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Soberanía e independencia: Sheinbaum responde a quienes alientan la violencia e intervención extranjera

En una ceremonia teñida por la memoria de quienes defendieron al país y de quienes, a lo largo de la historia mexicana, clamaron justicia social, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo celebró el 115 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana con un llamado a la soberanía, la independencia, la democracia, la justicia y la paz.

Bajo un cielo azul que pareció fundirse con la imagen corpórea de la primera mandataria, la Plaza de la Constitución asumió la forma de un libro abierto: una página dedicada al pasado que derivó en la Constitución Política de 1917 y que levantó los derechos sociales, la soberanía y la independencia; y otra dedicada al presente que ensancha esa herencia y reafirma, por primera vez, con un acento de mujer, los principios de justicia, libertad, democracia y prosperidad compartida.

Con sonrisa pulcra, la comandanta Suprema de las Fuerzas Armadas avanzó entre un centenar de civiles ataviados como revolucionarios y adelitas, y entre cadetes que formaron parte de uno de los desfiles más simbólicos del país. El sol, en su punto más alto, iluminó el izamiento de la bandera mientras el verde, blanco y rojo ascendieron hacia el cielo y marcaron el inicio de la conmemoración.

Desde las primeras líneas de su mensaje, la presidenta Sheinbaum tendió un puente entre el pasado y el presente al equiparar los privilegios y las injusticias del porfiriato con los riesgos que atribuye a la ultraderecha contemporánea, que –dijo– promueve odio y violencia y convoca marchas con el propósito de desestabilizar al gobierno y solicitar una intervención extranjera.

Frente a ese panorama, advirtió que las acciones de los conservadores no forman parte de discursos aislados, sino que reflejan vicios del poder que durante décadas lastimaron al pueblo mexicano mediante desigualdad, explotación, racismo e injusticia cotidiana.

“Hoy quiero poner énfasis en los 34 años del porfirismo y la revolución, es una responsabilidad histórica. Porque quienes hoy reivindican la mano dura, la fuerza por encima de la ley, los que reivindican la ultraderecha o esa libertad que solo disfrutan los privilegiados, no conocen la historia de México ni a nuestro pueblo. El porfiriato de entonces es el mismo al que quieren convocar ahora: al del despojo, al del exterminio silencioso, al de la esclavitud, al de una prensa callada, al de una paz impuesta”, señaló.

Más adelante, la presidenta afirmó que los discursos que la derecha difunde y que se han repetido en medios para permear en la población “no tienen resonancia”. Frente al Zócalo, subrayó:

“El que convoca a la violencia, se equivoca. El que alienta al odio, se equivoca. El que cree que la fuerza sustituye a la justicia, se equivoca. El que convoca una intervención extranjera, se equivoca. El que piense que aliándose con el exterior tendrá fuerza, se equivoca. El que cree que las mujeres somos débiles, se equivoca. El que cree que la transformación duerme, se equivoca. El que piensa que las campañas de calumnias y mentiras hacen mella en el pueblo y en los jóvenes, se equivoca. El que piensa que el pueblo es tonto, se equivoca”.

Acompañada de su gabinete, cuyos integrantes vitorearon su respaldo, la presidenta Sheinbaum continuó su mensaje y definió el rumbo y el porvenir del país. “México vive un momento que antes parecía imposible. Hoy el poder ya no se usa para someter, sino para servir. Ya no hay imposiciones ni privilegios, hay constitución, hay democracia y hay un gobierno que escucha, que respeta y que responde a su pueblo”.

Desde esa certeza, aseguró que la corrupción no tiene espacio y que la lucha contra la impunidad avanza con la ley como guía. “El México de hoy es el del pueblo que dice: nunca más racismo, nunca más clasismo, nunca más discriminación, nunca más justicia para unos cuantos. Nadie ni nada por encima de la ley. Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho. Es una nación que, con orgullo, defiende sus conquistas, su historia, su memoria y su patrimonio”.

Al concluir su mensaje, los vítores de la multitud se mezclaron con el eco de las trompetas militares, mientras cánticos surgieron por toda la plaza y una danza de sombreros cruzó el aire. Revolucionarios y Adelitas abrieron paso al desfile cívico-militar conmemorativo del 115 aniversario de la Revolución Mexicana.

Los carros alegóricos avanzaron a un ritmo lento y solemne, cubiertos con los colores patrios y con vestimentas que evocaron a personajes centrales del movimiento revolucionario: Porfirio Díaz, Francisco I Madero, Venustiano Carranza y Felipe Ángeles. Tras ellos, contingentes de cadetes, bandas de guerra, jinetes montados a caballo, elementos de la Fuerza Aérea y actores que recrearon episodios emblemáticos –como el decreto del Plan de Guadalupe– marcaron el pulso del desfile.

La avenida se transformó en escenario y en archivo vivo. El roce de las botas militares sobre la plancha del Zócalo compitió con el trote de los caballos, y cada paso imprimió la sensación de una historia que se niega a disolverse. Los estandartes ondearon y trazaron figuras en el viento, mientras los cadetes preservaron una disciplina férrea que contrastó con la algarabía del público.

La representación del Plan de Guadalupe despertó murmullos y exclamaciones. El gesto firme de los actores, sus uniformes detallados y la recreación del decreto dibujaron una escena que invitó a mirar atrás sin romper el hilo con el presente. La multitud respondió con aplausos prolongados, como si celebrara no solo la fecha, sino la memoria completa de un país que aprendió a reconstruirse desde la fractura.

Los jinetes avanzaron después, envueltos en una bruma de polvo dorado que el sol levantó sobre la plaza. Las monturas relucieron y los sombreros anchos se alzaron en señal de saludo. La estampa evocó historias de campamentos, batallas, fugas y victorias improvisadas al calor de la revolución. La Fuerza Aérea sobrevoló unos instantes más tarde y añadió un estruendo que estremeció los balcones, como si el cielo mismo decidiera sumarse a la conmemoración.

La banda de guerra cerró la secuencia con redobles que retumbaron en el pecho de quienes observaban. La cadencia de los tambores impuso un orden casi hipnótico hasta que el paso de los últimos contingentes anunció la clausura. La plaza respiró un silencio tibio, una pausa que permitió que la memoria se asentara antes de dispersarse por las calles del Centro Histórico.

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Darylh Rodríguez

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