Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. En este momento estamos viendo la tercera crisis que tiene lugar en el bando de los agresores desde el inicio de la guerra contra Siria.
En junio de 2012, durante la conferencia de Ginebra I, que debía iniciar el regreso a la paz y organizar una nueva repartición del Oriente Medio entre Estados Unidos y Rusia, Francia –donde François Hollande acababa de ganar la elección presidencial– planteó una interpretación restrictiva del comunicado final de aquel encuentro. Y después organizó la reanudación de la guerra, con la complicidad de Israel y Turquía y con el apoyo de Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, y del exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) estadunidense, David Petraeus.
Cuando el presidente Barack Obama sacó del juego a Hillary Clinton y a David Petraeus, Turquía –junto con Israel y Francia– organizó el ataque químico en las afueras de Damasco, atribuyéndolo a Siria. Pero Estados Unidos se negó a dejarse arrastrar a una guerra punitiva.
En una sesión secreta del Congreso realizada en enero de 2014, Estados Unidos impuso la aprobación del financiamiento y la entrega de armamento a Daesh, grupo yihadista al que se le asignó la misión de invadir la parte sunita de Irak y la parte de Siria donde viven los kurdos. El objetivo era dividir esos dos grandes Estados.
Francia y Turquía armaron entonces al grupo representante de Al-Qaeda en Siria (el Frente Al-Nusra) para que atacara a Daesh y lograr así que Estados Unidos volviera al plan inicial de la coalición. Al-Qaeda y Daesh se reconciliaron en mayo de 2014, como resultado de un llamado de Aymán al-Zawahirí en ese sentido, y actualmente Francia y Turquía siguen sin sumarse a los bombardeos de la coalición estadunidense.
En general, en la coalición de los llamados “Amigos de Siria”, que en julio de 2012 contaba “un centenar de Estados y organizaciones internacionales”, hoy sólo quedan 11 países. Por su parte, la coalición formada contra Daesh cuenta oficialmente “más de 60 Estados”, pero estos tienen tan poco en común que la lista se mantiene en secreto.
Estados Unidos quiere controlar los hidrocarburos de la región. En 2000, el National Energy Policy Development Group (NEPDG), presidido por Dick Cheney, había identificado –gracias a imágenes satelitales y datos provenientes de prospecciones– las reservas mundiales de hidrocarburos y había observado las inmensas reservas de gas existentes en Siria. Durante el golpe de Estado militar que se produjo en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, Washington decidió atacar sucesivamente ocho países (Afganistán, Irak, Libia, Líbano y Siria, así como Sudán, Somalia e Irán) para apoderarse de sus riquezas naturales. El Estado Mayor estadunidense adoptó entonces el plan de rediseño del “Oriente Medio ampliado”, que también incluye el desmantelamiento de Turquía y Arabia Saudita, y el Departamento de Estado creó al año siguiente su departamento MENA para organizar las llamadas “primaveras árabes”.
Israel defiende sus propios intereses nacionales: a corto plazo el Estado hebreo prosigue su campaña de expansión territorial. Simultáneamente y sin esperar a controlar todo el espacio entre los dos ríos (el Nilo y el Éufrates) Israel también espera controlar todo el conjunto de la actividad económica de la zona, incluyendo –por supuesto– los hidrocarburos. Para garantizar su propia protección en esta era de misiles, Israel espera simultáneamente hacerse del control de una zona de seguridad a lo largo de su frontera (en este momento, ha expulsado a los Cascos Azules de la frontera del Golán, reemplazándolos por Al-Qaeda) y neutralizar por otra parte los ejércitos de Egipto y de Siria sorprendiéndolos de revés (despliegue de los misiles Patriot de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Turquía y la creación de un Kurdistán en Irak, así como en Sudán del Sur).
Francia y Turquía persiguen el sueño de la restauración de sus respectivos imperios. Francia espera obtener un mandato sobre Siria, o al menos sobre una parte de ese país. Para eso creó el Ejército Sirio Libre y le entregó la bandera verde, blanca y negra con las tres estrellas utilizada en tiempos del mandato francés en Siria. Mientras tanto, Turquía espera restaurar el imperio otomano. Desde septiembre de 2012, Ankara designó un valí encargado de administrar lo que ya consideraba una provincia. Los proyectos de Turquía y Francia son incompatibles dado que el imperio otomano había admitido que algunas de sus provincias fueran administradas con otras potencias coloniales.
