A mediados de junio de 2018, el Senado de Estados Unidos aprobó una asignación de 716 mil millones de dólares al Pentágono para el año fiscal 2019.
En 2018, segundo año de mandato del presidente Donald Trump, Estados Unidos ya había incrementado sus gastos militares, consolidado la presencia bélica en ultramar y hecho gala de actos de fuerza y de amenaza de empleo del poderío castrense.
Para el ejercicio fiscal 2018, que culminó el 30 de septiembre de ese año, el Departamento de Defensa contó con un presupuesto de unos 700 mil millones de dólares, lo que significó un incremento de alrededor del 15 por ciento en comparación con el periodo anterior (2017), en el cual se asignaron poco más de 600 mil millones.
Según el diario The Washington Post, ése es uno de los mayores planes de gastos de este tipo en la historia moderna de Estados Unidos, y el de mayor magnitud desde la década de 1970, a pesar de las preocupaciones de algunos expertos y congresistas acerca del creciente déficit federal que para 2020 pudiera sobrepasar el billón (millón de millones) de dólares.
En 2018 las misiones militares de Estados Unidos en ultramar costaron a los contribuyentes estadunidenses una cifra récord superior a los 45 mil millones de dólares.
En un informe reciente al Congreso, el general Joseph Dunford, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor del Pentágono, hizo una valoración sobre el despliegue castrense de Estados Unidos en el exterior.
Dunford, el oficial estadunidense de mayor jerarquía, analizó la situación actual de la Coalición integrada por 76 países y liderada por Washington para combatir al Estado Islámico (EI) en el Oriente Medio.
De acuerdo con datos de la página digital del Departamento de Defensa, dicha agrupación internacional realizó desde 2014 unos 25 mil ataques aéreos; de ellos, 13 mil 400 fueron contra objetivos del grupo terrorista en Irak; así como unos 11 mil 300 en Siria sin la anuencia de las autoridades de Damasco.
En Europa, unidades estadunidenses están desplegadas en Lituania, Letonia, Estonia y Polonia, y en 2018 participaron en 13 ejercicios conjuntos de gran envergadura además de otras actividades de entrenamiento, acciones que Moscú percibe como una amenaza a su seguridad nacional.
Agrupaciones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) desarrollaron entre octubre y noviembre las maniobras combinadas y conjuntas Trident Juncture 18, que según publicaciones especializadas son las de mayor alcance y envergadura desde el fin de la Guerra Fría, en esta ocasión en medio de crecientes tensiones entre Rusia y Ucrania.
En dichos entrenamientos participaron unos 50 mil militares y personal de apoyo de 31 países miembros de la OTAN y naciones amigas, 250 aviones, 65 buques de combate y unos 10 mil vehículos bélicos.
Por otra parte, en suelo africano, con el pretexto de la lucha antiterrorista, el Pentágono mantiene, bajo el mando del Comando de África, más de 7 mil 200 militares en misiones de asesoría en el combate a organizaciones extremistas, como Al Qaeda, Boko Haram y algunos elementos del EI.
A mediados de diciembre, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton, reveló la nueva estrategia de la administración de Trump en dicho continente, que tiene como fin “contrarrestar la creciente expansión financiera e influencia política” de China y Rusia en todo África y a la vez combatir al “terrorismo islámico radical”.
En un discurso en la conservadora Heritage Foundation, tanque pensante con sede en Washington, DC, Bolton anunció que Estados Unidos reducirá en 10 por ciento sus 7 mil 200 efectivos militares desplegados en África, y llamó a las naciones del continente a asumir el papel de la autodefensa.
Además, Bolton anunció la idea de trasladar a suelo africano la jefatura del Comando de África, que tiene su sede en Alemania desde su fundación en 2007.
La cumbre entre Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un el 12 de junio de 2018 en Singapur fue un primer paso para aliviar las tensiones entre ambas naciones, en particular la posposición de algunos de los grandes ejercicios bélicos en la región, mientras otros se realizaron con un perfil más bajo.
