Las últimas pesquisas para seguir las huellas del programa para espiar “Pegasus” –mismo que fue abortado por un periódico estadunidense–, nos dicen que fue adquirido en el sexenio de Calderón por el entonces oficial mayor de la secretaría de la Defensa (y hoy secretario de esa dependencia) el general Salvador Cienfuegos; quien se entrevistó con el mexiquense Enrique Peña Nieto, cuando éste integraba a su grupo antes de asumir la Presidencia, para darle a conocer el sistema de espionaje que habían adquirido por intermediarios de la empresa israelita. Ya el peñismo compró más de ellos para ser usados por Gobernación-Cisen, la misma Defensa Nacional, la propia presidencia en las dependencias de Comunicación y la unidad de la Asesaría Jurídica de Peña, para tener monitoreados a quienes Peña y los peñistas consideran sus enemigos, la oposición, al mismo PRI, a todos los exsecretarios del despacho presidencial, a los periodistas, defensores de los derechos humanos, activistas y muchos otros más.
Cada uno de esos programas tiene capacidad para espiar entre 200 y 400 teléfonos celulares y por cable; computadoras, conversaciones en restaurantes y otras fuentes. Por medio del malware Pegasus, Peña, Osorio, Videgaray, Cienfuegos, el titular de la secretaría de Marina: Soberón Sanz, Chuayffet y ahora Nuño; el que acaba de renunciar porque se casaba: Humberto Castillejos; además de Eduardo Sánchez, Ruiz Esparza, Navarrete Prida, Murillo Káram, Raúl Cervantes de la PGR con Arely Gómez incluyendo a Rosario Robles, se dedican a espiar, no a la delincuencia organizada, sino a periodistas, activistas, dirigentes de partidos (el PRI incluido), a empresarios, a López Obrador, Ricardo Anaya, etcétera.
El tema central de esta nota es que Peña y sus peñistas se han dedicado, sobre todo, a espiar a los periodistas, en general; y en particular a Carmen Aristegui, Salvador Camacho, Loret de Mola, Daniel Lizárraga, Rafael Cabrera, Sebastián Barragán, etc. ¿Y cuántos de los 29 periodistas asesinados durante lo que va del fallido sexenio peñista fueron espiados? ¿Ordenaran por lo que sabían y fueron espiados, su homicidio? ¿Al espiarlos y enterarse de lo que periodísticamente investigaban para publicarlo y comentarlo, resolvieron que fueran asesinados? ¿A cuántos de los 15 periodistas que según la información arrojada por k fueron espiados, los iban a matar por lo que sabían?
El priísmo peñista está en la mira de las conjeturas y sospechas por tantos periodistas vilmente privados de sus vidas, debido a lo que publicaban. Obviamente Peña sabía (como en su momento lo supo Calderón) de ese sistema de espionaje y aprobó espiar a cientos de miles de mexicanos. Dictando órdenes para, en consecuencia, tomar represalias que han ido desde las amenazas, agresiones, vigilancia y homicidios, usando para tal efecto a delincuentes. Y quienes a su vez participan en esas acciones directamente, para impedir información sobre sus actividades.
Tan es Peña quien dispuso espiar entre otros muchos más, a los periodistas, que al bajar del avión que a los mexicanos costó 7 mil millones, y que lo traía de regreso tras haber participado en la Asamblea General de la OEA, en Cancún, donde fracasó en su encomienda para enjuiciar a Venezuela, lo primero que dijo a los reporteros de la fuente presidencial –por supuesto: of the record, o sea extraoficialmente–, en confianza y para no ser publicado fue: “si son tan machos (se refería a los periodistas espiados), que presenten pruebas”. Se puso altanero porque sabe que su espía Pegasus es un secreto equiparado con una “razón de Estado” que quiere decir: “todo el complejo de postulados políticos favorables al príncipe y sus secuaces, frente al orden jurídico en vigor”, como lo fundamenta Hans Kelsen en su Teoría General del Estado.
Ante esto, todos los peñistas se encubrirán. No van a descobijarse, porque todos se benefician del espionaje. Y aquí cae como anillo al dedo otra vez aquello que le gritaron a Plutarco Elías Calles: “¡Ratero!”. A lo que reviró como Peña: “¡Pruebas!”. Replicándole inmediatamente las palabras que alcanzan ya grado de máxima: “¡Te acuso de ratero, no de pendejo!”. Así acusamos a Peña de espiar… ¿pruebas? Pero que quede entendido, lo acusamos, pues, de espía.