En la guerra con Ucrania, Rusia continúa imponiéndose. Sin embargo, dejó de ser un conflicto por territorio. Con la participación de Estados Unidos y la OTAN, ambos países entienden que está en juego su existencia
Caracas, Venezuela. Los acontecimientos hacen evidente que Rusia va imponiendo su lógica en el conflicto en Ucrania, a pesar de que aún no ha logrado obtener sus objetivos planeados. Tal vez ese sea el resultado final que habrá de producirse. Es decir, terminará ganando la guerra sin obtener las metas que se había propuesto.
En un inicio, la amenaza era que Ucrania se incorporara a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en algún momento. Ahora, ha sido sustituida por el peligro que encarna la decisión de la organización guerrerista occidental de derrotar a Rusia, producir un cambio de régimen e, incluso, desintegrarla.
Este diferendo obligó a Moscú realizar una operación militar especial en salvaguarda de su soberanía e integridad territorial. Sin embargo, se ha transformado en un conflicto existencial.
Por ello, los objetivos iniciales condujeron a la incorporación de cinco provincias de mayoría ruso parlantes: Crimea, Donetsk, Lugansk, Jerson y Zaporozhie. Éstas conforman el 23 por ciento del territorio anterior de Ucrania.
Sin haber recuperado su territorio a plenitud, se ha pasado a la posibilidad de que Rusia se proponga ocupar otras cuatro provincias, también de mayoría ruso parlante: Odessa, Nikolaiev, Dniepropetrovsk y Járkov. Éstas consienten el 23 por ciento del territorio anterior de Ucrania. Junto a las anteriores suman un total del 43 por ciento de la región.
Ésto transformaría a ese país en un Estado disfuncional. No sólo perdería su salida al mar, sino también, Polonia, Hungría y Rumania reclamarían territorios ancestralmente propios, los cuales han sido habitados por minorías de esos países.
Para Occidente, ha quedado claro que la continuidad de la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte pretendió continuar en 2008 con la entrada de Georgia y Ucrania. Sin embargo, no está ni estará exenta de dificultades, como lo atestigua el actual conflicto.
En la Cumbre en Lisboa, habló de una nueva fase de cooperación con Rusia en 2010. Incluso propuso crear “verdadera asociación estratégica”. En la actualidad, supone a Moscú como un enemigo peligroso al que hay que contener y debilitar. Europa y Estados Unidos consideran a este enorme país una “amenaza existencial”.
Su apuesta es un “todo o nada”. Para Washington, la situación es peor. Está en juego su credibilidad y su capacidad de proteger. Una derrota en Ucrania tendrá repercusiones estratégicas.
No sólo perdería el aval de ser una organización que aporta seguridad, sino que el maniqueo discurso de sus líderes quedaría en entredicho. Pues, de acuerdo con ellos, se está librando una confrontación entre “jardín y selva” –como la definió Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad– o entre “democracia y autocracia” –como lo manifestó el presidente de Estados Unidos, Joe Biden–.
En este marco, su objetivo es derrotar a Rusia. Debilitarla hasta el punto de que deje de ser una potencia. Desean desmembrarla, desarticularla, de su capacidad de ser un actor internacional importante y un protagonista del mundo del mañana.
En el contexto, Ucrania ha dejado de jugar un papel principal. Su función es secundaria. Sin embargo, para Zelensky lo único que cobra valor es una victoria militar y la expulsión rusa de los territorios que Moscú ha reivindicado como propios, después de los referéndums realizados en septiembre de 2022.
Kiev ve la salvación y el futuro de su existencia en la incorporación a la Organización del Tratado del Atlántico Norte y a la Unión Europea. De esta manera, pueda ser un “país occidental” en los hechos.
Analizado de esta manera, este conflicto está en un punto muerto hasta que se produzca la victoria de uno de los contendientes. Hoy, la confrontación ha llegado a un momento de suma cero que encara un “todo o nada” existencial. En éste, la ocupación de territorios a la vieja usanza dejó de ser relevante para dar paso a la búsqueda del desgaste del enemigo.
Es verdad que la guerra se libra en el campo de batalla. Sin embargo, hay que valorar que se están enfrentando la capacidad económica del Estado ruso contra la capacidad económica de Occidente, como nunca antes se ha visto en la historia. El potencial productivo de armamentos y municiones de Rusia se enfrenta al de Occidente. Es una competencia para la movilización, capacitación y puesta en plena disposición combativa de las tropas. No hay que olvidar que “la guerra es la continuación de la política” y que “la política es la expresión concentrada de la economía”.
Y en esta lógica, Rusia ha sacado la mejor parte y está ganando la guerra. Ha fortalecido sus líneas defensivas hasta hacerlas impenetrables.
En cambio, Ucrania ha pagado un alto costo. Se calcula que las bajas llegan a 45 mil. A esta cifra hay que agregar las decenas de miles de heridos y un número muy alto de armamento y equipos destruidos. La llamada “contraofensiva” ucraniana ha sido un total fracaso, ya aceptado por líderes políticos y militares, medios de comunicación y tanques de pensamiento occidentales.
La abrumadora superioridad rusa en cuanto a la potencia de fuego –misiles, artillería y aviación– y su preeminencia en relación a la capacidad de movilización de tropas han establecido una distancia difícil de superar. Ni siquiera el millonario apoyo económico, financiero y logístico de Occidente ha podido cambiar la ecuación.
El resultado final del conflicto vendrá dado por los efectos del desgaste en las capacidades logísticas, de armamento y equipos; por las potencialidades que se tengan para la reposición del recurso humano; y por las posibilidades de la economía y la industria de armamento. En ésto, la supremacía de Rusia es evidente.
Las guerras terminan con un armisticio, una negociación o una derrota y rendición de una de las partes. En la situación actual, no hay posibilidad alguna de llegar a un tratado de paz.
Los acuerdos –que se hubieran podido hacer a partir de los Protocolos de Minsk en 2014 o las negociaciones ruso-ucranianas de marzo del año pasado– ya no son posibles. En uno y otro caso fueron torpedeados por Occidente y utilizados para fines que nada tenían que ver con la paz. Los objetivos de los dos bandos son absolutos al tiempo que cada parte entiende que está en juego su existencia.
Hoy, el tema territorial es irreconciliable. Amenaza con una guerra larga que terminará con la derrota y rendición de una de las partes –presumiblemente Ucrania, dado el estado de su economía–. Y traerá consecuencias para los contendientes, para la región y para el mundo.
Sergio Rodríguez Gelfenstein/Prensa Latina*
*Licenciado en Estudios Internacionales, maestro en Relaciones Internacionales y Globales y doctor en Estudios Políticos
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