No es extraño que la derecha fascista mexicana coincida con la derecha fascista argentina. Como dice el dicho: “Dios los hace… y ellos se juntan”. Quedaría en lo anecdótico si no fuera porque uno de los principales puntos del programa político de Milei, en lo que respecta a los derechos humanos, es el que han denominado el “negacionismo”.
Milei y la derecha argentina pretenden no reconocer, omitir la historia, ocultar que, durante las décadas de 1960 y 1970, los jefes de Estado –los dictadores militares– ordenaron la detención, tortura, ejecución extrajudicial y desaparición de más de 30 mil personas desde la cúspide del poder.
Hombres y mujeres fueron sacados de sus casas, escuelas y centros de trabajo. Fueron trasladados –como parte del plan Cóndor, orquestado por el gobierno de Estados Unidos– a prisiones clandestinas a cargo de la policía, la marina y el ejército. Ahí, se realizaron contra ellos los más brutales tormentos. Violaron no sólo las leyes argentinas, sino también las leyes internacionales que rigen el derecho de guerra.
Una de las máximas crueldades de policías, militares y otros funcionarios argentinos fue torturar a los detenidos de las organizaciones de izquierda en presencia de sus padres o hijos pequeños, o por el contrario, torturar a los bebés, los padres o cónyuges en presencia de los detenidos.
Los niños sobrevivientes fueron regalados como botín de guerra a gente privilegiada del mismo aparato de la dictadura argentina, o a ciudadanos que no estaban informados del origen criminal del procedimiento de adopción al que se atuvieron.
Otro de los mecanismos para desaparecer gente es el muy conocido concepto de “los vuelos de la muerte”. Consistió en que aviones de la Marina de Guerra Argentina partían de bases navales o del éjercito, para deshacerse de los opositores de izquierda, de activistas, de gente que luchaba por un cambio social. Eran arrojados, vivos o muertos, en el océano.
Para desgracia de los altos mandos argentinos perpetradores de la guerra sucia –como fue denominada en ese país–, estos crímenes de Estado fueron documentados en los subsiguientes gobiernos civiles. Muchos –o al menos algunos– de los perpetradores estuvieron bajo proceso penal y terminaron en la cárcel.
Javier Milei, el virtual nuevo presidente de Argentina, pretende imponer al pueblo que no hubo tales crimenes de lesa humanidad. Dice que es una mentira de los “concha de su madre zurdos”, es decir, de la izquierda, donde él ubica a las madres y abuelas de la Plaza de Mayo y, en general, a la ciudadanía consciente de esta época.
No es de extrañar que Vicente Fox Quezada se alinie con el negacionista y exprese tanto amor por él. Sin embargo, esto es más serio que los ya acostumbrados disparates del expresidente.
El proceso que he relatado sobre la guerra sucia en Argentina sucedió con la misma crueldad en México. Desde la Residencia Oficial de los Pinos o desde el Palacio Nacional, los presidentes de la República en turno –Gustavo Diaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Miguel de la Madrid, entre otros– ordenaron que jóvenes connacionales fueran detenidos, torturados y asesinados extrajudicialmente.
Las misma situaciones sufrieron los familiares y amigos más cercanos, mientras que los hijos –recién nacidos o de corta edad– fueron entregados en adopción a miembros de la misma estructura militar, policial o a ciudadanos. Esto, al tiempo que se violaban las leyes nacionales, el derecho internacional humanitario y las convenciones internacionales que regulan la guerra. Todo se encuentra documentado, aunque a diferencia de Argentina, ningun perpetrador, asesino y desaparecedor ha pisado la cárcel por estos motivos.
En el 2000, una parte de la ciudadanía tuvo una leve esperanza al respecto. Por un momento, se pensó que podría ser posible que se conociera la verdad y hubiera justicia respecto a la desaparición forzada cometida por los regimenes anteriores.
