“Que nada nos limite. Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que sea la libertad nuestra propia sustancia”. Simone de Beauvoir
La ira y el hartazgo de millones de mujeres en México –y en el mundo– ante la violencia extrema, opresión y discriminación que sufren a diario han generado una nueva etapa de movilizaciones, a la que se le ha llamado la cuarta ola del feminismo. Y es que, tras cuatro siglos de lucha por el reconocimiento de los derechos humanos de este género, aún “no hay un cambio real”, consideran activistas y especialistas en teoría feminista.
Durante la última década, mujeres de todas las edades han tomado las calles, han parado escuelas y se han manifestado en edificios gubernamentales. Han gritado, pintado, quemado y roto; han cantado, bailado. Se han hecho presentes en diferentes espacios. Sin embargo, “sus demandas no se han resuelto”. Tan sólo en México, cada día asesinan a 10 mujeres por razones de odio, refieren datos de la Organización de las Naciones Unidas.
Estas movilizaciones, indican las especialistas, son la clara muestra de que la cuarta ola del feminismo “está más presente que nunca” y el principal objetivo es que se “reconozca nuestra autonomía y nuestro derecho a vivir una vida libre de violencia […]. La lucha más importante que estamos llevando a cabo es la emancipación de nuestros cuerpos del sistema de producción y de la vida de los hombres”, explica a Contralínea Karen Dianne Limón Padilla, activista feminista.
Existen muchas teóricas feministas que estudian cómo estos momentos de crisis cultural, política y civilizatoria se manifiestan en los cuerpos de las mujeres, lo que “siempre es con muchísima violencia”. Esto se debe a que el patriarcado –sistema básico de dominación del hombre sobre la mujer– está imbricado en el sistema económico y político, “provocando que estemos sometidas a diferentes opresiones y padezcamos la violencia brutal y cruel que estamos viviendo ahora”, indica Limón Padilla.
La violencia contra la mujer es cualquier acción o conducta, basada en el género, “que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”, establece la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer, denominada, Convención de Belém Do Pará.
“Desafortunadamente esto no es nuevo: desde el propio movimiento ilustrado se naturalizó la violencia contra las mujeres como el instrumento fundamental del dominio masculino”, asegura Leonardo Olivos Santoyo, integrante del programa de Estudios Feministas el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades.
“El dominio de los hombres sobre las mujeres descansa en la capacidad del patriarcado de generar una serie de discursos que consensuan la supremacía de los hombres y lo masculino, y el papel secundario de las mujeres y lo femenino. Cuando se agotan estos aparatos de consenso, la violencia siempre aparece como un recurso extremo que el patriarcado tendrá: el mecanismo disciplinador por excelencia.”
El especialista en el tema de género explica que el patriarcado ha hecho creer a los hombres que su masculinidad se expresa por medio de la violencia, no sólo en términos cuantitativos sino cualitativos: “esto ha provocado que se llegue a la brutalidad; [sin embargo] esto ya dejó de producir terror y ahora lo que produce es ira inconmensurable, extendida y muy presente en la conciencia y prácticas de las mujeres”.
Por consiguiente, añade, la cuarta ola del feminismo está aquí y tiene mucha fuerza. La masividad que tienen los movimientos de mujeres, en México y América Latina, es algo que no se había visto antes y su gran eje de articulación se da, justamente, contra la violencia.
En 2017 se registraron 742 feminicidios en el país, para 2018 la cifra aumentó a 884 y de enero a septiembre de 2019 se registraron 726 feminicidios; un total de 2 mil 352 feminicidios, de acuerdo con las cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Sin embargo, en su informe Impunidad feminicida. Radiografía de datos oficiales sobre violencias contra las mujeres (2017-2019), la Red Nacional de Organismos Civiles de Derechos Humanos Todos los Derechos para Todas y Todos señala que la estadística oficial sólo refleja “un porcentaje mínimo del total de muertes violentas de mujeres que ocurren a diario en el país, que a menudo son investigadas bajo otros tipos penales”.
