Parte IV: Soya transgénica contamina miel mexicana
La Sagarpa autorizó a Monsanto la siembra comercial de soya transgénica sobre 253 mil hectáreas. En el territorio liberado habitan 41 mil familias, en su mayoría, indígenas y campesinas que sobreviven de la miel que cosechan. México es el tercer exportador y sexto productor de miel de abeja. La autorización es apenas la última de 15 autorizaciones de siembra de cultivo en las regiones. Los resultados: miel contaminada con polen de organismos genéticamente modificados y el rechazo por parte de su principal mercado, los consumidores de la Unión Europea
Bajo el argumento de que la liberación al ambiente de soya genéticamente modificada no implica riesgo alguno, el 11 de mayo de 2012 la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales emitió un dictamen favorable. Y el 6 de junio, la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación aprobó a Monsanto Comercial, SA de CV (proveedor global de tecnología y productos para la agricultura), el cultivo a escala comercial de su semilla en la Península de Yucatán, la Planicie Huasteca y Chiapas (Contralínea 325).
El permiso se otorgó a pesar de que la siembra piloto y experimental de soya genéticamente modificada habría contaminado 40 toneladas de miel producidas en la Península de Yucatán, como lo demostraría el desvío que hicieron los comercializadores del cargamento dirigido originalmente a la Unión Europea, ocurrido en 2012. También, los siete amparos que interpusieron organizaciones y comercializadoras de miel para evitar la nueva autorización.
El riesgo, ahora, es mayúsculo. “Existe una coincidencia geográfica entre las zonas de producción de miel en la Península de Yucatán y los polígonos propuestos de liberación al ambiente de soya genéticamente modificada”, observó la Comisión Nacional para el Conocimiento y el Uso de la Biodiversidad (Conabio) en el Análisis de riesgo 007/2012. En éste se lee: “recomendación final: no se considera viable la liberación en los polígonos solicitados”.
México es el sexto productor y tercer exportador mundial de miel de abeja después de Argentina y China. El 85 por ciento de la producción nacional se destina a la Unión Europea, principalmente a Alemania, donde goza de prestigio.
Alrededor de 41 mil apicultores mexicanos, en su mayoría campesinos e indígenas, dependen de la actividad. En 2010 produjeron 55 mil 684 toneladas de miel con un valor de casi 1 mil 726 millones de pesos.
Tan sólo en la Península de Yucatán se contabilizan al menos 17 mil productores apícolas. “La miel para los campesinos de la región es una de las principales fuentes de ingreso, una de las formas de sobrevivencia. El año pasado no se logró la cosecha de maíz por la sequía. La esperanza es la miel que se cosecha”, dice Álvaro Mena, representante campesino de Campeche.
De acuerdo con información de la Conabio, en esa entidad, en Quintana Roo y Yucatán existen 162 organizaciones de apicultores. Tres de ellas agrupan a más de 1 mil socios y 11 cuentan con un número de socios que oscila entre 100 y 1 mil. El resto, 148, son organizaciones de pequeños productores con menos de 100 adherentes.
El 90 por ciento de la producción de miel de la Península se exporta y corresponde a cerca del 60 por ciento de toda la miel que sale del país.
La expansión de los cultivos de maíz y soya transgénica en la Península de Yucatán ya era objeto del rechazo en las comunidades mayas desde que llegaron las siembras experimentales y piloto.
De 2005 a 2012, el Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria ha otorgado al menos 15 autorizaciones para la siembra de soya transgénica en las fases previas a la comercial (experimental y piloto) en Chiapas y la Península de Yucatán (Quintana Roo, Yucatán y Campeche).
“En esta zona de la Península de Yucatán se siembra principalmente maíz en el sistema milpa. Si se viera únicamente desde la cuestión productiva, el maíz como una cosa, como un objeto, como un producto comercial sería más sencillo, pero para nosotros el maíz no es solamente un producto comercial, un cultivo de alimentación. El maíz para nosotros es bebida, es nuestro hermano, nuestra madre, nuestro padre, nuestra relación con Dios. En todos los altares ponemos el maíz como ofrenda. Cuando queremos celebrar a nuestros muertos ponemos maíz en sus altares.”
