Roberto García Hernández, Prensa Latina
La guerra en Afganistán es uno de los asuntos más difíciles y controversiales en política exterior heredados por el presidente estadunidense Barack Obama, y parece extenderse sin límites previsibles a próximas administraciones.
Desde que su antecesor George W Bush comenzó la contienda en octubre de 2001, con el pretexto de la lucha contra el terrorismo, murieron más de 2 mil 370 oficiales y soldados estadunidenses, otros 20 mil resultaron heridos y varias decenas de miles de civiles fueron víctimas de la contienda.
El costo aproximado de esta guerra para los contribuyentes estadunidenses rebasa el billón (1 millón de millones) de dólares, cifra que no incluye los perjuicios que ocasionan los malos manejos del gobierno de Kabul y de los representantes del Pentágono en el terreno a la ayuda de Washington.
Informes sucesivos de la Oficina del Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR, por su sigla en inglés), adjunta a la Casa Blanca, señalan el nivel de desorden y corrupción que acompaña a esta aventura bélica.
Los militares estadunidenses destruyeron unas 77 mil toneladas de vehículos y otros equipos, porque resultan obsoletos, o debido a los altos costos de su traslado hacia territorio continental estadunidense, según The Washington Post.
Otro elemento del aspecto financiero es que la coalición liderada por Washington construyó unas fuerzas de seguridad en ese país de 352 mil soldados, que necesitan una asignación anual de 5 mil millones de dólares, cifra muy superior a los fondos que maneja el gobierno de Kabul.
En este contexto, Obama anunció el 15 de octubre su decisión de mantener los 9 mil 800 militares que están en Afganistán y reducir esa cantidad a 5 mil 500 a principios de 2017, los que estarán ubicados principalmente en Kabul, Bagram, Kandahar y Jalalabad.
Para materializar este plan, Estados Unidos gastará cerca de 15 mil millones de dólares al año, destinados a albergar las tropas en esas cuatro localidades, lo que significa un incremento de 5 mil millones con relación a lo que preveía la idea original de dejar 1 mil hombres en Kabul después de 2017.
[blockquote pull=”right” align=”left” attributed_to=”” attributed_to_url=”{{attributed_to_url}}”]“Informes de la ONU describen un panorama muy sombrío en Afganistán, donde habría una insurgencia con un alto nivel de expansión”[/blockquote]
Obama aclaró que son los afganos quienes tienen que garantizar la estabilidad, a pesar de que su Ejército aún carece de capacidades esenciales. El gobernante señaló que ésta es una decisión vital para la seguridad nacional estadunidense y que su gobierno discutirá con sus aliados y socios sobre la mejor manera de continuar la ayuda a las autoridades afganas.
Por su parte, el senador republicano John McCain expresó su complacencia con la decisión de Obama de posponer la salida de las tropas, pero señaló que las cifras anunciadas resultan insuficientes para cumplir las misiones previstas.
El diario The New York Times señaló que esta medida del presidente parece reconocer que las fuerzas de seguridad afganas no están todavía listas para neutralizar las actividades del movimiento talibán.
El Times cuestionó la honestidad de los informes del Pentágono sobre lo que ocurre en esa nación asiática, y al respecto citó informes de la Organización de las Naciones Unidas que describen un panorama aún más sombrío de una insurgencia con un alto nivel de expansión.
No es la primera vez que el influyente rotativo neoyorquino se refiere al tema, pues el 9 de marzo de 2015, cuando se valoraban los primeros elementos del plan que ahora anunció Obama, alertó que la prolongación de la presencia militar estadunidense en Afganistán durante 1 año sería un error.
Según documentos oficiales, el Ejército afgano perdió en 2014 más de 17 mil militares y empleados civiles como resultado de deserciones, muertes en combate y expulsiones, por lo que su nivel de completamiento está muy por debajo de lo previsto.
Para el secretario de Defensa, Ashton Carter, el éxito de la decisión de Obama podrá medirse en los próximos meses, en primer lugar por la capacidad que tengan estas tropas para luchar contra el terrorismo.
Otro indicador sería la efectividad de las operaciones de las fuerzas de seguridad afganas en términos de sus posibilidades de mantener la estabilidad.
En los medios académicos, la medida del jefe de la Casa Blanca es vista con un nivel apreciable de escepticismo, en particular por expertos que desde hace muchos años monitorean el conflicto en la nación asiática.
Tal es el caso de Anthony Cordesman, especialista del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS, por su sigla en inglés), con sede en Washington, Distrito de Columbia, quien estima que la Casa Blanca necesita elaborar una estrategia político militar realista, valorar sus riesgos, costos y si realmente resultaría beneficiosa.
Además, Cordesman considera que el Congreso y los medios de difusión deben presionar de forma real y efectiva al Ejecutivo para que éste trabaje en dicho proyecto de manera transparente, y permita el tipo de debate y revisión que decidirá si Estados Unidos debe hacer un compromiso serio en Afganistán.
La cifra de 5 mil 500 efectivos puede ser una fórmula para que cuando el gobernante deje su cargo en 2017 no resulte demasiado evidente el fracaso de esta opción, que no es una estrategia, sino un esfuerzo político, añade Cordesman en un artículo publicado el 23 de octubre en el sitio digital del CSIS.
Por otra parte, el doctor Binoy Kampmark, profesor de la Universidad de Cambridge, estima que los efectivos militares que Estados Unidos mantendrá en Afganistán en los próximos meses serán insuficientes para llevar a cabo una estrategia contrainsurgente viable y prolongada.
Además, este hecho aterrorizó a los políticos que Washington auspicia en Kabul, añade el texto publicado en la página en internet de la institución académica canadiense Global Research.
El experto estima que la creciente presencia del movimiento talibán en todo el país ya resulta normal, evidente y difícil de evitar, mientras las tropas estadunidenses siguen su apoyo al gobierno “disfuncional de Ashraf Ghani, un modelo de antigobernabilidad y de robo institucionalizado”.
Los funcionarios y medios de prensa especializados apenas hablan de cómo quedan ahora los planes que tenía la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) desde 2013 de reducir sus bases clandestinas y oficiales operativos en Afganistán, después que llegó a tener allí sus propias prisiones, grupos paramilitares y aeronaves teledirigidas.
La iniciativa de esta agencia de espionaje estaba dirigida, hace apenas 2 años, a trasladar el grueso de sus recursos humanos y materiales hacia otros teatros de operaciones más complicados, y dejar en suelo afgano apenas seis de sus instalaciones para apoyar a los militares estadunidenses.
La decisión de Obama de mantener varios miles de efectivos hasta 2017 pudiera impactar este programa de reducciones de la CIA, porque el mando militar necesita quizás más que nunca un flujo constante de información sobre las acciones y capacidades del adversario.
En fin, la realidad en el campo de batalla se impuso y provocó que el jefe de la Casa Blanca reconsiderara su promesa –al parecer incumplible en las condiciones actuales– de retirar casi todas las unidades de Afganistán.
Lo que hizo el mandatario fue reajustar la presencia castrense allí, quizás con el objetivo de deshacerse de las presiones de quienes en el Congreso y su propia administración rechazaron la posibilidad de llevar a casa al grueso de los efectivos antes de enero de 2017.
Roberto García Hernández, Prensa Latina
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