Estados Unidos protege y patrocina las acciones genocidas de Israel. Al mismo tiempo, el gobierno estadunidense tiene la necesidad de hacerlas pasar como aceptables y morales ante su pueblo. Lo que debe dejarse en claro es que el antisionismo no es antisemitismo
Al observar la tragedia que sucede en Gaza, surgen infinidad de preguntas. ¿Por qué el gobierno de Estados Unidos va a la guerra con los percibidos por Israel como enemigos? ¿Por qué Estados Unidos ha destruido Irak, la mitad de Siria y amenaza con atacar a Irán? ¿Por qué siempre apoya ipso facto cada acción de Israel, por perversa que esta sea?
Los costos han sido enormes, los resultados horribles y las “recompensas” obtenidas, imperceptibles. ¿Cómo ha sucedido esto? ¿Es el lobby israelí en Estados Unidos realmente tan poderoso? Y, aunque lo fuera, ¿por qué el resto del establishment estadunidense le ha seguido la corriente, de hecho se le ha subordinado? ¿Cómo han logrado confundir a muchos en el país?
La explicación está en el Complejo Militar Industrial (CMI) y en el concubinato fatídico que ha surgido entre aquel e Israel. Además, fue una extensión del eurocentrismo, donde los colonos judíos blancos eran preferidos a los árabes, sin mencionar la afinidad ideológica y la autotitulación de “pueblo elegido” –muchas iglesias evangélicas en Estados Unidos consideran a Israel el “pueblo elegido”, por ejemplo–.
Las guerras de Israel –o asociadas– en el Medio Oriente se han convertido en partes importantes de los ingresos del CMI. Cada bomba que lanza el Ejército israelí, cada misil que dispara Estados Unidos, cada país musulmán que invaden el imperio estadunidense y sus aliados genera dinero para el CMI. Israel recibe más de 3 mil millones de dólares en ayuda militar de Washington cada año. La mayor parte de este dinero regresa a las corporaciones militares estadunidenses para comprar más armas. Son socios económicos en el crimen.
La mayoría de los estadunidenses escucha la información sobre estos conflictos después de ser filtrada por el lobby proisraelí y sus extensiones mediáticas. Las mismas son de amplísimo rango.
El neofascismo –hoy rampante– fue presentado como neoconservadurismo. Se propuso desde el primer instante la conformación de un imperecedero –pero imposible– mundo unipolar. El Pentágono y las corporaciones militares ya contaban con poderosos programas de cabildeo.
Algunos “leales” a Israel se dieron cuenta de que si ellos podían proporcionar las guerras, el CMI obtendría las ganancias. Y el Estado sionista se fortalecería en el proceso.
El grupo –que se convirtió en el centro conceptual del neoconservadurismo– comenzó con intelectuales judíos, muchos de ellos seguidores de Leo Strauss y Albert Wohlstetter en la Universidad de Chicago.
El primero era un filósofo que había escapado de los nazis en 1937. El segundo fue un investigador nacido en Nueva York, quien se convirtió en una figura destacada de la corporación Investigación y Desarrollo (RAND por sus siglas en inglés). Asesoraba al Pentágono sobre inteligencia y sistemas de armas. Fueron constantes defensores de más armamentismo y de una actitud agresiva hacia la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Desde sus inicios, las causas de Estados Unidos e Israel parecían inseparables en los escritos neoconservadores. Según el exagente de la CIA, Phil Giraldi, los neoconservadores tienen dos creencias inquebrantables: “La primera es su insistencia en que Estados Unidos tiene el derecho, o incluso la responsabilidad, de utilizar su poder militar y económico para remodelar el mundo en términos de sus propios intereses y valores. El segundo principio, indisolublemente ligado al primero, es que Washington debe apoyar sin censura, o crítica, a Israel sin importar lo que haga su gobierno, lo que hace que la defensa de todo lo israelí se convierta en un valor estadunidense”.
El otro punto común ha sido la oposición virulenta a los rusos. En 1960-1989, los neoconservadores veían a la Unión Soviética –no al conflicto palestino-israelí– como la principal amenaza a los intereses estadunidenses en el Medio Oriente y el control de los yacimientos petrolíferos de esa región. Consideraban que un Israel fuerte y poderoso era esencial para sus planes de dominación de la región y del mundo.
Después del colapso de la Unión Soviética en 1989, el gasto militar cayó. Esto amenazó las ganancias del CMI. Necesitaban nuevos enemigos para reemplazar a la URSS, e Israel se sentía feliz de proporcionar los suyos.
Se establecieron y designaron nuevos enemigos por los “think tanks” neoconservadores que incluyen JINSA, el Instituto Judío de Asuntos de Seguridad Nacional; AEI, el Instituto Americano de Empresas; WINEP, el Instituto de Washington para la Política del Cercano Oriente; FDD, la Fundación para la Defensa de las Democracias, y una docena más.