Para terminar, Arabia Saudita y Catar saben que sólo pueden lograr sobrevivir poniéndose al servicio de Estados Unidos y combatiendo los regímenes laicos, cuyo único representante en la región es precisamente la República Árabe Siria.
Sin embargo, a principios de 2012, la población siria comenzó a dudar de las televisiones que aseguraban que el presidente Bashar al-Assad era un torturador de niños y que el derrocamiento de la República Árabe Siria daría paso a un régimen confesional al estilo libanés. El asedio impuesto a los takfiristas del emirato islámico de Baba Amro ya se veía como el preludio del fracaso de la operación. Francia negoció entonces una salida de la crisis y la liberación de los oficiales franceses que habían caído prisioneros. Estados Unidos y Rusia negociaron para tomar los lugares del Reino Unido y de Francia y repartirse toda la región, como Londres y París lo habían hecho en 1916 con los acuerdos Sykes-Picot.
Y desde aquel momento nada ha funcionado bien en el seno de la coalición. Sus sucesivos fracasos indican que no puede ganar.
En julio de 2012, Francia celebraba con bombo y platillo en París la reunión más importante de la coalición y reanudaba la guerra. El discurso del presidente francés, François Hollande, había sido redactado en inglés, probablemente por los israelíes, y traducido al francés para que lo leyera el presidente de Francia. La entonces secretaria de Estado Hillary Clinton y el embajador estadunidense, Robert S Ford (formado por John Negroponte), emprendían la mayor guerra secreta de la historia. Al igual que en Nicaragua, ejércitos privados reclutaban mercenarios y los enviaban a Siria. Pero esta vez los mercenarios contaban con una formación ideológica cuyo objetivo eran la creación y entrenamiento de las hordas de yihadistas. El Pentágono perdía el control de las operaciones, control que pasó a manos del Departamento de Estado y la CIA. El costo de la guerra ya alcanzaba proporciones colosales. Pero ese costo no lo asumieron Estados Unidos, Francia ni Turquía sino Arabia Saudita y Catar.
Según la prensa atlantista y los medios de las monarquías del Golfo, algunos miles de extranjeros acudieron así en ayuda de la “revolución democrática siria”.
Pero en Siria “la revolución democrática” no aparecía por ningún lado. Lo que sí podía verse eran grupos de fanáticos que gritaban eslóganes como “¡Revolución pacífica: los cristianos a Beirut, los alauitas al hueco!” Y “¡No al Hezbolá! ¡No a Irán! ¡Queremos un presidente temeroso de Dios!” Según el Ejército Árabe Sirio, a Siria llegaron no algunos miles, sino 250 mil yihadistas entre julio de 2012 y julio de 2014.
Sin embargo, al día siguiente de su reelección, Barack Obama obligaba al general David Petraeus a renunciar a su cargo como director de la CIA y descartaba mantener a Hillary Clinton como miembro de su nueva administración. Así que, a inicios de 2013, la coalición se reducía prácticamente a Francia y Turquía, mientras que Estados Unidos hacía lo menos posible. Por supuesto, era el momento que el Ejército Árabe Sirio esperaba para iniciar su inexorable reconquista del territorio.
En Siria, François Hollande y Recep Tayyip Erdogan, Hillary Clinton y David Petraeus pretendían derrocar la república laica e imponer un régimen sunita, que habría estado bajo la administración directa de Turquía pero que incluiría altos funcionarios franceses, un modelo heredado del final del siglo XIX pero que no presentaba interés de ningún tipo para Estados Unidos.
Barack Obama y sus dos secretarios de Defensa: Leon Panetta y Chuck Hagel, abrigan una visión política radicalmente distinta. Panetta fue miembro de la Comisión Baker-Hamilton y Obama fue electo en función del programa de esa comisión. Según ellos, Estados Unidos no es ni debe ser una potencia colonial en el sentido mediterráneo del término. Es decir, Estados Unidos no debe plantearse el control de un territorio mediante la instalación de colonos. Con relación a lo que se obtuvo, el experimento de la administración Bush resultó extremadamente costoso y por lo tanto es algo que no debe repetirse.