Prometiendo, entre otras cosas, el esclarecimiento de los crímenes de la guerra sucia y el castigo a los culpables, Vicente Fox había irrumpido, con sus botas de narcotraficante venido a menos, en el escenario político nacional, autocomisionado por él mismo y sus amigos para “sacar al PRI de los Pinos”.
Para tal efecto, se comprometió en formar una Comisión de la Verdad. En sus promocionales de campaña, incluso incorporó la imagen de las madres de los desaparecidos encabezadas por Rosario Ibarra. La misma presidenta de Eureka tuvo que protestar por ese uso publicitario por parte de Fox, con quien, por supuesto, no se identificaba. Sin embargo, la promesa siguió firme: esclarecer la verdad sobre los crímenes cometidos por funcionarios públicos y llevar a juicio a los responsables.
Al llegar a la presidencia, la alianza del PAN con el PRI le llevó a olvidarse de su promesa de campaña electoral. Todo quedó en asignar los casos de desaparecidos por motivos políticos a una fiscalía especial de la PGR. Con bombo y platillo, fue anunciada en los medios corporativos como la encargada de dichas investigaciones.
Igual a las demás promesas de la campaña de Fox, nunca se cumplió. La famosa Femosp se disparó hasta el cielo mediático. Pero, a pesar de los esfuerzos de investigación realizados, sólo logró –tres años después de desaparecer en septiembre de 2009– la condena –póstuma– de Esteban Guzmán Salgado, exagente de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), quien fue sancionado penalmente por la desaparición forzada de Miguel Ángel Hernández Valerio, que se inició con su detención en 1977, en Mazatlán, y quien se mantiene en condición de desaparición forzada hasta la fecha1. Fuera de este caso, ninguno de los perpetradores gubernamentales de desaparición de personas fue condenado por la justicia.
Esto –que podría catalogarse dentro de su ya legendaria incompetencia y demagógia– no sería tan grave como el hecho de que el mismo Vicente Fox Quezada fue cómplice directo. Encubrió la desaparición forzada de numerosos mexicanos durante su mandato como presidente de la República.
Contralínea tiene en su poder el documento que acredita que el régimen de Fox tuvo en sus manos la denuncia de un ciudadano mexicano de origen guatemalteco, Antonio Navarro Alcántara. Durante la campaña del ejército en contra del Partido de los Pobres en la Sierra de Guerrero, fue testigo presencial de los hechos.
Incluso tuvo diálogos con los campesinos acusados de ser parte de la guerrilla de Lucio Cabañas, quienes, más tarde, fueron arrojados al mar en la costa del Pacífico por órdenes del expresidente, Luis Echeverría Álvarez, y el secretario de la Defensa Nacional, Hermenegildo Cuenca Díaz.
Asimismo, Antonio Navarro denuncia la relación que tuvo con los militares que custodiaban a estos campesinos; da una relación de los mandos militares encargados de los vuelos de la muerte, y señala la matricula que tenían como parte de la Secretaría de la Defensa Nacional.
La llegada de Vicente Fox a la presidencia –luego de una larga dictadura de más de 70 años por parte del PRI– significó un rayo de esperanza. Ninguno de los que en él confiaron se imaginaron que el nuevo presidente terminaría vendiendo marihuana y expulsado de internet por sus desvaríos.
Hubo denuncias importantes en contra de los crímenes cometidos por asesinos y desaparecedores gubernamentales. Una de ellas fue la realizada por militares del ejército mexicano que terminó llevando al general Arturo Acosta Chaparro a la prisión militar, aunque no acusado de delitos de lesa humanidad, sino de narcotráfico.
La otra es la del ciudadano Antonio Navarro Alcántara. Esta última es la que nos ocupa en este artículo. Señala en una carta dirigida al general Enrique Cervantes Aguirre, entonces secretario de la Defensa Nacional (10):
“…Tenía que llegar al cuartel militar de Acapulco, Guerrero, allí estaba una fracción de otros batallones: el 32 Batallón de Infantería, el 49 Batallón de Infantería, el 50 Batallón de Infantería. Las otras fracciones de batallones andaban actuando en la Sierra de Atoyac, cumpliendo la consigna de 4×1, o sea, por cada soldado que murió en la emboscada tenían que morir cuatro campesinos de la sierra, porque dijeron que todos los campesinos habían colaborado con Lucio Cabañas a poner la emboscada”.
