No había transcurrido un mes de haber sido ungido Peña Nieto como candidato único del Partido Revolucionario Institucional (PRI), cuando entre desatinos, errores y tropiezos se desmoronó el figurín creado por Televisa y demás medios de comunicación que, a cambio de muy bien pagada publicidad, le pusieron las alas de Ícaro (a quien su padre Dédalo le fabricó dos extremidades torácicas para volar) que el sol de su vanidad y populismo han derretido, y en su caída a la realidad está hecho añicos, demostrando que no estaba preparado para volar… Va en caída libre y peligra él, lo cual no importa; pero en su desplome arrastra al PRI a una tercera derrota de la que no se volverá a levantar.
Peña lo puede enterrar. Y no tanto por el refrán de que la tercera es la vencida, como porque en el mediano plazo se vislumbra una transformación de los partidos que sólo resistirán aquellos capaces de contar con éxitos electorales este julio respondiendo al renovarse o morir. El PRI ya pasó por sus tres etapas: Partido Nacional Revolucionario, Partido de la Revolución Mexicana y PRI, yendo de más a menos cuando fue vencido en 2000, y puede no recuperarse de perder esta elección presidencial en un México que, a gran velocidad, busca a través de sus individualidades ciudadanas la alternativa de más democracia o una inestabilidad de revueltas en busca de su primavera política.
La vanidad (uno de los “pecados” de la política –mortal– dice Max Weber) y falta de finalidades que caracterizan a Peña y su facción priísta, lo han llevado a exhibirse como un politiquillo que no estaba preparado (y es casi imposible que lo eduquen políticamente) para la competencia electoral. De tontería en tontería, de respuestas estúpidas a aclaraciones idiotas, sosteniendo que le tienen envidia por ser el “puntero”, el mexiquense del copete bonito ha demostrado que es un cabeza hueca.
Y que sin el “chip” en la oreja de los locutores de Televisa, es un hombre al agua que no sabe nadar, y sus asesores (Luis Videgaray y David López, sobre todo) son incapaces de prepararlo cuando se atreve a salir en público donde no está su porra ni sus 300 mujeres que le gritan: “¡papacito!”. De burro no lo bajan. Nadie lo respeta. Perdió la poca credibilidad que tuvo, si la tuvo. Y lleva al PRI a su final, puesto que hay hechos irreversibles de que el Partido de la Revolución Democrática y el Partido Acción Nacional, con su artillería (y las embestidas perversas de Calderón), lo van a acabar. Ya se dieron cuenta sus adversarios y enemigos que Peña está de pechito, fuera de sí y teme que sepan que todos sus frentes son débiles.
Blanco al que no fallan los caricaturistas y las críticas; lo tiene temeroso la discusión en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (la cual lleva ya varios fallos contra Calderón) por la sangrienta represión de Atenco. Lo tiene nervioso que vayan a exhibir a su hombre de confianza (Luis Videgaray, el llamado hombre del maletín, ya sabrán los lectores por qué) con la información de la Unidad de Inteligencia Financiera creada por Calderón para agarrar de la cola a priístas, perredistas e incluso panistas. Se le nota sacado de onda. Algo lo perturba y más cuando se hace bolas ante las preguntas de los reporteros (“¡no se hagan bolas! –dijo Salinas– es Colosio”… Y resultó Zedillo).
Ya ha bajado varios puntos en las encuestas privadas, mientras le inflan las que se dan a conocer. Desde Los Pinos salen rumores de Quique y la Gaviota. Aparecerán libros de análisis sobre su mal gobierno mexiquense, el dinero invertido en Televisa, Tv Azteca y medios escritos (Loret de Mola hijo lo defiende en su columna) para resaltar su figura de galán, pero con poses de guapo no se ganan las elecciones. Cordero lo ha traído de la oreja. Creel lo ningunea y Josefina se burla de él. Igual que López Obrador, a pesar de sus mensajes amorosos. Atrapado en sus errores que lo han vuelto más vulnerable, los priístas temen lo peor. Ya no están seguros de ir solos y que, con su vieja estructura y la subcultura política de los medios rurales donde hablan de “la PRI”, nada tienen asegurado.
Lo han des-pe-ña-do del pedestal donde estaba (calladito se veía más bonito). Si nunca demostró calidad de político, disfrazado de gobernador como que parecía tener madera. Pero a las primeras de cambio se desinfló. Y hoy los priístas escuchan pasos en la azotea. El nuevo dirigente del PRI le ha tomado el pulso a la angustia y nerviosismo de sus militantes, quienes están desilusionados de Peña por sus constantes errores políticos que lo han hecho desacreditarse y caer bajo sospecha de que puede perder la competencia; y el PRI no quiere ser derrotado por tercera y última vez, ya que una derrota más sería su final tras casi 70 años de existencia (1946-2012).
Como los malos peleadores, Peña en el primer round anda groggy (atontado, tambaleante, y en la jerga mexicana: apendejado) y lo saben sus adversarios y quienes ejercen la crítica en Twitter. Su copete se despeinó a las primeras de cambio. No sabe replicar. Ni huir. Se queda como canguro lampareado. No tiene junto a él a alguien que sepa y le enseñe habilidades para escapar de los atolladeros. Al contrario, se mete más en líos cuando quiere parecer inteligente. Es un hombre de arena que se desmorona a los ojos de sus “admiradoras” y sus acarreados.
El PRI, es decir, los dos PRI, donde la unidad se ha desembocado como unión de la escisión, debió hacer la sustitución del candidato a tiempo, pues Peña va derecho a perder y el Revolucionario Institucional ya no puede recurrir a las trampas antiguas con tal cantidad que le permita ganar. No son tiempos de los asesores de Peña: de Salinas, de Montiel, de Chuayffet, de Pancho Rojas… Peña está marcado por sus incapacidades, limitaciones y nula cualidad política que le permita desandar sus fracasos. Habla y tropieza. Habla y se contradice. Habla y dice puras estupideces… Y la campaña electoral es de hablar. No hay otra: el PRI se enfila a la derrota. Y a su muerte política.
*Periodista
Fuente: Contralínea 290