De la filosofía francesa recuperada por los anglosajones se desprende la noción de que el propósito de la política es el logro de la felicidad para la sociedad; sin embargo, de lo que hoy parece el idealismo de la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) parecemos alejarnos hacia una felicidad utilitarista que sólo beneficia a políticos y genera la amargura de la sociedad que ve distanciada su felicidad para descubrir que el ejercicio de la política lleva más tragedia y sufrimiento colectivo a cambio del beneficio de unos pocos.
De la misma forma, contrasta en absoluto con las ideas modernas que buscaron reivindicar al ciudadano en el ejercicio político democrático, plasmadas en referentes constitucionales a nivel mundial, como fue la carta de independencia estadunidense: su constitución y sus enmiendas, donde resaltaron valores liberales y republicanos, así como virtudes que hoy parecen ser más fantasías que realidades, pues pareciera que los peores temores de los arquitectos teóricos de la política –Aristóteles, Platón, Rousseau, Montesquieu, por citar algunos– se encarnan en las castas políticas contemporáneas carentes de escrúpulos y sin una moral cívica.
La política se ha convertido en un ejercicio del engaño, la simulación y la mentira, respaldada de nuevas tecnologías especialistas en la manipulación de la voluntad popular.
No debe sorprender que haya aumentado la corrupción y la pulsión de concentración de poder que llevan a los intentos de instauración de dictaduras demacraáticas, o sea la manipulación electoral para perpetrarse en el poder. Ese impulso inconsciente o tal vez muy consciente de concentrar poder que influye el desarrollo de la personalidad de los políticos y transforma el ejercicio de la política. Es el caso del PRI mexicano en el siglo XX, de Vladimir Putin en Rusia, de Nicolás Maduro en Venezuela, de Benjamín Netanyahu en Israel, de Mahmud Abás en la Autoridad Palestina y los intentos de Donald Trump por ampliar sus poderes presidenciales tal y como lo logró Viktor Orbán el presidente de Hungría. Tal vez habrá que incluir la proliferación de sistemas autoritarios con tendencias totalitarias como Irán, Turquía, Gaza, Brasil, entre otros más.
El fenómeno representa un debilitamiento de la democracia como un sistema de equilibrio de poder, de libertades amplias y de rendición de cuentas. Parte de la dominación que consiste en hacerle creer a la sociedad que la democracia persiste simplemente porque las elecciones se llevan a cabo sistemáticamente, aunque los resultados electorales se manipulen como lo ha hecho el colegio electoral de Estados Unidos, o haya negociado acuerdos ocultos para la preservación del puesto político. Al igual que el gobierno de unidad que le permite permanecer a Netanyahu en el poder de Israel en 2020, no obstante a tener acusaciones penales y contar con el apoyo de la población que aprovecha egoístamente la preservación democrática.
El poder se alimenta del egoísmo, la ambición, la necesidad de control y hay quien sostiene que el poder es adictivo. La visión de la política es un medio para el enriquecimiento material y el poder es una vía para lograrlo. Esto incluye hacer a un lado a todo aquel que se interpone en el camino, hasta convertir en legítima la satisfacción de la ambición y la injusticia para cumplirlo.
Según Arendt, el poder es el resultado de la pluralidad de actores reunidos por un propósito político común y debe basarse en el consentimiento y la persuasión racional. Pero también esto ha sido distorsionado al ocultarse las verdaderas intenciones de los políticos para satisfacer la ambición individual y la pulsión de concentración de poder. Algunas de estas ideas están presentes en su famosa obra Los orígenes del totalitarismo.
En el caso de México, históricamente se ha educado a la población de las clases media alta y alta en la quimera del sueño americano. Mientras que parte de esa media y una gran cantidad de la clase baja actúan bajo la premisa de entrar a toda costa, aún de manera indocumentada y arriesgando sus vidas en la frontera, a Estados Unidos, obligados a volverse invisibles y ocupar el lugar de la discriminación por antonomasia.
Ver hacia el Norte no es sólo una cuestión geográfica sino un alimento al ego, a las pasiones más primarias de reconocimiento porque genera un símbolo de estatus. A ese mexicano que se le ha educado para poder identificarse con “falsos ídolos” sólo le augura un devenir trágico porque tanto los ídolos como la “quimera del sueño americano”, están hechos para nunca alcanzarse; es decir, para ser utópicos.
La idolatría tiene de base el pasmo encantador que produce la envidia y que lleva a reproducir en automático, como mimetismo todo lo que se ve. Ésta pulsión escópica conlleva una cuota muy alta de dolor enmascarado por odio, con notas de agresividad intensas que se depositan en el Otro, por ser ése radicalmente distinto.