El exmilitar, Antonio Navarro Alcántara, se refiere a la emboscada organizada por la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres, comandada por el profesor Lucio Cabañas Barrientos. Ésta se realizó como parte de las actividades guerrileras de la nombrada organización político-militar en rebeldía, el 25 de junio de l972, a las 9:30 de la mañana.
Al respecto, Pedro Martínez Gómez relata en su libro Brigada Campesina de Ajusticiamiento, desde la trinchera, Partido de los Pobres2:
“Bajo la insistente lluvia sin cubrirse con nada del frío en toda la noche, permanecieron en sus trincheras los nueve guerrilleros hasta que… escuchan el ruido de un motor, de un… un convoy militar que entraba en el espacio cubierto por la emboscada de la guerrilla. De inmediato, se abre el fuego… con saldo de un teniente, dos sargentos segundos y siete elementos de tropa muertos, además dos heridos que se dejaron en libertad en cuanto terminó la acción militar” (Pedro Martinez, obra citada, página 94).
Continuando con el relato de Antonio Navarro Alcántara, nos señala:
“Cuando yo llegué a Acapulco, procedente de Veracruz, ya tenía 15 días que habían puesto la emboscada al ejército mexicano. Todo el personal estaba escaso. En cuanto me presenté al cuartel de Acapulco, en cuanto entregué mi documentación, luego me nombran servicio, se trataba de cuidar un helicóptero de la zona militar en que se trasladaba el general Chagoya. Dicho helicóptero estaba estacionado, allí, en el patio del cuartel.
Tres horas estuve ahí cuidando el helicóptero, luego me trasladaron a otro puesto de servicio, otras 3 horas. Ahí era un cuarto con poca luz, con muros de blocks, puertas de fierro. La consigna que recibí, ahí, en ese puesto de servicio, era que tuviera mucho cuidado porque en ese cuarto había 13 guerrilleros peligrosos. Eran los que habían ayudado a poner la emboscada al ejército mexicano, ahí en la sierra…
Entré el cuarto mencionado y cuál sería mi sorpresa al ver a unos señores sentados en el piso, o recostados en la pared. Estaban vendados de los ojos, con cinta adhesiva color canela, amarrados de los pies, y manos hacia atrás, de aspecto humilde –de gente de la sierra– ya señores, como de 40 a 70 años de edad. Cuando entré al cuarto donde ellos estaban les hablé. Les dije:
—Señores, ¿Por qué los tienen aquí?
Silencio, nadie me contestó. Volví a hablarles, entonces tuve respuesta de un señor como de 60 años.
—Tú no eres de aquí, ¿Verdad?
—No señor, yo vengo llegando de Veracruz.
—No, pos fíjate que dicen que nosotros ayudamos a poner la emboscada. Ya tenemos aquí 15 días sin comer.
Le hablé a otro señor como de 45 años de edad. Le dije:
—¿Y usted por qué?
—Yo soy fotógrafo, subo a la sierra a tomarles fotos a la gente de las comunidades. Ese es mi trabajo, de eso la paso. Y ese día de la emboscada me invitaron a que tomara unas fotos, pero no sabía de qué se trataba, y dicen que nos van a matar. Cada centinela que viene a cuidarnos le dicen: ‘Tengan cuidado con esos guerrilleros porque de un rato a otro los sacan para matarlos’.
Al oír que ya llevaban varios días sin comer, traté de conseguir algo para llevarles. Y les llevé un poco de comida, pero ya no quisieron comer; sólo querían un cigarro. En eso estaba, cuando me vió un teniente y me dijo:
—¿Qué estás haciendo, soldado? ¿Estás llevando de comer [a] esos guerrilleros que mataron a nuestros compañeros? Se me hace que tú tienes conecte con ellos.