De acuerdo con Karen Limón Padilla, las luchas organizadas de las mujeres que generaron esta sublevación política –a través de la historia y en diferentes épocas– se han “coordinado y enuncian un sistema que ha sido injusto, desde [el hecho de] no reconocernos como seres humanos, mujeres inteligentes capaces de generar cultura y procesos organizativos”.
El feminismo también busca una concepción del mundo que ponga en el centro a las mujeres, a ellas que han sido sujetas relegadas del acontecer histórico: “una invitada de piedra, según feministas clásicas”, señala Olivos Santoyo.
Es así que a las etapas de mayor efervescencia teórica, intelectual, cultural, política y artística de las movilizaciones de mujeres se les conoce –desde la academia– como las “olas del feminismo”, y cada una de ellas enmarca denuncias y progresos específicos.
La maestra en estudios sociales Hedalid Tolentino Arellano, especialista en género, aclara que con la metáfora de la “ola” se pretende explicar cómo se ha ido transformando el movimiento feminista, sin que exista una ruptura total, pues “siempre habrá algo del momento anterior. Hay una continuidad y, en esa idea, se van recuperando trabajos y demandas anteriores”.
Tal como sucede en esta cuarta ola, donde lo que se vive es una intensidad del activismo feminista en las calles y dentro de las instituciones, frente a la resistencia que han encontrado las solicitudes de la primera, segunda y tercera ola.
“No se ha logrado mucho. Quizá habrá una igualdad formal y una paridad de género en el papel, pero demandas como el rechazo a considerar que la violencia es parte de la naturaleza masculina sigue siendo un tema incumplido”, dice la maestra en historia del género Gabriela Cano.
La primera ola surgió en el siglo XVIII como crítica directa al proyecto ilustrado moderno, que sólo reconocía los derechos del ciudadano hombre, pero a las mujeres se les consideraba “un complemento para que él llegara a serlo”, expone Hedalid Tolentino.
En estas primeras rebeliones se puso de relieve que las mujeres son seres humanos con derechos y con conciencia política. Fue entonces cuando las mujeres exigieron tener participación política, ser reconocidas como seres racionales, tener acceso a la educación y a un trabajo, expresa la también profesora adscrita al Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), campus Iztapalapa.
Sin embargo, fue hasta la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX cuando las mujeres tuvieron derecho al voto, así como a acceder a la educación. A esta etapa de manifestaciones masivas y de múltiples formas de expresión política, como las huelgas de hambre o el encadenamiento a edificios públicos, se le conoce como el “sufragismo”.
Posteriormente, en la tercera ola se cuestionó por qué las mujeres vivían subordinadas en el ámbito público y, sobre todo, en el privado. Fue en esa etapa de las décadas de 1960 a 1980 cuando se generó la “revolución sexual”, en la que se demandó el control y la autonomía del cuerpo. Fue el inicio de la “racionalización al discurso de la liberación sexual, cuyo precepto es que el núcleo de la opresión de las mujeres reside en la sexualidad”, apunta Leonardo Olivos.
Así pues, el feminismo contemporáneo llegó con más fuerza “porque notamos que muchas de las cosas que dábamos por sentadas y que pensamos que habíamos ganado en otras épocas nunca fueron realmente alcanzadas, sino que fueron concesiones que nos dio el sistema y cuando éste decidió, nos las quitó”, asevera Karen Dianne Limón.
Como en cada etapa histórica, ahora se han registrado logros y avances, pero también retrocesos. Al respecto, la experta añade: “las mujeres habíamos estado gozando de derechos que el sistema nos quiso dar (tras una lucha organizada de varios años atrás), pero nos dimos cuenta que realmente no nos pertenecían, y que si no luchamos, si no salimos a las calles, esos derechos siempre van a estar en peligro”.
