México enfrenta una profunda recesión sin más herramientas que un desfasado y mediocre manual: Criterios de política económica para 2014. Aunque tales medidas han sido anunciadas por el gobierno como “anticíclicas” y hasta sociales, lo cierto es que han sido dictadas por las oligarquías para que, de nuevo, los costos sean pagados por los pobres. Los dueños de los consorcios no tienen que hacer marchas ni plantones; basta que amenacen con sacar del país sus capitales para que la autoridad en turno obedezca
Los recientes desastres naturales representaron el réquiem para la agónica economía mexicana. Cada estertor manifestaba un creciente grado de debilitamiento de su cuerpo ante un gobierno convertido en un impasible testigo. Pese a que con ello, la promesa del priísmo resucitado de un crecimiento sostenido con empleo, estabilidad macroeconómica y bienestar social también se disolvía gradual y prematuramente.
Sólo bastaron 10 meses para que la economía no sólo se desfondara patéticamente y se perdiera el primer año peñista. En su caída, además, arrolló las metas de política económica para 2014 y descuadró el proyecto fiscal. Ambas propuestas se quedaron en calidad de nonatos. Fueron abortadas antes de discutirse y aprobarse en el Congreso de la Unión. Se quedaron sin piso, sin coordenadas, sin brújula. Comprometieron el segundo año y el resto del sexenio peñista, que tendrá que recoger en el sótano los pedazos de la economía y desde ese lugar reiniciar la activación y el crecimiento.
La flamante meta de crecimiento de 3.5 por ciento para 2013, con la cual Enrique Peña Nieto pensaba inaugurar su mandato, rápidamente quedó abollada y se convirtió en una nostalgia, aun cuando esa tasa reproducía lo que Luis Videgaray –cuando se acuerda que es responsable de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público– denomina como la tendencia “inercial” de la economía: la del calderonismo, cuyo ritmo medio anual fue de 2.1 por ciento; la del conjunto del modelo actual, el de la moderna dictadura del “mercado libre”, completamente abierto, trasnacional, “cosmopolita”, antiestatista y del despotismo político priísta-panista (1983-2012), “neoliberal” –le llaman sus críticos–, que fue de 2.3 por ciento. Esa dinámica y ese periodo que, sin exageración, ha sido calificado como la era de la mediocridad, del estancamiento crónico, comparado con la época precedente. Cuando el país era una ínsula premoderna, cerrada, “nacionalista”, “revolucionaria”, estatista y del despotismo priísta, pero que se expandía a toda vela, a una media real anual de 6 por ciento, del cardenismo al lópezportillismo.
El ejercicio del pronóstico económico se convirtió en un pronóstico deportivo. En un juego de acertijos, donde el más pesimista estima con mayor precisión la proporción del desplome productivo.
A cada paso un abismo más profundo
En mayo, la meta original se redujo a 3.1 por ciento. Para explicar la desviación del rumbo luminoso se recurrió a las viejas, desgastadas y desacreditadas fórmulas. Se dijo que se debía a factores externos: la desaceleración estadunidense y de la economía mundial, se agregó que sería un fenómeno temporal, y se reiteró “la solidez de los fundamentos de la economía mexicana”, como se repite en los Criterios de política económica para 2014. En agosto se bajó a 1.8 por ciento y se añadió otro elemento explicativo: el retraso en el ejercicio del gasto público, debido al cambio de gobierno, el cual, no obstante, sería velozmente subsanado. A precios corrientes, el subejercicio acumulado en marzo fue por 53.7 mil millones de pesos, 7.6 por ciento menos que hace 1 año. Para agosto aún es de 3.1 mil millones de pesos, 0.2 por ciento. En valores reales (descontando la inflación) de la segunda quincena de diciembre de 2010, el atraso pasó de 76.9 mil millones a 61.8 mil millones de pesos, de 11.3 a 3.4 por ciento en los meses citados.
El 18 de septiembre, el sonriente Luis Videgaray –que por andar en la grilla palaciega se le olvidó que él es el responsable de la conducción económica y no se había dado cuenta de que la nave se hundía– se vio obligado a reconocer que el “crecimiento ha sido ‘decepcionante’”; que “tenemos un periodo de desaceleración importante”; que “la economía sigue creciendo, pero muy por debajo de lo que necesita crecer y de su potencial”; pero que “la economía mexicana no [está] en recesión”. En los Criterios se acepta que la crisis se debe a factores externos (desaceleración, volatilidad financiera, menores precios del crudo) e internos (rezago en el gasto público, la caída del crédito, de los ingresos, del consumo o la inversión).