Al poco rato, me fueron a relevar del puesto de servicio donde estaba. Me llevaron a la comandancia del 32 Batallón con un coronel alto, cabello lacio güero, me interrogó. Me dijo:
—Ya investigué que tú tienes contacto con esos guerrilleros que estás cuidando, a ver, dime la verdad.
Mi respuesta fue:
—No, mi coronel, yo voy llegando procedente de Veracruz, del 27 Batallón de Infantería. Ahí está mi documentación de la fecha que llegué aquí a Acapulco.
Le dio tanto coraje al dicho coronel que me dijo:
—¡Sáquese!
Al segundo día, me volvieron a llamar a la comandancia el mismo coronel. Entonces sí me dio un poco de “frío”. Cuando me presenté frente a él, me dijo:
—¿Usted es el soldado que vino del 27 Batallón?
—Sí, mi coronel.
—Pues saque esos guerrilleros y llévelos a bañar. Les quita toda la cinta canela que tienen. Ya que los bañe, los vuelve a meter al cuarto donde estaban.
Y así lo hice. Para esto, me ayudaron otros dos soldados. Así quedó ese día. Pero al siguiente día, los sacaron ya en la mera tarde, los fueron sacando de tres en tres y los llevaron en helicóptero a tirarlos al mar”.
El ciudadano Antonio Navarro Alcántara se dirigió al presidente Fox. Confió en sus promesas de campaña:
“Por lo antes expuesto, pido se investigue al coronel que estaba de comandante del 32 Batallón de Infantería con sede en Acapulco, Guerrero, en la fecha… Todo está escrito y guardado en los archivos… Voy a suplicarle que tomen como base la fecha que sucedieron otros hechos graves que voy a denunciar”.
Sin embargo, el presidente de la república no realizó ninguna acción en la dirección de esclarecer estos hechos. Tampoco dio ninguna orden para que se hiciera, aunque se trataba de un delito de lesa humanidad: la desaparición de personas por parte de oficiales del ejército.
Recientemente, se ha informado que Fox dio órdenes de investigar el tema de los vuelos de la muerte desde el ejército y por el mismo ejército. Pero ¿Lo instrumentó para llevar a los responsables ante la justicia y esclarecer el paradero de cientos de campesinos y ciudadanos guerrerenses?
De ninguna manera. Jamás dio continuidad a esto. Por lo tanto, su supuesta órden quedó en nada, como sus demás dislates. Después de 20 años, esta información sale a la luz, y no gracias a él, sino a investigaciones periodísticas.
De los demás delitos cometidos bajo las órdenes de Luis Echeverría Álvarez, se encuentran los documentos que posee Contralínea. Entre ellos, cabe destacar la matanza de “El Piloncillo en la Sierra de Guerrero”:
“…dos meses antes de que yo saliera con licencia ilimitada, personal del 27 Batallón de Infantería subieron de civil a la sierra, a la comunidad del Piloncillo. Entre ellos, iba un capitán del 27 Batallón y 10 soldados. Llevaban sus armas entre costales. Cuando llegaron al Piloncillo, juntaron a los señores, a los hombres, y les dicen que ellos eran guerrilleros, que el que quisiera hacerse al lado de ellos, les daban armas y dinero, el que quisiera armas y dinero ‘que se forme aquí’. Ya que lo estuvieron formados (sic), los ametrallaron. Eran como 25 campesinos”.
El exmilitar continúa su relato:
“Al señor arzobispo Méndez Arceo le conté esta masacre. Le conté esta masacre de la comunidad del Piloncillo, esta denuncia que aquí estoy presentando. Pido que se interrogue al coronel Alfredo Casani Meriño Meriña, que diga el nombre de ese capitán que fue a hacer esa masacre en el Piloncillo en la Sierra de Guerrero, en esa fecha que menciono”.