Después de que Turquía y Francia trataran de empujar Estados Unidos a emprender una gran campaña de bombardeos contra Siria con la puesta en escena del ataque químico del verano de 2013, la Casa Blanca y el Pentágono decidieron retomar la iniciativa. Así que en enero de 2014, la Casa Blanca y el Pentágono convocaron al Congreso de Estados Unidos en una reunión secreta y lo obligaron a votar una ley secreta que aprobaba un plan para dividir Irak en tres Estados, así como la secesión de la zona kurda de Siria. Para ello decidieron financiar y armar un grupo yihadista capaz de hacer lo que las Fuerzas Armadas de Estados Unidos no pueden hacer porque el derecho internacional no lo permite: una limpieza étnica.
Barack Obama y sus ejércitos no se plantean el rediseño del “Oriente Medio ampliado” como un objetivo en sí, sino únicamente como una manera de controlar los recursos naturales. Y utilizan un concepto clásico: el principio de “divide y vencerás”, no para crearse puestos de reyes y presidentes en nuevos Estados, sino para proseguir con la política que Estados Unidos ha venido aplicando desde los tiempos de la administración de Jimmy Carter.
En su discurso sobre el Estado de la Unión pronunciado el 23 de enero de 1980, el entonces presidente Jimmy Carter planteaba la doctrina que lleva su nombre: Estados Unidos considera que los hidrocarburos del Golfo son indispensables para su economía y que por lo tanto le pertenecen. Así que cualquier forma de poner en duda ese axioma será considerada “un acto contra los intereses vitales de los Estados Unidos de América y ese acto será rechazado con todos los medios necesarios, incluyendo el uso de la fuerza militar” (sic). Con el tiempo, Washington se ha dotado del instrumento necesario para aplicar esa política –el Central Command– y ha extendido su zona vedada hasta el Cuerno de África.
A partir de lo anterior, la actual campaña de bombardeos de la coalición ya no tiene nada que ver con la voluntad inicial de derrocar la República Árabe Siria. Tampoco tiene relación alguna con la supuesta “guerra contra el terrorismo”. Sólo busca defender los intereses económicos exclusivos de Estados Unidos, incluso en caso de que eso implique la creación de nuevos Estados aunque no obligatoriamente recurriendo a ello.
En este momento, unos cuantos aviones de Arabia Saudita y Catar prestan al Pentágono una ayuda puramente simbólica, pero ni Francia ni Turquía lo están haciendo. El propio Pentágono dice haber realizado más de 4 mil misiones aéreas en las que habrían muerto sólo un poco más de 300 combatientes del Emirato Islámico. Si nos atenemos al discurso oficial, eso representa más de 13 misiones aéreas y no se sabe cuántas bombas y misiles para matar un solo yihadista. Se trataría entonces de la campaña aérea más costosa y más ineficaz de toda la historia. Pero si tenemos en cuenta el razonamiento anterior, el ataque de Daesh contra Irak corresponde a una manipulación de los precios del petróleo que ha hecho caer los precios del barril de crudo en un 25 por ciento (de 115 dólares a 83 dólares el barril). Nuri al-Maliki, el primer ministro iraquí democráticamente electo que vendía a China la mitad del petróleo iraquí, fue súbitamente vilipendiado y derrocado. Daesh y el gobierno regional del Kurdistán iraquí redujeron por sí mismos su robo de petróleo y sus exportaciones de crudo en alrededor del 70 por ciento. El conjunto de las instalaciones petroleras utilizadas por las compañías chinas simplemente fueron destruidas. De hecho, el petróleo iraquí y el petróleo sirio ya no están ahora al alcance de los compradores chinos… Pero volvieron al mercado internacional controlado por Estados Unidos.
La actual campaña de bombardeos aéreos es, en definitiva, una aplicación directa de la doctrina Carter y una advertencia al presidente chino, Xi Jinping, quien actualmente intenta concluir una serie de contratos bilaterales destinados a garantizar el aprovisionamiento de su país sin pasar por el mercado petrolero internacional.