Videgaray adoptó el modo cantinflesco de Agustín Carstens y dijo: “Confío en que para el segundo semestre del año y en 2014 se observe una ligera recuperación, pero ya se tomaron medidas de aceleración del crecimiento” (las cursivas son mías). Para el día 28 revaloró su “diagnóstico”: el “efecto de las lluvias e inundaciones sobre la capacidad productiva nacional es [la] disminución [del] crecimiento a 1.7 por ciento. Habrá un impacto negativo [en] el tercer trimestre” y uno “positivo” –como dijo Milton Friedman cuando Katrina devastó Luisiana, Misisipi, Alabama y Florida en 2005–, en “el cuarto trimestre como resultado de la reconstrucción”. La doctrina del shock (Naomi Klein, 2007) abre generosas oportunidades de negocios para los hombres de presa y para desplazar a los marginados que ocupan lugares que a aquellos les interesa. Las zonas costeras o las minerales, por ejemplo, son apetecibles. Manlio Fabio Beltrones y las trasnacionales deben de estar felices.
Los empresarios auguran una baja a 1.4 por ciento. Hasta nuevo aviso. Juan P Castañón señaló “que la iniciativa de reforma fiscal, como está planteada, afectará directamente a las familias mexicanas y pone en riesgo la estabilidad de nuestras finanzas, pues promueve un déficit fiscal”. La amenaza velada. Si recula el peñismo, ¿cómo se financiará el gasto y el déficit fiscal “contracíclicos”? Si pierde, la oligarquía no sale a las calles como los maestros. Son más eficaces: fugan capitales y desestabilizan.
Lo único que no es claro es cuán profunda será la tumba recesiva de la economía, cuánto tiempo yacerá en ella y a qué ritmo saldrá de la misma. El “impacto positivo” de la inversión privada y pública en el último trimestre de 2013 y en 2014 es incierto. Los efectos multiplicadores “negativos” de la vorágine recesiva, combinados con las contingencias naturales que afectaron en diversos grados a más de 20 estados, arrastran inevitablemente hacia una mayor profundidad al desempeño de la economía real y sus expectativas. Refuerza la incertidumbre y la cautela de los llamados “agentes económicos” que postergan sus decisiones presentes y futuras inmediatas hasta que se despeje el panorama.
La caída en la demanda efectiva (los bienes que pueden comprarse), inhibida por la pérdida de empleos e ingresos de la población, y el alza temporal de los precios esperada, entre ellos en los de la canasta básica, debido a los daños a la infraestructura y la producción, sobre todo la agropecuaria, y la especulación (la meta original de la inflación era de 3 por ciento y ya se elevó a 3.5), así como en la demanda agregada (consumo, inversión y exportaciones), arrasa todo a su paso.
Las finanzas públicas evidencian los efectos nocivos de lo anterior y esa situación se agudizará en lo que resta del año. De por sí el aumento en los ingresos programados había sido marginal, apenas 1.7 por ciento más, en términos reales, respecto de 2012 (136 mil millones de pesos nominales, 1 mil millones de pesos, adicionales), pretendía recortarse el gasto programable (excluye el pago de la deuda pública) en 1.4 por ciento real para alcanzar un balance cero, sin considerar la inversión de Petróleos Mexicanos, o de 2 por ciento del producto interno bruto, PIB (326 mil millones de pesos) si se incluye. Ante el deterioro fiscal, el déficit estimado se reprogramó a 0.4 y 2.5 por ciento (262 mil millones de pesos y 624 mil millones de pesos) en ambos casos. Tal ajuste se debe más al deterioro de los ingresos que a una ampliación importante en el gasto programable.
De los Criterios de 2013 y 2014 se desprende que este año los ingresos nominales serán menores en 48.6 mil millones de pesos con relación a los previstos, 4.7 por ciento menos en términos reales, y similares a los alcanzados en 2012 (apenas 10 mil millones de pesos nominales más, 0.3 por ciento). El gasto, en cambio, se ampliará en 48 mil millones de pesos con relación a lo previsto, para evitar un recorte que agravaría las cosas. Esa cantidad es similar a la pérdida en los ingresos esperada, lo que explica la ampliación del déficit fiscal. Sin embargo, tal ampliación es más compensatoria que expansiva, en términos efectivos. Comparado con el presupuesto original, sería 1.8 por ciento menor, de manera real, y con relación a 2012 sólo lo superaría en 0.2 por ciento. En los hechos será igual.