Los políticos son parte de esa clase media alta educada para dar la espalda a su prójimo mexicano y con vileza enaltecer al Otro del que se vuelven siervos mientras cultivan con asiduidad su malinchismo. Aquellos estratos sociales que escalan a golpe de corruptelas, favoritismos, nepotismo, etcétera, evidencian que la política en este país es escuela de delincuentes y uno de los negocios más lucrativos.
El rechazo hacia el y lo mexicano se muestra no sólo en la desfachatez de clientelas que buscan dirigir los beneficios hacia aquellos que esperan que los favores vayan de regreso en una lógica de amos y esclavos. Lo que el envidioso no logra ver, quizá cegado por su propio deslumbre, es que ese odio mana de sí mismo y por ende regresa hacia sí en toda acción destinada al otro pues él es ese otro pero negado; es un rasgo de una sociedad patológica.
Podrá apropiarse de recursos y dictar políticas adversas de las que más o menos se libran pues están recortadas por su propia mano, pero no logran abandonar la miseria económica y mucho menos la espiritual, porque no pueden volverse autónomos en su sentir y actuar, sino que están atrapados en la dialéctica esclavista de sus pasiones por el goce de ver a quienes someten y ser reconocidos por ésos.
El envidioso no sólo odia, ama su odio y es presa de él, pues en esta pulsión se recrea imaginariamente la ilusión de quien quisiera ser pero nunca logra. La integridad es eso que enaltece la independencia de pensamiento y otorga la fortaleza de carácter. Es lo que el envidioso no posee porque no hay lugar para el pensamiento autónomo mientras su mente busque de manera consciente e inconsciente al ídolo para invitarlo a su teatro.
Esta dinámica se reproduce de manera íntegra con los diversos sectores de la población en México. Aquí además de la cubeta de cangrejos, hay miradas listas a detener cualquier impulso por mejorar y salir adelante. Al envidioso no lo empuja el deseo de ser mejor según el ejemplo de su ídolo, sino que el Otro no disfrute ni tenga aquello que él desea. Así ninguno lo tiene y él puede mantenerse en el circuito de la no satisfacción pues ése es su alimento: desear lo que no tiene aún a costa de nunca conseguirlo aunque pudiera. Y pese a conseguirlo, su vorágine interna le llevará a alimentar el ego deseando lo que no puede poseer y que el Otro tiene.
A ese tipo de mexicano que entra a la política se le enseña que lo nacional es “chafa” y pobre; gobierna para sentirse mejor frente al odio que le han inculcado hacia la otredad, que no es más que la parte rechazada de sí mismo. Ése es el origen de la acritud para gobernar: comparte su poder con quienes ve como iguales e identificados a la misma causa, pudiendo así regodearse en delirios de inteligencia y superioridad tras la adquisición de poder servil para unos cuantos. Siendo testigos del mismo rechazo remojan sus bigotes bajo la misma dinámica de poder que les da no sólo una obscena inmunidad sino la seguridad de subir escalafones “por buen comportamiento”. Los políticos gobiernan para dejar de ser pobres y olvidar que son parte de una comunidad a la que sus ídolos han empobrecido y lacerado, no por un llamado ético a servir.
Uno de los ejemplos arquetípicos insertos en la cultura mexicana actual es el expresidente Felipe Calderón Hinojosa, personaje vinculado a los sectores más radicales de la derecha con los que, lejos de tener pactos y negociaciones, tuvo también descontentos, rupturas y confrontaciones que van más allá de lo político. Ejemplo de ello, su popular alcoholismo, su violencia intrafamiliar, sus actos de corruptelas, entre más actividades desdeñables que lo llevaron a romper con el PAN.
Su sexenio no se diferenció del de su antecesor Vicente Fox, quien desapareció de los medios de comunicación después de la detención de Genaro Luna en Estados Unidos, acusado por haber sostenido nexos con el Cártel de Sinaloa y el famoso Chapo Guzmán. Cabe recordar que García Luna ha sido protagonista de los últimos gobiernos derechistas –tanto del PRI como del PAN– y fue vital en temas de seguridad pública en el mandato de Calderón.
Este nexo ha sido crucial para entender su enfermedad por el poder, pues después de su llegada a la Presidencia en 2006 tras un proceso de elección fraudulento, intentó legitimarse soezmente sacando al Ejército a las calles para declararle la guerra al narcotráfico y ser el único responsable de la gran cantidad de muertes y desaparecidos en el país. Pues sus escrúpulos se inmortalizaron en su vulgar frase: “¡haiga sido como haiga sido!”