Desde 2011 se desataron múltiples movilizaciones estudiantiles en países de América Latina, donde las exigencias de mujeres contra la violencia se hicieron presentes, aunque en ese momento todavía su fuerza de convocatoria no era amplio. Fue a partir de 2017 cuando la oleada de manifestaciones de mujeres se avivó.
Ejemplo de ello es la Women’s March, que fue apoyada por 700 marchas hermanas en todo el mundo después de que Donald Trump tomó posesión como presidente de Estados Unidos en enero de 2017, pues su campaña electoral estuvo “plagada de insultos y vejaciones contra mujeres”, documentó la teórica feminista Nuria Varela Menéndez, en su libro Feminismo 4.0. La cuarta ola.
El calor de estas movilizaciones se extendió a diferentes países de Latinoamérica: Chile, Uruguay, Perú, Brasil y México. Con el grito de “Ni una menos” y “Vivas nos queremos”, las mujeres exigían un alto a la “violencia machista” y a la complicidad estatal.
Todo esto provocó que para el Día Internacional de la Mujer de 2018 las protestas recorrieran el mundo, lo cual –evidenció la investigación de Nuria Varela– fue un “momento de inflexión para la cuarta ola del feminismo”, pues para ese entonces el movimiento ya había acumulado “suficiente bagaje teórico y político, y la suficiente capacidad organizativa, para lanzar y resolver con éxito las acciones globales que reivindicaban sus peticiones, así como la fortaleza y determinación para seguirlas”.
A la par, en México, el desarrollo de la tecnología permitió la conexión entre mujeres de diferentes estados, lo que generó que las exigencias se consolidaran. “La acción social fue producto del uso de la tecnología”, indica Hedalid Tolentino, “y por acción social no me refiero solamente a las marchas, porque claro que son masivas, sino también a acciones importantes que visibilizan la violencia y dominación, como las campañas de denuncia”.
Sin embargo, la doctora y maestra en teoría política Amneris Chaparro Martínez considera que, si bien se está ante una situación “sin precedentes”, es muy pronto para decir si se trata de una cuarta ola del feminismo.
Para la investigadora, “hay que distinguir los movimientos de mujeres de los que son feministas: dentro de las manifestaciones vemos que no todas se asumen así y eso me parece importante. Si hay una cuarta ola apenas se está conformando, aunque no es necesario tener esta metáfora para notar el enorme arranque que tienen estos movimientos”.
Esto tiene que ver con la autodefinición, con cómo se sitúan las mujeres dentro de su planteamiento político y “me parecería un poco arbitrario señalar a una colectiva o a un grupo de mujeres organizadas como feministas, cuando ellas no se han asumido así. Quizás ellas tengan otra idea de lo que es el feminismo, que también es muy plural, pero sí hay que escuchar lo que dicen ellas”, explica la también investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de Género.
Mujeres, feministas, madres y familiares de víctimas de feminicidio, indígenas, estudiantes, trabajadoras, amas de casa, sindicalistas, académicas, desempleadas, lesbianas y activistas, en diferentes contextos, han generado que esta lucha sea masiva. Las expertas consultadas por Contralínea coinciden en que la intergeneracionalidad, interseccionalidad y la conectividad –mediante las redes sociales– son los rasgos distintivos de esta etapa de organización.
La activista Karen Limón Padilla comenta que en el movimiento actual hay feministas de tres generaciones, entre las que destacan las más jóvenes y niñas, quienes ya empiezan a empujar algunos debates desde la infancia. Sin embargo, “al ser tan jóvenes no conocen la historia del feminismo”, indica Hedalid Tolentino. Agrega: “aunque muchas mujeres se dejan llevar por la acción no son tan conscientes de la teoría, la cual sirve para conocer de qué manera actuar”.
Por su parte, Leonardo Olivos afirma que la edad es muy destacable, pues en la Universidad Nacional Autónoma de México son las más jóvenes las que han tomado la batuta en la organización de los paros y las tomas.
