“La policía los agarra a macanazos…” Francisco Mejía Madrid, Díaz Ordaz: disparos en la oscuridad
En la historia de México el autoritarismo gubernamental se repite como una tragedia. Y la única farsa ha sido la democracia como escenario. Así, al enmendar la frase del juicio histórico de Karl Marx, se comprende la desgracia que reincide sobre los mexicanos; cada vez que un funcionario quebranta los derechos humanos de quienes, individual y colectivamente, ejercen el derecho de petición, de reunirse para presentar una protesta por algún acto contra una autoridad en los términos de los artículos 8 y 9 constitucionales. Ayer fue el expresidente Gustavo Díaz Ordaz con sus policías (y soldados) que golpeaban y asesinaban estudiantes. Casi a la par, Luis Echeverría repitió la sangrienta tragedia.
Hoy es Marcelo Ebrard que envió 300 granaderos para arremeter contra los trabajadores, que golpearon e hirieron salvajemente. Para mostrar al presidente Felipe Calderón y a los empresarios de lo que es capaz. Era una manifestación pacífica de quienes llevan más de un año echados a la calle (como es la política laboral calderonista y de ese otro Díaz Ordaz; Javier Lozano Alarcón, secretario del desempleo y sepulturero de mineros, que con Germán Larrea del Grupo México, se mofan de los familiares de éstos; ambos se niegan a entregar los restos de los 66 trabajadores de la mina Pasta de Conchos, San Juan de Sabinas, Coahuila).
Se trata de los trabajadores de la compañía Mexicana de Aviación, cuyo accionista principal ha sido dejado en la impunidad, porque es un empresario y a éste y sus compinches Calderón los ha puesto por encima de la Constitución y la Ley Federal del Trabajo, excretando sobre las mínimas conquistas laborales, al abrogar el artículo 123 constitucional para dejar en la indefensión y el desempleo a esos trabajadores.
Los mexicanos sobreviven a los arranques arbitrarios de un gobierno de hombres, porque nos han privado del gobierno de las leyes. En el ámbito de la competencia federal no impera el Estado de derecho, sino el del calderonismo, y en la jurisdicción política-administrativa del Distrito Federal, el ebradorismo.
Calderón con sus soldados, Ebrard con sus policías, son la pinza de manu militari con el liberalismo económico (Ebrard con un disfraz de populismo, amafiado con los empresarios que suscribieron apoyos para su candidatura presidencial) y un feroz autoritarismo-autocrático. Calderón, para vengarse de la cúpula del Sindicato de Luz y Fuerza del Centro, se fue encima de sus trabajadores y dejó sin empleo a más de 60 mil; a sus familias abandonadas en la pobreza, mientras que Lozano y Franciso Blake Mora los engañaron con las tretas burocráticas de tejer y destejer negociaciones para que se harten y no tengan más alternativa que rebelarse o desactivarse.
Ebrard es otro Calderón: exsalinista, expriísta del ala conservadora, de pronto con alas de cera pretende volar y consumar la traición a Andrés Manuel López Obrador, aconsejado por Manuel Camacho Solís y sus alianzas calderonistas; por algo Ernesto Cordero lo invitó a sumarse al Partido Acción Nacional, en donde la religiosidad política de Ebrard y Camacho se encaminan con su centrismo al hacer gala de ser moderados (Francisco Cánovas Sánchez, El partido moderado).
Por ese calderonismo y el animal díazordacista que lleva dentro, mandó golpear a los trabajadores de Mexicana que con sus derechos conculcados por el calderonismo, han estado luchando contra el neofascismo empresarial y la derechización antiobrera calderonista, sin saber que el izquierdismo de Ebrard iba a enseñar los dientes, como el bribón que se ufanaba de haber engañado a los obreros, que relata el experto de la historia nazifascista Ernest Nolte, El fascismo de Mussolini a Hitler.
Se publicaron en los medios escritos cómo no iban “ni diez minutos del mitin, cuando granaderos de Seguridad Pública del Distrito Federal replegaron al centenar de pilotos que protestaban […] Unos 50 granaderos hicieron uso de la violencia”, consigna en su nota Zenyazen Flores (El Financiero, 10 de noviembre de 2011). El secretario de Gobierno, José Ángel Ávila mandó que le llevaran a los detenidos y en su oficina disculpó a los granaderos al decir que se había tratado de una “equivocación” (La Jornada, 10 de noviembre de 2011).
Ebrard ordenó a su jefe de policía, Manuel Mondragón y Kalb que los granaderos se fueran a macanazos, patadas y puñetazos, al pegarles con el escudo a los trabajadores de Mexicana (empresa de un O’Farril que hizo uso de la impunidad para trampear en la forma de cómo se deshizo de ésta, y que Calderón con Dionisio Pérez Jácome e intereses turbios impiden que sea comprada).
Fue una golpiza a la díaordacista. Así Ebrard envió un mensaje a los empresarios que querían ver si era capaz de imponer el “orden”. Se sometió políticamente una manifestación pacífica, lo que revelóel animal represor, autoritario y derechista que lleva dentro.
Desde que fue jefe de la Policía, cuando para detener a un poblado envió a los uniformados para reprimirlo a balazos, hasta hoy sido un Gadafi, un Berlusconi y un Díaz Ordaz. A su mal gobierno, abusos, populismo y falsedad para atraer a la izquierda perredista, añade garrotazos a su programa político. Alegó que el asunto de Mexicana es un problema de Calderón. Lo es. Pero la golpiza a los trabajadores fue ebradorista. Ese es Ebrard. “Solamente que los dioses ciegan a los que van a perder, pero antes los apendeja un poco” y los hace sacar al animal neofascista que llevan dentro.
*Periodista