En otros términos, la dichosa política fiscal anticíclica, no es más que un invento de Enrique Peña Nieto y Videgaray. El gasto ampliado es, en realidad, compensatorio. Busca que todo quede igual a lo programado inicialmente para 2013. No tiene la menor intención keynesiana para contrarrestar la recesión, lo que hubiera implicado ampliar significativamente los egresos públicos éste y el siguiente año, con sus efectos multiplicadores sobre la demanda efectiva, el crecimiento y el empleo, aceptando un déficit más alto al revaluado. De todos modos, existen individuos que braman, como es el caso de Juan P Castañón, y prefiere el ajuste fiscal del lado del gasto, el equilibrio y el desplome económico total, antes que le rasguñen el bolsillo.
La ortodoxia parodia a Keynes, que se moriría, de risa, otra vez si conociera el programa “anticíclico” peñista. En ese sentido, el cero en el crecimiento está a la vista. Y la caída puede perforar el piso del cero hacia los números negativos.
Pero otras cosas sí son claras:
1. El primer damnificado de la economía y los huracanes fue Enrique Peña Nieto. Su credibilidad quedó depositada en la oscura tumba donde yace la economía. Para él la recesión no existe. Ante el devastador sismo de 1985, Miguel de la Madrid mostró su carencia de liderazgo, se paralizó, se perdió en su grisura y la autoridad fue sustituida por la sociedad. Frente a los damnificados por los huracanes, Peña y su pareja optaron por un grotesco espectáculo mediático. ¿Qué ofreció ante la contingencia? Mezquindades. Ejercer vagamente un avaro gasto estatal subejercido y, a los que perdieron hasta la desesperanza, la ridícula postergación de pago de algunos servicio públicos, como si algo les hubiera quedado en su acrecentada pobreza y miseria.
2. El Chicago Boy Ernesto Cordero recriminó a los peñistas, porque, según él, “el Partido Acción Nacional entregó al PRI un país con una muy buena perspectiva de futuro, y en tan sólo 10 meses, la situación se ha deteriorado notablemente. El motor interno de la economía está parado, [debido a] las malas decisiones de política pública emprendidas por este gobierno”.
Pero Cordero y Videgaray son mentirosos o ciegos, porque la economía inició su declive desde el tercer trimestre de 2010. Entre el último trimestre de 2008 y de 2009 estuvo hundida en la recesión de -4.7 por ciento. En primer semestre de 2010 mostró una mejoría, el llamado “efecto rebote” cíclico que sigue a toda contracción productiva, reactivación que sólo duró un suspiro, sin consolidar una fase sostenida, ya que desde ese momento empezó a desinflarse en cámara lenta hasta la recesión de 2013.
¿Qué hicieron los panistas? Nada. Por esa y otras razones fueron arrojados de la Presidencia.
¿Y los peñistas? Primero actuaron como los zedillistas ante el diluvio devaluatorio de 1994: “planearon” para un horizonte despejado. Luego “se tomaron medidas de aceleración del crecimiento, [señaladas en] el paquete económico [para 2014], además de otras medidas de carácter ‘inmediato’”, según Videgaray.