Amneris Chaparro agrega que, aunque sí se trata de una generación muy joven, no se limita a ella, pues hay mujeres que desde hace años han estado inmersas en la lucha. “Es algo que además vemos en sus pancartas por la forma en que hacen ciertas demandas, en las que nos dicen: ‘ya nos han quitado todo’, lo que indica que también hay generaciones que vienen de la precariedad económica”.
Al respecto, la historiadora Gabriela Cano opina que este feminismo tiene “un sello decididamente latinoamericano”, donde la participación de mujeres de distintas generaciones es la muestra del hartazgo y enojo, frente a muchos años de que las cosas no cambien, de inercias y resistencias de instituciones, de la política, de la cultura y del autoritarismo; “de personas y gobiernos que no quieren generar una verdadera transformación”.
“Nos encontramos en un país en el que la violencia contra las mujeres se encuentra latente. Eso tan desolador y tan abrumador interpela a mujeres de distintos lugares, historias y características, por lo que es muy interesante ver que este movimiento feminista llega a personas de todas las edades y de todas las clases sociales. A eso se le conoce como interseccionalidad”, explica Amneris Chaparro.
Las mujeres que ya tenían acceso a algunos derechos empezaron a estudiar, durante la tercera ola, de qué manera la violencia afectaba a diferentes mujeres, lo que permitió identificar que las distintas corrientes del feminismo tomaban en cuenta toda la variedad de situaciones contextuales, culturales e históricas de cada tipo de mujer.
“Es ahí donde notamos que no sólo era la clase social o la etnia las características que intervienen en las diferentes formas de opresión, también eran la preferencia sexual o el dialecto, pues no es lo mismo ser una mujer blanca, clasemediera, heterosexual, con acceso a la universidad, que ser una mujer negra, una mujer indígena o una mujer de clase baja; por ello es importante tomar en cuenta la variedad y la heterogeneidad de las mujeres”, señala la profesora de la UAM.
Hasta 2015, en México vivían más de 6 millones de mujeres indígenas y, de acuerdo con la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, son quienes sufren tres veces más discriminación: por razón de género, etnia y situación de pobreza. Sin embargo, por la falta de fiscalías especializadas para atender este tipo de delitos, no existen datos sobre los feminicidios en este sector.
Los movimientos de mujeres se han expandido, difundido y diversificado gracias a la tecnología que las llevó a la masificación, a la organización, a la identificación como colectividad, a la distinción del enemigo y la identificación de las acciones para combatirlo.
Las redes sociales y los medios digitales permitieron que la democratización de las ideas feministas llegara “mucho más allá”, gracias al poder de convocatoria que tienen. Esto dio una característica única a la cuarta ola, pues ahora el feminismo está presente en los debates y en la agenda pública, “algo que otras manifestaciones no tuvieron”, explica la académica Amneris Chaparro.
En octubre de 2017 apareció una de las campañas de denuncia en redes digitales que más eco tuvo en todo el mundo: #MeToo. Un hashtag que impulsó a actrices, periodistas, estudiantes, académicas y trabajadoras a exponer los abusos sexuales sufridos en sus entornos laborales y educativos.
No fue la única, paulatinamente se presentaron más campañas con diferentes demandas: #HeForShe, un movimiento creado por Naciones Unidas que promovió la equidad de género; #MiPrimerAcoso, que expuso la primera agresión sexual de la que habían sido víctimas las mujeres; #FreeTheNipple, un movimiento que cuestionó la idea de que la exposición de los pezones de la mujer era algo “indecente”, a diferencia del torso de los hombres.
Le siguieron: #YoSíTeCreo, que legitimó las denuncias de hostigamiento, acoso y violación sexual; #NiUnaMenos, que exigía un alto a los feminicidios y, el más reciente, #ComoHombres, en el que se exponen los comentarios machistas que las mujeres reciben a diario.
La actividad femenina en las redes digitales ha aumentado, al contar con mayor capacidad y espacio para generar comunidades y, aunque la red feminista en México es amplísima, “nos conocemos a través de redes. Allí es donde cuestionamos, convocamos y nos movilizamos”, expresa la activista Karen Dianne.
