Las reformas y contrarreformas que embarazaron el Pacto por México (más por Peña) finalmente abortaron, porque el Partido Acción Nacional (PAN) aprovechó para llevar agua a su molino; y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) está dividido con el chuchismo entregado al peñismo; y el cardenismo ejerciendo una oposición con transacciones a medias, en un estira y afloja prudente respecto a una consulta popular sobre la privatización energética de electricidad, gas y petróleo. Y envueltas en un reformismo de corte neoliberal como política económica pública, ninguna realizará sus fines de aquí al final del peñismo. Su carnada en el anzuelo publicitario, que por todos los medios de comunicación decía a los mexicanos que en sus “recibos de luz, gasolina, gas y diesel” verían la baja de sus precios, a nadie convenció y dejaron de aparecer. Se necesitarán 6 años más tras el término del presente sexenio para que las reformas puedan tener consecuencias positivas laborales, en telecomunicaciones, petroleras, eléctricas, financieras, fiscales y educativas.
Ya con más cabello en su parte frontal (la técnica de sembrado piloso), que no llega a ser el copete de su jefe al que le vendió lo del Pacto (a semejanza de los Pactos de la Moncloa de la España posfranquista reinaugurando la monarquía), Videgaray no ha bajado la guardia ante los desafíos empresariales por la cuestión fiscal-financiera, mientras ha dejado a Chuayffet, Coldwell, Lozoya, Navarrete, Ruiz Esparza y Osorio Chong el resto de los conflictos que los tienen en la cuerda floja de los cambios; junto con Rosario Robles, pillada en la compra de votos y con la pésima estrategia en los programas contra la pobreza y el hambre.
Los escogidos por el mexiquense del temible grupo-cártel de Atlacomulco resultaron ineficaces, y ni el pragmatismo por los cargos donde estuvieron hizo que, hasta la fecha, lograran un mínimo aprendizaje tras casi 2 años. Peña se trajo a peores que él. Y su genio Luis Videgaray, conocido como el Hombre del maletín (con el que recogía cooperación que repartía para ablandar resistencias entre desgobernadores peñistas, a cuya causa ayudó la corrupta y ahora encarcelada Elba Esther Gordillo) tampoco parece brillar más allá de su amplísima frente por su prematura calvicie. Pero es ya el designado: “Sin duda Videgaray será electo como sucesor” (se asienta en el informe-análisis de Economist Intelligence Unit, traducido por Jorge Anaya y publicado en La Jornada el 10 de junio de 2014.
Está claro que si a Peña le salen las cosas peor de lo que política y económicamente tienen bajo graves tensiones a todos los sectores con las recetas neoliberales de Videgaray, entonces su heredero se quedará como las novias de pueblo: vestido y alborotado… Pues son políticas económicas recesivas que tienen al país, contrario a su lema de “mover a México”, paralizado y al borde de que las protestas e inconformidades cierren el circuito del estallido social, por el creciente desempleo que tiene a 40 millones de mexicanos en la informalidad. Sigue la sangrienta, temible inseguridad y una violencia que se ha filtrado a las escuelas, mientras por todo el territorio aparecen cadáveres, secuestros, feminicidios, empobrecimiento y un escenario de vísperas de la guerra de todos contra todos, donde es angustioso sobrevivir.
El peñismo ha tomado su gestión como una fiesta de componendas entre los partidos, la alta burocracia, los corruptos Coldwell, los senadores y diputados de Televisa, Tv Azteca y los desgobernadores, igual que en los poderes electorales judiciales y de toda la administración pública, donde la rapiña por el botín es el santo y seña. No hay crecimiento económico. Las reformas peñistas-panistas-perredistas-priístas son para el largo plazo (¿todos estaremos muertos para entonces, Keynes?), y solamente han activado el nacionalismo y la democracia por la venta de los pozos petroleros. “La gran esperanza”, en el panfleto de Peña con el que se presentó, es la visión de lo que es ya un fracaso total y que se ha reflejado en la reducción del crecimiento.
El reformismo de Peña-Videgaray sin una inteligencia, al menos, keynesiana, ya les impidió “administrar la crisis”, y han puesto en riesgo su hegemonía política por lo atropellado de sus reformas a la manera de una camisa de fuerza y la adelantada imposición de Videgaray como el sucesor.
*Periodista
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Álvaro Cepeda Neri*
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