Estos grupos colaboran con otros de defensa de Israel de más larga data como el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC por sus siglas en inglés) y Stand with Us. Comparten personal y financiadores. Además, alquilan espacio entre sí. Uno de los más influyentes, el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC por sus siglas en inglés) incluía al menos a seis hombres, quienes luego sirvieron como secretarios –ministros– en la administración Bush.
Los neoconservadores crearon dos documentos definitorios para las interminables guerras del siglo XXI. En 1997, reunidos con el grupo de expertos del Instituto de Estudios Políticos y Estratégicos Avanzados –con sede en Jerusalén– escribieron un documento de estrategia para el Partido Likud llamado Clean Break (Ruptura limpia).
Propuso que ya no tratara de hacer la paz con sus vecinos árabes como Siria, Líbano e Irak, sino hacerlos retroceder, desestabilizarlos y, en última instancia, cambiar sus regímenes por otros simpatéticos con Israel, y por consiguiente con Estados Unidos. Las recomendaciones contenidas en Clean Break se han llevado a cabo en gran medida a través de la fuerza militar de ambos países.
En 1999, el PNAC escribió un documento similar: Reconstruyendo las defensas estadunidenses: estrategias, fuerzas y recursos para un nuevo siglo. Es una suerte de preMAGA (Make America Great Again) y defiende un crecimiento masivo del presupuesto militar estadunidense, con el objetivo de tener la suficiente capacidad para librar múltiples guerras y acciones policiales simultáneas.
Los autores Donald Kagan –junto con el exconsultor del Pentágono, Gary Schmitt, y el exdirector de Lockheed Martin, Thomas Donnelly– calificó el documento de “plan para mantener la preeminencia global de Estados Unidos, evitando el surgimiento de una gran potencia rival, y dar forma al orden de seguridad internacional de acuerdo con los principios e intereses estadunidenses”.
El presupuesto militar estadunidense aumentó de 287 mil millones de dólares en 2001 a 722 mil millones de dólares en 2011 –ahora está en las cercanías de un billón de dólares, todo incluido–. Como dijo el exvicepresidente, Al Gore, “hemos reemplazado un mundo en el que los Estados se consideran sujetos a la ley” por “la noción de que no hay tal ley, sino la discrecionalidad del presidente de Estados Unidos”.
Mientras que la estabilidad internacional había sido considerada uno de los objetivos más elevados en asuntos exteriores –al menos de dientes para afuera–, defendida incluso por criminales de guerra como Henry Kissinger, los neoconservadores promovieron el caos y la destrucción.
Michael Ledeen pidió “convertir Oriente Medio en una caldera”. Los gobiernos de Israel y Estados Unidos han adoptado estas actitudes. Los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) las han seguido en diversos grados. La estabilidad internacional –que nunca había existido– se convirtió en cosa del pasado por completo. Y todo ello se estructuró ya antes del gobierno de Donald Trump.
El lobby proisraelí en sus vertientes política y mediática está sustentado en lo anterior. Además de la necesidad de hacerlo aceptable y moral ante el pueblo estadunidense. Para ello, una gigantesca desinformación se convirtió en un requisito indispensable.
Otras organizaciones como la Conferencia de Presidentes de las Principales Organizaciones Judías (CPMJO, por sus siglas en inglés), la Organización Sionista de América y Cristianos Unidos por Israel también son elementos prominentes. Sin embargo, no son sólo las organizaciones de cabildeo, sino también, los dueños de los medios de comunicación, los políticos y muchos académicos.
En fin, se ha formado un poderoso y complejo sistema de cabildeo político y de obnubilación mediática. Está destinada a convencer a los estadunidenses que defender a Israel es defender a Estados Unidos. A pesar de ello, hay también un creciente movimiento popular en defensa de la causa palestina y en denuncia de la agresividad fascista de Israel.
¿Antisionismo=Antisemitismo? ¿O es un instrumento para reprimir la crítica a las agresiones de Israel?
Mis amigos académicos acá en Nueva Inglaterra me dicen que están experimentando el entorno laboral más represivo de sus vidas. Los campus de Harvard, Yale, la Universidad de Connecticut, Cornell, MIT y otros centros de altos estudios de fama mundial se han visto divididos por el conflicto de Gaza.
Los profesores considerados “demasiado comprensivos” con Palestina han sido tachados de ingenuos –en el mejor de los casos– y de antisemitas –en el peor– por parte de las administraciones universitarias, otros profesores y ciertos estudiantes.
Algunos profesores han perdido sus empleos o han sido objeto de peticiones de estudiantes que exigen su destitución. Los rectores de universidades han sido acosados por organizaciones proisraelíes para que condenen en voz alta las críticas al sionismo o a Israel.
Las organizaciones estudiantiles propalestinas también han sido reprendidas y censuradas, ya sea por “insuficiente celo” al condenar la “inexplicable brutalidad de Hamas” el 7 de octubre, “por atribuir el ataque a una larga historia de provocaciones israelíes” o por exigir un alto el fuego.
