Realidades y quimeras de la reforma financiera

En algún sentido Guillermo Ortiz –actualmente bien cebado por la familia del difunto Roberto González Barrera que lo ocupa en su empresa de Banorte, ese oligarca encumbrado en las ciénagas neoliberales y que en vida fue generoso amigo y socio en negocios de dudosa reputación de Raúl Salinas Lozano y sus turbios retoños Carlos y Raúl Salinas de Gortari– tiene razón cuando afirma que “la reforma financiera no va a tener impacto notable en el corto plazo.

La estanflación peñista

La indómita realidad se empeña en arruinar la fiesta del primer año del priísmo resucitado, así como la animada curda del convite del multicolor partido único del pacto neoliberal con todo su catálogo de promesas y buenas intenciones. Se obstina por agregar 1 año más perdido en materia de desarrollo, el 31, en el dilatado naufragio del neoliberalismo mexicano.

Las “reformas”, llanamente privatizaciones

Es natural que en un escenario mundial sobresaltado, caracterizado por sus tonalidades lúgubres y cuyo futuro es igualmente sombrío, la émula de Tomás de Torquemada, la señora Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), se encuentre en un estado patológico de angustia, ansiosa por recibir cualquier noticia que la “impresione” y tranquilice sus crispados nervios.

La oposición oficial como sarcasmo del sistema

¿Cuándo fracasa la razón?… [Los socialdemócratas] eran parte del aparato del poder, cada uno de ellos representaba un trocito de poder. Sus conciencias estaban divididas [entre] la papeleta del sufragio y el “cuarto de las bofetadas”. A ellos les habían encomendado proteger el orden no sólo de los criminales, sino también de los perturbadores, de los agitadores. ¿Cómo reaccionarán cuando el régimen reaccionario lo oponga a los perturbadores del orden público? ¿Cumplirán con su “deber” como manda la ley? El poder [es como] la marihuana: el hacer uso de él implica el abuso

Al maestro con cariño

La brutal represión ejercida por la militarizada Policía Federal en contra de los maestros de Guerrero, el 5 de abril pasado, no es más que otra expresión extrema de la proclividad de un Poder Ejecutivo que se siente iluminado, elegido para llevar a cabo misiones elevadas que considera unilateralmente como sus “razones de Estado” y utilizar los aparatos represivos para tratar de alcanzar sus fines; que por encima de la responsabilidad constitucional del político democrático, del estado de derecho, está dispuesto a emplear insensiblemente la fuerza del poder por encima de las necesidades y el bienestar de la población; que está inclinado a sofocar por medio de la violencia a los que no aceptan sumisamente alinearse a sus dictados y el orden que pretende remodelar, según su exclusiva perspectiva principesca; que antes de servirse de la razón, de analizar y valorar las heterogéneas posturas de la sociedad, de negociar, de alcanzar consensos, prefiere descalificar, intimidar, aislar, reprimir, encarcelar y derrotar, en el momento que considere oportuno, a los descontentos de sus medidas, sin darles la oportunidad a los afectados de defender sus intereses; éstos, impotentes, al carecer de los mecanismos jurídicos e institucionales que les permitan hacerse escuchar y resolver los conflictos pacíficamente, se ven obligados a recurrir legítimamente a cualquier método.