El feminismo “es prácticamente inabarcable en toda su extensión y en toda su complejidad. Paradójicamente, la última reacción patriarcal es más violenta y reactiva que en épocas anteriores y trae consigo una corriente negacionista que no sólo pretende ningunear la teoría feminista, también [busca] cuestionar nuestro propio relato vital, castigar a quienes denuncian, insultar a quienes piensan colectivamente, criminalizar a quienes luchan por erradicar la violencia de género; en definitiva, volver a acallar nuestras voces”, explicó Nuria Varela en su libro Feminismo 4.0. La cuarta ola.
Gabriela Cano, investigadora del Colegio de México, afirma que la lucha de las mujeres no ha sido fácil, pues la resistencia y el rechazo de la sociedad a cambiar la organización que históricamente se ha tenido “surge del temor de los actores sociales y políticos a perder sus privilegios”.
La demonización de las mujeres que protestan, su ridiculización y la urgencia por silenciarlas son aspectos que han provocado que una parte de la sociedad legitime las diferentes formas de violencia que se ejercen contra las mujeres.
Tal es el caso del estereotipo generalizado sobre las feministas, el cual hasta hace 5 años las tachaba de “mujeres desagradables, enojadas y poco atractivas sexualmente”. Éste fue un contragolpe del patriarcado ante la inseguridad que provocan los reclamos y la fuerza del movimiento, una respuesta ante la pérdida de poder. “Hay una reacción de decir: ‘no me quiten mi comodidad, no me quiten las cosas que son ventajosas para mí’; una reacción frente a la pérdida de estatus o privilegios”, considera la investigadora Gabriela Cano.
La especialista en feminismos y estudios de género Amneris Chaparro observa que en contextos como el de México “tienes dentro del imaginario social una fuerza misógina que busca censurar, castigar y decir a las mujeres que hay cosas que no podemos hacer y que si queremos exigir nuestros derechos lo tenemos que hacer de cierta manera, porque hay maneras de ser ‘buena mujer’. Este discurso fija la atención en la parte más visible de la protesta: las intervenciones en monumentos o edificios, pero no en las demandas de justicia a favor de nosotras”.
Además, esto refuerza que las relaciones personales se encuentren enmarcadas en los estereotipos y roles de género, por lo que también “es necesario cambiar esas estructuras, que hacen creer a los hombres que nosotras somos cosas que pueden poseer porque ‘tienen el poder’. El obstáculo fuerte ahí es la historia que nos cosifica”, añade.
El maestro en estudios políticos y sociales Leonardo Olivos señala que el Estado mexicano no ha cumplido con los reclamos de las mujeres: “es omiso y cómplice; y, en concreto, las instituciones son torpes, lentas, burocráticas y simuladoras, pues han hecho pocos esfuerzos para procurar justicia”. Agrega que eso ocurre en una “cultura tan misógina, permisiva y tolerante, que dice que las mujeres son cosas que se pueden matar y poseer”.
Aunque, opina, dentro de la esfera gubernamental se desarrollan procesos complejos: en las propias instituciones “sí hay gente con un compromiso ético y político a favor de la vida y libertad de las mujeres”.
Al respecto, Hedalid Tolentino asevera que los obstáculos más grandes a los que se enfrentan las mujeres son a las instituciones, como la familia, la religión y la política, que refuerzan las tradiciones, los roles y la cultura estructural machista, así como las personas que establecen leyes y están socializadas bajo todas esas tradiciones.
La experta considera que en el ámbito federal el asunto comienza con el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, quien “no concibe el movimiento. Su manera de ser, cristiana y machista, está en el seno patriarcal, lo que no le ha permitido hacer conciencia y analizar la situación. Entonces las instituciones y, quienes las dirigen, son de los impedimentos más fuertes. No nos odian ahí, no es misoginia, sino que el patriarcado evita poder visibilizar lo que realmente está pasando”.