El síndrome de hibris o la enfermedad por el poder que tiene Calderón no sólo lo ha llevado a condenar a México a una tragedia interminable y cimentada en la violencia; se ha escudado detrás de las redes sociales para hacer virales fake news e impactar en los sectores más ignorantes de la sociedad, y lo continúa haciendo pese a que ha sido desenmascarado muchas veces. Se ha refugiado dentro de “las faldas” de su propia esposa –Margarita Zavala–, a quien la ha arrojado a contender políticamente y a hacer el ridículo sin importarle la vergüenza. Ahora se escuda en la creación del partido México Libre mediante una serie de irregularidades electorales que también se han denunciado, y que vinculan al corrupto Lorenzo Córdova, consejero presidente del INE .
Se ha vuelto un principal referente para detectar a medios de comunicación que promueven sus posturas y mensajes fascistas; aquellos medios de comunicación que amargamente muestran haber dejado de recibir las “mochadas” multimillonarias de gobiernos anteriores. El análisis político y comunicológico ayuda a detectar la andanada en contra de nuestra delicada y titubeante democracia. Los promotores del golpismo buscan con denuedo la continuación del régimen de privilegios y la no desaparición de un sistema de inequidad que consolida el poder oligárquico y que se pone en riesgo por cualquiera que promueva el menor avance democrático. Es insana la incidencia política de exmandatarios vinculados con el narcotráfico y de medios de comunicación que siguen arrastrando rémoras autoritarias.
La política en México se ha deformado: la oposición se ha vuelto vulgar y golpista. Bien lo decía Robert Michels hace casi 100 años, al expresar que cuando los políticos no tienen propuestas reales, suelen desacreditar vulgarmente a sus contrincantes, denostando su imagen mediante prejuicios ordinarios. Y estos políticos, nos recuerda Joan del Alcazar, usualmente se acompañan de los intelectuales impecables retratados por Rafael del Águila con dos características extraordinariamente desarrolladas: 1) siempre exigen con altanería y a grandes voces soluciones perfectas a los problemas más complejos; y 2) cuando no se les complace, lo que por el peso de la realidad sucede prácticamente siempre, culpan inequívocamente al poder, auto eximiéndose, claro, de cualquier tipo de responsabilidad en el asunto en cuestión, fuere el que fuere.
Parece aterrador mirar cómo la democracia mexicana atraviesa, desde hace ya varios años, por una coyuntura crítica y una desvalorización cívica. Empero, este fenómeno arroja no sólo a los autores intelectuales de la campaña negativa en contra del gobierno federal, sino a los sectores sociales que tienen inserto, “el viejo chip fascista” que ha mantenido a la derecha operando por más de un siglo en México, aquella que tiene como eje central ideológico el racismo, el machismo, la misoginia, el clasismo, la intolerancia, la ignorancia, el terrorismo conservador, la xenofobia, la ultra-religiosidad, la homofobia, etcétera. Aquellos que desean con anhelo que existan millones de muertos por Covid-19, que se deprecie la moneda, que exista una devaluación, una recesión económica, que desean frívolamente que el presidente [Andrés Manuel López Obrador] se enferme para tacharlo de incapaz, etcétera, son los mismos a los que la política leal no se les da y que buscan febrilmente desestabilizar al gobierno.
Ésta es nuestra sociedad experimental que arrojaron los gobiernos de derecha priístas y panistas, carentes de juicio crítico y político, envenenados en las ideologías de derecha y que aplauden frenéticamente los intentos golpistas que destruirían la poca democracia que otorgó la libertad de disentir.
El tiempo lo develará y quedarán ahí, en el imaginario del inconsciente colectivo ignorante, vulgar y servil de un sector social que,sin darse cuenta, sigue alimentando al gobierno federal. Pues como dijo Jung: “Lo que resistes, persiste”, aludiendo a una actitud arraigada en muchos seres humanos que se aferran a lo conocido y a ideas preconcebidas, sin siquiera discernir su validez a medida que avanza el tiempo.
Una sociedad sumida en la ignorancia y la casi nula actividad literaria es tristemente incapaz de generar un análisis profundo y detallado (político), pues éste se restringe para unos cuantos, de los cuales muchos son en realidad amanuenses del poder oligárquico y las complicidades oscuras. Cada día se hace más evidente que Calderón y sus secuaces se desesperarán por golpear al gobierno federal porque –especialmente a partir de la detención de Genaro García Luna en Estados Unidos– aumenta la posibilidad de que, después de la contingencia sanitaria, será el próximo juicio político en México. Esto es clave para que la política nacional pueda liberarse de delincuentes de cuello blanco: los únicos responsables de que el país esté en ruinas. ¡Estaremos ahí con gusto, en primera fila y aplaudiendo!
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