Uno de los ideólogos rusos del estalinismo estampó en la frase “El poder es el poder de matar” lo que es el ejercicio del poder autocrático (excepcionalmente en la democracia) desde el Estado y antes que éste en los poderes tribales. Beber la cicuta en la Atenas de la incipiente nacencia democrática (con los esclavos por naturaleza de Platón a su discípulo Aristóteles), con el ejemplo clásico de Sócrates ingiriéndola para cumplir con la sanción impuesta por ese “poder que es el poder de matar”, inauguró los homicidios ordenados y consentidos por los gobernantes hasta hoy día. Y esto los hace iguales a los delincuentes, sobre todo cuando los primeros eliminan a los ciudadanos que les estorban.
Ya en otra nota me referí al asesinato, en el sexenio de Carlos Loret de Mola (1970-1976), de Efraín Calderón Lara, alias el Charras, que de Yucatán al centro del país cimbró al sistema autoritario del Partido Revolucionario Institucional, durante el echeverriato. En este Ex libris me ocupo del libro, de Tomás Tenorio Galindo, Un asesinato político (con prólogo de Miguel Ángel Granados Chapa). Se trata de otro homicidio cometido desde los pasillos del poder bajo el régimen perredista-panista de Zeferino Torreblanca, desgobernador de Guerrero, y de Felipe Calderón, el todavía inquilino de Los Pinos que parece haber concluido su sexenio de cuatro años, cuando ronda la necesidad de su renuncia.
Tenorio Galindo, con amplísima y fundamentada investigación, entre líneas muy claras para el lector (para el buen entendedor), da respuesta a la pregunta de su epílogo: “¿Quién mató a Armando Chavarría?”. Porque el completísimo texto, debido a un reportero que honra el periodismo nacional, descorre las cortinas del homicidio del político guerrerense, cuyo liderato creció tanto que anuló al de Zeferino, empresario con camuflaje de perredista, y lo hizo abanderado para la disputa electoral. Esto no le pareció a quienes, desde el abuso del poder (“el poder es poder de matar”), conspiraron para asesinarlo con toda la impunidad que da ese poder autoritario, caciquil, porfirista de “mátalos en caliente”.
Un libro con el fondo guerrerense de baños y ríos de sangre, con cientos, sino es que miles, de homicidios desde, al menos, 1975: con los Figueroa, hasta hoy, cuando los asesinatos políticos (Aguas Blancas, El Charco, etcétera) son una constante del abuso del poder. El homicidio de Armando Chavarría es otro asesinato donde el desgobernador Torreblanca puso “en marcha una operación para encubrir la verdad de los hechos”. Así se responde a la pregunta ¿Quién mató a Armando Chavarría? Y se pone en evidencia que no hay frontera entre las delincuencias dentro y fuera del poder gubernamental (consultar de Luis María Díez-Picazo La criminalidad de los gobernantes, editorial Crítica; y su ensayo en la revista Claves, número 69: “Criminalidad gubernativa y acusación independiente”).
Ficha bibliográfica:
Autor: Tomás Tenorio Galindo
Título: Un asesinato político
Editorial: Grijalbo, 2010