, suspendió a ese ministro –miembro de un partido de extrema derecha en el gobierno de coalición– de las reuniones del gabinete “hasta nuevo aviso”. No porque no sea verdad, sino por decirlo en público, claro está.
José R Oro/Prensa Latina*
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