Entrevistado por separado, Leonardo Olivos coincide en el que el presidente no entiende qué es el feminicidio. “Lo que sí creo es que en otro contexto político ya habrían echado a la policía a andar”.
Por su parte, Karen Dianne Limón Padilla señala que el gobierno no ha tomado en cuenta las demandas: “lo digo con mucho pesar, porque yo sí pensaba que era necesario un cambio en los mapas de poder de nuestro país, pero parece que este gobierno lo único que hizo fue retomar lo mismo. En las últimas semanas, nos han dado la lección de que somos nosotras quienes tenemos que impulsar los cambios: del poder no va a venir. En tanto no nos vean organizadas, el gobierno nunca va a atender lo que necesitamos”.
El feminismo es odiado, como dijo Andrea Dworkin, porque las mujeres son odiadas; porque todo lo que hacen es con independencia del hombre y del sistema; porque lo que hace es restarles autoridad. “El feminismo es un reclamo de justicia en un país lleno de amos, donde no gustan los esclavos insatisfechos”, advierte la activista Karen Dianne Limón Padilla.
“Decirse feminista es ya un pronunciamiento político que significa: sé de dónde vengo, sé por qué estoy aquí, sé a dónde quiero llegar. Decirse feminista es tener conciencia histórica y política, lo cual es muy importante en un país donde todos los días más de 10 mujeres pierden la vida por el sólo hecho de serlo.”
La activista explica que la potencia del feminismo tiene que ver con la subversión de sus actos y discursos, lo que permite generar un empoderamiento colectivo para las mujeres. “Cada vez que hay una mujer que se suma, cada vez que una mujer pierde el miedo a hablar y que denuncia, abona a que las niñas, las mujeres y las más jóvenes vayan perdiendo el miedo a manifestarse”.
Respecto a cómo los partidos políticos se han “sumado” a la lucha feminista, Limón Padilla aclara que sólo “se están montando en la ola” porque ven que ya no la para nada; además, lo único que quieren es aprovechar la base social que ha generado este movimiento, cuando nunca antes se habían preocupado por generar condiciones favorables para los liderazgos feministas y de mujeres”.
La activista indica que ahora es el momento de que las mujeres que se dicen feministas realmente lo sientan, que se den cuenta que es una forma diferente de sentir la vida. “Algunas mujeres lo hacen sólo por lucirse o por mero oportunismo político; quisiera que esas mujeres abracen desde el corazón ese llamado. Si eso pasa, creo que este mundo y nuestro país cambiarían muchísimo”.
Este cambio, considera, sería posible si las autoridades entendieran de qué se tratan las movilizaciones de las mujeres, por qué es importante que tengan una voz y que sean escuchadas en las políticas públicas y en los presupuestos, pero si hay un jefe de Estado o un presidente que no considera que las demandas son urgentes, legítimas e importantes no habrá diferencias importantes en el país. El actual movimiento no tiene precedentes: las movilizaciones y los llamados masivos e inmediatos de las mujeres son el punto de quiebre para alcanzar una igualdad real.
“Hay una frase que me gusta mucho de Patricia de Souza [escritora peruana] que decía que ‘ninguna ley va a cambiar lo que las mujeres no seamos capaces de imaginar de otra manera’. Lo importante es tener la posibilidad de buscar lo imposible. Antes, las mujeres pensaron en estudiar y les dijeron que no se podría, pero ahora lo hacemos”, recuerda Limón Padilla.
“Creo que es momento de ser muy valientes y rescatar esa consigna del movimiento estudiantil de 1968 que decía: ‘seamos realistas, pidamos lo imposible’. Si creemos que vivir en un país donde las mujeres puedan ser libres y sus vidas sean respetadas, si creemos que eso es imposible, es el momento justo de ir por eso, por todos esos imposibles”, finaliza.
Karen Ballesteros
[INVESTIGACIÓN] [SOCEDAD ] [SEMANA]
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