Los dos mandatarios firmaron una declaración conjunta relacionada con las garantías de seguridad para la RPDC, el establecimiento de relaciones pacíficas, la desnuclearización de la península coreana y la recuperación de los restos de los soldados estadunidenses muertos allí durante la Guerra de Corea (1950-1953).
A pesar de la relativa distensión entre Washington y Pyongyang, persiste el peligro de una reversión en ese proceso y por tanto un regreso a las actividades agresivas impulsadas por el presidente Donald Trump.
Ante las continuas amenazas e intentos de distorsión contra la RPDC, las autoridades de Pyongyang advirtieron que no tolerarán ningún tipo de chantaje en los acuerdos destinados a la desnuclearización de la península coreana.
Hasta la fecha, el costo total de la intervención militar estadunidense en Afganistán desde octubre de 2001 supera el billón (millón de millones) de dólares en una contienda en la cual han muerto más de 2 mil 350 militares estadunidenses y otros 20 mil 100 resultaron heridos.
Actualmente hay 14 mil soldados y oficiales estadunidenses desplegados en suelo afgano, como parte de las operaciones militares de 40 países de la OTAN y otras naciones socias de Washington en esa nación asiática.
La misión principal de estas unidades norteamericanas es entrenar, asesorar y asistir a más de 300 mil efectivos de las fuerzas de seguridad afganas.
El pasado 4 de diciembre, el oficial nominado para ser el próximo jefe del Comando Central de las fuerzas armadas estadunidenses, general Kenneth McKenzie, reconoció en el Congreso que no tiene idea de cuándo las tropas estadunidenses podrán retirarse de suelo afgano.
A pesar de todos los gastos y del esfuerzo bélico de Washington y sus aliados, el Talibán aún está lejos de ser derrotado, cada vez gana más terreno –ahora ocupa 60 por ciento del territorio– y se convirtió en un adversario más tenaz de lo que era en 2001.
Documentos oficiales del Comando Sur –entidad del Pentágono a cargo de las actividades castrenses en la zona señalan que los líderes militares estadunidenses trabajan con sus aliados para enfrentar “las bandas criminales internacionales, los traficantes de personas y drogas y la crisis de refugiados en Venezuela”.
Tras un viaje reciente a Colombia, el jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, general David Goldfein, declaró que la administración de Trump intenta fortalecer las alianzas con los países latinoamericanos como parte de los esfuerzos por contrarrestar “la creciente influencia de China y Rusia en el traspatio de Estados Unidos”.
La presencia de este general en Bogotá está en consonancia con la visita que realizó en agosto pasado el secretario norteamericano de Defensa, James Mattis.
En este contexto, el ascenso al poder de Jair Bolsonaro, así como la existencia de otros gobiernos de derecha en Argentina, Chile y Colombia, imponen un escenario propicio para el desarrollo de la presencia bélica y de acciones desestabilizadoras de Washington en la región.
Expertos aseguran que es muy probable que el Pentágono aumente las actividades de entrenamiento con las fuerzas armadas de América Latina y el Caribe, en particular teniendo como telón de fondo las acciones contra el narcotráfico y el crimen organizado.
Sin embargo, señalan los especialistas, el verdadero motivo es mejorar la interoperabilidad con sus homólogos latinoamericanos así como el conocimiento del teatro de operaciones con el fin de crear las condiciones para intervenir en algunos de los países con gobiernos “hostiles” a Washington.
Con el pretexto de la supuesta amenaza de Venezuela para la estabilidad de la región, percepción que rechaza el gobierno del presidente Nicolás Maduro, Estados Unidos se apresta a desarrollar nuevos planes agresivos en el área.
Según expertos, estas actividades, con diferencias de matices, estarían dirigidas a continuar los esfuerzos desestabilizadores en Cuba, Nicaragua, Bolivia y otros gobiernos que no siguen las líneas directrices de Washington, con una combinación de acciones de guerra no convencional y presiones militares y diplomáticas de todo tipo.
Roberto García Hernández/Prensa Latina
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