En las páginas de Contralínea (10 de abril de 2011, fecha intencionalmente pasada por alto por Calderón y su grupo, para ni siquiera un recordatorio del asesinato de Emiliano Zapata, tan olvidado ahora como los propios campesinos sobreviven en el desastre del campo), apareció el ensayo de Marcos Chávez critica la intentona, todavía vivita y coleando, de la iniciativa del Partido Acción Nacional (PAN)-Partido Revolucionario Institucional (PRI) para, indirectamente, anular el artículo 123 constitucional y, directamente, introducirle contrarreformas político-laborales a la Ley Federal del Trabajo, reglamentaria de la disposición histórica, devenida en victoria de papel.
Son los legisladores panistas y priistas, en la Cámara de Diputados del Congreso general, quienes perversamente han asegurado que no se trata de modificaciones a la ley fundamental de toda la Unión. Y que los planteamientos de los abogados patronales (El Financiero, 14 de abril de 2011) y los requerimientos de los empresarios son dignos de atenderse para “actualizar” la legislación del trabajo. Es la maniobra de los diputetes para legalizar el desmantelamiento de facto de las conquistas obreras de los empleados con patrones que han estado implantándose para facilitar la depredadora embestida del capitalismo salvaje con su máscara de neoliberalismo económico.
No es que piadosamente el PRI, desde su fundación en 1946 (salido de las entrañas callistas del Partido Nacional Revolucionario y cardenistas del Partido de la Revolución Mexicana), haya, más menos que más, estado de parte de los trabajadores desde el nacimiento y consolidación de la Confederación de Trabajadores de México (1936, con Vicente Lombardo y Fidel Velázquez) hasta su actual agonía en manos del nefasto Gamboa Pascoe. Lo que sucedía era que utilizaban a esos millones de mexicanos para las votaciones del partido casi único y para las manifestaciones de apoyo “y de a huevo” al sistema hegemónico.
Entonces, tras la conquista del artículo 123, como logro de la Revolución Mexicana, un cierto paternalismo de interés político hacía que los ampararan frente a los patrones y empresarios. El PRI, empero, se resquebrajó con sus excesos autoritarios a partir de Díaz Ordaz y la revuelta estudiantil de 1968, que abrió paso a los presidentes de la República del populismo (Echeverría y López Portillo) y luego nacen los privatizadores enganchados al neoliberalismo económico: De la Madrid, Salinas y Zedillo, que de plano vuelcan el apoyo gubernamental y políticas públicas hacia patrones y empresarios, para abandonar a su suerte a los trabajadores.
El priismo, con ese trío –Miguel de Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo–, se pone a la derecha del PAN y le abren la posibilidad de competir y ganar, a duras penas, presidencias municipales, diputados en los Congresos de los estados, legisladores federales, gobernadores y, finalmente, el arribo a la Presidencia de la Republica con Fox y Calderón para, de una vez por todas, entregar la economía pública a la economía privada. Y los trabajadores, campesinos, los millones de empleados, etcétera, vendiendo su fuerza laboral con salarios de hambre, desmantelamiento de los sistemas de salud y echados a la calle para ingresar al desempleo masivo, el empobrecimiento total y millones de jóvenes privados de estudiar en las escuelas públicas de estudios superiores.
Nuevamente está en marcha reformar-contrarreformar la legislación del trabajo para consolidar los hechos antiobreros que prácticamente aparecieron desde 1982. Los diputados federales del PRI en el Congreso, los del botín en el sindicalismo espurio y los abogados patrones han ido más allá del PAN y la iniciativa de contrarreformas de Calderón-Lozano, como una ultraderecha de la derecha, presentando una iniciativa de modificaciones a la Ley Federal del Trabajo que deja a los trabajadores en total estado de indefensión. Los quieren convertir en esclavos de los intereses de los hombres de presa del capitalismo salvaje.
La intentona del priismo, por medio de sus representantes en la Cámara de Diputados, del Congreso general (comandados por el peñanietista Francisco Rojas, todavía salinista), proponiendo contrarreformas laborales a la derecha de la ultraderecha del PAN y su iniciativa preparada por el diazordacista Lozano Alarcón, ha sido suspendida. Y no hay por qué cantar victoria y desconfiar del debate al que convocaron para discutir esas contrarreformas favorables al panismo y al calderonismo. Hacerle el trabajo sucio al PAN tan de buena gana exhibe al viejo PRI y éste deja mal parado al PRI que, sin Peña Nieto y su grupo, busca posicionarse ante un electorado que ha mostrado intenciones de sufragar a su favor en las elecciones presidenciales.
En mala hora, el PRI de Peña Nieto quiere las contrarreformas, que ahora aplazó por el riesgo electoral mexiquense, donde enfrenta la alternativa de ganar apretada y hasta tramposamente ante un Partido de la Revolución Democrática forzado a no aliarse con los panistas de Calderón y que pondrá a Peña Nieto y a su PRI contra las cuerdas. Y si el galán del copete ganara, en una u otra forma con una victoria pírrica, ésta lo desplazará de su candidatura presidencial hecha del apoyo de Televisa y sus corifeos mediáticos a cambio de multimillonaria suma. Si el PRI que busca renovarse a través de una reforma del estado, política y fiscal no hace el contrapeso al PRI peñanietista, entonces desde ahora debe decir adiós a la Presidencia de la República.
*Periodista