A algunos grupos –incluidos Voces Judías por la Paz y Estudiantes por la Justicia en Palestina– se les ha prohibido la entrada a las universidades. Los estudiantes de estos asociaciones han sido ridiculizados, engañados, acosados y, en algunos casos, agredidos. De igual manera, algunos estudiantes judíos han sido atacados o sometidos a abusos verbales por su apoyo vocal a Israel. El dolor y la ira en muchos campus universitarios son abrumadores.
Ser llamado antisemita –aunque esto no se pruebe– es doloroso y gravísimo. Puede ser profesionalmente aniquilador. El antisemitismo –y cualquier otra forma de discriminación– es vilipendiado por un profesorado que –a menudo– es liberal o de izquierda en su política. Se esfuerza por lograr una comprensión histórica clasista de la opresión económica y política. El antisemitismo fue fundamental para el régimen nazi alemán; la única fe constante de Adolfo Hitler, el mayor criminal que el mundo haya conocido –hasta el momento–. Esto se usa para tildar –con mucho efecto– de “antisemita” a cualquier opositor a las agresiones de Israel.
En una intervención muy inusual, el presidente de Israel, Isaac Herzog, envió una carta a los presidentes de universidades estadunidenses en alusión al Holocausto. Al pedirles que rechacen “pública e inequívocamente” los “llamados a la eliminación de todo un país, Israel”, Herzog sugiere que las críticas actuales son antisemitas y eliminacionistas. Es decir, potencialmente genocidas contra los judíos.
Esto va mucho más allá de las definiciones amplias de antisemitismo propuestas por la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (HRA) y la influyente Liga Antidifamación (ADL). Esta última escribió: “Si bien el antisionismo es en realidad antisemitismo, el antisionismo es mucho más aceptado socialmente que el antisemitismo clásico, por eso es tan peligroso”.
Ambas afirmaciones son mentiras, clarísimas mentiras, en mi opinión. En su forma más amplia, el antisionismo es un rechazo de la idea y la realidad de un Estado exclusivamente judío en tierra palestina. Significa el rechazo del expansionismo radical y sin frenos del actual régimen israelí y su política de aislar a los palestinos detrás de muros y puestos de control, un sistema de apartheid del Medio Oriente. Nada que ver con discriminación contra los judíos como individuos.
Siguiendo con sus mentiras, la ADL repite que el antisionismo –vendido como antisemitismo– goza de un amplio respaldo político y financiero. De hecho, los principales medios de comunicación y los políticos electos en Estados Unidos aceptan –y muchas veces, respaldan– el expansionismo israelí y la definición de antisionismo como antisemitismo de la HRA y la ADL.
Repiten la patraña de la ADL de que estamos experimentando una ola de antisemitismo sin igual en la historia de Estados Unidos. Esto no sólo es históricamente miope y una abierta patraña, sino también pasa por alto el peligro genuino que representan los extremistas de derecha y los defensores estadunidenses del derecho a portar armas.
Los mismos han perpetrado o permitido actos de violencia asesina contra los propios judíos y otras personas, como en la sinagoga Árbol de la Vida en Pittsburgh y en Highland Park, Illinois. De hecho, el lobby prosionista oculta que sus “aliados de hoy” –sea en Estados Unidos, la Unión Europea, la Ucrania de Zelenski o el Medio Oriente– fueron los responsables del Holocausto.
Una terrible omisión es no mencionar (¡ni una sola vez!) que el Ejército Rojo salvó la vida de millones de judíos europeos en Ucrania, Belarus, los países bálticos, Polonia, Alemania, Rumania, Hungría y otros países. Los aliados de Zelenski –judío él mismo– son los ultras fascistas de la UOM –hoy con diferentes nombres– que masacraron a decenas de miles de judíos en Babi Yar. En el presente, no son antisemitas, sino sus aliados más firmes y fieles.
Un ejemplo de tildar de antisemita a cualquiera que se oponga a los actos de Israel acaba de ocurrir en Chile. El viernes 24 de noviembre, la Corte de Apelaciones de Santiago rechazó el recurso de protección presentado por una entidad sionista, en nombre de la comunidad judía local, contra Roger Waters –por cierto gran amigo de Cuba– para intentar censurar sus acciones o palabras durante los dos conciertos que ofreció en esa capital.
En su escrito, la Corte de Justicia de Chile argumentaba que el exmiembro del famoso grupo Pink Floyd tiene “un consabido historial” de lo que ellos denominan declaraciones “judeófobas”, las cuales podrían constituir un delito de “incitación al odio” e incluye enlaces a reportajes, informaciones y fotografías de conciertos pasados. “Tras tales antecedentes la Corte de Chile busca que se le prohíba en su concierto utilizar elementos o emitir comentarios que inciten al odio y al antisemitismo”.
Concluyendo: desde 1948 a la fecha Israel se ha convertido en el principal aliado de los Estados Unidos y su punta de lanza en el Medio Oriente y en muchos otros lugares del mundo. Creo necesario expresar que sabemos quién es el títere y quién, el titiritero. En ocasiones, pareciera que Israel controla a Estados Unidos y no al revés.
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