Más de 800 millones de personas padecen malnutrición crónica en todo el mundo. Las trasnacionales de los alimentos aseguran que lo que se siembra ya no alcanza para todos. Afirman que, en los próximos 40 años, estas generaciones deben producir la misma cantidad de alimentos que toda la humanidad generó en los últimos 10 mil años. Y hoy sólo se dispone de 0.8 hectáreas de tierra cultivable per cápita. Sin embargo, no son las grandes empresas las que sostienen la alimentación mundial. Es la agricultura a pequeña escala: familias campesinas, indígenas, ejidatarios, pequeños productores quienes cargan con todo el trabajo y generalmente viven modestamente. Las trasnacionales son las grandes comercializadoras. Y en ello están fallando
Betty Hernández Quintana/Prensa Latina
La Habana, Cuba. Los platos que llevamos diariamente a nuestra mesa tienen detrás una industria multimillonaria donde las grandes empresas acumulan capital en detrimento de los pequeños agricultores.
Según estudios de Bank of America Merrill Lynch, este sector a nivel mundial está valorado en 2.3 billones (millón de millones) de euros, cifra equivalente al producto interno bruto (PIB) de Brasil y a un 3 por ciento de la economía global.
La misma fuente agrega que las tres corporaciones que, según sus ingresos, dominan la industria son Nestlé, Archer-Daniels y Bunge, todas con una larga tradición en el procesamiento y comercio de alimentos.
Sin embargo, estas compañías, así como el sustento de todo el mundo, dependen de los 570 millones de granjas que existen en el orbe, de las cuales cerca del 80 por ciento son pequeñas empresas familiares, informa la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés).
El contexto actual para estos productores está marcado por dificultades a un acceso seguro a los recursos naturales, sistemas financieros que posibiliten la disponibilidad de insumos e infraestructura necesarios, así como inversiones para el mejoramiento de los sistemas de explotación, de acuerdo con la FAO.
En el caso de los países de bajos y medianos ingresos, los agricultores invierten más de 170 mil millones de dólares anualmente, lo que equivale, aproximadamente, a 150 dólares por cada granjero, un costo bastante elevado teniendo en cuenta la vulnerabilidad a la pobreza en esas naciones.
La FAO insiste en la necesidad de establecer organizaciones fuertes para unir sus recursos, mejorar la gestión de riesgos, tener un mayor poder de negociación en el mercado, e influir en las políticas agrícolas y las inversiones públicas.
El organismo de las Naciones Unidas concluye que por encima de todo, los pequeños productores de alimentos precisan un compromiso a largo plazo de sus gobiernos y la comunidad internacional para desarrollar el potencial de la agricultura en pequeña escala.
Este panorama, que se ha mantenido durante años, demuestra que el verdadero poder detrás del sistema está en manos de las empresas comercializadoras, por lo que la seguridad alimentaria de los habitantes del planeta en el futuro depende de las grandes multinacionales.
El crecimiento del PIB en la agricultura ha demostrado ser al menos el doble de eficaz en la reducción de la pobreza frente a la evolución de otros sectores, según el periódico británico The Economist, por lo que desde el punto de vista de los inversores, este es un sector sin sobresaltos.
Aún así, este sector como industria tiene enormes y costosos desafíos por delante, teniendo en cuenta su dependencia del estado de los recursos naturales e hídricos del planeta.
De acuerdo con The Economist, en los próximos 40 años debemos producir los alimentos que generamos en los últimos 10 mil años juntos, un empeño casi heroico considerando que las hectáreas cultivadas per cápita hoy en el mundo son la mitad de las existentes en la década de 1960.
Teniendo en cuenta que en 1961 había 2.5 hectáreas de tierra cultivable por habitante y para 2050 esta cifra se habrá reducido a menos de 0.8 hectáreas, en los próximos 35 años la tierra productiva deberá crecer un 70 por ciento para abastecer a todo el mundo.
También el aumento previsto de la población mundial en el mismo plazo de tiempo añade un desafío adicional para la seguridad alimentaria, pues poblaciones crecientes significan mayor demanda de alimentos, tierra y agua.
Con ese criterio se necesita un incremento de 64 mil millones de metros cúbicos de agua dulce cada año para adecuar la producción agroalimentaria a la demanda.
En resumen, garantizar el sustento de los habitantes del planeta en 2050 requiere inversiones por un valor de 83 mil millones de dólares al año, de conjunto con políticas integrales a niveles mundial, regional y nacional.
La otra cara de la moneda
La contrapartida de todo el engranaje de dicha industria son los 800 millones de personas que padecen malnutrición crónica en todo el mundo, según la agencia alimentaria de la ONU.
Aunque esta cifra se redujo en los últimos 20 años, pues el porcentaje de personas hambrientas cayó del 18.7 al 11.3 en ese periodo, la magnitud de este problema a nivel mundial sigue siendo enorme.
Durante la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996 en Roma, se definió la seguridad alimentaria cuando las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes productos inocuos y nutritivos con que satisfacer sus necesidades y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana.
Hoy, con poco menos de 1 mil millones de hombres, mujeres y niños padeciendo aún la carencia de comida, resulta evidente que queda un largo camino por recorrer en la erradicación del hambre y la desnutrición.
Pese a los innegables avances a nivel global, persisten marcadas diferencias entre las regiones. Resalta el ejemplo de América Latina y el Caribe, donde se anotó el mayor progreso general hacia el incremento de la seguridad alimentaria.
Según el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), los países de esta área geográfica mostraron una mayor capacidad de recuperación durante y después de la crisis financiera mundial de 2008, en comparación con otras naciones del mundo, tanto en vías de desarrollo como desarrolladas.
Esta resistencia se debe a una combinación de factores, añade el FIDA, pues los esfuerzos sostenidos para mantener la estabilidad macroeconómica y lograr un poco de disciplina fiscal, incluso en tiempos de crisis, marcan una diferencia positiva.
También han hecho los esfuerzos para aprovechar el aumento de los precios de muchos de los productos de exportación de la región, con el fin de apoyar el crecimiento económico, agrega la fuente.
La erradicación del hambre y la malnutrición es un imperativo político y constante en la comunidad internacional, que se plantea como prioridades la seguridad alimentaria desde el punto de vista de los consumidores y también en beneficio de los pequeños agricultores.
Para reducir el hambre es preciso un acercamiento integrado, en el cual coincidan las inversiones públicas y privadas en pro del aumento de la productividad agrícola, mejor acceso a los insumos, a la tierra, las tecnologías y a los mercados.
De igual forma son necesarias medidas para el desarrollo económico de las zonas rurales, reforzadas con políticas sociales que protejan a los sectores más vulnerables y protocolos de seguridad ambiental, tanto para la explotación de los suelos como para el enfrentamiento a los fenómenos atmosféricos.
Con vistas a que en 2050 alcancen los alimentos para todos los habitantes del orbe, cada país debe hacer su mejor esfuerzo. La solución no está en los beneficios de la industria global y los mercados internacionales, sino en los más cercanos a la tierra: los pequeños agricultores.
Betty Hernández Quintana/Prensa Latina
[LÍNEA GLOBAL]
Contralínea 443 / del 29 de Junio al 05 de Julio 2015