Por su parte, en el libro Desde la trinchera del Partido de los Pobres, Pedro Martínez, quien fuera guerrillero de la Brigada Campesina, nos señala al respecto:
“… El calendario marcaba el día 23 de abril de 1973. Entre las tropelías del ejército contra los campesinos, se recibió la información del asesinato de habitantes en el barrio de Los Piloncillos, un lugar intrincado en la sierra donde llegaron los soldados y empezaron a maltratar a los pobladores. Detuvieron a campesinos, los formaron en la cancha deportiva y fueron asesinados extrajudicialmente.
La información oficialista dio cuenta que: ‘seis campesinos murieron en un enfrentamiento a tiros con un grupo de soldados en el lugar denominado ‘Los Piloncillos’, en la sierra de Atoyac de Álvarez. Los militares iban en busca de Lucio Cabañas. La brigada del ejército tenía copada esa zona y, al encontrarse con ocho campesinos armados, se inició la balacera en la que murieron seis de ellos…’ (Excélsior, 26 de abril de 1973).
Esa fue la gran mentira que se publicó. Se pudo constatar con algunos habitantes del lugar el cómo fueron asesinados. No opusieron ninguna resistencia, ni siquiera cuando los formaron en la cancha deportiva para que los soldados los ultimaran.
La realidad es que fueron sacados de sus casas para formarles el cuadro y asesinarlos. Ellos eran: Eleazar Álvarez Jacobo (18 años de edad), Santín Álvarez Ocampo (24 años), Toribio Peralta Rivera (17 años), Saturnino Sánchez García (60 años), Saturnino Santillán García y Crescencio Reyes Laguna (70 años). Ésta fue una de tantas deleznables agresiones del ejército a los pobladores indefensos de la sierra de Guerrero” (Obra citada, p. 209).
Antonio Navarro Alcántara continúa su relato:
“Cuando mis compañeros soldados me comentaron esa acción, los mismos que fueron a esa comisión, yo les contesté que por qué habíamos eso (sic). Me respondieron:
—El capitán nos ordenó que lo hiciéramos y él que no obedeciera también lo ametrallaba”.
Por ésta y las demás indignidades de las que fue testigo, es que con toda claridad Antonio Navarro Alcántara se dirigió al presidente Vicente Fox:
“Ésta es una denuncia formal y pido que estos hechos sean castigados con todo el peso de las leyes mexicanas, para que no vuelva a suceder en México estos actos como éstos… Pido al señor presidente de México, lic. Vicente Fox Quezada, que reconozca mi petición. Estoy en mi derecho. He pedido protección para mí y para mi familia en gobiernos anteriores. Por las denuncias que he presentado, y nunca me habían atendido, he sufrido varios atentados… Me han dejado por muerto… Voy a hablar de esto hasta que el gobierno de México me proporcione la seguridad personal que le pido para poner a salvo a mi familia”.
Siendo el presidente de la república, Fox nunca contestó, ni movió un dedo ante tan grave denuncia. Y, como se ve en las últimas publicaciones al respecto, la investigación interna del ejército también fue acallada durante su mandato. Por lo que, al haber ocultado esta información, al no dar curso a la denuncia presentada –cuando tenía la obligación de hacerlo–, no es más que otro criminal de la guerra sucia.
Más específicamente, por sus acciones y omisiones en torno a los llamados vuelos de la muerte cometidos contra la población de la sierra de Guerrero en los años de combate al Partido de los Pobres. Más guerrilleros de la Liga Comunista 23 de Septiembre y de otras organizaciones quienes siguen en situación de desaparición forzada.
Su alianza con el nuevo presidente fascista Javier Milei de Argentina no es un caso anecdótico. Es la expresión clara de su complicidad con estos delitos de lesa humanidad que estoy narrando. Como tal, como criminal y complice de la guerra sucia, debe ser juzgado y la investigación de esta denuncia debe hacerse con todo rigor.
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