¿Cuáles son? Las contenidas en el programa de aceleración del crecimiento, señaladas en los Criterios entregados al Congreso el 8 de septiembre, donde se dice que se “instrumentará [el futuro], en el marco del paquete económico 2014” (página 6): solicitar de manera extraordinaria la aprobación de un déficit por 0.4 por ciento del PIB para 2013 y otro de 1.5 para 2014, en aras de compensar la caída de los ingresos públicos y evitar el recorte del gasto”. A ese futuro le llaman “impulso contracíclico”; aceleración del gasto público: reasignar 10 mil millones de pesos (mover el dinero de un lado a otro, no ampliarlo) para los programas de inversión de los estados: 2.5 mil millones de pesos de los recursos del Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden) y de 2.5 mil millones a 5 mil millones de pesos para la creación de fondos de pavimentación y equipamiento hospitalario (¿y los damnificados?); créditos de la banca de desarrollo hasta por 2 mil millones de pesos que “provendrían [futuro condicionado] de las reasignaciones presupuestales para las a los hogares para la compra de bienes durables con ahorro energético (7 por ciento del crédito inducido), el fomento a empresas y productores agrícolas canalizado a proveer garantías a las pequeñas y medianas empresas y para subsidios productivos (75 por ciento del crédito) y a los gobiernos locales (el 18 por ciento)”; estímulos al consumo y al crédito de las personas: la reasignación de 1 mil millones de pesos para apoyar al sector de la vivienda con subsidios y garantías, ampliación de la línea de crédito sindicada de la Sociedad Hipotecaria Federal, de 6 mil millones a 18 mil millones de pesos, y rifas para cancelación del saldo en Instituto del Fondo Nacional para el Consumo de los Trabajadores (Infonacot) y créditos para consumo de bienes durables.
La política anticíclica se reduce al ejercicio de 10 mil millones de pesos. Pero reasignados, no adicionales. Lo demás es nebuloso.
¿Cuál es el costo oficial estimado de la reconstrucción “anticíclica”? Se desconoce.
Lo que sí se sabe es que la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS) estima en 75 mil millones de pesos el costo de los desastres naturales (carreteras dañadas, puertos, edificios, automóviles, casas, negocios). La AMIS pagará el 20 por ciento de las propiedades afectadas porque tenían un seguro de 15 mil millones de pesos. El Fonden dispone de 12.5 mil millones de pesos. Por tanto, el costo restante dependerá del gobierno y, sobre todo, de los afectados, en su mayoría pobres y miserables. Como se observa, lo anterior no incluye los efectos sobre el aparato productivo, entre ellos los productores rurales tradicionales, ni las condiciones de vida de las víctimas, ni los empleos e ingresos perdidos.
3. Pero que las finanzas públicas muestran su precariedad y están comprometidas. Según Hacienda, hasta agosto, los ingresos presupuestarios reales cayeron 0.6 y los del gobierno federal apenas aumentaron 0.8 por ciento (la baja en el primero se debe a la caída de los recursos petroleros recibidos, 4.2 por ciento). La recaudación real por concepto del impuesto al valor agregado se desplomó 7.9 por ciento, lo que refleja la caída de la demanda. Por su parte, el gasto neto presupuestario real del sector público decreció 3.9 por ciento, en 3 mil millones de pesos nominales, ya sea por los menores ingresos, el subejercicio o la aplicación de recortes.
Salvo algunos renglones como el Instituto de Estadística, la Secretaría de Marina, aportaciones a la seguridad social y las entidades federativas, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología o el desarrollo agrario, los demás han sufrido un decremento real en su gasto.
Entre ellos destacan el de desarrollo social (-7.4 por ciento), agricultura (-4.2), comunicaciones y transportes (-17.8), educación (-9.2), salud (-12.9) o medio ambiente (-17.8 por ciento).
El gasto en superación de la pobreza quedó indemne por una sencilla razón: no tiene nada presupuestado. Ello explica que Rosario Robles –secretaria de Desarrollo Social–, la tránsfuga de la “izquierda” rosa, evada el tema cuando se le pregunta sobre el programa de la Cruzada Nacional contra el Hambre. No tiene nada qué decir porque carece de recursos. Sólo tiene exceso de lengua.
4. La política monetaria nada tiene que ofrecer ante la recesión. Recién Agustín Carstens –gobernador del Banco de México– anunció que podría reducirse la tasa de interés de referencia de 4 a 3.75 por ciento. Desde hace meses es de casi cero descontando la inflación, y en nada ha beneficiado al crédito, ya que las tasas activas (las que cobra el banco) son impuestas por la banca en el nivel que se les pega la gana. Quienes mandan en el sistema financiero son los conglomerados, en su mayoría extranjeros, no el banco central.
Sin la mano fiscal, sin el pie monetario y sin la cabeza gubernamental, el futuro tiene poco de incierto. La recesión estableció su reinado en 2013 y parte de 2014.
Al peñismo se le acortó el sexenio a 4 años. Si no es que menos. ¿O se volvió decrépito antes de crecer?
*Economista
Fuente: Contralínea 356 / 14-19 octubre de 2013