Como resultado de este análisis, podemos concluir que:
2. Francia y Turquía nunca lograrán realizar sus sueños de recolonización. Francia debería reflexionar sobre el papel que el Mando África de Estados Unidos (Africom) le ha asignado en África. Podrá seguir interviniendo en todos los Estados que tratan de acercarse a China (Costa de Marfil, Mali o la República Centroafricana) y reinstaurar el orden “occidental”, pero nunca logrará restaurar su imperio colonial. Turquía también debería bajar el tono. Aunque el presidente Erdogan lograra concretar una alianza contranatura entre la Hermandad Musulmana y los oficiales kemalistas turcos, de todas maneras tendría que renunciar a sus ambiciones neootomanas. Y tendría que recordar sobre todo que, como miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Turquía está mucho más expuesta que otros países a ser víctima de un golpe de Estado proestadunidense, como ya sucedió en Grecia en tiempos de Georgios Papandreu y en la propia Turquía en tiempos de Bulent Ecevit.
3. Arabia Saudita y Catar nunca lograrán recuperar los miles de millones de dólares que invirtieron tratando de derrocar la República Árabe Siria. Peor aún, es probable que tengan que pagar parte de la reconstrucción de esa república laica. La familia reinante en Arabia Saudita tendrá que seguir plegándose a los intereses económicos de Estados Unidos, pero debería evitar seguir metiéndose en guerras de gran envergadura y tener en cuenta que en cualquier momento Washington puede decidir dividir el país que los Saud consideran de su propiedad.
4. Israel puede abrigar la esperanza de seguir jugando por debajo de la mesa a provocar a mediano plazo la división de Irak en tres Estados diferentes. Así obtendría la creación de un Kurdistán iraquí comparable al Sudán del Sur que ya creó anteriormente. Pero es poco probable que pueda incorporar de inmediato el Norte de Siria a ese “Kurdistán”. Es también poco probable que logre expulsar a la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano del Sur de ese país y reemplazarla por Al-Qaeda, como ya hizo con los Cascos Azules que garantizaban la separación entre las fuerzas israelíes y sirias en la frontera siria. Pero, a lo largo de 66 años, Israel se ha acostumbrado a tratar siempre de ir más lejos y a menudo ha logrado avanzar siempre un poco más. Israel es, en realidad, el único ganador de la guerra contra Siria en el seno de la coalición. No sólo ha debilitado por un buen rato a su vecino sirio, sino que además logró obligarlo a renunciar a su arsenal químico. Por lo tanto, Israel es actualmente el único país del mundo que dispone oficialmente tanto de un arsenal atómico perfeccionado como de un arsenal químico y biológico.
6. Siria volverá paulatinamente a la paz y habrá de dedicarse a su larga reconstrucción. Para ello se volverá hacia las empresas chinas, pero mantendrá a Pekín al margen de sus hidrocarburos. Para reconstruir su industria del petróleo y explotar sus reservas de gas, Siria tendrá que volverse hacia las empresas rusas. El tema de los oleoductos o gasoductos que podrían transitar por su territorio dependerá del apoyo que puede encontrar en Irán y Rusia.
7. El Líbano seguirá viviendo bajo la amenaza de Daesh, que nunca obtendrá más papel que el de grupo terrorista. Los yihadistas sólo serán la herramienta necesaria para prolongar un poco más el congelamiento del funcionamiento político de un país que sigue hundiéndose en la anarquía.
8. Para terminar, Rusia y China deberían intervenir urgentemente contra Daesh, en Irak, Siria y Líbano, no por compasión hacia las poblaciones locales sino porque Estados Unidos utilizará próximamente contra ellas ese grupo yihadista –también denominado como Emirato Islámico–. Aunque está bajo las órdenes del príncipe saudita Abdul Rahman –el hombre que pone el dinero– y del autoproclamado califa Ibrahim, Daesh ya cuenta en este momento con georgianos –todos miembros de los servicios secretos de Georgia– que fungen como sus principales oficiales y con algunos chinos de lengua turca. El ministro georgiano de Defensa incluso reconoció, antes de corregir esas declaraciones, la existencia en Georgia de campos de entrenamiento de yihadistas. Si Moscú y Pekín no se deciden pronto, tendrán que acabar enfrentando a Daesh en el Cáucaso, en el valle de Ferghana y en la región china de Xinjiang.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
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