Se acabó el sexenio peñista

Se acabó el sexenio peñista

Si la crisis misma representa algo, es el fracaso, pero no cualquier fracaso. No nos referimos aquí al colapso de un sistema, a un fracaso sistémico, sino a un fracaso personalizado, pues no se trata del “qué”, sino del “quién”

 Yannis Stavrakakis

Los presidentes en turno emanados del Partido Revolucionario Institucional (PRI), por lo general veían disminuir su inmenso poder autoritario conforme se acercaba el final de su sexenio y, en cuanto abortaban sucesor, concluían su periodo como mirones de palo. Los dos panistas, Vicente Fox y Felipe Calderón, se desinflaron de inmediato, y terminaron perdiendo el gobierno y su partido, como se los profetizó su último ideólogo, Carlos Castillo Peraza (1947-2000). Con éstos no hubo la esperada transición a más democracia, pero sí a menos. Y tan no se dio la alternancia, que la interrupción de 12 años, la llamada docena trágica, solamente sirvió para regresar la Presidencia de la República al PRI con el entonces candidato a imagen y semejanza de Televisa, que ahora mismo se encuentra en una encrucijada transcurridos apenas 2 años de sexenio. Se adelantó, pues, el final, se vaya o se quede Enrique Peña Nieto, cuyo régimen transita al filo de lo dispuesto en los artículos 84 y 85 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, reformada y contrarreformada en más de 700 ocasiones. Y de Carlos Salinas a Peña han abusando del Artículo 135 para adicionarla y reformarla contra los principios que ella sanciona; y que si la Suprema Corte de Justicia de la Nación no ejerciera la simulación que lleva a cabo siendo juez y parte favorable al presidencialismo y verdaderamente actuara como un tribunal constitucional, otro gallo nos cantaría.

Se acabó el sexenio de Peña. Y es que, como dijo Lenin, en política “hay que estar atento hasta del crecimiento de la hierba”. Y Peña y su grupo únicamente miraban las nubes de sus logros legislativos. Él mismo solamente se ocupó de su función como jefe de Estado, yendo de allá para acá pregonando que, finalmente, su privatización petrolera no había despertado al México bronco. Y que las consultas son un petate del muerto con el que quieren espantar las inversiones. Se olvidó que también es jefe de gobierno y nombró “comisionados” para que sumaran, y sobre todo restaran, los saldos de la inseguridad. Su discurso se mantuvo en la pureza. Pero, al no tener una estrategia política, hacer alarde de su neoliberalismo económico, como política económica (con paliativos a los pobres) y ninguna respuesta en lo social, le estalló la crisis de ingobernabilidad detonada por la violencia sangrienta en un contexto de empobrecimiento masivo y desempleo con más de 50 millones en la miseria y 45 millones sobreviviendo en la informalidad.

Y al estallar el descontento estudiantil, legitimado por los tres homicidios, seis heridos y la desaparición de 43 normalistas, se puso en evidencia que no hay gobernabilidad: que los policías-delincuentes son la misma barbarie que los criminales; y que los militares disparan a diestra y siniestra en una guerra de todos contra todos, donde la única víctima es la sociedad civil. No hay solución a los problemas que se acumulan y generan violencia social contra la violencia delincuencial y la de los funcionarios.

Peña y sus peñistas vivían en sus fantasías con la frase vacía de Mover a México, coludidos los mexiquenses de Atlacomulco con lo peor del chuchismo-perredista, las sobras del elbismo-Partido Nueva Alianza, los oportunistas de los verdes y el toma y daca de los panistas. “Pero la realidad es más pródiga que la más febril fantasía”. Y la dramática realidad nacional es de ingobernabilidad, puesto que no solamente no hay gobierno en Guerrero, Michoacán, Puebla, Sonora, Veracruz, Quintana Roo, Tamaulipas… No hay gobierno en las 31 entidades ni en la capital del país. Todo va al garete. Las delincuencias organizadas se han apoderado a punta de metralletas y homicidios de los espacios territoriales abandonados por el Estado. Y Peña, con todo y su diploma de “estadista del año”; Videgaray con su premio del “mejor secretario de Hacienda del mundo”; y el “¡que salga Chong!”… No tienen madera de políticos. Ya fracasaron frente al timón en cuanto estalló la tormenta. Y los mexicanos sufren las consecuencias de ese trío de incapaces.

Se acabó el sexenio peñista. El Leviatán priísta en manos equivocadas agoniza. La violencia gubernamental ha creado como respuesta la violencia social. Y todo por no resolver “con más democracia los problemas de la democracia” (Al Smith). La democracia participativa fue despreciada para favorecer la democracia representativa y obtener las victorias pírricas de la “dictadura de las mayorías” en el Congreso General, que se han revertido como violencia. Se acabó el sexenio peñista. Bien lo dice el economista y periodista Gerardo Esquivel en su artículo “Iguala, responsabilidad del Estado” (El Universal, 10 de octubre de 2014): “A Peña Nieto de pronto se le calderonizó la agenda. Ya no puede evitar hablar de seguridad y violencia y ya no puede ocultar los problemas bajo la alfombra”.

Álvaro Cepeda Neri*

*Periodista

 

 

 

Contralinea 410 / del 02 al 08 Noviembre del 2014