Álvaro agrega que la siembra de soya transgénica está desplazando a las tierras donde antes se sembraba milpa. “Cuando digo milpa hablo de maíz, pero también de otros cultivos. La milpa es la siembra de diversos cultivos en un mismo espacio, es un sistema de relaciones entre semillas, pero también de relaciones entre nosotros como personas, como pueblo, con el maíz, con las semillas y con los animales. La siembra de semillas transgénicas está rompiendo con el sistema milpa”.
El 6 de septiembre de 2011, las comunidades indígenas mayas sumaron a su lista de agravios un conflicto de carácter internacional. Se trata de un fallo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en Alemania por el caso C-442/09, que colocó a los apicultores como afectados directos de los cultivos de organismos genéticamente modificados.
En el comunicado de prensa 79/11, fechado en Luxemburgo, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea expone que la sentencia se deriva de un litigio que enfrentaron Karl Heinz Bablok, apicultor no profesional, con el estado de Baviera, Alemania, propietario de diversos terrenos en los que se ha cultivado maíz MON 810 con fines de investigación durante los últimos años.
Según el escrito, Karl Heinz Bablok produce miel para la venta y para su propio consumo. Hasta 2005, producía también polen para la venta como alimento –en forma de complemento alimenticio–, sin embargo, ese mismo año se detectó la presencia de polen de maíz MON 810 en colmenas ubicadas a 500 metros de una parcela experimental de maíz transgénico.
Al considerar que la presencia de residuos del maíz modificado genéticamente provocaba que sus productos apícolas ya no fueran aptos para la comercialización o el consumo, Bablok inició un procedimiento judicial contra el estado de Baviera ante los tribunales alemanes, al que se sumaron otros cuatro apicultores no profesionales.
En su resolución, el Tribunal de Justicia prohíbe la comercialización de mieles que contengan polen de origen transgénico no autorizado (como el maíz MON 810 de Monsanto) como consecuencia de un principio de tolerancia cero. Al tratarse de polen de plantas transgénicas autorizadas para alimentación, la corte europea determinó que si el contenido de polen transgénico sobrepasa el 0.9 por ciento del polen total debe indicarse en la etiqueta la leyenda: “contiene ingredientes modificados genéticamente”. Y esto aplica para todos los productores, lo que incluye a los mexicanos.
“La comercialización de miel con este etiquetado parece casi imposible, cualquiera que sea su origen, dado que la gran mayoría de los consumidores europeos rechazan los alimentos transgénicos”, asegura en entrevista Remy Vandame, investigador en el Colegio de la Frontera Sur.
La afectación involucra no sólo a la miel convencional, sino también a la calificada como orgánica. De acuerdo con los estándares internacionales, la miel orgánica debe estar libre de transgénicos.
México es el tercer exportador mundial de miel orgánica. Este producto supera en un 30 por ciento el precio de la miel convencional; el mercado global de esta miel se estima en 6 mil 500 toneladas, de las cuales Alemania consume 2 mil 500.
Los principales estados productores son Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Chiapas, Veracruz, Oaxaca, Zacatecas y Jalisco. A decir del reporte de la Conabio, Chiapas exporta alrededor del 80 por ciento de su producción y ocupa el primer lugar en exportación de miel orgánica.
También en la Península de Yucatán se produce miel orgánica. Según datos de la Conabio, ocho organizaciones de menos de 100 integrantes producen este tipo de miel; siete de ellas, instaladas en el municipio Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, y una más, en la localidad Blanca Flor, municipio de Othón P Blanco, también en Quintana Roo.
Infografía:
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https://youtu.be/yJUONdvQEm0″
Fuente: Contralínea 326 / marzo 2013